Cuentos de Filemón Solo

domingo, 5 de agosto de 2012

REALIDADES

Quedamente se acercó al estacionamiento, ubicó el automóvil debajo de la tela de media-sombra, y comenzó a preparase para la jornada. Tomó del baúl del vehículo dos grandes bolsas plásticas conteniendo todo lo necesario; con ellas la vieja reposera y la ropa apropiada con la que mudarse, haciendo del interior del coche un práctico vestuario.

Cargado con todos los pertrechos avanzó valerosamente entre ciclistas recostados sobre un pasto común y espinoso, músicos solitarios, promotores de camisa y corbata que se habían dado otro día franco, caminantes octogenarios, demás humanos y muchos cánidos. Todos seres con los que no guardara ninguna afinidad.

Eligió un sitio más o menos apropiado. Más o menos equidistante entre unas muchachas que se doraban al sol en medio de gritos y pantalla solar, unos más o menos tipos que lucían sus vistosos slip junto a un potente equipo de música, y unos más o menos pescadores en busca de esos seres contaminados que el río suele alojar.

Sacó su lona verde, la infaltable reposera reparada a tornillos, sus libros, y el cuaderno de notas por si algo se le ocurría. Unos sándwich de miga, baratos y vegetarianos, harían su almuerzo de jornada no laborable.

Las pequeñas hormigas, que siempre gustaban de inyectar una sustancia urticante en sus pies, comenzaron la actuación de rutina. El repelente de insectos, si bien solo lograba refrescar a estos persistentes himenópteros, representaba la expresión reaccionaria de un ser en conflicto; un mero símbolo.

Debía ser cuidadoso con los elementos dispersos sobre el suelo, algunos ya habían demostrado sus filos, y otros, como las “hipodérmicas” abandonadas, podían representar un dolor bastante más prologado que el de un simple pinchazo. Tratando de no interferir con las tapitas de gaseosa, azarosamente engarzadas entre la vegetación, estiró la lona y sobre ella colocó sus pertenencias. Ahora a relajarse y disfrutar del cálido sol de primavera.

No bien concluida la refacción, generosamente surtida de agua tónica, tomó la posición “espaldas al suelo”, siendo esta la ideal para darse una siestita. Eso sí, en precautorio contacto táctil con el bolsito donde guardaba sus papeles, debidamente camuflado en envase de supermercado.

Rápidamente el pensamiento hizo evidente su ya declarada independencia y, libremente, tomó rumbo hacia aguas turbulentas.

Una inmediata media vuelta, la mano al bolsito y cierta porción de ansiolítico a la boca. Un rato más tarde ya estaba metido plenamente en ese mar de recuerdos y falencias; también ansiedades, solo que ahora algo atemperadas por el medicamento.

Por la calle interna de la costanera desfilaban lentos automóviles debidamente preparados según la intención de sus ocupantes. Pareciera que las damas, a las cuales pretendían impresionar, eran particularmente afectas a los espantosos sonidos que, a un increíble volumen, partían indiscriminadamente de esos altavoces rodantes.

Un conjunto de jóvenes de bien logrado mal aspecto, descendió de uno de estos lustrosos y muy bajos transportes, dirigiéndose certeramente hacia las vecinas niñas, quienes, muy gustosas, rápidamente entablaron conversación con los personajes. El caso es que estos con ellas sumaron afinidades, pero con los tipos de slip multiplicaron sonidos; los de ambos equipos, en un ensordecedor contrapunto de disparates musicales y vocales.

Pensó en cambiar de sitio, pero buen conocedor del lugar, ya lo sabía infectado de estas, y otras actividades igualmente reñidas con lo que él había ilusionado encontrar. Bueno, en realidad no con muchas esperanzas, solo que uno suele buscar denodadamente aquello que le es más necesario, y muchas veces el terreno no se adapta debidamente; quizá a causa de su multiplicidad de destinos. En realidad no lograba imaginar como sería ese medio en cuyo ámbito solo se permitiera el ingreso de gentes con urgencias de paz.

Campo al aire libre, claro, y expresamente vedado a jóvenes, futbolistas, niños, perros, corredores, usuarios de hipodérmicas, amantes del asado, amantes, parejas desavenidas, distorsionadores de la ajena armonía en cualquiera de sus formas, y....Ya con el cuaderno en mano detuvo el lápiz 0,7mm para pensar un poco. ¡Habría que prohibir la lluvia, las hormigas, los retorcijones de estómago, la temperatura inapropiada, las visitas, los vendedores ambulantes, los ambulantes no vendedores, y demás molestias reales o potenciales!

No, esto no resultaría ser algo viable, no por el momento, dadas las pocas posibilidades que cualquiera pudiera tener de controlar todos estos imponderables. Por ese lado no encontraría la respuesta a su deseo. Quizá el problema no pasara por el lugar, sino por otra cosa.

Ahí va otro mg de Bromazepan, a ver si ese golpeteo del músculo cardíaco se atempera con él.

Renunciando a hallar alguna posición indolora, así tendido sobre el suelo, recurrió a la previsión de la silla playera. Desde esta nueva perspectiva, observó como la poseedora de esa rubia cabellera con graciosos rulitos, aceptaba la invitación del pálido conductor que minutos antes hubiera detenido la marcha de su automóvil, allí, justo frente a ella. La distracción, y sus conclusiones al respecto, partieron junto con la rubia de rulitos y el descolorido seductor con rumbo presumido.

El episodio le hizo cavilar acerca de su propia y delicada situación con otra rubia de graciosos rulitos. Cosa esta que, totalmente opuesta a su deseo para este día, le produjo una copiosa descarga de adrenalina, ácido gástrico y hormonas, en alternantes proporciones y según cada imagen en recuerdo. Un nuevo manoteo al bolsito, lamentando el curso de ese, su único día franco tan esperado en la semana.

¡Ya basta de estas cosas! Decidido, abrió uno de los libros en un intento no muy optimista de buscar consejo en la ajena sabiduría. A poco se le iluminó el rostro, esto le venía justo a la medida. El párrafo rezaba: “Nuestro cerebro no reconoce la diferencia entre realidad y fantasía. Si usted imagina detalladamente un hecho cualquiera que involucre factores emocionales, este órgano (el cerebro) producirá la correspondiente segregación de sustancias endógenas, tal y como si estuviera experimentando verdaderamente el acontecimiento”. ¡Aja! esto es lo que pocos momentos antes le ocurriera al recordar a “su” rubia de rulitos. Ahora él estaría al mando, cerró los ojos, desconectó el piloto automático, y se dispuso a navegar hacia los cielos de la ilusión.

Pretendió elaborar una visualización de armonía y plenitud; en cuyo fracaso rápidamente comprendió que solo se puede crear una fantasía con materiales conocidos. ¡Bien, ahí vamos nuevamente! Dándose aliento recomenzó el ejercicio.

Con muy poca originalidad, trabajosamente fabricó una casa de troncos junto a un tupido bosque, se vio a sí mismo joven y fuerte cortando leña, mientras una hermosa, amable, y atenta mujer, le llamaba cariñosamente para tomar el té con pastel de frambuesas recién horneado. Largo rato anduvo por esos parajes protagonizando un sinfín de aventuras hogareñas.

Cuando el frío del atardecer le sacó de su ensimismamiento, se sentía realmente contento. –Bueno-, se digo, -al fin y a la postre “Si el cerebro no reconoce la diferencia”, no seré yo quien se la haga notar-, y silbando una tonada de los sesenta guardó sus bártulos emprendiendo el regreso. Cierto que no a un hogar de troncos, ni de ninguna otra cosa, pues eso era algo que ya no tenía.


Al llegar mañana al trabajo sus compañeros le dirían: ¡Hay que ver, que tipo tan afortunado, sin compromisos anda de parranda, y vuelve muy bronceado de sus correrías!



                                     Filemón Solo