Cuentos de Filemón Solo

jueves, 12 de abril de 2012


DE ACÁ Y DE ALLÁ 
  Si bien ya no se construían edificios de esa altura, en unos pocos que aún se encontraban en uso el elevador se detenía cada veinte pisos; allí se le proponía al pasajero alcanzar el próximo, sea en ascenso o descenso, transitando la escalera. Nadie estaba obligado a hacerlo, y solo se invitaba a quienes no tuvieran impedimento alguno ni fueran individuos de avanzada edad. Los sistemas automáticos que otrora transportaran a las personas hasta la puerta de su sitio de destino se hubieron retirado hacía ya tiempo. Todo formaba parte del plan de salud que las autoridades habían dispuesto desde la aceptación científica de los factores que influían sobre la captación de la energía corpórea y su circulación.

Aunque él no los representara, el equipamiento del ascensor tenía la forma de saber sobre sus “ciento cuarenta y uno”, debido a lo cual le fue obviada cualquier proposición en otro sentido, ascendiendo de un solo tramo hasta el piso 49. Siendo este lugar, ya conocido en oportunidad de su examen previo, donde se encontraban  los laboratorios de la empresa que buscaba.

La lujosa puerta con el impreso del logotipo de la compañía se abrió automáticamente no bien el censor captó su código de barras, la cita había sido previamente acordada y el infalible sistema le franqueaba el paso. La pantalla de recepción se disculpó por la espera de dos minutos; imprevista demora que debería sufrir antes de pasar a la sala de ejercicios virtuales. Mientras la máquina lo entretenía con vistosa publicidad de la compañía, cordialmente fue recibido por uno de sus técnicos quien le dio la bienvenida y, sin más dilaciones, lo condujo hasta la antesala del laboratorio de proyecciones. Finalmente, luego de tanto tiempo, se sentía próximo a realizar su tan ansiado sueño, literalmente hablando.

Había adquirido dos prestaciones fuera de la programación estándar, opciones significativamente más onerosas que se ofrecían como parte de los servicios, por tanto, debería configurar con el técnico el recorrido y detalles que deseaba protagonizar.

El amable joven debería rondar los cincuenta años, y por más que se esforzara jamás podría comprender las pretensiones del anciano. Al confundir su vacilación con timidez, le propuso una gran cantidad de alternativas fuera del menú usual, entre las cuales se incluían posibilidades nunca pensadas, y hasta algunas aventuras eróticas con partenaire rescatadas de su época de adolescente. Su cliente lo observaba entre nervioso y avergonzado, hasta que, juntando el necesario valor, le expuso el bosquejo del pretendido primer viaje. En solo unos instantes se dispuso todo lo necesario para su ejecución, en tanto el esperanzado participante se instalaba sobre el sillón que formaba parte constitutiva del sistema. Se ajustaron los haces de luz a los puntos de sensación de todo el cuerpo, pero con especial atención a aquellos dirigidos hacia su cabeza. Esta última debería permanecer inmóvil, a riesgo de desalinear la dirección de la emisión y causar alguna perturbación emocional, para evitar lo cual dos suaves pero firmes brazos mecánicos la mantendrían en la justa posición que se determinó como óptima.

Luego de provocar un sueño relajado y suavizar las emociones, comenzó la sesión propiamente dicha.

Despertó nuevamente a sus gallardos treinta y cinco años; sentado cómodamente sobre una silla de paja observó con inmensa alegría como sus pequeños hijos jugaban en la arena de la playa. El balneario ya no existía, había sido devorado por las aguas como toda la antigua costa atlántica, pero eso allí no lo presumía o estaba tan lejano que no formaba parte de las preocupaciones de ese presente inventado. Su esposa de entonces, que fuera otra de las cosas llamadas a desaparecer de su vida, lo estaba convocando amorosamente a tomar las viandas que harían de almuerzo. Saboreó los sándwich tanto como el sol y la familia, corrió a zambullirse en el mar bromeando con su mujer, sintió el calor de la arena quemándole las plantas, el agua salada en la boca y el placer de jugar con los niños como uno más de ellos, las manos de su esposa frotándole con cariño el protector solar por la espalda y sus labios en la espontaneidad de un beso amoroso.

Durante el escaso minuto en que estuvo entregado a estos virtuales designios, disfruto de cinco inolvidables horas de vacaciones junto a su amada familia de ese segmento de su pasado. La permanencia de la vivencia en su memoria estaba garantizada, tendría ahora algo hermoso para sumar a sus recuerdos de hombre viejo y solitario. Cierto que el operador se había esmerado en cumplir con algunos detalles expresamente recomendados, en especial en lo atinente a su ex esposa, pero él obviaría  la naturaleza de la adaptación, y esta sería su versión de un tiempo cuyo original no le quedaba tan cómodo.

Ninguno de sus hijos residía en lo que ahora era el país y, ya también centenarios, contaban con su propia descendencia como compañía. Los hijos de sus hijos le visitaban de tanto en tanto en su paso por la ciudad, pero estaba perdido el lazo que las vivencias en común antaño proporcionaban. El vínculo de sangre no es suficiente estímulo para el amor. A su edad se sabía por la práctica lo que la genética no incluye en sus estudios: los genes no llevan en su bagaje de información el afecto hacia quien los transmite. Es el contacto armonioso quien lo hace, por una o, tal vez dos generaciones, cuanto más, luego también esto se diluye; al igual que el recuerdo.

Por razones de privacidad, solo uno de los integrantes del personal afectado a los programas realizaba la aproximación con el cliente y se encargaba de preparar el equipo según sus deseos. Sin embargo, no bien el individuo perdía el contacto sensorio con la realidad del laboratorio, era obligatoria la presencia de un profesional psicocardiólogo quien debía estar presto ante cualquier emergencia que se presentara. Esto formaba parte de las normas habilitantes del servicio, pero el monitoreo automático del equipo respondería a cualquier eventualidad con una presteza y eficiencia muy superior a la que  cualquier especialista humano pudiera ejercer. De hecho, y como ejemplo extremo, era del todo imposible que se pusiera en peligro cualquier vida bajo su infalible atención, el riesgo radicaba en consecuencias que excedieran lo meramente somático para entrar en sectores más sutiles de la naturaleza de la raza. Hacía algunos años que se había dado al conocimiento público la existencia de ciertos campos de fuerza que rodean al cuerpo físico, así su estrecha vinculación con los sentimientos y pensamientos del individuo. Estos sectores invisibles del ser, bien podrían verse dañados por emociones violentas o situaciones que excedieran la tolerancia psíquica. Si bien su preservación y cuidado mediante la aplicación del programa de salud global, había sido uno de los factores que permitieran duplicar el promedio de vida, el acceso a estos campos no se contaba aún dentro de las posibilidades de máquina alguna, razón por la cual se encontraba expresamente prohibida cualquier experiencia extrema dentro de los laboratorios de la “Dreams Come True Company”.

La terapia posterior a todo proceso indicaba un minuto de sueño natural antes de ser suavemente llamado a la realidad por el programa. Durante ese lapso, en el que continuaba el monitoreo de rigor, el contralor de salud debía ausentarse de la sala.

Cada asunto humano requiere de cierto ritual y la adecuada ambientación para lograr de él su mejor y más placentero resultado. Nuevamente sentado en la oficina de programación y consulta, el anciano, sumamente satisfecho por la reciente experiencia, trataba de exponer al conductor su idea para la segunda y más importante “VOI” (Vivencia Onírica Inducida). Sobre este particular no lograba explicarse debidamente o, tal vez, su interlocutor se mostrara renuente a brindar la necesaria voluntad para comprenderlo.

La “Dreams” aseguraba en la publicidad de su servicio, que nadie podría retirarse disconforme con el mismo. La oportuna llave de este lema le abrió al cliente, aunque más no fuera, la puerta de la silente atención del encargado de la sala, quien escuchó pacientemente el increíble proyecto, ahora expuesto en forma más detallada.

-Los primeros modelos de esta serie de equipos-, recomenzaba la alocución, -fueron de uso restringido y casi excluyente posesión de los especialistas en investigación de delitos. Dadas sus prestaciones, reemplazaron al anterior polígrafo en la función de buscadores de la verdad dentro de la memoria de los procesados, quienes podrían voluntariamente someterse a su examen. El estudio consistía en una prolija revisión de los hechos que pudieran hacer al delito en asuntos, consecuentemente el aparato, lejos de inducir fantasías, ayudaba a revivir puntuales situaciones del pasado. En la genética de la máquina está latente la función de sugerente acompañante de una mente en su sentida experiencia volitiva-. Justamente era eso lo que el anciano pretendía ahora de ella, solo que en lugar de dirigirse hacia el pasado de la conciencia lo haría en dirección a su futuro, e independientemente de si allí esta conciencia poseyera, o no, cuerpo físico. Lo que lógicamente sería indispensable para ella, es que ese cuerpo estuviera realmente en funciones para cuando lo necesitara como receptor y transmisor sensitivo. -Dentro de su mente envasada-, continuó el hombre, -existe una amplitud tal, que es capaz de aceptaciones del todo antinómicas; esto desde el momento en que carece de la limitación conceptual del humano-.

El expositor demostraba una habilidad argumental sorprendente, acompañada esta de un evidente conocimiento de las posibilidades de la unidad en servicio. Él sabía que el diseño del actual programa basaba sus alternativas apoyado sobre el deseo consciente del usuario y, que gran parte de las situaciones que este vivenciaba, eran producto de su personal improvisación, aunque siempre dentro de la prevista ensoñación a que se sometía. -Todo es experimental-, le decía ahora el anciano, -no existe un producto terminado dentro de este campo. El mismo elemento inanimado utiliza lo aleatorio, que sí existe en lo que sería su esencia, para ejercer ciertas posibilidades que podríamos llamar “evolutivas”. Este efecto no previsto se desarrolló luego de incorporarse la fantasía a su estructura, con eso cayeron por tierra muchas de las precisiones que antaño lo regían.  A estas alturas es el mismo aparato quien alerta sobre el corrimiento de los límites en sí mismo; cosa qué, usualmente, origina la creación de otro modelo a diseñar sobre este molde. Veamos ahora si existe algún riesgo en intentar una experiencia sobre la misma dirección pero en sentido temporal inverso, y me permito adelantar mi conclusión: absolutamente ¡NO!. Sería solo un esperanzado desafío al sistema para que este opere dentro de los difusos límites que hemos considerado. En esto él cuenta con el material necesario para realizarlo: mi voluntad en el emprendimiento y “su recuerdo”,  elementos de los que se ha de nutrir para apoyarme allí donde deseo que lo haga. Eso sí, sería necesario eliminar algunos factores, remanentes de su antigua estructura y que pudieran contener excesiva rigidez, de forma tal que el nutriente de información sea yo mismo -.

Para sus adentros, el técnico compartía la opinión de quien así arguyera, no obstante este sería un acto anómalo y algo de lo poco en que debía emplear su personal criterio, consecuentemente si alguna alarma se produjera, esta quedaría registrada automáticamente siendo único responsable, y sopesada mas tarde la magnitud de su decisión.

Finalmente la última andanada del orador hizo trizas los bastiones de la precaución edificada ante su temor de caer en “un error de procedimiento”. El hombre que tenía frente a sí le extendió la grabación con los estudios realizados por el Sistema Voluntario de Previsión de Expectativas de Vida. En su conclusión el “SVPEV” predecía un tope de tres meses para el solicitante, con un margen de error de 0,5 sobre 100, la máxima seguridad que ese organismo preveía para sus resultados.

Los siete años de ahorro sobre la ajustada “subvención a la madurez” estaban por terminar de justificarse ampliamente. Por cierto muy a tiempo.

Ahora el trabajo debía centrarse en saltar por encima del esquema que planteaba la rutina de la máquina. Para ello solo se tomarían algunos rudimentos, con la intención de engañar parcialmente al sistema, llevándolo a seguir un programa fronterizo del tipo cuántico donde, fijados los extremos, el medio queda librado al dinamismo del pensamiento y deseo del sujeto al cual acompañaría sin las habituales inducciones. Descontando que la prueba sería tomada por el aparato como otra de las habituales fantasías y, obviando la posición temporal, se fijó como punto de partida “un momento” en el cual la conciencia escapara definitivamente de su cuerpo físico, e independientemente de la vitalidad que en este, efectivamente, se estuviera verificando.

Todo el proyecto se apoyaba en la esperanza de que el confundido sistema siguiera a la energía emergente de ese cuerpo liberada. Ambos lo sabían, tanto como que el esfuerzo no sobrepasaría el nivel de un intento, así el éxito o el fracaso de la prueba quedaba fuera de toda previsión.

Recostado nuevamente sobre el sillón y ajustados los sensores, el navegante aceptó  la relajación muscular que se le sugería y, atento al siguiente paso, tomó decididamente la delantera proyectándose a un lejano futuro. La situación se tornó inasible para el desprevenido equipo que entró en fase de “advertencia”, luego de un terrible instante de incertidumbre recapacitó, buscó alternativas y finalmente se lanzó tras la mente que parecía escapársele. Si bien todo esto solo duró un escaso segundo, fue suficiente como para conmocionar al operador y alertar a la psicocardiológa de turno, cuyo cuestionamiento se vio silenciado por el grito de entusiasmo del técnico, al observar que la mayor dificultad prevista para esta experiencia se estaba superado con éxito  Pese a lo impuntual y confuso del panorama que se le exhibía, la máquina estaba encontrando dentro del campo cuántico las huellas que una humana voluntad dejara a su paso por ese mundo de infinitas posibilidades.

En un pliegue del tiempo, desde al cual se dirigían, el sujeto había ya dejado la vida física, ahora ambos, conciencia humana y sistema cibernético, se encontraban en un futuro, desconocido por propia definición, y en un medio donde la anterior experiencia de nada valía y debía construirse nuevamente según las circunstancias se presentaran.

Desde el laboratorio, el experto en el equipo y la especialista en humanos, temerosos y fascinados, contenían el aliento observando el instrumental de uno y las reacciones del cuerpo del otro.

La duración de la prueba en sí, se había estimado en un máximo de tres minutos, teniendo en cuenta el tiempo que al aparato le tomaría adaptarse y construir sus  decisiones en esta ignota área. Transcurridos los primeros cuarenta segundos las cosas comenzaron a complicarse, los signos vitales del anciano se observaban en paulatino descenso, de sus ojos brotaban abundantes lágrimas que le corrían por el rostro mojando las almohadillas de los brazos que lo sostenían, y las indicaciones del tablero se tornaron confusas.

El programa de auxilio jamás permitiría ninguna anomalía sobre el cuerpo encomendado a su cuidado. Curiosamente el sistema se encontraba trabajando con la conciencia de un hombre que ya había muerto en lo virtual, en tanto atendía que en esta realidad nada le ocurriera a su vida.

Finalmente el operador indicó que entraban en “los menos sesenta segundos”, justo al momento en que se activó nuevamente la fase de prevención, si continuaba la curva descendente en la sintomatología del viajero el lector automático pediría la intervención del procedimiento de auxilio. El proceso comenzaría con la inoculación de medicación en el sistema sanguíneo, en tanto tomaría el mando del ritmo cardíaco y la irrigación cerebral, para hacerse luego cargo del buen funcionamiento del resto de las funciones de órganos y sistemas que pudieran presentar algún peligro.

Y, sobre esto, la situación afectó igualmente al sistema nervioso de los observadores, quienes comenzaron a plantearse la posibilidad de interrumpir la experiencia. Esa extrema alternativa solo en muy pocos casos fue usada anteriormente, como poco lo fue la intervención externa una vez comenzado cualquier proceso. Abortar una proyección significaría prescindir de las etapas de descenso paulatino, readaptación, y sueño de ingreso; lo menos que podría ocurrir era el despertar del sujeto en medio de una aguda neurosis. El riesgo era demasiado grande, esperarían unos instantes empujando con su deseo el paso de los segundos que restaban.

Para alivio de los presentes en la sala del laboratorio, finalmente se activo el indicador de retorno, cumplido ya el periodo programado para la trayectoria. Las actividades siguientes demandarían unos dos minutos, cuanto más, y esta pesadilla habría terminado. Pero lejos de producirse la prevista secuencia que traería de vuelta a esa conciencia aventurera, la máquina se estacionó en esa fase y el tablero indicaba un nuevo desorden sin información sobre su causa. No obstante este extraño estado de la parte motriz  encargada del retorno, el inconsciente cuerpo sobre la camilla continuaba relativamente estable, según lo mostrara la lectura correspondiente.

Agotado largamente el lapso otorgado a esta etapa, todo permanecía igual y sin aparentes signos de cambio. Aún en su desesperación el operador tuvo la intuición de presumir cuales eran los reales motivos que ahora estaban produciendo el retraso. Retraso que, de ser cierta su sospecha, podría prolongarse indefinidamente. La situación, cualquiera fuera, se desarrollaba fuera del tiempo de trayectoria lineal, ya había escapado de esta limitación y la ponderación de este factor bien podría ser inversa a lo que ocurría en las fantasías inducidas. En otras palabras, si el protagonista de este evento deseaba permanecer solo unos segundos extra en el estado en que se encontraba, eso tal vez significaran años en la relatividad de la cual hubo partido; más aún, si él fuera el anciano, no volvería para sufrir una muerte, sin dudas menos grata, tan solo dentro de tres meses, simplemente cortaría toda conexión desoyendo los llamados de la máquina.

Casi a los saltos se lanzó hacia el cuerpo del anciano y acercándose a su oído le suplicó desesperadamente que volviera, pero no ahora, ahora ya sería demasiado tarde para ambos.

Su loca carrera se originó al comprobar que tanta dilación en el programa, había provocado la intervención de “La Madre”, nombre por demás significativo con el que se conocía a la inteligencia central automática de “La Dreams”. La investigación de esta sobre el desconcierto del sistema en peligro les daría unos segundos de ventaja, quizá cinco, tal vez diez segundos, cuanto mucho. Una vez vista la delicada situación, “La Madre” interrumpiría el proceso, el cuerpo sería reactivado y la conciencia ausente obligada a volver de cualquier medio en el que se encontrara. Debería regresar respondiendo al primer llamado que el sistema le lanzara en su momento, debería hacerlo antes de ahora.

El emplazamiento, en apresurado torrente de palabras, le fue trasmitido al cuerpo que yacía inerte en la sala donde se desarrollara el drama. Era todo lo que se podía hacer, el conmocionado operador especulaba con la posibilidad de ser realmente escuchado por el destinatario del recado, solo cabía orar y esperar el resultado de su tentativa. Él tenía en claro que el desarrollo de las secuencias que se denomina tiempo, responde a un ritmo, dirección y velocidad de forma excluyentemente local, una medida válida solo para la superficie planetaria. Esa era una realidad incuestionable ya ampliamente probada, lo que nadie podría afirmar, más allá de la presunción teórica, era que en estratos superiores se podría maniobrar a voluntad esta dimensión en más de un sentido. Una instancia paradójica se daría en caso de que así ocurriera, pues siendo las cosas de esta forma él jamás lo supiera, ya que todo volvería a una situación anterior. Siendo esta solo una de las infinitas vías alternativas no tomadas por la cambiante realidad. Eliminada la causa no habrá efecto que la subsiga y nada de lo ocurrido luego de la indicación de “activado el retorno” sería recordado, simplemente porque nada de eso habría sucedido.



“Para alivio de los presentes en la sala del laboratorio, finalmente se activo el indicador de retorno, cumplido ya el periodo programado para la trayectoria. Los procesos siguientes demandarían unos dos minutos, cuanto más, y esta pesadilla habría terminado”.

En tanto se efectuaban los pasos que antecederían al despertar de la conciencia vuelta a su cuerpo, la médica se ocupaba de la rutina de verificar el estado de este último haciendo la correspondiente lectura de la información a su disposición. Con extrañeza pudo comprobar que la suma del examen presentaba un cuadro de recuperación realmente notable. Con excepción de un más lento, pero inusualmente exacto, ritmo cardíaco, el resultado de los análisis del sistema mostraban signos que superaban cualitativamente a los tomados en inicio de la prueba. Lo particular de esta observación radicaba en que este estado del individuo continuaba en una constante ascendente según se acercaba la hora de su despertar. Tras un fallido intento de compartir lo asombroso del descubrimiento con el operador de sala, visto que este, entre agotado y confundido, le negaba su atención, debió alejarse del laboratorio en fiel cumplimiento de las normas y sin poder continuar la indagación.

-Bueno hijo, no creo que todos los sistemas computados del mundo trabajando juntos hubieran logrado traerme de vuelta, por más que tuvieran un viejo cuerpo con algo de vida remanente como rehén. Bien sé que, por ahora, no lo entenderás, pero solo he regresado porque te lo debía- Las primeras palabras del anciano desconcertaron aún más al técnico, quien evidenciaba las consecuencias de los hechos “que nunca ocurrieron”. Lo que este aún desconocía es que cierto recuerdo emocional permanece en un tiempo de mayor amplitud que el mero segmento que capta nuestra mente barrial. De cualquier forma, y cumpliendo con las formalidades del protocolo, dio la mejor bienvenida de que fue capaz

El hombre recién vuelto a casa se encontraba lejos de sentirse en ella. No obstante el resultado de su viaje había sido, aunque para él no hubiera finalizado, algo ejercitado más allá de cualquier parámetro conocido o imaginado; escapando en mucho a la comprensión de cualquier razón humana. Prudentemente se abstuvo de todo comentario, limitándose a agradecer extensamente la colaboración del operador sin cuya aceptación jamás lo habría logrado. Ahora sabía lo que muy pocos congéneres tenían por conocido, sus conceptos fueron totalmente removidos por la experiencia y, en reemplazo de los mismos, se encontraba presente una importante cuota de sabiduría. Caídos los burdos muros culturales, una humilde sensación de gran poder, amor, y eternidad fueron recuperados para siempre.

Esgrimiendo la excusa de comprobar el estado psicofísico del protagonista del evento, la ansiosa terapeuta reingresó a la sala en procura del relato que, suponía, se debía estar produciendo a estas alturas del retorno. Ambos funcionarios de la compañía recibieron solo una velada información por respuesta a sus insistentes preguntas. –Allí de donde vengo cada uno es el auténtico producto de la ecuación elaborada con su vida- les dijo el nuevo hombre, agregando antes de marcharse: -Sería del todo contraproducente que tomaran como cierto algo que, seguramente, a ustedes no ha de ocurrirles. La Verdad Es, nuestra verdad se hace, y es individual-.



Si bien se sentía con sobradas fuerzas como para descender por la escalera los largos cuarenta y nueve pisos que le separaban de la calle, sensatamente optó por los servicios del elevador. Sonriendo, aceptó en cada caso la propuesta que la grabación allí instalada le sugería, saltando de dos en dos los escalones en todas las oportunidades en que el aparato se detuvo. Afortunadamente no hubo indiscretos testigos para tamaña rareza, él era el único ocupante de la cabina.

                                Filemón Solo