Cuentos de Filemón Solo

martes, 10 de julio de 2012

¡EL TERRIBLE FINAL DE LOS TIEMPOS!

-Sí, tenuemente fui percibiendo mi propia existencia. Principios que ahora me parecen absolutamente elementales tales como: “amarse”, “aceptarse”, “hacerse feliz”, “abstenerse de todo juicio” y “tratarse con merecido respeto”, entre otros, comenzaron a adquirir una notable automaticidad  en cada situación del vivir cotidiano. Así en poco tiempo logré reconocerme, tal vez recordarme, en la apreciación de otra imagen de mí mismo. No sé si esto contesta su pregunta, pero los enunciados expuestos sintetizan la aceptación de una figura básica ocasionalmente extraviada en nuestro concepto del ser.-
< ¡Ah!... Todo relacionado con la autoestima>.
-Quizá no sea solo eso, sino más bien concederse un trato que hemos olvidado, junto con quienes somos-. – En cuanto a la “autoestima”, ese término propone una tenue caricia allí donde es necesario un estrecho abrazo y, sin duda,  incluye la misma dualidad que he descubierto en las anteriores expresiones -, agregó con picardía.
<No hay dualidad, es todo concerniente a una psiquis individual>. El comentario fue como tocar pintura fresca, al notarlo ya es tarde. No volvería a opinar.
-“Amar-se”, “aceptar-se”, “hacer-se”, “criticar-se”, “tratar-se” y “autoestimar-se” son términos envolventes. Refieren a la atención, e intención, de alguien sobre su persona. Pero, no hay ojo que pueda observarse a sí mismo, a menos que sea por su reflejo-.
El funcionario lo miró en silencio durante un instante, luego le pidió que continuase el razonamiento. –Mire usted-, le respondió el aludido, - Esto es como un hueco donde solo cabe una ficha. No hay en ello lucubración alguna, se trata de advertir que algo preciso viene faltando-.
<Intente colocar usted la pieza que corresponde>, fue la controlada respuesta.
No era esta una entrevista convencional, quizá se aproximara más a una sesión de filosofía que a cualquier otra cosa. De hecho correspondía a una mal disimulada investigación que, con otros títulos y excusas, se le realizaba a aquellos que habían notado que ya poco les cuadraba, los recientes renegados de la aceptación generalizada.
La indagación respondía al proceder de esos humanos que, sorpresivamente,  habían dejado de ser “similares”; “los de la vereda de enfrente”, solía decir el funcionario a cargo. Estos sujetos, que sabían de antemano qué cosa causaba esa conducta oficial, la aceptaban de buen grado en un intento individual de propiciar alguna reacción positiva sobre quienes los estaban analizando.
En comienzo no se dio demasiada importancia a su aparición, pero llegó el momento en que ya fue imposible dejar de tenerlos en cuenta, se iban alejando por miles, cientos de miles, de una estructura pre moldeada que no les satisfacía. No jugaban a la vida tal como la costumbre indicaba, prescindían de emitir juicios, e intentaban modificarse a sí mismos prescindiendo del medio.
La situación se estaba tornando alarmante. Salían de todos lados, y andaban por todos lados, no tenían cede social ni personería jurídica, no estaban asociados ni concurrían a lugares en común, no eran revolucionarios en el sentido habitual del término; no había una doctrina que los agrupara ni programa que los incluyera pero, increíblemente, se reconocían entre sí como pueden hacerlo dos chinos en la antártica; y, para el caso, ya había millones en China, aunque, como es comprensible, muchos menos en el continente blanco.
La audiencia de los programas televisivos otrora más vistos, decaía en forma sostenida. Los estadios deportivos hubieron de reducir el valor de las entradas sin lograr con ello llenar sus tribunas. Pero donde más se evidenciaba un cambio era por cierto en las filas políticas; allí se intentaron todo tipo de artimañas, y artimañas a todo tipo, sin hallar la forma de evitar que cada día concurriera menos público a sus mítines y convocatorias. En toda oportunidad en que se llamaba a elecciones de autoridades (en los lugares en que esto fuera de uso), aumentaba la proporción de abstenciones o sobres conteniendo máximas y poemas.
 Los “autistas sociales”, tal los denominara un técnico en la  materia, estaban destacándose aquí por simple omisión.
Este voluntario en particular, oficiaba como tal debido a su interés en hacer notar lo que, a su criterio, era necia preeminencia otorgada a unos muy lábiles valores culturales. En aras de ese deseo, con infinita paciencia, continuo con su argumentación, aunque lamentando que se estuvieran yendo por las ramas.
-Se hace evidente que el asunto trata de dos estados conscientes, uno de ellos es pasivo, en tanto que el otro es quien realiza la acción.-
El funcionario apoyó cuidadosamente su estilográfica dándose unos instantes para analizar el comentario. Sin involucrarse solicitó una ejemplificación aclaratoria.
   El sujeto, ya desinteresado por una mera interpretación que soslayaba el lema central, concedió en redundar sobre lo obvio, pero ya no bajaría la explicación al  nivel del oyente.                  -Un único estado no puede establecer opinión sobre sí mismo- dijo. -Se hace evidente que existe una segunda percepción que concede. Esta es quien ama, trata, critica, etc., y lo hace sobre la primera. Hacia ese lado existe un “se” que indicaría un retorno de la intención hacia el mismo punto único. Según lo veo es algo como el “yo” y el “mí” en un trabajo de coparticipación. Pero, valga la antinomia, serían dos partes de la unidad que, aún así, conserva su única esencia-. Ante la seguridad de que el investigador no había comprendido absolutamente nada de lo expuesto, sonrío para sus adentros y aguardó la próxima pregunta. No podía hacer otra cosa, era como tratar de explicar un sentimiento a alguien incapaz siquiera de sospecharlo.
Un largo silencio sucedió a esta conclusión, solo roto por el sonido de la antigua pluma fuente al deslizarse sobre el papel donde el delegado tomaba sus notas. En cada oportunidad en que le tocara entrevistar a uno de estos sujetos su sorpresa iba en aumento. Tenía ante sí la ficha con los datos de su interlocutor. Se trataba de un individuo de origen humilde, carente de cualquier otra educación que no fuera la elemental obligatoria brindada por el Estado. No obstante era capaz de realizar estos razonamientos del todo subjetivos con una asombrosa naturalidad. Parecía que esta gente tomaba información de una fuente no convencional y en forma automática, incorporándola así a su acervo cognitivo como quien se beneficia inconscientemente con los nutrientes que le brinda una buena digestión alimenticia. Juzgó conveniente dejar el asunto que se estaba tratando por demasiado complejo e inconducente, para intentar un giro hacia algo de su interés.
<Me gustaría conocer por qué método está usted sabiendo de estas cosas. Supongo que tendrá la asistencia de un instructor ante el cual se reunirán todos los que estén interesados>, dijo con la esperanza de tomar desprevenido a su entrevistado.
-Señor, desconozco que busca usted detrás de mis palabras, pero debo decirle que jamás encontrará nada intencionalmente oculto, y nunca lo hará dado que  persigue algo inexistente- fue la inmediata respuesta, indicándole que, como siempre, el hombre estaba alerta. -Sin embargo, aunque se hace evidente que nada sabe de ellos, está acertado en lo que hace a la participación de determinados “Instructores”. Tanto estos como sus enseñanzas, se encuentran a la misma distancia de cualquier mano, pero usted se obstina en mantener la suya bien cerrada, en tanto presume algo anómalo al observar el contenido que otra sostiene por haberlo sabido aceptar -.
Todas las entrevistas trataban sobre asuntos diferentes, pero siempre según cuestionarios directamente relacionados con el interés de la indagación que se estaba llevando a cabo, aún así jamás se había logrado confirmar alguna de las presunciones que los hubieron originado.
Estos individuos parecían haber adquirido una capacidad extraordinaria para mantener oculto el porqué de su cambio de proceder. Indefectiblemente eludían cualquier mención a sus intenciones prácticas, arguyendo mediante una compleja maraña de componentes intangibles. Esto desde el punto de vista del indagador, y válido también para todos sus colegas. Pero lo peor consistía en rendir un informe, siempre carente de resultado positivo, donde malamente se intentaba cubrir una incapacidad de todo orden para mantener la calidad del diálogo que los entrevistados proponían.
Dentro de las hipótesis que se manejaban, iba cobrando fuerza aquella que atribuía esta rareza a una especie de virus mental. Algo que algún atrevido hacker habría lanzado a la conciencia colectiva. Desde luego esta suposición carecía de fundamentos que la avalaran pero, no obstante su falta de solvencia, parecía ser la más aceptable conjetura dentro de lo fantástico que los hechos presentaban.
Si digno de asombro resultaba el caso de “incultos” adultos devenidos en filósofos discordantes, más curiosa aún se mostraba la “patología” que afectaba a ciertos niños. Los pequeños polemizaban con los docentes que intentaban inculcarles su neutra rutina curricular. Ellos se adentraban en la esencia de cada tema, exigiendo una profundidad y certeza que muy lejos se encontraba de la capacidad del enseñante. La falencia en la ilustración sobre asuntos humanos, y la reticencia a desarrollar cuestiones relacionadas con las experiencias que desde lo interno comenzaban a sentir, eran motivo de constantes frustraciones por parte de estas singulares criaturas, quienes se mostraban tan adelantadas a sus compañeros que, al captarlo todo rápidamente, ocupaban el tiempo sobrante en otras actividades y juegos solo por ellos comprendidos.
Ya se estaba haciendo frecuente que dentro de una familia cualquiera deambulara una o dos de estas excepciones, sin que se supiera la causa por la que el resto permanecía dentro de su habitual  normalidad.
Uno de los integrantes de una pareja del común comenzaba a modificar dulce y pasivamente su proceder, sus ideas y sus creencias, sin por ello intentar arrastrar a la compañera, o compañero, en el cambio que experimentaba. A la otra parte le cabía decidir sobre la actitud a tomar.
El nuevo comportamiento de cada uno de estos individuos naturalmente se relacionaba con su personal idiosincrasia, no obstante se hizo notorio un alto porcentaje de puntos en común: un carácter sumamente afable, un vocabulario pulcro sin desatinos o términos soeces, evidente alegría y una excelente predisposición a la colaboración y ayuda. Elementos todos que parecían sumar un invalorable aporte a la decadente sociedad del siglo veintiuno. Empero, un análisis más profundo ponía en claro que una asombrosa prosperidad económica, una perfecta salud, creciente inteligencia, y cierto poder sobre los acontecimientos personales, se producían también en todos ellos de la mano con su cambio de actitud; y esto era realmente sospechoso.
Una necesaria discreción impedía que los científicos que integraban el equipo de investigadores, hubieran divulgado una prodigiosa y recién descubierta característica de los sujetos bajo estudio.
En incuestionables pruebas de laboratorio se demostró un importante incremento de su actividad cerebral, especialmente en lo atinente al lóbulo central del órgano. La presente comprobación produjo un urgente giro sobre el eje de la pesquisa. No se podía ya sospechar de un movimiento de gentes con un encubierto objetivo en común. Dado que nadie es capaz de modificar a voluntad su capacidad cerebral operativa, se estaba frente a un tipo desconocido de anomalía física, una disfunción que alteraba el comportamiento del afectado y que, según las evidencias mostraban, podía ser trasmisible por contagio. Por otro lado, y acá la situación volvía a complicarse, esto no explicaba como todos los estudiados, aún quienes se hubieron encontrado seriamente afectados por alguna dolencia, habían alcanzado un excelente  estado  de  salud. Aunque,  sin  duda  aún  más   dificultoso resultaba relacionar una alteración física con una mejora prodigiosa en la calidad social y económica de vida.
Por evidentes razones de seguridad, en cada caso en que se detectara una inclinación hacia este raro estado, se solicitaba la inmediata renuncia a todo funcionario que lo evidenciara; cualesquiera fuera su cargo. De esta manera se iban despoblando las filas de los burócratas de toda categoría, acrecentando así el inveterado caos en la siempre complicada administración pública.
Sobre este último campo abundaban situaciones por demás novedosas. Se contaban con casos como el de investigadores que paulatinamente se fueron identificando con los puntos de vista de sus investigados abandonando sus cargos. El de un veterano parlamentario, quien comenzó un efecto en cadena, al lanzar ante su cámara un proyecto de ley por el cual cada representante electo debería, antes de asumir su cargo, someterse a un exhaustivo examen psicofísico. Esto en la inteligencia de que quienes pretendieran tan altas responsabilidades deberían dar una irrefutable prueba de aptitud. Un colega de otra bancada, adhiriendo al proyecto, propuso la creación de una carrera política donde lo moral y lo ético fueran base de la enseñanza, restringiendo su ingreso solo a aquellos que pudieran demostrar probidad e intachables antecedentes en su vida pasada; siendo requisito indispensable la aprobación de este ente, previa la incorporación a cualquier lista de candidatos. Con la entrada de nuevos aires al recinto, se ventilaron algunas polvorosas conciencias y muchos parlamentarios comenzaron a renunciar a sus puestos por considerarse faltos de merecimiento “para ejercer idóneamente tan calificadas funciones”. Pero esto solo fue el comienzo. Evidentemente algo distinto estaba naciendo.
Llegó el momento en qué el propio dinamismo de la situación fue impedimento para su análisis. El papel tradicional asignado, y previsto  para  todos  y  cada  uno  de  los  componentes  de  un área determinada, se veía inesperadamente modificado al mudar el comportamiento de los individuos que lo practicaban. Las autoridades que aún se mantenían libres de “contagio”, observaban  aterrorizadas como la solidez del sistema se convertía ante sus ojos en un neo-anarquismo donde lo aleatorio parecía ser lo único predecible.
La libertad de ejercitar el poder, cualesquiera de ellos, se constreñía en su actuación dentro de círculos cada vez más estrechos. Ante una disposición que fuera interpretada como fronteriza, o conteniendo algún porcentaje de falsedad, se producía de inmediato un alud de detalladas renuncias por parte de los subalternos que debían ejecutarla. El caso es que aquellos incondicionales que los reemplazaban, a poco de hacerlo, procederían de igual forma que sus antecesores. Por cierto, parecía que los viejos paradigmas estaban acelerando su deceso.
Para alguien que se hubiera ausentado un tiempo del planeta en la fantástica aventura de visitar las pirámides marcianas, vuelto a casa y extasiado aún por el recuerdo de tamañas maravillas, pronto substituiría el objeto de su asombro. Las cosas por acá funcionaban cada día mejor.
Las grandes empresas multinacionales se estaban segmentando según su lugar de radicación. Luego de esta fragmentación, las unidades resultantes se transformaban en explotaciones cooperativas. El índice de delitos se redujo a menos del treinta por ciento; sin que mediara medida alguna para la obtención de tal fin, en tanto continuaba una firme tendencia decreciente. El tránsito vehicular disminuyó significativamente y se volvió mucho más seguro. Con meritoria celeridad se estaban reforestando las áreas desbastadas del planeta. Se trabajaba en el secado de los grandes espejos de agua de origen artificial para reemplazarlos por canales y tuberías. Gradualmente disminuía el uso de los clásicos motores de combustión interna que consumían carburantes fósiles.  Los centros de asistencia a la salud estaban despoblados. No bien reemplazadas con nuevas fuentes energéticas, se  iban desmantelando todas y cada una de las usinas nucleares. El intercambio de bienes y servicios, ya debidamente organizado, abastecía a gran parte de la comunidad prescindiendo del papel moneda. Se comenzaba un nuevo programa educativo con asistencia individual y base en el conocimiento, las humanidades y el incentivo a la personal búsqueda de respuestas a las sempiternas preguntas del hombre. Un claro axioma estampado sobre el frente de cada aula tipificaba la nueva metodología: “Nada de lo que aquí se enseña es absoluto”. 
Como contrapartida se temió en principio por un gran incremento del desempleo que alcanzaría a dos grandes líneas laborales. Siendo, en la primera, claramente afectados todos aquellos que estuvieran directa o indirectamente relacionados con servicios y actividades que caían en desuso. Así los agentes de seguridad, prestaciones médicas, intermediarios entre Dios y nosotros, y demás encargados de compensar las falencias de la humana imperfección.
Dentro del mayoritario  segundo  grupo  se  veía  irremisiblemente  perdida  la  ocupación de  quienes, franca o embozadamente, se dedicaran a incumplir reales normas. Normas reales, morales, éticas y humanitarias que pudieran, o no, parecerse a las entonces legisladas. Dicho de otra manera, se redujeron a mínima expresión los amplios espacios que delincuentes, traficantes, usureros, ladrones, asesinos, mercenarios, traidores, tiranos y dictadores antes poseyeran. Pero solo por falta de interesados en ocuparlos.
 A pocos cabría ya la extrañeza, pero, en caso de haberlos, muy sorprendidos estuvieran al comprobar que “casi” todos los integrantes de ambos sectores mudaron de gustos así como de quehacer; acomodándose prodigiosamente a la situación dentro de la concepción de la, ahora, creciente mayoría.
Las nuevas ocupaciones (y no ya “demandas laborales”) absorbieron rápida y sostenidamente la mano y cerebro de obra disponible en plaza. Los nuevos “contagiados” se dedicaron solo a aquello que descubrieron gustaban hacer y, como es fácil de comprender, de manera sumamente exitosa.
Es bien conocido ese impulso que une a lo afín, en fiel cumplimiento de este principio y corriendo los tiempos, una escasa parte de la población mundial compuesta por quienes padecían de inmunidad, se núcleo en puntuales sectores geográficos donde, debidamente acotados, continuaron lidiando con su amado sistema; ahora más desconcertados aún que en los ya fenecidos “tiempos dorados”.
“El que tenga ojos....” Pero, cierto es que “no hay ojo que pueda observarse así mismo, solo puede hacerlo mediante su reflejo”.

                                                                      Filemón Solo