-Sí, tenuemente
fui percibiendo mi propia existencia. Principios que ahora me parecen
absolutamente elementales tales como: “amarse”, “aceptarse”, “hacerse feliz”,
“abstenerse de todo juicio” y “tratarse con merecido respeto”, entre otros,
comenzaron a adquirir una notable automaticidad
en cada situación del vivir cotidiano. Así en poco tiempo logré
reconocerme, tal vez recordarme, en la apreciación de otra imagen de mí mismo.
No sé si esto contesta su pregunta, pero los enunciados expuestos sintetizan la
aceptación de una figura básica ocasionalmente extraviada en nuestro concepto
del ser.-
< ¡Ah!...
Todo relacionado con la autoestima>.
-Quizá no sea
solo eso, sino más bien concederse un trato que hemos olvidado, junto con
quienes somos-. – En cuanto a la “autoestima”, ese término propone una tenue
caricia allí donde es necesario un estrecho abrazo y, sin duda, incluye la misma dualidad que he descubierto
en las anteriores expresiones -, agregó con picardía.
<No hay
dualidad, es todo concerniente a una psiquis individual>. El comentario fue
como tocar pintura fresca, al notarlo ya es tarde. No volvería a opinar.
-“Amar-se”,
“aceptar-se”, “hacer-se”, “criticar-se”, “tratar-se” y “autoestimar-se” son
términos envolventes. Refieren a la atención, e intención, de alguien sobre su
persona. Pero, no hay ojo que pueda observarse a sí mismo, a menos que sea por
su reflejo-.
El funcionario
lo miró en silencio durante un instante, luego le pidió que continuase el
razonamiento. –Mire usted-, le respondió el aludido, - Esto es como un hueco
donde solo cabe una ficha. No hay en ello lucubración alguna, se trata de
advertir que algo preciso viene faltando-.
<Intente
colocar usted la pieza que corresponde>, fue la controlada respuesta.
No era esta una
entrevista convencional, quizá se aproximara más a una sesión de filosofía que
a cualquier otra cosa. De hecho correspondía a una mal disimulada investigación
que, con otros títulos y excusas, se le realizaba a aquellos que habían notado
que ya poco les cuadraba, los recientes renegados de la aceptación
generalizada.
La indagación
respondía al proceder de esos humanos que, sorpresivamente, habían dejado de ser “similares”; “los de la
vereda de enfrente”, solía decir el funcionario a cargo. Estos sujetos, que
sabían de antemano qué cosa causaba esa conducta oficial, la aceptaban de buen
grado en un intento individual de propiciar alguna reacción positiva sobre
quienes los estaban analizando.
En comienzo no
se dio demasiada importancia a su aparición, pero llegó el momento en que ya
fue imposible dejar de tenerlos en cuenta, se iban alejando por miles, cientos
de miles, de una estructura pre moldeada que no les satisfacía. No jugaban a la
vida tal como la costumbre indicaba, prescindían de emitir juicios, e
intentaban modificarse a sí mismos prescindiendo del medio.
La situación se
estaba tornando alarmante. Salían de todos lados, y andaban por todos lados, no
tenían cede social ni personería jurídica, no estaban asociados ni concurrían a
lugares en común, no eran revolucionarios en el sentido habitual del término;
no había una doctrina que los agrupara ni programa que los incluyera pero,
increíblemente, se reconocían entre sí como pueden hacerlo dos chinos en la antártica;
y, para el caso, ya había millones en China, aunque, como es comprensible,
muchos menos en el continente blanco.
La audiencia de
los programas televisivos otrora más vistos, decaía en forma sostenida. Los
estadios deportivos hubieron de reducir el valor de las entradas sin lograr con
ello llenar sus tribunas. Pero donde más se evidenciaba un cambio era por
cierto en las filas políticas; allí se intentaron todo tipo de artimañas, y
artimañas a todo tipo, sin hallar la forma de evitar que cada día concurriera
menos público a sus mítines y convocatorias. En toda oportunidad en que se
llamaba a elecciones de autoridades (en los lugares en que esto fuera de uso),
aumentaba la proporción de abstenciones o sobres conteniendo máximas y poemas.
Los “autistas
sociales”, tal los denominara un técnico en la
materia, estaban destacándose aquí por simple omisión.
Este voluntario en particular, oficiaba como tal
debido a su interés en hacer notar lo que, a su criterio, era necia
preeminencia otorgada a unos muy lábiles valores culturales. En aras de ese
deseo, con infinita paciencia, continuo con su argumentación, aunque lamentando
que se estuvieran yendo por las ramas.
-Se hace
evidente que el asunto trata de dos estados conscientes, uno de ellos es
pasivo, en tanto que el otro es quien realiza la acción.-
El funcionario
apoyó cuidadosamente su estilográfica dándose unos instantes para analizar el
comentario. Sin involucrarse solicitó una ejemplificación aclaratoria.
El sujeto,
ya desinteresado por una mera interpretación que soslayaba el lema central,
concedió en redundar sobre lo obvio, pero ya no bajaría la explicación al nivel del oyente. -Un único estado no puede
establecer opinión sobre sí mismo- dijo. -Se hace evidente que existe una
segunda percepción que concede. Esta es quien ama, trata, critica, etc., y lo
hace sobre la primera. Hacia ese lado existe un “se” que indicaría un retorno
de la intención hacia el mismo punto único. Según lo veo es algo como el “yo” y
el “mí” en un trabajo de coparticipación. Pero, valga la antinomia, serían dos
partes de la unidad que, aún así, conserva su única esencia-. Ante la seguridad
de que el investigador no había comprendido absolutamente nada de lo expuesto,
sonrío para sus adentros y aguardó la próxima pregunta. No podía hacer otra
cosa, era como tratar de explicar un sentimiento a alguien incapaz siquiera de
sospecharlo.
Un largo
silencio sucedió a esta conclusión, solo roto por el sonido de la antigua pluma
fuente al deslizarse sobre el papel donde el delegado tomaba sus notas. En cada
oportunidad en que le tocara entrevistar a uno de estos sujetos su sorpresa iba
en aumento. Tenía ante sí la ficha con los datos de su interlocutor. Se trataba
de un individuo de origen humilde, carente de cualquier otra educación que no fuera
la elemental obligatoria brindada por el Estado. No obstante era capaz de
realizar estos razonamientos del todo subjetivos con una asombrosa naturalidad.
Parecía que esta gente tomaba información de una fuente no convencional y en
forma automática, incorporándola así a su acervo cognitivo como quien se
beneficia inconscientemente con los nutrientes que le brinda una buena
digestión alimenticia. Juzgó conveniente dejar el asunto que se estaba tratando
por demasiado complejo e inconducente, para intentar un giro hacia algo de su
interés.
<Me gustaría
conocer por qué método está usted sabiendo de estas cosas. Supongo que tendrá
la asistencia de un instructor ante el cual se reunirán todos los que estén
interesados>, dijo con la esperanza de tomar desprevenido a su entrevistado.
-Señor,
desconozco que busca usted detrás de mis palabras, pero debo decirle que jamás
encontrará nada intencionalmente oculto, y nunca lo hará dado que persigue algo inexistente- fue la inmediata
respuesta, indicándole que, como siempre, el hombre estaba alerta. -Sin
embargo, aunque se hace evidente que nada sabe de ellos, está acertado en lo
que hace a la participación de determinados “Instructores”. Tanto estos como
sus enseñanzas, se encuentran a la misma distancia de cualquier mano, pero
usted se obstina en mantener la suya bien cerrada, en tanto presume algo
anómalo al observar el contenido que otra sostiene por haberlo sabido aceptar
-.
Todas las
entrevistas trataban sobre asuntos diferentes, pero siempre según cuestionarios
directamente relacionados con el interés de la indagación que se estaba
llevando a cabo, aún así jamás se había logrado confirmar alguna de las
presunciones que los hubieron originado.
Estos individuos
parecían haber adquirido una capacidad extraordinaria para mantener oculto el
porqué de su cambio de proceder. Indefectiblemente eludían cualquier mención a
sus intenciones prácticas, arguyendo mediante una compleja maraña de
componentes intangibles. Esto desde el punto de vista del indagador, y válido
también para todos sus colegas. Pero lo peor consistía en rendir un informe,
siempre carente de resultado positivo, donde malamente se intentaba cubrir una
incapacidad de todo orden para mantener la calidad del diálogo que los
entrevistados proponían.
Dentro de las
hipótesis que se manejaban, iba cobrando fuerza aquella que atribuía esta
rareza a una especie de virus mental. Algo que algún atrevido hacker habría
lanzado a la conciencia colectiva. Desde luego esta suposición carecía de
fundamentos que la avalaran pero, no obstante su falta de solvencia, parecía
ser la más aceptable conjetura dentro de lo fantástico que los hechos
presentaban.
Si digno de
asombro resultaba el caso de “incultos” adultos devenidos en filósofos
discordantes, más curiosa aún se mostraba la “patología” que afectaba a ciertos
niños. Los pequeños polemizaban con los docentes que intentaban inculcarles su
neutra rutina curricular. Ellos se adentraban en la esencia de cada tema,
exigiendo una profundidad y certeza que muy lejos se encontraba de la capacidad
del enseñante. La falencia en la ilustración sobre asuntos humanos, y la
reticencia a desarrollar cuestiones relacionadas con las experiencias que desde
lo interno comenzaban a sentir, eran motivo de constantes frustraciones por
parte de estas singulares criaturas, quienes se mostraban tan adelantadas a sus
compañeros que, al captarlo todo rápidamente, ocupaban el tiempo sobrante en
otras actividades y juegos solo por ellos comprendidos.
Ya se estaba
haciendo frecuente que dentro de una familia cualquiera deambulara una o dos de
estas excepciones, sin que se supiera la causa por la que el resto permanecía
dentro de su habitual normalidad.
Uno de los
integrantes de una pareja del común comenzaba a modificar dulce y pasivamente
su proceder, sus ideas y sus creencias, sin por ello intentar arrastrar a la
compañera, o compañero, en el cambio que experimentaba. A la otra parte le
cabía decidir sobre la actitud a tomar.
El nuevo
comportamiento de cada uno de estos individuos naturalmente se relacionaba con
su personal idiosincrasia, no obstante se hizo notorio un alto porcentaje de
puntos en común: un carácter sumamente afable, un vocabulario pulcro sin
desatinos o términos soeces, evidente alegría y una excelente predisposición a
la colaboración y ayuda. Elementos todos que parecían sumar un invalorable
aporte a la decadente sociedad del siglo veintiuno. Empero, un análisis más
profundo ponía en claro que una asombrosa prosperidad económica, una perfecta
salud, creciente inteligencia, y cierto poder sobre los acontecimientos
personales, se producían también en todos ellos de la mano con su cambio de
actitud; y esto era realmente sospechoso.
Una necesaria
discreción impedía que los científicos que integraban el equipo de
investigadores, hubieran divulgado una prodigiosa y recién descubierta
característica de los sujetos bajo estudio.
En
incuestionables pruebas de laboratorio se demostró un importante incremento de
su actividad cerebral, especialmente en lo atinente al lóbulo central del
órgano. La presente comprobación produjo un urgente giro sobre el eje de la
pesquisa. No se podía ya sospechar de un movimiento de gentes con un encubierto
objetivo en común. Dado que nadie es capaz de modificar a voluntad su capacidad
cerebral operativa, se estaba frente a un tipo desconocido de anomalía física,
una disfunción que alteraba el comportamiento del afectado y que, según las
evidencias mostraban, podía ser trasmisible por contagio. Por otro lado, y acá
la situación volvía a complicarse, esto no explicaba como todos los estudiados,
aún quienes se hubieron encontrado seriamente afectados por alguna dolencia,
habían alcanzado un excelente estado de
salud. Aunque, sin duda
aún más dificultoso resultaba relacionar una
alteración física con una mejora prodigiosa en la calidad social y económica de
vida.
Por evidentes
razones de seguridad, en cada caso en que se detectara una inclinación hacia
este raro estado, se solicitaba la inmediata renuncia a todo funcionario que lo
evidenciara; cualesquiera fuera su cargo. De esta manera se iban despoblando
las filas de los burócratas de toda categoría, acrecentando así el inveterado
caos en la siempre complicada administración pública.
Sobre este
último campo abundaban situaciones por demás novedosas. Se contaban con casos
como el de investigadores que paulatinamente se fueron identificando con los
puntos de vista de sus investigados abandonando sus cargos. El de un veterano
parlamentario, quien comenzó un efecto en cadena, al lanzar ante su cámara un
proyecto de ley por el cual cada representante electo debería, antes de asumir
su cargo, someterse a un exhaustivo examen psicofísico. Esto en la inteligencia
de que quienes pretendieran tan altas responsabilidades deberían dar una
irrefutable prueba de aptitud. Un colega de otra bancada, adhiriendo al
proyecto, propuso la creación de una carrera política donde lo moral y lo ético
fueran base de la enseñanza, restringiendo su ingreso solo a aquellos que
pudieran demostrar probidad e intachables antecedentes en su vida pasada;
siendo requisito indispensable la aprobación de este ente, previa la
incorporación a cualquier lista de candidatos. Con la entrada de nuevos aires
al recinto, se ventilaron algunas polvorosas conciencias y muchos
parlamentarios comenzaron a renunciar a sus puestos por considerarse faltos de
merecimiento “para ejercer idóneamente tan calificadas funciones”. Pero esto
solo fue el comienzo. Evidentemente algo distinto estaba naciendo.
Llegó el momento
en qué el propio dinamismo de la situación fue impedimento para su análisis. El
papel tradicional asignado, y previsto
para todos y
cada uno de
los componentes de un
área determinada, se veía inesperadamente modificado al mudar el comportamiento
de los individuos que lo practicaban. Las autoridades que aún se mantenían
libres de “contagio”, observaban
aterrorizadas como la solidez del sistema se convertía ante sus ojos en
un neo-anarquismo donde lo aleatorio parecía ser lo único predecible.
La libertad de
ejercitar el poder, cualesquiera de ellos, se constreñía en su actuación dentro
de círculos cada vez más estrechos. Ante una disposición que fuera interpretada
como fronteriza, o conteniendo algún porcentaje de falsedad, se producía de
inmediato un alud de detalladas renuncias por parte de los subalternos que
debían ejecutarla. El caso es que aquellos incondicionales que los
reemplazaban, a poco de hacerlo, procederían de igual forma que sus
antecesores. Por cierto, parecía que los viejos paradigmas estaban acelerando
su deceso.
Para alguien que
se hubiera ausentado un tiempo del planeta en la fantástica aventura de visitar
las pirámides marcianas, vuelto a casa y extasiado aún por el recuerdo de
tamañas maravillas, pronto substituiría el objeto de su asombro. Las cosas por
acá funcionaban cada día mejor.
Las grandes
empresas multinacionales se estaban segmentando según su lugar de radicación.
Luego de esta fragmentación, las unidades resultantes se transformaban en
explotaciones cooperativas. El índice de delitos se redujo a menos del treinta
por ciento; sin que mediara medida alguna para la obtención de tal fin, en
tanto continuaba una firme tendencia decreciente. El tránsito vehicular
disminuyó significativamente y se volvió mucho más seguro. Con meritoria
celeridad se estaban reforestando las áreas desbastadas del planeta. Se
trabajaba en el secado de los grandes espejos de agua de origen artificial para
reemplazarlos por canales y tuberías. Gradualmente disminuía el uso de los
clásicos motores de combustión interna que consumían carburantes fósiles. Los centros de asistencia a la salud estaban
despoblados. No bien reemplazadas con nuevas fuentes energéticas, se iban desmantelando todas y cada una de las
usinas nucleares. El intercambio de bienes y servicios, ya debidamente
organizado, abastecía a gran parte de la comunidad prescindiendo del papel
moneda. Se comenzaba un nuevo programa educativo con asistencia individual y
base en el conocimiento, las humanidades y el incentivo a la personal búsqueda
de respuestas a las sempiternas preguntas del hombre. Un claro axioma estampado
sobre el frente de cada aula tipificaba la nueva metodología: “Nada de lo que aquí se enseña es absoluto”.
Como
contrapartida se temió en principio por un gran incremento del desempleo que
alcanzaría a dos grandes líneas laborales. Siendo, en la primera, claramente
afectados todos aquellos que estuvieran directa o indirectamente relacionados
con servicios y actividades que caían en desuso. Así los agentes de seguridad,
prestaciones médicas, intermediarios entre Dios y nosotros, y demás encargados
de compensar las falencias de la humana imperfección.
Dentro del
mayoritario segundo grupo
se veía irremisiblemente perdida
la ocupación de quienes, franca o embozadamente, se dedicaran
a incumplir reales normas. Normas reales, morales, éticas y humanitarias que
pudieran, o no, parecerse a las entonces legisladas. Dicho de otra manera, se redujeron
a mínima expresión los amplios espacios que delincuentes, traficantes,
usureros, ladrones, asesinos, mercenarios, traidores, tiranos y dictadores
antes poseyeran. Pero solo por falta de interesados en ocuparlos.
A pocos cabría ya la extrañeza, pero, en caso
de haberlos, muy sorprendidos estuvieran al comprobar que “casi” todos los integrantes
de ambos sectores mudaron de gustos así como de quehacer; acomodándose
prodigiosamente a la situación dentro de la concepción de la, ahora, creciente
mayoría.
Las nuevas
ocupaciones (y no ya “demandas laborales”) absorbieron rápida y sostenidamente
la mano y cerebro de obra disponible en plaza. Los nuevos “contagiados” se
dedicaron solo a aquello que descubrieron gustaban hacer y, como es fácil de
comprender, de manera sumamente exitosa.
Es bien conocido
ese impulso que une a lo afín, en fiel cumplimiento de este principio y
corriendo los tiempos, una escasa parte de la población mundial compuesta por
quienes padecían de inmunidad, se núcleo en puntuales sectores geográficos
donde, debidamente acotados, continuaron lidiando con su amado sistema; ahora
más desconcertados aún que en los ya fenecidos “tiempos dorados”.
“El que tenga
ojos....” Pero, cierto es que “no hay ojo que pueda observarse así mismo, solo
puede hacerlo mediante su reflejo”.
Filemón Solo