Cuentos de Filemón Solo

martes, 15 de mayo de 2012

CUCA, la Historia de

Primera parte

La Invasión


Habían transcurrido ya dos años desde aquellos primeros síntomas alarma. La lógica teórica del paradigma académico aún rechazaba la evidente realidad. Los brotes de la invasión florecían, mal que a los doctos les pesara, al unísono y en todos los sitios a la vez. Y esto significaba que los lugares civilizados y ordenados se encontraban a la par con aquellos carentes de los más elementales servicios sociales de recolección de residuos, cloacas y atención sanitaria. ¡Algo realmente inaceptable!

Sin respeto alguno por normas establecidas, ni por las tan cuidadas fronteras, la plaga continuó avanzando ganando, paso a paso, las áreas menos pobladas, las zonas marítimas y las de mayor altura, así como otros lugares donde nunca antes habían osado aproximarse ni sus más alocados especímenes.

Los municipios y asociaciones vecinales de lucha primero (allá donde los hubieron tenido), los gobiernos provinciales y nacionales (que siempre los hay), intentándolo más tarde, fracasaron de lleno luciendo graciosamente su inefable batería de productos tóxicos en distintas presentaciones y llamativos envases. En vista de lo cual se nombraron voceros oficiales, quienes, a falta de resultados, ilustraban a las personas del común sobre cómo debían proteger sus hogares, lavar a sus hijos o abandonar el desagradable hábito de fumar: los clásicos paliativos del fracaso.

Simultáneamente (o no, según el caso) fue solicitada la participación de los expertos, quienes “bajaron” a la información pública la más amplia gama de teorías con que entretenerse. Siendo aquella que fundamentaba su hipótesis en un desequilibrio producido por la elevación de la temperatura planetaria, la ganadora del mayor número de adeptos; y la mas publicitada también. Lo que de ninguna manera quedó en claro fue la causa, y causantes, de tal anomalía.

Pudiera ser que a consecuencia, o no, de esta singularidad climatológica -aunque se sospecha de motivos más personales que globales-, también hicieron su interesada aparición en escena esos inefables personajes que son salsa y condimento de toda confusión: los infatuados “idiotas inútiles”, tal se los conoce en la ilustrada jerga popular, dejando oír sus consabidos plañidos acusatorios. Los unos hacia la falta de previsión y asistencia con que los países pobres marginaban a los desprotegidos habitantes que vivían en la indigencia. Otros, lanzando sus dardos (algunos verdes y otros rojos) con destino a las naciones industrializadas, responsabilizándolas por casi todo de lo que fueron culpables. Evidenciando con esto una situación por demás alarmante, pues al estar en lo cierto, la verdad queda en poder de los idiotas; y es bien sabido el peligro de esta posesión dada su congénita incapacidad de hacer un buen uso de ella.

De un elemental esfuerzo analítico se infiere que, si alguien tarado con la parcialidad hace tenencia de la razón, es porque la ha encontrado extraviada y sin dueño; habida cuenta de su invalidez de criterio para conseguirla por sí mismo. Pero esto ya involucra un campo ajeno a nuestra historia.

Sea por la causa expuesta, por las que se obviaron, o por  alguna  foránea  maldición galáctica -posibilidad esta que, no obstante ser algo “lejana”, contaba por su propio mérito con un buen número de creyentes-, la plaga alcanzó, tal ya lo hemos expuesto, los más apartados rincones de la tierra (pues de este cuerpo celeste nos estamos ocupando), y las asquerosas cucarachas brotaban, incontenibles, de sumideros, rejillas, sedes políticas, drenajes, cloacas y cuanto conducto conecta el mundo de los humanos con el suyo propio.

Todo lo cual constituía un acontecimiento realmente notable y único en toda la historia conocida -sobre la desconocida es muy poco lo que se puede decir-. Las asquerosas “periplaneta orientalis”, ”blátidos” y demás, se reproducían de una manera descomunal, no habiendo ya producto insecticida que las afectara. Esto último en cuanto los dictiópteros, que no así a nuestros congéneres, quienes se agolpaban desordenadamente frente a las salas de emergencia de los nosocomios – junto a los invasores, claro está-- en procura  de remedio a la intoxicación producida por la indebida inhalación de estos químicos.

Alarmante era también la consecuencia psicológica de la catástrofe. A poco la gente se negaba a salir de sus casas, solo los padres de familia lo hacían y exclusivamente para procurarse los más necesarios alimentos. Los ancianos, indigentes y demás rarezas sociales representaban, tal solían serlo, un grave problema para la autoridad constituida que debía sustentarlos. Los pocos que aún mantenían con su trabajo el funcionamiento de los servicios públicos, lo hacían pisoteando una espesa sopa de asquerosas cucarachas, cuyos integrantes respondían prontamente devorando piadosamente a sus congéneres siniestrados.

En vista de la desesperante situación reinante, los gobiernos decidieron hacer algo al respecto, y para una mayor efectividad en el proceder, resolvieron unirse en el intento. Por tanto se sentaron (ya que de pie es incómodo e impropio) a la mesa de las deliberaciones para, entre otras cosas, estudiar a fondo el asunto y poner en práctica la mejor de las soluciones.

Se nombraron una cantidad no trascendida de comisiones investigadoras con la misión de descubrir el origen de tamaño desacato al orden natural. Obviando, claro, el que este había sido subvertido desde mucho tiempo atrás, por los representantes constitucionales, y de los otros (que también los hubo), y sus ocasionales asociados, de casi todas las naciones del orbe. Verdad es, que con la notoria excepción de algunas de ellas, quienes no lo lograron por falta del necesario presupuesto,- no cejando, empero, por ello en su empeño-.

En tanto los eruditos de las más *prestigiosas universidades y fundaciones del mundo se cuestionaban sobre la cuestión, los lujuriosos blátidos continuaban divirtiéndose en el acto de reproducción; esto sin ningún recato ni respeto ante los notables que los observaban -no sin cierta nostalgia-.

Los dictámenes fueron llegando hasta la sede de la C.I.(S.F.D.L.) P.L.L.C.L.A.C. Sigla mediante la cual, una ingeniosa síntesis resumía lo siguiente: “Comisión Internacional (Sin Fines De Lucro) Para La Lucha Contra Las Asquerosas Cucarachas”, organismo que, curiosamente, fue apodado excluyentemente “CI”. Y lo iban haciendo portando cada uno de ellos sus propias conclusiones sobre el fenómeno en asuntos.

Los hubo bien y mal documentados; precisos y aburridos unos, poéticos y pintorescos otros. Pero, como corresponde, se otorgó el mayor crédito a los más puntuales y técnicos; destacándose en especial dos de ellos, con los subsiguientes y particulares atributos: del primero se podía deducir claramente su fecha de emisión y, además, poseía un glosario de trescientas fojas. En tanto el otro, que había despertado grandes expectativas, fue finalmente dejado de lado al comprobarse que lo que lo hacía incomprensible no era su caudal de tecnicismos, sino la lengua en que se encontraba escrito, y de la cual no se había previsto traductor alguno.

Si bien el aporte lucido (no confundir con lúcido) de conocimientos fue ponderable, no se logró concluir sobre el origen del mal en estudio. Quizá algo tuviera que ver la premisa impuesta “a priori” por los congresistas, que rezaba: “ningún gobierno, agencia, empresa o corporación, tuvo, tiene o tendrá nada que ver con estas cuestiones”. ¡Vaya uno a saber!



          La sede de la “C.I.” estaba alojada en las oficinas de un raro organismo denominado  “ Naciones S.A.”, entidad que agrupaba a representantes de los circunstanciales gobiernos de algunos pueblos, creada, en su momento, por los circunstanciales mandatarios de los países más ricos, y no circunstancialmente mejor pertrechados. Más claramente expresado: “un ente multinacional,  con cierto poder mundial, y algunas realizaciones en asuntos prácticos y humanitarios, pero expresamente dirigido a lo político, según criterio y conveniencia de los descendientes de sus creadores”. Dependencias estas debidamente situadas en N.Y., iniciales correspondientes al olvidado nombre de un extraño poblado, al que podríamos aludir (en caso de recordar) como: “Cuzco del Norte” u “Ombligo de ese Mundo”. Lugar donde sobrevivían felizmente hacinadas, cantidad innumerable de personas, y ubicado en las cementadas praderas de un páramo de América, en su sector norte.

Allí se hallaban reunidas, y abrumadas por el peso de tamaña responsabilidad, las mentes más esclarecidas de la civilización, y…dudaban. Dudaban, y por cierto con mucha elegancia, pero ya no sobre la posible solución del problema que las hubo congregado, sino en lo que hacía al texto más apropiado para el comunicado a verter sobre la ansiosa opinión pública mundial, que, como siempre impaciente, aguardaba inquieta la sabia palabra de sus líderes.

El equipo de sociólogos especialistas en comunicación de masas había presentado, luego de concienzudo estudio, dos textos que marcaban otras tantas alternativas posibles para tal fin; a saber: Comunicado a) La “C.I. etc.” Luego de recibidos los informes pertinentes sobre el asunto que nos aqueja y en vista de la grave implicancia e inusitado alcance del problema, ha decidido, en pleno uso de los poderes que le asisten, tomar, a la brevedad, una rápida acción contra el enemigo que pone en riesgo nuestra supervivencia como especie, y consecuentemente la de las futuras generaciones humanas.   

Comunicado b) La “C.I. etc.” Recibidos los pertinentes informes relacionados con el asunto que nos aqueja y en vista de la grave implicancia e inusitado alcance del problema, ha decidido, en pleno uso de los poderes que le asisten, tomar a la brevedad una rápida acción contra el enemigo que pone en riesgo la supervivencia de nuestra especie, y consecuentemente la de las futuras generaciones humanas.

Luego de algunas semanas de estudio, teniendo en cuenta factores tales como: la psicología regional, la capacidad de aceptación, el potencial de sufragio, el consumo de hidratos de carbono per-cápita, etc. etc. se resolvió, en votación dividida, la emisión del comunicado b), en idiomas: Ingles, Sánscrito y Sumerio; para una más amplia comprensión.

Lamentablemente, esta impredecible raza, a la que los heroicos paladines pretendían salvar con su proverbial osadía, haciendo honor a esa característica (la de impredecible) reaccionó desfavorablemente; aunque, bueno es destacarlo, solo en porcentaje aproximado al 80%. Aunque, y según más tarde se supo, el 20% restante se encontraba demasiado ocupado manoteando en propia defensa, como para ocuparse de de ningún otro asunto.

Ante esta evidente falta de apoyo popular y, teniendo en cuenta la absoluta carencia de soluciones -y menos aún de alternativas- los conspicuos integrantes de la “C.I.”, en un honroso gesto, decidieron en pleno, renunciar a sus cargos y funciones. Afortunadamente la resolución de esta altruista actitud – los puestos eran honorarios- se vio indefinidamente postergada, a causa de que siendo ellos mismos las máximas autoridades mundiales, no se encontró ante quien “elevar” las susodichas dimisiones. Por otro lado, y esto basándose solo en trascendidos, se sospechaba sobre la falta de interés por parte de los mismos funcionarios, de salir a las calles; donde y pese a la proteica sopa de insectos que las cubría, miles de manifestantes aguardaban pacientemente a sus líderes.

Se los recuerda equipados con prácticas botas de material sintético provistas de unas refinadas solapas adosadas a la caña del calzado y terminadas en vistosos flecos. Elementos, estos, que impedían el ascenso de los invasores al resto del cuerpo, el cual a su vez, estaba cubierto por una cómoda malla tramada en hilo metálico, ligeramente apartada de la piel de quien las vistiera, por mediación de unos separadores plásticos adheridos a la indumentaria del afortunado, indispensable aditamento para evitar el contacto directo con las periplaneta voladoras.

Si allí permanecían, era solo para hacer presente un incondicional apoyo a sus conductores, tal la versión oficial no confirmada. No obstante lo cual, de algunas actitudes de los ciudadanos, así como de los objetos que en sus manos portaban, pudiera surgir la sospecha de cierta animosidad y descreimiento hacia los perínclitos estadistas. Situación esta del descreimiento, que a poco pudo ser confirmada a juzgar por el oscuro desanimo que cundiera entre las gentes, evidenciándose en la multiplicación de exitosos intentos de suicidio.

Una apocalíptica frase fue transmitiéndose de boca a odio, de parlante a oído, de letra a ojo: ¡NADA SE PUEDE HACER!


CONTINUARÁ