DE ACÁ Y DE ALLÁ
Si bien ya no se construían
edificios de esa altura, en unos pocos que aún se encontraban en uso el
elevador se detenía cada veinte pisos; allí se le proponía al pasajero alcanzar
el próximo, sea en ascenso o descenso, transitando la escalera. Nadie estaba
obligado a hacerlo, y solo se invitaba a quienes no tuvieran impedimento alguno
ni fueran individuos de avanzada edad. Los sistemas automáticos que otrora
transportaran a las personas hasta la puerta de su sitio de destino se hubieron
retirado hacía ya tiempo. Todo formaba parte del plan de salud que las
autoridades habían dispuesto desde la aceptación científica de los factores que
influían sobre la captación de la energía corpórea y su circulación.
Aunque él no los representara,
el equipamiento del ascensor tenía la forma de saber sobre sus “ciento cuarenta
y uno”, debido a lo cual le fue obviada cualquier proposición en otro sentido,
ascendiendo de un solo tramo hasta el piso 49. Siendo este lugar, ya conocido
en oportunidad de su examen previo, donde se encontraban los laboratorios de la empresa que buscaba.
La lujosa puerta con el
impreso del logotipo de la compañía se abrió automáticamente no bien el censor
captó su código de barras, la cita había sido previamente acordada y el
infalible sistema le franqueaba el paso. La pantalla de recepción se disculpó
por la espera de dos minutos; imprevista demora que debería sufrir antes de
pasar a la sala de ejercicios virtuales. Mientras la máquina lo entretenía con
vistosa publicidad de la compañía, cordialmente fue recibido por uno de sus
técnicos quien le dio la bienvenida y, sin más dilaciones, lo condujo hasta la
antesala del laboratorio de proyecciones. Finalmente, luego de tanto tiempo, se
sentía próximo a realizar su tan ansiado sueño, literalmente hablando.
Había adquirido dos
prestaciones fuera de la programación estándar, opciones significativamente más
onerosas que se ofrecían como parte de los servicios, por tanto, debería
configurar con el técnico el recorrido y detalles que deseaba protagonizar.
El amable joven debería
rondar los cincuenta años, y por más que se esforzara jamás podría comprender
las pretensiones del anciano. Al confundir su vacilación con timidez, le
propuso una gran cantidad de alternativas fuera del menú usual, entre las
cuales se incluían posibilidades nunca pensadas, y hasta algunas aventuras
eróticas con partenaire rescatadas de su época de adolescente. Su cliente lo
observaba entre nervioso y avergonzado, hasta que, juntando el necesario valor,
le expuso el bosquejo del pretendido primer viaje. En solo unos instantes se
dispuso todo lo necesario para su ejecución, en tanto el esperanzado
participante se instalaba sobre el sillón que formaba parte constitutiva del
sistema. Se ajustaron los haces de luz a los puntos de sensación de todo el
cuerpo, pero con especial atención a aquellos dirigidos hacia su cabeza. Esta
última debería permanecer inmóvil, a riesgo de desalinear la dirección de la
emisión y causar alguna perturbación emocional, para evitar lo cual dos suaves
pero firmes brazos mecánicos la mantendrían en la justa posición que se
determinó como óptima.
Luego de provocar un sueño
relajado y suavizar las emociones, comenzó la sesión propiamente dicha.
Despertó nuevamente a sus
gallardos treinta y cinco años; sentado cómodamente sobre una silla de paja
observó con inmensa alegría como sus pequeños hijos jugaban en la arena de la
playa. El balneario ya no existía, había sido devorado por las aguas como toda
la antigua costa atlántica, pero eso allí no lo presumía o estaba tan lejano
que no formaba parte de las preocupaciones de ese presente inventado. Su esposa
de entonces, que fuera otra de las cosas llamadas a desaparecer de su vida, lo
estaba convocando amorosamente a tomar las viandas que harían de almuerzo.
Saboreó los sándwich tanto como el sol y la familia, corrió a zambullirse en el
mar bromeando con su mujer, sintió el calor de la arena quemándole las plantas,
el agua salada en la boca y el placer de jugar con los niños como uno más de ellos,
las manos de su esposa frotándole con cariño el protector solar por la espalda
y sus labios en la espontaneidad de un beso amoroso.
Durante el escaso minuto en
que estuvo entregado a estos virtuales designios, disfruto de cinco
inolvidables horas de vacaciones junto a su amada familia de ese segmento de su
pasado. La permanencia de la vivencia en su memoria estaba garantizada, tendría
ahora algo hermoso para sumar a sus recuerdos de hombre viejo y solitario.
Cierto que el operador se había esmerado en cumplir con algunos detalles
expresamente recomendados, en especial en lo atinente a su ex esposa, pero él
obviaría la naturaleza de la adaptación,
y esta sería su versión de un tiempo cuyo original no le quedaba tan cómodo.
Ninguno de sus hijos residía
en lo que ahora era el país y, ya también centenarios, contaban con su propia
descendencia como compañía. Los hijos de sus hijos le visitaban de tanto en
tanto en su paso por la ciudad, pero estaba perdido el lazo que las vivencias
en común antaño proporcionaban. El vínculo de sangre no es suficiente estímulo
para el amor. A su edad se sabía por la práctica lo que la genética no incluye
en sus estudios: los genes no llevan en su bagaje de información el afecto
hacia quien los transmite. Es el contacto armonioso quien lo hace, por una o,
tal vez dos generaciones, cuanto más, luego también esto se diluye; al igual
que el recuerdo.
Por razones de privacidad,
solo uno de los integrantes del personal afectado a los programas realizaba la
aproximación con el cliente y se encargaba de preparar el equipo según sus
deseos. Sin embargo, no bien el individuo perdía el contacto sensorio con la
realidad del laboratorio, era obligatoria la presencia de un profesional
psicocardiólogo quien debía estar presto ante cualquier emergencia que se
presentara. Esto formaba parte de las normas habilitantes del servicio, pero el
monitoreo automático del equipo respondería a cualquier eventualidad con una
presteza y eficiencia muy superior a la que
cualquier especialista humano pudiera ejercer. De hecho, y como ejemplo
extremo, era del todo imposible que se pusiera en peligro cualquier vida bajo
su infalible atención, el riesgo radicaba en consecuencias que excedieran lo
meramente somático para entrar en sectores más sutiles de la naturaleza de la
raza. Hacía algunos años que se había dado al conocimiento público la
existencia de ciertos campos de fuerza que rodean al cuerpo físico, así su
estrecha vinculación con los sentimientos y pensamientos del individuo. Estos
sectores invisibles del ser, bien podrían verse dañados por emociones violentas
o situaciones que excedieran la tolerancia psíquica. Si bien su preservación y
cuidado mediante la aplicación del programa de salud global, había sido uno de
los factores que permitieran duplicar el promedio de vida, el acceso a estos
campos no se contaba aún dentro de las posibilidades de máquina alguna, razón
por la cual se encontraba expresamente prohibida cualquier experiencia extrema
dentro de los laboratorios de la “Dreams Come True Company”.
La terapia posterior a todo
proceso indicaba un minuto de sueño natural antes de ser suavemente llamado a
la realidad por el programa. Durante ese lapso, en el que continuaba el
monitoreo de rigor, el contralor de salud debía ausentarse de la sala.
Cada asunto humano requiere
de cierto ritual y la adecuada ambientación para lograr de él su mejor y más
placentero resultado. Nuevamente sentado en la oficina de programación y
consulta, el anciano, sumamente satisfecho por la reciente experiencia, trataba
de exponer al conductor su idea para la segunda y más importante “VOI”
(Vivencia Onírica Inducida). Sobre este particular no lograba explicarse
debidamente o, tal vez, su interlocutor se mostrara renuente a brindar la
necesaria voluntad para comprenderlo.
La “Dreams” aseguraba en la
publicidad de su servicio, que nadie podría retirarse disconforme con el mismo.
La oportuna llave de este lema le abrió al cliente, aunque más no fuera, la
puerta de la silente atención del encargado de la sala, quien escuchó pacientemente
el increíble proyecto, ahora expuesto en forma más detallada.
-Los primeros modelos de
esta serie de equipos-, recomenzaba la alocución, -fueron de uso restringido y
casi excluyente posesión de los especialistas en investigación de delitos.
Dadas sus prestaciones, reemplazaron al anterior polígrafo en la función de buscadores
de la verdad dentro de la memoria de los procesados, quienes podrían
voluntariamente someterse a su examen. El estudio consistía en una prolija
revisión de los hechos que pudieran hacer al delito en asuntos,
consecuentemente el aparato, lejos de inducir fantasías, ayudaba a revivir
puntuales situaciones del pasado. En la genética de la máquina está
latente la función de sugerente acompañante de una mente en su sentida experiencia
volitiva-. Justamente era eso lo que el anciano pretendía ahora de ella, solo
que en lugar de dirigirse hacia el pasado de la conciencia lo haría en
dirección a su futuro, e independientemente de si allí esta conciencia poseyera,
o no, cuerpo físico. Lo que lógicamente sería indispensable para ella, es que
ese cuerpo estuviera realmente en funciones para cuando lo necesitara como
receptor y transmisor sensitivo. -Dentro de su mente envasada-, continuó
el hombre, -existe una amplitud tal, que es capaz de aceptaciones del todo
antinómicas; esto desde el momento en que carece de la limitación conceptual
del humano-.
El expositor demostraba una
habilidad argumental sorprendente, acompañada esta de un evidente conocimiento
de las posibilidades de la unidad en servicio. Él sabía que el diseño del
actual programa basaba sus alternativas apoyado sobre el deseo consciente del
usuario y, que gran parte de las situaciones que este vivenciaba, eran producto
de su personal improvisación, aunque siempre dentro de la prevista ensoñación a
que se sometía. -Todo es experimental-, le decía ahora el anciano, -no existe
un producto terminado dentro de este campo. El mismo elemento inanimado utiliza
lo aleatorio, que sí existe en lo que sería su esencia, para ejercer ciertas posibilidades
que podríamos llamar “evolutivas”. Este efecto no previsto se desarrolló luego
de incorporarse la fantasía a su estructura, con eso cayeron por tierra muchas
de las precisiones que antaño lo regían.
A estas alturas es el mismo aparato quien alerta sobre el corrimiento de
los límites en sí mismo; cosa qué, usualmente, origina la creación de otro
modelo a diseñar sobre este molde. Veamos ahora si existe algún riesgo en
intentar una experiencia sobre la misma dirección pero en sentido temporal inverso,
y me permito adelantar mi conclusión: absolutamente ¡NO!. Sería solo un
esperanzado desafío al sistema para que este opere dentro de los difusos
límites que hemos considerado. En esto él cuenta con el material necesario para
realizarlo: mi voluntad en el emprendimiento y “su recuerdo”, elementos de los que se ha de nutrir para
apoyarme allí donde deseo que lo haga. Eso sí, sería necesario eliminar algunos
factores, remanentes de su antigua estructura y que pudieran contener excesiva
rigidez, de forma tal que el nutriente de información sea yo mismo -.
Para sus adentros, el
técnico compartía la opinión de quien así arguyera, no obstante este sería un
acto anómalo y algo de lo poco en que debía emplear su personal criterio,
consecuentemente si alguna alarma se produjera, esta quedaría registrada
automáticamente siendo único responsable, y sopesada mas tarde la magnitud de
su decisión.
Finalmente la última andanada del
orador hizo trizas los bastiones de la precaución edificada ante su temor de
caer en “un error de procedimiento”. El hombre que tenía frente a sí le
extendió la grabación con los estudios realizados por el Sistema Voluntario de
Previsión de Expectativas de Vida. En su conclusión el “SVPEV” predecía un tope
de tres meses para el solicitante, con un margen de error de 0,5 sobre 100, la
máxima seguridad que ese organismo preveía para sus resultados.
Los siete años de ahorro
sobre la ajustada “subvención a la madurez” estaban por terminar de
justificarse ampliamente. Por cierto muy a tiempo.
Ahora el trabajo debía centrarse en
saltar por encima del esquema que planteaba la rutina de la máquina. Para ello
solo se tomarían algunos rudimentos, con la intención de engañar parcialmente
al sistema, llevándolo a seguir un programa fronterizo del tipo cuántico donde,
fijados los extremos, el medio queda librado al dinamismo del pensamiento y
deseo del sujeto al cual acompañaría sin las habituales inducciones.
Descontando que la prueba sería tomada por el aparato como otra de las
habituales fantasías y, obviando la posición temporal, se fijó como punto de partida “un momento” en el cual la conciencia
escapara definitivamente de su cuerpo físico, e independientemente de la
vitalidad que en este, efectivamente, se estuviera verificando.
Todo el proyecto se apoyaba en la
esperanza de que el confundido sistema siguiera a la energía emergente de ese
cuerpo liberada. Ambos lo sabían, tanto como que el esfuerzo no sobrepasaría el
nivel de un intento, así el éxito o el fracaso de la prueba quedaba fuera de toda
previsión.
Recostado nuevamente sobre
el sillón y ajustados los sensores, el navegante aceptó la relajación muscular que se le sugería y,
atento al siguiente paso, tomó decididamente la delantera proyectándose a un
lejano futuro. La situación se tornó inasible para el desprevenido equipo que
entró en fase de “advertencia”, luego de un terrible instante de incertidumbre recapacitó,
buscó alternativas y finalmente se lanzó tras la mente que parecía escapársele.
Si bien todo esto solo duró un escaso segundo, fue suficiente como para
conmocionar al operador y alertar a la psicocardiológa de turno, cuyo
cuestionamiento se vio silenciado por el grito de entusiasmo del técnico, al
observar que la mayor dificultad prevista para esta experiencia se estaba
superado con éxito Pese a lo impuntual y
confuso del panorama que se le exhibía, la máquina estaba encontrando dentro
del campo cuántico las huellas que una humana voluntad dejara a su paso por ese
mundo de infinitas posibilidades.
En un pliegue del tiempo,
desde al cual se dirigían, el sujeto había ya dejado la vida física, ahora
ambos, conciencia humana y sistema cibernético, se encontraban en un futuro,
desconocido por propia definición, y en un medio donde la anterior experiencia
de nada valía y debía construirse nuevamente según las circunstancias se
presentaran.
Desde el laboratorio, el
experto en el equipo y la especialista en humanos, temerosos y
fascinados, contenían el aliento observando el instrumental de uno y las
reacciones del cuerpo del otro.
La duración de la prueba en
sí, se había estimado en un máximo de tres minutos, teniendo en cuenta el
tiempo que al aparato le tomaría adaptarse y construir sus decisiones en esta ignota área. Transcurridos
los primeros cuarenta segundos las cosas comenzaron a complicarse, los signos
vitales del anciano se observaban en paulatino descenso, de sus ojos brotaban
abundantes lágrimas que le corrían por el rostro mojando las almohadillas de
los brazos que lo sostenían, y las indicaciones del tablero se tornaron confusas.
El programa de auxilio jamás
permitiría ninguna anomalía sobre el cuerpo encomendado a su cuidado.
Curiosamente el sistema se encontraba trabajando con la conciencia de un hombre
que ya había muerto en lo virtual, en tanto atendía que en esta realidad nada
le ocurriera a su vida.
Finalmente el operador
indicó que entraban en “los menos sesenta segundos”, justo al momento en que se
activó nuevamente la fase de prevención, si continuaba la curva descendente en
la sintomatología del viajero el lector automático pediría la intervención del
procedimiento de auxilio. El proceso comenzaría con la inoculación de
medicación en el sistema sanguíneo, en tanto tomaría el mando del ritmo
cardíaco y la irrigación cerebral, para hacerse luego cargo del buen funcionamiento
del resto de las funciones de órganos y sistemas que pudieran presentar algún
peligro.
Y, sobre esto, la situación
afectó igualmente al sistema nervioso de los observadores, quienes comenzaron a
plantearse la posibilidad de interrumpir la experiencia. Esa extrema
alternativa solo en muy pocos casos fue usada anteriormente, como poco lo fue
la intervención externa una vez comenzado cualquier proceso. Abortar una
proyección significaría prescindir de las etapas de descenso paulatino,
readaptación, y sueño de ingreso; lo menos que podría ocurrir era el despertar
del sujeto en medio de una aguda neurosis. El riesgo era demasiado grande,
esperarían unos instantes empujando con su deseo el paso de los segundos que
restaban.
Para alivio de los presentes en la sala del laboratorio, finalmente se
activo el indicador de retorno, cumplido ya el periodo programado para la
trayectoria. Las actividades siguientes demandarían unos dos minutos, cuanto
más, y esta pesadilla habría terminado. Pero lejos de producirse la prevista
secuencia que traería de vuelta a esa conciencia aventurera, la máquina se
estacionó en esa fase y el tablero indicaba un nuevo desorden sin información
sobre su causa. No obstante este extraño estado de la parte motriz encargada del retorno, el inconsciente cuerpo
sobre la camilla continuaba relativamente estable, según lo mostrara la lectura
correspondiente.
Agotado largamente el lapso
otorgado a esta etapa, todo permanecía igual y sin aparentes signos de cambio.
Aún en su desesperación el operador tuvo la intuición de presumir cuales eran
los reales motivos que ahora estaban produciendo el retraso. Retraso que, de
ser cierta su sospecha, podría prolongarse indefinidamente. La situación,
cualquiera fuera, se desarrollaba fuera del tiempo de trayectoria lineal, ya
había escapado de esta limitación y la ponderación de este factor bien podría
ser inversa a lo que ocurría en las fantasías inducidas. En otras palabras, si
el protagonista de este evento deseaba permanecer solo unos segundos extra en el
estado en que se encontraba, eso tal vez significaran años en la relatividad de
la cual hubo partido; más aún, si él fuera el anciano, no volvería para sufrir
una muerte, sin dudas menos grata, tan solo dentro de tres meses, simplemente
cortaría toda conexión desoyendo los llamados de la máquina.
Casi a los saltos se lanzó
hacia el cuerpo del anciano y acercándose a su oído le suplicó desesperadamente
que volviera, pero no ahora, ahora ya sería demasiado tarde para ambos.
Su loca carrera se originó
al comprobar que tanta dilación en el programa, había provocado la intervención
de “La Madre ”,
nombre por demás significativo con el que se conocía a la inteligencia central
automática de “La Dreams ”.
La investigación de esta sobre el desconcierto del sistema en peligro les daría
unos segundos de ventaja, quizá cinco, tal vez diez segundos, cuanto mucho. Una
vez vista la delicada situación, “La
Madre ” interrumpiría el proceso, el cuerpo sería reactivado y
la conciencia ausente obligada a volver de cualquier medio en el que se
encontrara. Debería regresar respondiendo al primer llamado que el sistema
le lanzara en su momento, debería hacerlo antes de ahora.
El emplazamiento, en
apresurado torrente de palabras, le fue trasmitido al cuerpo que yacía inerte
en la sala donde se desarrollara el drama. Era todo lo que se podía hacer, el
conmocionado operador especulaba con la posibilidad de ser realmente escuchado
por el destinatario del recado, solo cabía orar y esperar el resultado de su
tentativa. Él tenía en claro que el desarrollo de las secuencias que se
denomina tiempo, responde a un ritmo, dirección y velocidad de forma
excluyentemente local, una medida válida solo para la superficie
planetaria. Esa era una realidad incuestionable ya ampliamente probada, lo que
nadie podría afirmar, más allá de la presunción teórica, era que en estratos
superiores se podría maniobrar a voluntad esta dimensión en más de un sentido.
Una instancia paradójica se daría en caso de que así ocurriera, pues siendo las
cosas de esta forma él jamás lo supiera, ya que todo volvería a una situación
anterior. Siendo esta solo una de las infinitas vías alternativas no tomadas
por la cambiante realidad. Eliminada la causa no habrá efecto que la subsiga y
nada de lo ocurrido luego de la indicación de “activado el retorno” sería
recordado, simplemente porque nada de eso habría sucedido.
“Para alivio de los presentes en la
sala del laboratorio, finalmente se activo el indicador de retorno, cumplido ya
el periodo programado para la trayectoria. Los procesos siguientes demandarían
unos dos minutos, cuanto más, y esta pesadilla habría terminado”.
En tanto se efectuaban los
pasos que antecederían al despertar de la conciencia vuelta a su cuerpo, la
médica se ocupaba de la rutina de verificar el estado de este último haciendo
la correspondiente lectura de la información a su disposición. Con extrañeza
pudo comprobar que la suma del examen presentaba un cuadro de recuperación
realmente notable. Con excepción de un más lento, pero inusualmente exacto,
ritmo cardíaco, el resultado de los análisis del sistema mostraban signos que
superaban cualitativamente a los tomados en inicio de la prueba. Lo particular
de esta observación radicaba en que este estado del individuo continuaba en una
constante ascendente según se acercaba la hora de su despertar. Tras un fallido
intento de compartir lo asombroso del descubrimiento con el operador de sala,
visto que este, entre agotado y confundido, le negaba su atención, debió
alejarse del laboratorio en fiel cumplimiento de las normas y sin poder
continuar la indagación.
-Bueno hijo, no creo que
todos los sistemas computados del mundo trabajando juntos hubieran logrado
traerme de vuelta, por más que tuvieran un viejo cuerpo con algo de vida remanente
como rehén. Bien sé que, por ahora, no lo entenderás, pero solo he regresado
porque te lo debía- Las primeras palabras del anciano desconcertaron aún más al
técnico, quien evidenciaba las consecuencias de los hechos “que nunca
ocurrieron”. Lo que este aún desconocía es que cierto recuerdo emocional
permanece en un tiempo de mayor amplitud que el mero segmento que capta nuestra
mente barrial. De cualquier forma, y cumpliendo con las formalidades del
protocolo, dio la mejor bienvenida de que fue capaz
El hombre recién vuelto a
casa se encontraba lejos de sentirse en ella. No obstante el resultado de su
viaje había sido, aunque para él no hubiera finalizado, algo ejercitado más
allá de cualquier parámetro conocido o imaginado; escapando en mucho a la
comprensión de cualquier razón humana. Prudentemente se abstuvo de todo
comentario, limitándose a agradecer extensamente la colaboración del operador
sin cuya aceptación jamás lo habría logrado. Ahora sabía lo que muy pocos
congéneres tenían por conocido, sus conceptos fueron totalmente removidos por
la experiencia y, en reemplazo de los mismos, se encontraba presente una
importante cuota de sabiduría. Caídos los burdos muros culturales, una humilde
sensación de gran poder, amor, y eternidad fueron recuperados para siempre.
Esgrimiendo la excusa de
comprobar el estado psicofísico del protagonista del evento, la ansiosa
terapeuta reingresó a la sala en procura del relato que, suponía, se debía
estar produciendo a estas alturas del retorno. Ambos funcionarios de la
compañía recibieron solo una velada información por respuesta a sus insistentes
preguntas. –Allí de donde vengo cada uno es el auténtico producto de la
ecuación elaborada con su vida- les dijo el nuevo hombre, agregando antes de
marcharse: -Sería del todo contraproducente que tomaran como cierto algo que,
seguramente, a ustedes no ha de ocurrirles. La Verdad Es , nuestra
verdad se hace, y es individual-.
Si bien se sentía con
sobradas fuerzas como para descender por la escalera los largos cuarenta y
nueve pisos que le separaban de la calle, sensatamente optó por los servicios
del elevador. Sonriendo, aceptó en cada caso la propuesta que la grabación allí
instalada le sugería, saltando de dos en dos los escalones en todas las
oportunidades en que el aparato se detuvo. Afortunadamente no hubo indiscretos
testigos para tamaña rareza, él era el único ocupante de la cabina.
Filemón Solo
Filemón Solo