Cuentos de Filemón Solo

jueves, 27 de julio de 2017

AMISTAD

AAntes de entrar en el tema propuesto debo excusarme por presentar en esta narración una relación entre humanos que, según creo, no existe. Pues bien, es  esto solo una licencia que me he tomado, y según veo no será la última, y sospecho que tampoco hubo sido la primera, pues aquí no se descarta ninguna creencia, aunque no sea compartida por el autor
                                                                      
La primera aproximación se produjo en el fenecido grado escolar, que fuera denominado “superior”, hoy segundo grado, de la escuela Juan B. Peña, conocida entre el alumnado y vecinos de esa zona del barrio de Flores, como “El colegio de Trelles”, calle sobre la que se hallaba su entrada principal. A pocos días de comenzadas las clases, cuando todos los niños se encontraban disfrutando de sus juegos en el recreo, de pronto Jaime deja de participar y se lo pude ver corriendo desesperadamente en auxilio de un compañero de aula que se encontraba recibiendo una antojadiza paliza por parte de dos de los alumnos más altos y fuertes. Los abusadores, quizá asuntados por los gritos de Jaime que se acercaba a toda carrera, abandonaron su presa partiendo, muy probablemente, en busca de algún solitario pequeño para desatar esa intrínseca crueldad, esa que algunos niños traen a este mundo de vaya a saber uno donde.
Transcurría el cuarto día de clases, con el aporte de muchos compañeritos nuevos, aún no se conocían entre sí ni habían intimado debidamente. Jaime nunca supo qué lo impulsó a prestar ayuda a ese ignoto chico asustado y lloroso, él, un niño tranquilo y muy capaz de pasar desapercibido dentro del aula, había cometido un inusual acto de arrojo. Proceder este que le proporcionaría un incondicional amigo para el resto de su vida.
En tanto Ricardo, cubierto el rostro con sus brazos, solo comprendió lo ocurrido, cuando Jaime le brindó un pañuelo para enjugar sus lágrimas. No por la magnitud del hecho en sí, sino por la sorpresa ante la actitud de ese niño desconocido que vino en su auxilio, Ricardo supo que había encontrado un amigo para el resto de su vida
De ahí en adelante jamás se separarían unidos por una amistad casi patológica.
Favorecidos por la afinidad que se había creado entre sus madres, se veían casi a diario para dar cumplimiento a sus deberes (que lo de “tarea para el hogar” vendría mucho después), jugar en casa de Jaime, o en el enrejado balcón de Ricardo.
Así continuaron su estrecho contacto en el colegio de estudios secundarios, y en razón de sus horarios y exigencias se vieron obligados a guardar una mayor distancia entre sus encuentros.
Jaime cursaba sus estudios en el Colegio Industrial Otto Krause, en tanto que Ricardo lo hacía en el Comercial Hipólito Vieytes. Fue en este tiempo cuando, entre rabonas, y encuentros programados, se instituyó para siempre la costumbre de compartir una charla sentados a la misma mesa del mismo café.

Con sendos fracasos universitarios, Jaime pasó a trabajar con su padre en el comercio de artículos plásticos, en tanto Ricardo comenzó humildemente lo que sería una exitosa carrera dentro de una empresa multinacional.

Todos los viernes los encuentros en la mesa del café, siempre entre semanas el cruce de alguna llamada telefónica. Cada vez más cercanos no tenían secretos, así como uno no “debiera” tenerlos con su terapeuta, y para ellos no era sino eso, una excelente terapia de intercambio. Esto, sin duda, les ayudó a contar con un drenaje extra para sus sinsabores y disfrutar más sus alegrías
Ricardo se casó a los veintitrés años, aún muy joven y totalmente enamorado, en tanto la independencia de Jaime lo llevó por otros caminos, saltando de novia en novia, prefería aún más lo qué hoy denominaríamos como un Touch and Go.

Tontas aventuras, encuentros de tenis, las escapadas del trabajo para amigables competencias de tiro, confidencias, juicios varios sobre el público femenino que a la sazón transitara frente a la ventana del boliche, se convirtieron en los obligados temas de cada semana.

Sobre la misma mesa de ese café se volcaba todo el acontecer de los siete días de la semana por quienes, desde ya hacía décadas, venían puntualmente a tomar sus posiciones frente a frente, y frente a uno, dos o tres, humeantes pocillos de café.

Ya no eran los que antes fueran, nadie lo es, ahora con penas y poca gloria, no fueron sorprendidos por la vejes, la vieron venir, como veían venir a alguna belleza femenina, aunque en el caso no por el ventanal, sino por sus limitaciones y achaques, que respondieran fielmente a lo que indicara el calendario.
Siempre aquello que perdemos para siempre nos produce algún sentimiento que salta a poseernos: ira, incomprensión, añoranza, y muchos más de ellos a padecer, hasta la llegada de la resignación, acompañada de la tristeza de la ya asumida impotencia.

Puede que exista la eternidad, pero a Ricardo eso no lo conformaba. Su compañera de cincuenta años de matrimonio había dejado éste presente en medio de horribles sufrimientos. Solo la compañía de su buen amigo lo confortaba en algo; solo gotas de agua en el desierto, pero de no tenerlas hubiera enloquecido.
Ricardo tenía dos hijos, hombres de más de cuarenta años que vivían en el exterior del país y tenían su propia familia por la que afanarse.
Un viaje una vez al año para ver al viejo y las llamadas mensuales. Eso era todo.

Terrible costumbre la de esta cultura habituada a mirar siempre hacia adelante, poco hacia atrás, lugar olvidado, donde, a poco de buscar, encontrarían esa sabiduría escondida por pudor bajo un manto de senilidad. Pareciera que el anciano tiene algo así como una obligación de callar y no padecer ningún mal y, claro está, la de morirse rápido y sin ocasionar molestias.
La soledad de Ricardo se tornó insoportable, sobrevivía angustiado y decadente. Su corazón no soportó el mal trato y se hizo presente con una enfermedad coronaria con  futuro reservado.

Jaime, acostumbrado desde hacía muchos años a vivir solo, y pese a su pasado de hombre independiente y mujeriego, desde tiempo a sentía una gran soledad. La tristeza de haber dejado pasar a aquella que hubiera sido el amor de su vida a causa de su maldita infidelidad, lo mantenía acorralado contra la pared del arrepentimiento, inútilmente como suele serlo. Su salud acusaba los desarreglos y sufría problemas gástricos que, aunque él les restara importancia, lo mantenían muy delgado y con cierta aprehensión al momento de sentarse a la mesa para ingerir algún alimento. Por otro lado en nada le ayudaba el dolor de su amigo, por el cual había vertido más de una lágrima.
He ahí el estado de ambos, cuando Jaime trajo dentro a la escasa información de esos días, su diagnóstico médico; se le había encontrado un tumor maligno en el estómago. Quimioterapia, cuidados, e internación para recibir aquellos. Obvio pronóstico porcentual, ochenta sobre veinte en un por ciento cuasi definitivo.

Jaime y Ricardo lo estudiaron a diario durante un mes, lapso durante el cual Jaime acusaba una notoria desmejora, y Ricardo no le iba en zaga con sus frecuentes arritmias.

Bueno, que acordaron dejar esta vida en busca de algo mejor. Sí, ambos habían leído sobre lo inconveniente de este proceder y sus riesgos, que no debía ser una actitud a considerar, que ese comportamiento no era compatible con las enseñanzas de ninguna creencia religiosa, y demás, pero ellos decidieron no permitir que una voluntad ajena les inmolara en medio de un gran sufrimiento poco después.

No había mucho más tiempo para pensarlo o entrarían en esa espantosa etapa donde los médicos los mantendrían con vida a cualquier costo. ¡Ridículo! Una sobre vida de paulatina agonía. No, ya estaba decidido.
El lugar, el departamento de Ricardo. Guardaban aún las armas con las que compitieran en tiempos ya lejanos.
Cada uno pondría el cañón sobre la frente del otro, y a una señal dispararían al unísono, copia barata en papel madera, facsímil del manoseado, cuanto irreal, dicho, de “amigos hasta la muerte”. Sí que lo harían, en una demostración del libre albedrio.
Sentados en los cómodos sillones de la casa de Ricardo, degustaban un añejo whisky escoses que Jaime guardara en previsión de algún acontecimiento que lo mereciera. Gustoso, el paladar de Jaime recibía la espléndida bebida, pero cada sorbo era abonado con una intensa puñalada que se le clavaba en su deteriorado estómago. Ricardo lo miraba con afecto y compasión, ese afecto y esa compasión que no se puede cuantificar, y que brota desde algún lugar secreto del ser, demostrando nuestra incuestionable hermandad.

Los vecinos escucharon dos disparos con un segundo de diferencia.

Cuando las autoridades forzaron la puerta, se encontraron con un cuadro espantoso. Dos ancianos muertos tirados sobre el ensangrentado tapete del living.  

Uno de ellos mostraba un disparo en la frente y su arma con la carga completa, el tanto el otro, con un disparo en la cien, su arma exponía la falta de dos proyectiles en el cargador.

La deuda contraída en el recreo de “primero superior” había sido saldada.

                                                        Filemón Solo