Con la gran dificultad que
implica el presentarse a uno mismo, debo
recomendar este ¿cuento extenso?, ¿novela corta?; no importa. Y decía que “debo”,
en razón de la gran cantidad de mensajes y enseñanzas que el texto contiene. Si
bien no corresponde atribuirme cualquier mérito que ello implique, tampoco me
sentiría cómodo en el papel de un inspirado escriba, capaz de escuchar lo qué
alguna consciencia superior le sopla al oído. Por tanto, ruego a mis lectores
tomen esta obra solo como un aporte de origen incierto, aunque puntualmente
dirigida a cada uno, en forma particular e intencionada.
Filemón Solo
Prólogo
Cada paso es
un porcentaje del camino que se ha recorrido, es la expresión de un deseo que
motiva a una voluntad en descanso a realizar la correspondiente acción. Es, por
consiguiente, la decisión de hacerlo, el esfuerzo de acercarse a una meta.
Digamos que un paso es la metafórica unidad de medida mediante la cual un
anhelo se aproxima a su logro. Independientemente de la lejanía del mismo y de
su posibilidad de obtención. Y, aunque uno repita con exactitud un tranco dado,
será en otro tiempo y con distinto suelo.
Así cada
hombre camina con sus propios pasos siguiendo una ruta prefijada en busca del
sitio de destino donde pasar la noche, o, si en ella, donde ver clarear el día.
Un simple techo bajo el cual cobijarse bien puede ser la única motivación del
andar de ese día.
Cierto es
que tanto la vida como los relatos suelen tener un comienzo algo vacilante. Y
el hombre, ya en su papel de lector, o de protagonista de su propia historia,
es por naturaleza un buscador de finales. Se regodea en el pensamiento de
encontrar en cualquiera de ambos casos algo que exceda a su imaginación. Algo
imprevistamente grato que le sorprenda a vuelta de página, o del camino, y esta
reverberación de los ecos de su esquiva memoria de eternidad, serán el
combustible que lo impulse a continuar caminando, o leyendo.
Placentero o
alarmante, sospechado o asombroso, siempre hay algo más.
_______
A lo lejos
se acerca un jinete dejando que la brisa haga suya la leve polvareda levantada
al paso del mestizo jamelgo que lo transporta. ¿Cuales serán los pensamientos
de ese hombre elevado desde el suelo por la altura su montura? Es un ser muy
similar, semejante, ese es el término, semejante a millones de “parecidos” que
habitan el mundo. Parecido a los semejantes ya “desaparecidos”; y así
eternamente. Vienen, están y luego desparecen. Tal como este equivalente, que
en unos momentos se alejará trotando su vida.
Su proceder
es absolutamente predecible, y según esa predicción se comporta. Observa a hurtadillas
al barbado y decadente congénere, que transita por la banquina del camino
vecinal, con esporádicas y rápidas miradas que revelan cierto vago temor frente
a lo distinto. El individuo que está a la mira es una advertencia que surge
presente como una no deseada alternativa de futuro.
En otros
tiempos esto fue lo más doloroso, el temor, la repugnancia y el rechazo
producido ante la gente coherentemente socializada.
Uno se
convierte en el arquetipo del fracaso o de la negación ante un sistema del que,
por una u otra causa se ha marginado, blandiendo a diestra y siniestra sus
atemorizantes símbolos: la miseria, la resignación y la soledad. Mismos que
ostentan los oscuros fantasmas que aúllan por los pasillos del frágil castillo
que cada ego ha sabido construirse. Pero hay más, y es la sospecha de la
locura. Solo la enajenación puede llevar a alguien a la elección de este tipo
de existencia. Sin un hogar firmemente plantado al suelo, familia, trabajo y
consecuentes ingresos que le permitan sustentar
los primeros.
Es
comprensible. El haberlos vivido le permite a uno entender estos sentimientos
que, el solo aspecto físico, despierta en las mentes sistematizadas por un
modelo compuesto por más limitaciones que posibilidades. Al fin y al cabo cada
cual es producto de sus decisiones, pero
fundamentalmente de sus aceptaciones.
Las primeras
genuflexiones se producen ante una “educación” atrofiada dentro de sus propios
contornos, que involuciona al no desarrollarse, aceptando el perímetro circular
de una voluntaria inercia decadente.
Un sabio
maestro hindú afirmó que “La verdadera educación es aquella que conduce a la
liberación”. Uno, mero observador, concluye que: la enseñanza obligatoria que
un ocasional poder proporciona o reglamenta, por no ser obviamente factor de
liberación, no es educación, y, dado que no libera, solo puede restringir. Y de
hecho así lo hace, limitando el intento subjetivo con la falacia de
inexistentes fronteras o, lo que es aún peor, omitiendo verdades que ya han
trascendido la teoría. Trasfundiendo, de esta manera, una intencional
horizontalidad racional en el torrente evolutivo de cada generación.
Nadie puede
entregar aquello de lo cual carece. El conocimiento no es excepción.
Otro paso,
seguido de otro, y así, luego de un escape hacia el sueño nocturno; sobre el
improvisado lecho de cartón donado por una caja desarmada, y bajo el tinglado
protector de un abandonado taller de reparación de neumáticos, la marcha continúa.
Nada digno de recordar, con la sola excepción de la gélida pero vivificante
higiene realizada, casi subrepticiamente, en los fondos de la estación de
expendio de combustible. Lugar donde una de esas excepciones al usual
comportamiento humano, otorgara el permiso de uso del deposito de agua
destinado al lavado de los vehículos; no obstante el riesgo de provocar el
enojo del propietario del comercio.
Buena es la
compañía que eligiéndolo a uno, no lo hace sopesando interés alguno. Siendo que
su expresión silenciosa manifiesta cierta pura atracción con un espontáneo
seguimiento.
Los perros,
en mayor medida que otros animales, pueden lo que formas más evolucionadas han
olvidado. Prescindiendo de la reacción de cualquier preconcepto alertado por
meras situaciones estéticas, y obviada la desconfianza que de estas pudieran
derivar, estos seres parecieran reconocer la intención que a uno anima,
sintiéndose atraídos por cierta armoniosa emisión de onda generada por la
persona en su cercanía. De igual manera que reaccionarían con agresividad o
indiferencia ante la discordancia que en ella pudieran percibir.
Bueno, el
hombre que ha extraviado el buen uso de su razón, generalmente encuentra
parecidas facultades.
¡Que raza
tan compleja la nuestra! La demencia cierra las posibilidades del dominio
racionalmente civilizado de la mente, abriendo, no obstante, la percepción a
campos que a la usual cordura le están negados.
Veamos, hace
ya unos cinco. Sí, cinco años de aquel rápido transito entre el viejo calabozo de una comisaría de pueblo con
aires de ciudad, y el aún más antiguo hospicio al que por mérito de un muy
aplicado juez, (con la necesaria anuencia médica) fuéramos a parar juntamente
con aquel pobre mudo que, por medio de una exagerada gesticulación, solo trataba
de expresarse.
No debe uno
descuidarse un solo instante. Pues hay recuerdos que no son bienvenidos, ya que
cuando lo hacen toman el mando y los pensamientos echan vuelo sin carta de
navegación. Se debe ser muy cuidadoso, no obstante no es tanto el tenor del
pensamiento del que hay que precaverse, sino más bien de la intención y la
emoción que lo acompañan. Estas son las que realmente lo califican y lo hacen
peligroso o conducente; tanto para su gestor como para el universo en general,
el cual se verá afectado en algún grado por esta emisión de onda. Por tanto
pareciera que puede uno, sin de esto realizar abuso, permitirse imaginar o
recordar contextos sombríos o alarmantes, siempre y cuando no vaya en ello el
sentimiento o el temor de origen. Emociones que los pueden plasmar en realidad
o reactivarlos, según el caso.
Disecar
prolijamente cualquier sentimiento, extrayéndolo totalmente de su contexto,
asegura el análisis más seguro de un recuerdo. Y este recuerdo se remite
puntualmente a la relación obtenida en la alternancia con algunos internados.
Ese contacto que disparó la antipatía de casi todos los psiquiatras, psicólogos
y otros “intentólogos” que allí ejercían sus dotes curativas. Fue para ellos
algo parecido a una revelación. Revelación que, a excepción de una joven
médica, lejos de iluminarlos en su oscuridad, solo los encandiló por unos
breves momentos, volviendo rápidamente a la segura penumbra de sus postulados
académicos.
Es que
aquellos enfermos, juzgados culpables de las más espantosas dolencias, purgaban
condena por ese delito con fallo inapelable de incurables; etiquetados
prolijamente según su diagnóstico.
Los
infelices, aún dentro de su locura o quizá a causa de esta, al igual que los
perros, podían sentir si lo que se les acercaba bajo forma humana, era una
mente prejuiciosa observando su sintomatología, o un corazón deseoso de un
piadoso contacto con el igual alojado en su pecho.
“No es el
corazón el que puede perder una cordura que no usa ni necesita, sino la razón
en la estreches de su racionalidad”.
Con insegura
mano un interno había garabateado su filosofía hecha graffiti en uno de los
muros: “La soledad que me acompaña
no exige la prescindencia humana. Por el contrario se halla poblada de almas,
con o sin cuerpo. En tanto solo renuncia, por improcedente, al contacto de
cuerpos alejados de sus almas”.
¿Debe estar
el hombre demente para apreciar lo que fácilmente percibe un animal normal?
El casi
destruido galpón del cruce y un lecho de aromática paja del campo, las
estrellas estampadas sobre oscuro fondo parchando el faltante del techado. El
croar de las ranas, el requerimiento sonoro de los grillos, silentes
murciélagos y expectantes búhos. Solo dos motivaciones para este entorno: sexo
y alimento. Sencillo y elemental, los axiomas básicos de la naturaleza. Luego,
luego la cosa se complica con la necesaria aplicación de lo subjetivo.
Lo terrible
es que nunca se deja totalmente de ser algo cuando uno decide, cargado de
taras, avanzar hacia el próximo estado evolutivo.
Es imposible
vivir sin elegir. Decidir es solo elegir, y el hecho de vivir implica la
elección de así hacerlo. Los congéneres parecen creer que un cósmico azar
secuencia los acontecimientos sin su intervención. Algo realmente patético. Las
cosas les suceden apareciendo de la nada sin causa alguna, solo para afectar
sus vidas. ¡Que desperdicio! Se hallan hambrientos ante la mesa servida y
postergan el momento del banquete. Huelen el aroma de los exquisitos alimentos
mientras se dicen: “aún no, aún no”. Observan los colores, pero no pueden
imaginar sus sabores. Saben que deben lavarse pies y manos antes de sentarse a
la mesa; pero eso es demasiado pedir: “aún no, aún no”. Deben agradecer por las
preces: “aún no, aún no”.
Se han
entregado. Han preferido no saber; intuyen que el conocimiento compromete y
suponen que la postergación de lo inevitable los preserva de mayores
complicaciones. Pobres gentes, los tiempos pasan por ellos dejándolos atrás, en
tanto viven sin preguntarse por qué lo hacen. Con el índice de la ignorancia
sobre sus labios silencian los infinitos mensajes que el universo les envía en
tantas formas como interpretaciones puede haber sobre el mundo.
A estas
alturas del aprendizaje de la raza ya no caben el “no entiendo” ni el “no
encuentro quien me lo explique”. Es su decisión, han elegido que, por el
momento, se hallan muy ocupados para preocuparse por averiguar quienes son, y
no qué son. Consecuentemente ignoran si realmente se remiten excluyentemente a
la integración de un cuerpo; al que después de centurias de renacido su derecho
de elección, aún se están cuestionando como y con qué es conveniente alimentar.
Es un
transitar describiendo eternamente los mismos gastados círculos, posponiendo en
cada giro el observar la brújula que descansa en el bolsillo del pantalón; solo
por el temor de que la aguja del instrumento señale un norte que, aún siendo su
real destino, les exigirá tomar un rumbo. Un paso, ahora volitivo, en algún
sentido, ciertamente provisorio como casi todos lo son, pero qué evidenciaría la
instancia de una decisión previa.
Casi no hay
sombras, solo se hacen más notorias las de los cuerpos cuyo mayor diámetro se
encuentra en la parte superior de su materialidad. Dentro del mediodía del
extenso paisaje rural, cada objeto parece haber perdido un grado de existencia
y ganado cierta soledad. En un cuadro de excluyente perpendicularidad la luz
pareciera provenir desde lo alto de las cosas, acusando sobre esta tierra solo
una de sus tres dimensiones.
Uno se
pregunta cuantas otras realidades permanecen ocultas, dependiendo su percepción
tan solo de las cualidades y ubicación del observador.
Los perros y
los locos son capaces de observar “naturalmente” aquello con lo se ha rodeado
otro ser vivo. La impronta de sus pensamientos y deseos luce claramente ante
sus ojos flotando en el entorno de su creador. Huella digital de cada
personalidad. ¿Cuáles informaciones estarán integrando la creación, más allá
del campo visual de los perros y los locos? ¿Qué sombras produce la luz
interior y sobre que superficie estas se dibujan?
No habiendo
mesa a la cual sentarse ni momento que a ella convoque, sin estructuras ni
conveniencias horarias, solo la necesidad del alimento genera la premura.
Cercana ya la fuente de abastecimiento, han sido muchos los pasos dados desde
el último mendrugo de pan ácido ingerido.
Uno ha
practicado durante décadas el ritual sistémico de la recompensa obtenida por
medio de la labor contratada. El método en sí, no es bueno ni es malo, solo uno
más piadoso heredado del antiguo primitivo uso del trabajo obligado que
realizaban muchos en obligado favor de algunos pocos. Siendo que estos poseían
el suficiente poder como para lograr que así sucediera.
Ahí, la
voluntad, así como la conveniencia, sobre la cual se hacía posible esta
asociación pertenecía a una sola de las partes. Esta relación laboral devino en
otra más acorde a una sociedad que avanzaba inspirada por un pálido reflejo de
captación proveniente de los conceptos plantados en la conciencia social
humana.
Ciertamente
la fuerza primitiva, que suele acompañar al poder, se ha ido parcialmente
abandonando como medio unilateral, para ser paulatinamente reemplazada por la
“fuerza de voluntad”, ahora de ambas partes, en continuar con este rancio
sistema de intercambio. El detalle que a este concierto (consenso) destaca, es
la mutua necesidad de obtener lo que la otra ya posee. No obstante esto, cada
situación, cada página que se improvisa en el borrador de la vida, contiene,
evidente para el ojo interesado en observar, un aporte a la experiencia
profunda, y no siempre cognitiva del individuo. Uno ha concluido ya con este
período.
La
mendicidad bien entendida requiere una preparación especial y el logro de algo
así como un estado de gracia. Es menester recobrar la ingenuidad y una
sinceridad que el ego no ejercita por parecerle humillante.
No se pide
para tener, sino por carecer, y una vez satisfecha la solicitud debe cesar el
acto que la motivara. Claro está que esto es válido para portadores de cuerpos
sanos. Hay organismos deteriorados que obligan a las personas que los habitan a
permanecer postrados en constante suplica, mendigando todo lo necesario para su
subsistencia. Pero esto jamás debiera despertar compasión. Si así no fuera,
estarían olvidadas fundamentales verdades del vivir humano.
Acto y
consecuencia, acción y reacción. Si observáramos la causa seguramente no
comprenderíamos el efecto emergente. Ante el evidente efecto tampoco nos
detenemos en percibir que, previamente, algo lo generó. Absolutamente grotesco
sería suponer que todo sale desordenadamente desde el descontrolado,
imprevisible, interior de la chistera del ilusionista, tocándole a cada uno
según la suerte que lo llevó a pasar por allí, justo en ese desgraciando o
afortunado momento.
¡No!.
Compasión para el equivocado, para el violento, el iracundo, el falsario, el
estúpido soberbio. Para aquel ser que, contaminado por la diatriba de los que
hablan fuerte, obliga con una mente enferma a su cuerpo sano a tullir su
dignidad en procura de la dádiva espuria.
Solidaridad y simpatía para el semejante que se
encuentra en un camino difícil, mismo que lo ha de llevar al punto de
reivindicación; desde donde bien podría compadecerse de quienes, poco antes, lo
consideraron merecedor de ese sentimiento.
Es el
mendigar uno de los actos de aprendizaje más difíciles a realizar; y es
mediante este que se cosecha un inmenso caudal de conocimiento. Conocimiento
sobre los que deben ejecutar el papel de entregar, o negar la limosna, sobre
las situaciones e intercambios que se suscitan, pero, y como no podría ser de
otra forma, sobre aquello que llamamos “uno mismo”.
Algo se
revela y algo se libera, algo se complace en el entendimiento y algo se humilla
sojuzgado. Una simple moneda, recibida a palma abierta y entregada con una
sonrisa amorosa, se convierte en un símbolo de transmutación para los actores
incluidos previamente en el reparto de este drama; aquí no hay improvisaciones.
Dos seres han creído necesario escribir este libreto mucho antes de salir a
escena, y en esta actuación de debut y despedida ambos reciben, a la vez que
realizan, su mutua entrega.
Es la misma
representación que se repite incesantemente en cada intercambio entre los
semejantes del mundo, por insignificante que parezca. No hay papeles pequeños y
los actores deben ser ineludiblemente vocacionales, cualquier interpretación
interesada condena a su ejecutante a tantas posteriores repeticiones de la
obra, cuantas sean precisas para dar a su parte lo que él mismo espera de ella.
Siendo el hombre esencialmente filántropo y mendigo, deberá ser capaz de darse
y pedirse a sí mismo, para así bien hacerlo con aquellos que encuentre en su
camino.
El atrio de
la iglesia pueblerina, la plaza central, las calles más importantes, son los
circunstanciales escenarios. Escuelas con verdaderos maestros, con lápices de
colores, reglas y cuadernos de clase. Habrá cosas para pintar, medir, y mucha
enseñanza que anotar con tinta indeleble.
Y uno, que
notó hace ya mucho tiempo que se encuentra al frente del aula donde, como
todos, quieran o no saberlo, recibe e imparte lecciones, debe asumir su papel
de mendigo para también dar cabida a que otros realicen el suyo complementario.
Acción y reacción, causa y efecto. Evolución.
¿Marginado?,
marginado ¿de qué marginado? Marginado es quien se encuentra al margen de los
acontecimientos y no quien los protagoniza.
El mundo es un tablado global, donde millones de
intérpretes realizan una pieza colectiva representada por un sin número de
personajes. Aparentemente inconexos, van conjuntamente, construyendo los
peldaños de la elevación o decadencia humanas. Los primeros actores, y de hecho
así pareciera suceder, suelen no ser más que meros partiquinos que producen
acontecimientos precipitantes, motivadores de reacciones individuales de signo
positivo o negativo, según el particular juicio de El Único capaz de calificar
certeramente los procederes. Y la obra siempre ha de continuar, en tanto los
actores se renuevan constantemente, saliendo de escena solo al momento en que
hallan alcanzando la comprensión de que ellos mismos son los autores y
guionistas, y en forma alguna producto de un ocasional libreto en el que se ven
envueltos. Hechos, y no
consecuencias.
Es hora de
detenerse. La temperatura ha dejado de presentarse con ese aspecto de primavera
en retroceso que acompaña a los primeros días del otoño. Debe el hombre su
supervivencia a la capacidad de adaptación con la que ha sido provisto, como
parte de los tantos elementos que le hubieron sido entregados graciosamente,
para suavizar la subsistencia en este durísimo estrato de su transito hacía
situaciones más sutiles y benignas. Hora del cambio, uno de tantos.
Adaptación.
El aceptarla de buen grado, más allá de posibles conveniencias, presupone un
razonado uso de la inteligencia. Tal nos lo enseña una inconclusa “Teoría de la
Evolución” (que para uno siempre será el esbozo de una explicación más amplia)
“quien no se adapta perece”.
Un
trashumante marcha por caminos elegidos (con las reconocidas limitaciones de
rigor) o, por el contrario, permite que estos lo conduzcan hacia donde sea que
ellos lleven. Siempre se es resultado de las propias concesiones.
Este pueblo
será una decisión. Es presente; el pasado se lleva puesto, y el mañana, si es
que será, vendrá como corolario.
El cura párroco, poco habituado a contar con
pordioseros que mendiguen en el portal de su templo, ha ofrecido alojar al
errante en un cuarto que guarda en el extremo trasero del predio que rodea a la
capilla. El sitio, si bien sencillo, es confortable y cuenta con un pequeño
cuarto de baño.
Todo cambia.
Las situaciones se modifican, siempre limitadas por los parámetros que a este
estado de conciencia le son propios. Dentro de su confinamiento (no está
autorizado que uno se transporte a un planeta lejano en uso de una tan débil
voluntad como medio de propulsión), nuestro “todo” se modifica como mero efecto
de una anterior causa. Pero bien podría no ser uno su causante ocasional, sino
otro, o infinitos cursos de vida que deben seguir cumpliendo con su entrelazado
y siempre variado destino y así, en su desarrollo, propician nuevos
acontecimientos.
El
sacerdote, si bien limita el período de permanencia en el alojamiento, debe
realizar este acto de caridad como parte del papel que, a la sazón, representa.
Uno, igualmente en el suyo, debe aceptar la dádiva otorgada. Ambos hacen uso de
sus decisiones, y estas marcarán tantas alternativas de futuro, como
posibilidades de elección existan. No hay mejores ni peores; solo son líneas,
nunca rectas, hacia los fines que, aparentando ser individuales, son abarcantes
y colectivos.
Es según su
resultado que los actos se ponderan, (aunque bueno es reconocer que no siempre
la consecuencia se publica en el Boletín Oficial de distribución “local” o
mundana) y cuando uno percibe que ciertos eventos aparecen reiteradamente
favorables propiciando sus acciones, sugiriendo inequívocamente lo acertado de
una trayectoria determinada, le invade la inmensa alegría de sentirse seguro y
protegido. Seguro de que se halla efectivamente realizando algo de “eso”que
debe hacer. Protegido de los temores; quienes sabiéndose perdidos ante la
supremacía de la verdad, huyen despavoridos a ocultarse en las oscuras cavernas
del ego. Lugar desde donde aguardarán una oportunidad más propicia para
reaparecer, tratando vanamente de perpetuarse como integrantes de una
personalidad que, poco a poco, los va dejando de lado por irreales e
inconducentes.
Puede verse,
casi siempre al término de las ceremonias, y sentado en la escalinata de la
iglesia del pueblo, a un paupérrimo creyente de lo impoluto que la enseñanza
que esta dicta, aún conserva -en la misma medida que lo hace con las demás
herramientas con las que el hombre interesado cuenta para salir de este
aparente caos en que ha caído por voluntad propia-. Claro está que esa amplitud
conceptual se omite en principio en los diálogos, pero solo por falta del
cuestionamiento que propicie su sincera exposición; que no por intención.
Así un
semejante, asiduo concurrente al lugar, y consecuente solicitante de lo que se
le ha enseñado son “Favores Divinos”, indispensables elementos para la
supervivencia de su estilo de vida, descubre una fría mañana de abril a un
extraño de barbado rostro, cuyos ojos, a su vez, le demandan ayuda para cubrir
sus propias necesidades. El hombre, acosado mentalmente por lo que considera su
personal e importante falencia, se siente molesto y algo sorprendido por esta
presencia que, en alguna medida, ejerce una sutil pero evidente presión sobre
su conciente. No obstante, con el transcurrir de los días y recordando quizá la
enseñanza de su Maestro, comienza a depositar una pequeña ayuda en la mano del
mendigo, evitando cuidadosamente cualquier contacto físico. La moneda es de
poca valía, pero adquiere el inmenso poder de un símbolo.
Durante seis
días la entrega cae desde la distancia que dos dedos tensos marcan como
separación entre ambas individualidades. Es el uso de un período previo,
necesario para una posterior variación en las proporciones. El yo se retrae,
solo un poco. Solo lo mínimo indispensable para dar cabida a la idea de
aceptación, oculta pero siempre latente, del “tu”. Solo un poco, pero la
tendencia a modificado su dirección.
Al día
séptimo la variación del porcentaje alcanza su punto crítico, suficiente como
para permitir que la mirada, que usualmente se desvía no bien hecha la limosna,
siga tímidamente la trayectoria que va desde la mano que recibe, hasta el
rostro cuyos ojos estuvieron aguardando pacientemente ese momento. El acto se
ha consumado. La secreta profecía que a estas dos almas atañe ha comenzado a
cumplirse. Ya no se detendrá. Todo lo que deba ser, ¡será!
La ilusión
del tiempo es solo necesaria dada nuestra reconocida incapacidad de incorporar,
en forma inmediata, la enseñanza que cada acontecimiento nos presenta. De
hecho, y por idéntica causa, los sucesos también se presentan secuenciados
dentro de una ilusoria dimensión lineal. Sobre otro estado de conciencia, bien
podría todo “ocurrir” en forma simultánea, o no hacerlo nunca por estar ya
definitivamente asimilada la moraleja con la que concluye cada fábula de la
vida.
La mente
necesita tiempo, comprensión y memoria. El alma asimila, no exige lógica y
jamás olvida. El Ser se nutre de experiencias sin necesidades
espaciotemporales.
Uno, que
debió sembrar muchos dolores para cosechar un pequeño conocimiento, ha sido
debidamente informado que todo saber, que por cualquier causa posea en esta
vida, si bien es de su uso, tal el agua pura debe correr; pues si se estanca se
descompone y pierde sus propiedades. Pero esta solo será destinada a saciar la
necesidad del sediento, cuya ansia se ha generado como consecuencia del
sufrimiento ocasionado por sus asumidos errores, y el posterior cuestionamiento
sobre el porque de las cosas. Aquel que padeciendo los efectos, está dispuesto
a aprender sobre como actuar el presente, de forma tal que sus actos de
hoy lo lleven, como no debiera ser de otra forma, hacia un futuro venturoso. En
verdad se podría decir que lo que creemos ser, es solo eso....consecuencia.
El
conocimiento, al igual que la riqueza material, otorga ventajas a su tenedor,
no obstante y al igual que esta, genera obligaciones en forma directamente
proporcional al caudal de la posesión.
Bien ha
sabido uno de lo desatinado de “predicar en el desierto”cuando, impulsado por
un ciego entusiasmo producto de sus noveles descubrimientos, pretendía iluminar
ajenas conciencias con esa pálida lumbre. Ignorante aún de que solo el deseo
del interesado llamará al medio mediante el cual se producirá el rayo de luz
que disipará sus tinieblas. El cual, si bien se sabe, llegará puntualmente en
tiempo, siendo que su forma es absolutamente impredecible, influenciando
exclusivamente al sector para el que hubo sido convocado. Así, alguien carente
en apariencia de cualquier medida de sabiduría, podrá sorprendernos con alguna
actitud o palabra que en mucho excede a su nivel promedio de conocimiento. Como
respuesta a su invocación, puede ahora ser maestro sobre asuntos que antes
desconocía y le atormentaban, y, no obstante, permanecer dentro de la más
absoluta oscuridad en lo atinente al resto.
El séptimo
día alguien entrega una moneda, y recibe a cambio lo mismo que le fuera dado en
las anteriores oportunidades en que este sencillo intercambio se produjera. El
séptimo intento despierta, en ese “alguien”, la comprensión de que el acto no
concluye al dejar caer el objeto sobre una mano ignorada. Es en la séptima
ocasión cuando dos miradas se cruzan y quien da, comienza a notar que algo está
recibiendo del miserable receptor de su dádiva.
De ahí en
más la situación inicia un cambio Quizá, lo acertado sería decir que la
improvisación del libre albedrío paulatinamente abandona los condicionamientos
de la experiencia personal, para ir acercándose al guión originalmente
preparado.
Así, el
deseo arrastra al pie que dará el primer paso forzando otro rumbo del
comportamiento. Un circunstancial saludo es el preámbulo de un raquítico
dialogo que se va sumergiendo, progresivamente y con el paso de los días,
dentro las aguas profundas de un cuestionario de vida.
Lo objetivo
aparenta una orfandad que se comprueba inexistente ante el estudio de su
auténtico ADN. La paternidad de lo subjetivo surge irrebatible de este
análisis.
El
semejante, tenaz concurrente al templo en busca de respuestas, comienza a
comprender que eso que ha obtenido en su presente, es precisamente la respuesta
que le entrega su pasado. Sus problemas, su entorno y hasta él mismo, son...
consecuencias.
Pasados los
primeros tiempos de confusión “el hombre que ha comenzado a entenderse”
necesita más información que le recuerde algo de lo que ya sabía; solo algo.
Puede que sobre el resto se interese algún día o, simplemente nunca le quepa en
esta vida.
A poco, el
sitio de encuentro, el frío escalón de la iglesia donde en principio se le pudo
ver sentado y en estrecho dialogo con el mendicante, fue reemplazado por las
cada vez más frecuentes visitas al alojamiento de este último.
Uno pudo
advertir en su primera comparencia, la sorpresa que sustituyó a la inicial
aprehensión con que su suponer le hubiera proveído en prevención de lo que allí
observaría.
Una cama de
pino, impecablemente tendida, junto a un ropero pasado de moda, una pequeña
mesa y dos sillas. Todo de madera desgastada hasta el tejido de la veta, a
falta de lustre o pintura con lo que realizar el acabado, componen el pulcro
mobiliario que descansa sobre la superficie de un piso de cemento encerado y
brillante. Las mismas deterioradas prendas del habitante de la habitación
construida sobre el final del patio de la iglesia, si bien torpemente zurcidas
en sus desgarros, denotaban una limpieza que nunca antes había notado. Por
último, el suave aroma a lavanda y sándalo allí presente, terminaba de componer
un ambiente que invitaba a la paz y la armonía, haciéndolo difícil de
abandonar.
Fue en este
modesto ámbito donde el visitante asumió su rol de discípulo. Donde su
personalidad continuó su retroceso, permitiendo con ello el acceso de cierta
información hacia un sector más estable y menos “circunstancial” de su persona.
Pero quien desea aprender, debe previamente reconocer su ignorancia, y con ello
se coloca en la situación de un interesado peticionante del conocimiento que
otro posee, o pueda recordarle. Aquel que pide, conciente de su insolvencia,
debe hacerlo con la necesaria humildad, pero con la franca firmeza que le
otorga su derecho de tomar tanto conocimiento como sea capaz. Se convierte,
orgullosamente, en un mendigo. “Pedid, y os será dado”. Pero se debe realizar
el pedido.
Solo en el
justo momento en que el anhelo supera a la inercia que genera la ilusión cotidiana,
se presenta la respuesta al deseo. Quien recibe, cualquiera sea su caudal de
sapiencia, se convierte en discípulo; mientras aquel que entrega asume la
maestría, aún dentro de una evidente ignorancia. Pudiendo, y de hecho así suele
ocurrir, alternarse los roles tantas veces como el objetivo de evolución lo
demande para su cumplimiento. Todos tenemos riquezas para compartir, y miserias
que remendar.
Uno, debe
obedecerse, le caiga o no en gracia, y cumplir con todo esmero y máximo
sentimiento la labor de este período de su vida. Debe enseñar, puesto que se ha
presentado aquel que (en algún nivel que el recuerdo no alcanza) hubo sido
convocado a esta cita en otros momentos de ambas almas.
El
discípulo, como es costumbre de la raza, pregunta, se maravilla, ejercita,
cree, duda, descree y vuelve a preguntar, a maravillarse, etc., etc. Tres pasos
hacia delante y dos en retroceso. Pasos sobre un sendero que no siempre será
fácil ni placentero; y que no obstante jamás podrá abandonar.
Denodadamente
lucha el hombre nonato para salir de su encierro; aunque este le resulte cálido
y agradable. Debe el polluelo agotar sus energías para romper su estrecha pero
confortable reclusión.
Hemos
aceptado que “el tiempo pasa”, por tanto al hacerlo nos impone etapas que son
ineludibles. Puede alguien negarse a ese paso imponiendo su sabiduría, y tendrá
éxito en esta alteración de lo establecido; mas el infeliz que dentro de su
cómoda ignorancia así lo intente, se verá fracasando y asegurándose un
impostergable cuanto doloroso retorno a la misma situación; y esto tantas veces
cuantas le sea necesario a su comprensión. Porque el primero pone en su ayuda
las leyes universales, en tanto que el segundo supone en su desconocimiento que
puede superarlas, o, más frecuentemente, simplemente ignorar su existencia.
El discípulo
incorpora novedades, rescata olvidos. Cambia. Por la madurez de su voluntad
cuestiona a su ego, lo reconoce. Este reconocimiento establece sus limites, se
le hace notorio que estos existen, que siendo ciertamente muy estrechos lo
circunscriben dentro de un área muy reducida, y se esfuerza en trascenderlos.
Nuevamente entabla una dura lucha por liberarse de su encierro. ¡Debe, desea y
puede lograr un nuevo nacimiento!
El discípulo
cambia, y ese cambio es observado por los semejantes de su entorno. “Por sus
obras los conoceréis”.Y este entorno comienza a modificarse en función de la
nueva actitud de su integrante. Toda acción genera una reacción.
Todos
andamos por la vida buscando fórmulas que la hagan más placentera. Lo que pocos
llegan a comprender es que los componentes del brebaje que a unos salva,
resulta totalmente inocuo para el resto. Solo los grandes Maestros han podido
generalizar algunas recetas, pues esta ha sido, y es, su entrega al mundo: el
“descenso” y traducción de ciertas verdades en el contenido de su misión. Aún
así la interpretación y uso de estos métodos se efectúan mediante las
herramientas que cada uno de nosotros posee. A saber: la enseñanza es captada
por SU mente, recepcionada según SU capacidad de hacerlo, interpretada a través
de SU criterio y tal SU experiencia, ejecutada en la medida de SU voluntad, y
por último, los resultados obtenidos tendrán directa relación con SU convicción
en el éxito de los mismos y los condicionamientos (SUS) con los que halla
nacido en este espaciotiempo.
Así como no
existen dos seres idénticos en su apariencia externa, tampoco los hay es su
composición interna, dado lo cual la voluntad e intención de cada uno habrán de
primar sobre la distracción del ego. Adaptando y afinando esas recetas de forma
tal de generar una propia capilaridad capaz de permitir que el sagrado
contenido de las verdades penetre hacia lo profundo de su ser; donde debe
anidar y crecer. Voluntad e intención.
Los
semejantes observan el cambio producido en su parecido, y esto despierta su
deseo de seguir ese ejemplo. Desean ser más parecidos a su semejante.
Comienzan a
llegar. El umbral de la iglesia ve aproximarse nuevos rostros portando su carga
de dolores, desconciertos y preocupaciones.
Para cada
cual lo único real es aquello que siente, y busca, erróneamente, trocar los
hechos y no los “sentires” que le otorgan poder al sufrimiento. Ignorantes de
que el deseo intenso, también llamado fe, posee el poder de transformar las
apariencias. Pero para esto, será menester sangrar las rodillas en cada
intento.
Un paso
seguido de otro, y otro más. Uno, que ha abandonado temporalmente los caminos
del planeta, está avanzando según su interna hoja de ruta. Sabe que, en este
menester de maestro, cosechará algunos éxitos evidentes y muchos fracasos
aparentes. Que puede que no halla más gozo que el de lanzar palomas
multicolores hacia los aires con la esperanza de que aquellos ojos miopes
logren seguir su trayectoria ascendente. Y el placer no estará en liberar las
aves, sino en observar las miradas de las almas que sean capaces de advertir su
vuelo.
Los nuevos
mendigos se presentan confundidos ante el pordiosero. Vienen también en busca
de respuestas. Vienen a pedir, movidos por su necesidad de recibir lo que por
ellos mismos no logran obtener.
El hábito
podrá no hacer al monje, pero sí a la creencia de que lo es. A las pobres
gentes, sujetas firmemente a atávicas normas de comportamiento, se les hace
especialmente dificultoso sojuzgar sus pautas culturales, impuestas a sangre y
fuego, para poder, libres como niños carentes de estas restricciones, acercarse
sencillamente a alguien ubicado en los más bajos estratos del orden social
establecido y solicitarle consejo y ayuda. ¡Cómo hacerlo, si este paupérrimo individuo
es la más clara representación del fracaso que pueda encontrarse! No han
logrado substraerse lo suficiente a los ancestrales paradigmas como para
comprender la paradoja del éxito y el fracaso. Y esa será su primera prueba.
Así, alguien solo se acerca a la verja que
protege la propiedad de la iglesia, en tanto otro prefiere observar con el
rabillo del ojo mientras transita rumbo al interior del templo. Habiendo a
quien su magro impulso solo le brinda la posibilidad de contemplar desde lejos
y con desanimo al pobre destinatario de su atención, para partir inmediatamente
resignando la oportunidad.
En general,
el protocolo de una acción aceptada por las normas en uso, es un medio que
otorga cierta seguridad como comienzo de una gestión poco común. Un día
cualquiera se acerca, limosna en mano, un bien ataviado mendigo iniciando, una
vez más, el rito de aproximación. Tratando, sin reparar en ello, de revertir el
distanciamiento que nuestra cultura social hubo impuesto entre los integrantes
de su comunidad. Más tarde otro, con su personal aspecto, hace lo propio. En la
siguiente semana dos de ellos repiten la operación.
El plan se
cumplirá, porque así debe ser. El maestro siempre está, los discípulos van
llegando. No son más que los que este puede atender, porque así debe ser. Cada
mente arrastra una incierta cantidad de interrogantes, cada personalidad sus
ocultos temores. Cada corazón reboza de
inconclusos e inexpresados amores. Puede haber alguna similitud, no existe
la igualdad. No hay programa oficial de enseñanza ni clases comunitarias. Algo
los une, el sufrimiento; terrible consecuencia que les ha obligado a prestar
atención, a cuestionarse sobre los verdaderos tópicos que subyacen en la
distraída visión exterior.
Son granos
de arena que, vagamente, comienzan a recordar que han formado parte de un
cuerpo infinitamente mayor. El cual hubo sido a su vez solo un grano de arena,
modesto integrante, de una pequeña playa de la cósmica vastedad.
Meses que se
descuentan del calendario, y discípulos que ensayan otras realidades. Gentes
que dejan, tímidamente, de ser lo que antes fueron. Recién encendidas luces que
no alcanzan, con su escasa claridad, a ser faros que guíen a perdidos timoneles
hacia puerto seguro, pero suficientes para espantar algo de la oscuridad de su
cercanía. Suficientes para que se note su renovada presencia. Aún no son
maestros de tiempo completo, y talvez nunca lo sean, pero si, y en verdad,
futuros guías por los senderos del conocimiento; aunque pudiera que jamás lo
noten. Un nuevo aporte se esta realizando, algunas almas han avanzando un paso
hacia su ineludible destino; en tanto contribuyen a elevar el nivel vibratorio
del planeta, del sistema, de la galaxia, del redivivo presente universo.
El mismo
desplazamiento de otro tipo de energías, desalojándolas de sus habituales
campos de acción, produce su compresión. Todo aquello que es sometido, tiende a
sublevarse. La compresión de un elemento, que siendo elástico por naturaleza,
se hubo expandido y se considera a sí mismo oprimido, más allá de su opaca
característica involutiva, buscará volver a sus antiguas fronteras. Acción y
reacción, causa y efecto.
En este
sombrío sitio donde hemos venido a dar, la oscuridad se enseñorea y la luz que
la aventa, ha de provenir forzosamente de una fuente que la genere. Si en la
noche del mundo una candela se apaga, las tinieblas recuperarán su espacio y
algo se habrá perdido. Cada sol ilumina con luz propia, pero a costa de
consumir el combustible que es su vida, y en esto solo es cuestión de esperar.
Pero cuando un alma brilla, aquello que la alimenta proviene de la primigenia y
siempre creciente fuente de energía, y esta jamás se agota. La negrura ha sido
desplazada y debe actuar neutralizando al enemigo a riesgo de perder una
batalla en su lucha por postergar su inevitable final.
Uno que, por
mandato, en esta ocasión ha alterado el equilibrio, comienza a percibir el
inevitable enfrentamiento entre las partes de la dualidad. Hay damnificados,
siempre los hay. Uno es causa, a los ojos de estas gentes, y eliminada la
causa, cesa el efecto.
Las
reacciones, si bien han ido variando en concordancia con los tiempos, son
esencialmente las mismas, y consisten en quitarle al díscolo causante de la
variación entre las proporciones, los elementos que hacen posible su accionar.
De forma que el indeseable se ve privado del alojamiento gentilmente
suministrado, del lugar donde ejercer su rol de mendicante y de la tolerancia
oficial, con la que muchos deben contar para poder desenvolverse. Momentos hubo
en que la misma vida del infortunado caído en desgracia era tomada en prenda de
su silencio.
Según se
dice: Aquel, que fue el más grande que en esta tierra misionara, afirmaba haber
venido a dividir, y no a unir, “a colocar a padres contra hijos...”. Necesaria
confrontación entre las partes de la dualidad. La única constante es el cambio,
y el cambio modifica las proporciones, altera el statu quo, y produce
“reacomodamientos” sobre el tablero de lo que se desea permanente.
Un nuevo
cargo por vagancia, la correspondiente averiguación de antecedentes, y el
obligado hospedaje en una celda de la seccional de la policía local, son parte
del efecto que uno causara con sus acciones de los últimos meses. El presente
difícilmente tiene en cuenta el signo que precede al resultado de las
actuaciones no convencionales por alguien realizadas. En su mayoría, estos
casos carecen de cualquier otra intencionalidad que no sea la preservación de
lo instituido. Pocos ojos logran observar el crecimiento de una semilla cuyos
brotes no han horadado aún la superficie del suelo de su tiempo. Mucho menos
aún que el sembrador solo coloca la simiente en sitio propicio, sin ser este el
propietario de la vida que esta contiene ni del terreno donde yace. Meramente
una voluntaria herramienta que se ejercita mediante su labor.
La reacción
pasa irremediablemente a ser una nueva acción productora de otra reacción.
Los
discípulos, que no por tales habrían de carecer de rebeldía, protagonizan
actuaciones tendientes a volver las cosas al estado que ellos consideran más
conveniente. Las ocasionales autoridades se ven asediadas por las sugerencias
de unos y de otros. La puerta de la comisaría por grupos reunidos por los
adeptos al detenido, reclamando su inmediata libertad, y las influencias
locales, y hasta provinciales, se hacen oír tanto en un sentido como en el
otro. Y eso es dividir.
La
afortunada soledad del encierro otorga al prisionero la libertad del uso de su
mente.
El ejercicio
reiterado hace a la automaticidad de la acción. El subconsciente, entrenado en estos
menesteres, no se entretiene inútilmente en el análisis de la estampa presente
deteniendo el film en una imagen que, estando apartada, podría calificarse de
injusta e infeliz. Obvia estas comunes conclusiones pues el humilde tesoro
epistémico ha cortado finalmente el retorno al engaño de la dolorosa auto
conmiseración y otras emociones basales, consecuencia de una posición
psíquicamente inestable ante la vida.
El hombre
que se provee de alguna sabiduría la utiliza, también, para su beneficio.
Piernas cruzadas,
sentado durante horas sobre la almohada de su camastro, el recluso despierta la
curiosidad de sus carceleros, los que al notar que esta rareza es pasiva, y que
para el intento de comprenderla deben asumir una actitud investigadora, algo
que los obligaría a pensar, pronto pierden todo interés por el loco detenido.
Interés que a poco es reemplazado, tal suele suceder, por la indiferencia que
acompaña a la costumbre.
Guardando un
monástico silencio, en una actitud casi estática se sumerge en las profundidades
de su alma en busca de respuestas que en nada hacen a los recientes
acontecimientos. Algo molesta al errante.
Cada
individualidad se manifiesta como producto de una incontable cantidad de
factores que han ido conformando lo que hoy aparenta. Todo esto, aún dentro de límites
sumamente imprecisos, define aquello que cada uno representa en su exterior y
siente que “es” en lo interno.
Queda en
claro que el maestro busca despertar en cada discípulo el conocimiento que en
el sujeto subyace, y que, como todos los integrantes de la raza, ha traído
incorporado en la parte del todo que a este mundo se vio precisada a descender.
Desde el
momento que es el interesado quien busca la vertiente en donde saciar su sed,
cuando esta ha llegado al punto en que se le hace insostenible, no existe en el
camino de la luz el adoctrinamiento involuntario, ni coacción alguna que le
quepa. De esta forma el solicitante recibe su porción de sabiduría en directa
relación con el anhelo que lo motiva, pero siempre parte con cierta riqueza,
que siendo para ese momento el total de la capacidad de sus alforjas,
representa el más grande tesoro que pueda portar.
Algo inusual
ha ocurrido durante la representación de uno en el papel de maestro. Algo sobre
lo que consultar a su alma. Algo que bien pudo ser un error producto de la
ignorancia del mentor interino.
El fracaso
de uno consiste en haber recibido el aporte de un ser, que se le acercara en
actitud de suplica, sin poderle otorgar nada a cambio. La ley inmutable de
intercambio, aparece incumplida, inexplicablemente rota.
El
semejante, hermano en el dolor de tantos hermanos padeciendo en su búsqueda,
atribulado por sus dudas, presenta ante el maestro un ramillete de flores
secas: Sus bien encaminados esfuerzos de décadas de fallidos intentos por
alcanzar su proporcional ración de logros.
El maestro
observa. No cree nada, ni nada pone en duda. Solo observa, y atentamente
escucha las silentes palabras del alma del desgraciado penitente. Concluyendo
que, en verdad, ha habido pregunta sin respuesta. Causa sin efecto. Acción sin
reacción. La puerta que se hubo golpeado hasta sangrar los nudillos continúa
cerrada, tal y como si nadie escuchara detrás de ella las insistentes llamadas.
Este
desdichado humano, valga similar metáfora, arrastra pesadas cadenas cuya
longitud determina el circulo en el que se desenvuelve. Girando sobre un punto
fijo, le aterroriza en cada ronda la visión reiterada del paisaje que lo
circunda. Los mismos hechos se repiten una y otra vez, prescindiendo,
aparentemente, de las esforzadas correcciones impuestas a las causas que los
motivaran.
Doloroso
destino el de este ser, sus tiempos no se corresponden con los actuales
momentos que vive la estirpe adámica. La dimensión temporal en que se
desenvuelve se dilata en sus respuestas, prolongando el padecimiento producido
por lo acuciante de su anhelo. Llevando esas respuestas hacia lo alto: a planos
más sutiles, o postergándolas a lo largo, en espera de nuevas vidas que serán
en el futuro. Ambas coordenadas proyectadas aún fuera de su alcance, lo
determinan solo como su estático punto de intersección.
Descendiendo
rápidamente desde su papel de maestro, finalmente uno comprende que el espectro
de posibilidades inherentes a cada individualidad y su destino, es infinito. Y
que a esta le corresponde un difícil transito hacia su liberación.
En otros tiempos su aparente falta de logros
sería en verdad su gran logro. El individuo es uno de los escasos remanentes de
antiguas almas que han elegido apurar de un solo trago el fondo de su copa,
conteniendo aún el ácido vino de sus remotos errores. No obstante lo cual, el
pacto realizado ya no implica un sacrificio de tal magnitud, son estos los
momentos profetizados, aquellos donde cabe la gracia de posibilidades más
benignas, por así decirlo, para todos los que han decidido estar presentes en
esta singular etapa del planeta. Quien cargue el peso de una cruz que, a su
personal sentir, excede sus fuerzas, tiene ante sí opciones que otrora fueran
del todo inasibles. En las presente épocas, bendecidas por hallazgos tales como
que el mismo ADN es un nexo entre la materia corpórea y la libre energía de las
posibilidades, la “conexión con Sí Mismo” brinda a todo humano la facultad de
saltar por sobre el presente de
cualquier pacto preexistente.
Uno, que ha
sido apasionado en su comportamiento, vuelve, y a pesar de la resistencia
ofrecida, a conmoverse acompañando el llanto de quien visitándolo en su celda,
derrama sentidas lágrimas de alegría al encontrar, en su recuerdo, una
explicación que lo iguala con el resto de los “irredentos” semejantes. El
infortunado se tenía por excluido de las leyes cósmicas, en la sospecha de ser
el autor de alguna incalificable falta velada por los olvidos de tantas
encarnaciones. Un errabundo de la excepción que, iluso engañado por “la
educación”, supone que todas las leyes contienen como certificado de
autenticidad.
No es esta
la esfera en que las cosas se resuelven definitivamente, lejana tal se
encuentra del “para siempre”. Solo, y con mucha ayuda y paciencia, puede
lograrse despabilar dormidas conciencias para que comiencen a verse tal lo que
realmente son; nada más. Los milagros no son otra cosa que la materialización
de un mérito logrado de antemano. Se cierra el capitulo, uno no podría partir
sin haber terminado este segmento de su tarea en el lugar. El acertijo ha sido
debelado y la verdad del momento se hace evidente.
Temprano en
la mañana se abren las puertas del cuarto enrejado. El reo, que no hubo pedido
explicaciones sobre el motivo de su aprehensión, tampoco lo hace ante la
sorpresiva liberación de que es objeto. Sería inútil. Estas personas operan sus
vidas en función de patrones de comportamiento excluyentemente superficiales y
cualquier razón que mueva su accionar carece de importancia real. Son, por
ahora, solo pequeños engranajes productores de ciertos necesarios
acontecimientos que deben provocarse. Ignorantes del porqué de los mismos,
raramente se los cuestionan; cuando lo hagan ascenderán en el reparto; en tanto
solo interpretan su humilde papel, sin notar siquiera que se encuentran en
escena.
A las
puertas de la seccional de policía, congregadas una veintena de personas
aguardan jubilosas a su maestro-mendigo. La liberación de este supone para
ellos la primera victoria en su circunstancial lucha contra un frente fusiforme
que hila el destino desde una distracción no siempre desinteresada.
Las
manifestaciones de alegría son rápidamente reemplazadas por la decepción y la
tristeza. Su conexión con la esperanza de alzar el vuelo hacia las verdaderas
alturas, debe partir en busca del siguiente episodio de la trama. Ha sido
siempre duro para el humano de todos los tiempos soltar la mano que lo guiara
en sus primeros intentos por salir de esos internos laberintos de su propia creación.
Uno se hace
nuevamente a los caminos. Con más peso en el cuerpo y en el morral. El alma,
curiosamente liviana, se ha nutrido abundantemente con los puros alimentos de
otras almas recibidos, pero especialmente con el producto de lo que ella misma
pudo brindar.
Siguiendo por
el lineal corredor temporal, jamás se debe volver la vista atrás, a riesgo de
correr el mismo destino que la infeliz mujer de Lot. No obstante,
delicadamente, con la yema de los dedos, corresponde extraer la enseñanza que
todo cambio conlleva.
Escondidas tras el circunstancial telón de malezas
conque cada situación se despide, se encuentran las verdades que son el fruto a
cosechar luego de la siembra que las hubo originado.
Desapego,
una vez más debe uno practicarlo, hasta tener por incorporado que, sea lo que
fuera que se posea, esto último no debe ser el poseedor. Ya elemento, ya
persona.
Esta es la
reiterada lección destinada a quien por un tiempo se dejó poseer por una
perecedera situación.
Claro está que no debe incorporarse la emoción al
recuerdo. Pero tomando solo este, y desprovisto de aquella, resulta ser un
excelente proveedor de información. Información inobjetable, puesto que uno es
testigo de la verdad de su existencia.
Es grande el beneficio de detener de tanto en tanto la
marcha, sentarse a la vera del camino y sorber
lentamente y desapasionadamente la experiencia extraída al destilar los hechos
del pasado. Pues, en gran medida uno es esa experiencia, y en misma proporción
que logre en ella reconocerse sabrá de sí mismo.
Y lo inmediato es (“es”, ya qué todo, lo notemos o no,
se practica en presente) rescatar la vieja carpeta con folios manuscritos en gama
de muy distintos tonos y colores en cuya portada se destaca el nombre de un
hombre. Mismo que ha sido abandonado, ya mucho tiempo atrás, junto a otras
cosas que le impedían correr la vida ligero de equipaje.
Cada oportunidad en que el ser se ve compelido a
efectuar una retrospectiva de sus pasadas actuaciones, nos recuerda que algo
quedó atrás. Y que, con ese paneo sobre campo trillado, uno cierra la jornada
disponiéndose a ingresar a un nuevo estado de su compromiso con la vida.
Una etapa ha sido concluida. Se deben velar las armas,
rescatar solo lo necesario, y disponer el ánimo para lo que ha de presentarse.
Infancia
“normal” de un niño, por fuerza, estandarizado y sometido a un común currículo
de enseñanza; más allá de la existencia, o no, del canon mensual.
Tal
correspondiera al uso de la época, fue sujeto por una educación familiar
exigente en el cumplimiento de las normas, y totalmente ajena al potencial
creativo y emocional de su vástago. Este comenzó a remedar a los rediseñados
androides, estereotipos culturales en papel y bronce, realizados sobre la
anterior figura de humanos de algún renombre histórico. Inútil intento de lograr
la aceptación del medio obtuso en el cual, sin posible elección, se
desenvolvía. Instauración arcaica esta de los cambiantes “becerros dorados”,
descendiente de una tendencia siempre ascendente de los organismos dirigentes a
inducir mediante ejemplos dibujados, el proceder de los individuos que integran
eso que aglutinan dentro del término “sociedad”. Comportamiento solo atribuible
a la conveniencia de los distintos regímenes de turno, de cualquier época y
tendencia, y trasfundida a la pedagogía oficial con un desatento patrocinio
hogareño.
El terrible
ejercicio de repetir memorizados los pétreos textos, realizados casi por
encargo, que el uso obligatorio hacia indispensable, no logró neutralizar
totalmente la capacidad crítica, y el análisis subjetivo que fueran patrimonio
del pequeño damnificado. Afortunada preservación esta, salvadora del futuro
criterio adulto en ciernes, resguardándole de quedar congelado dentro de esa
propuesta educativa que negaba por omisión la falta de fronteras y temporalidad
de su instrucción.
Si por
discreción prescindimos de la intencionalidad, y por experiencia de la
sabiduría, solo tres estados hacen posible que el hombre se muestre
absolutamente seguro acerca de los temas sobre los qué pretende ilustrar: la
ignorancia, la soberbia o la iluminación. Las dos primeras generalmente van de
la mano e, irremediablemente, producen amputaciones en las alas del infortunado
estudiante que toma como verdaderas falsas aseveraciones, estrechando así el
libre vuelo de la mente que busca nuevos horizontes del conocimiento.
Por su lado,
la tercera testimonia la inexistencia de todo tipo de limitaciones, propiciando
la trascendencia de lo aparente hacia el campo infinito de la verdad.
Posteriores
intentos en el ámbito de la enseñanza media y superior, igualmente frustrados
por el desencanto producido ante la evidencia de un vacío de sustancia en esta planicie
realmente desértica, consumieron totalmente su reserva de esperanza de hallar
algo relacionado con lo esencial por este medio.
El adolescente solía sentarse sobre un viejo banco en
la rotonda central del parque, estudiando allí el rostro de los transeúntes y los
retazos de conversación atrapados al azar. Pobre intento de descubrir aquello
que hacía a las gentes continuar una vida que a él se le antojaba totalmente
carente de significado.
Si todo era auténticamente tan azaroso, uno solo
podía, por cierto en medio de un campo de lógico temor, aguardar a que oculto
tras cualquier árbol a la vera del camino, le sorprendiera la desgracia o la fortuna.
Lo malo del caso sería que, según lo observado, la primera contaría con mayor
presencia que la segunda. ¡Sí!, y sería también mucho más esperada que su
opuesta complementaria. Con esto, quedaba el pobre cualquier tipo absolutamente
restringido a su papel de penitente
Las reglas
están para cumplirse, y haciendo caso omiso de Aquel que decretó que “es el
hombre quien tiene obvia prioridad sobre las normas”, la costumbre asume el
mando indicando la única alternativa posible. Esa única “opción” a la mano le
fue impuesta retrasando su carrera de autodidacta de la vida, en aras de
realizar una labor remunerativa con “posibilidades de progreso”. Bueno, que
nada sobre aquello ejemplificado por “Los lirios del campo y las aves de los
cielos”.
Nadie pudiera jamás olvidar su “inserción” en este
medio, el medio laboral. Es el momento de la comunión con lo establecido. El
ingreso a un submundo de formalidad que otorga una segunda identidad acorde a
la labor en desempeño. De forma tal que esta pareciera estar relacionada con el
ser. Uno “es” plomero, ingeniero nuclear, o conductor de taxi, entre otros. De
esta forma logrará responder correctamente a la pregunta sobre lo que se “es”.
Diciendo ser un oficio, una profesión o un empleo.
Curiosa
descripción de sí mismo la del humano, a falta de conocimiento sobre su
esencia, se identifica de tal manera con un nombre de documento oficial, o una
actividad, que esto lo define y en consonancia es reconocido por su entorno. Es
que esta prótesis viene a ocupar el vacío de una realidad que, por desconocimiento,
carece de dictado, de la misma forma que no hubo término con el que designar al
continente americano antes de que se sospechara su existencia.
A válida
prueba, baste solo consultar a un desocupado sobre “lo que él es”.
Se pueden ocupar las horas de los días que integran
los meses laborales, de los años, de la vida, en algo placentero relacionado
con el gusto y habilidades propias, o hacerlo a disgusto; forzándose cada
mañana a llevar cuerpo y pensamiento al encuentro de un quehacer falto de todo
tipo de gratificación.
No existen circunstancias fortuitas, en uno u otro
caso lo que uno hace es lo indicado, tanto por el impulso que ha traído a este
mundo, como por las decisiones tomadas. Hado y albedrío, entrelazándose, van
tejiendo el paño de la vida.
El joven
solía sentarse sobre un viejo banco en el parque, libro en mano buscando en la
palabra dictada por la experiencia, los motivos que tenía para ser quien era, vacilar
tal como la hacia, y la causa por la cual parecía ser el único mortal que se
planteaba estas cuestiones. Como consecuencia de su investigación comenzaba a
notar que, si bien nunca se había sentido “en casa” sobre este mundo; no era el
único en hacerlo. Aunque, lamentablemente, no contaba con ningún otro
disconforme a la mano.
Las
conversaciones con sus relaciones versaban sobre asuntos baladíes, en una mal
disimulada puja por sostener el uso de la palabra, esforzándose cada cual en
captar la dispersa atención del resto de los contertulios. Los temas en tapete
solían remitirse a alguna historia sobre sí mismo, de cuya narración se
desprendía claramente la necesidad de demostrar algunas particularidades
sobresalientes de su carácter, inteligencia, humor o coraje. Si por el
contrario, un tercero ausente tomaba el papel de protagonista, rara vez salía
este airoso del comentario; caso en el cual participaban varias voces,
resaltando sobradamente los supuestos rasgos negativos que al individuo
caracterizaban, y de los que era, a no dudarlo, culpable.
Las polémicas
lejos de hacer aportes, producto de pensamientos y experiencias sobre asuntos
de trascendencia, se centraban en superficiales temas cotidianos, o peor aún,
sobre los resultados de eventos de dudosas características deportivas y la
actuación de sus participantes.
La más
profunda soledad es aquella que se siente cuando estando rodeado de semejantes,
uno se nota ajeno, excluido, vista la imposibilidad de expresarse aún en uso de
la misma lengua. Limitación que el desinterés ajeno impone ante “esa” zona intangible
vedada al dialogo. Pues nadie, con algún ejercicio social, sería capaz de
interrumpir una conversación de estos tenores con una alusión directa a la
búsqueda de la esencia del ser, por poner algún ejemplo. Bueno, el caso es que
el calificativo de “loco” le cupo a uno, luego de este puntual cuestionamiento.
Aún más, fue escrupulosamente observado por sus congéneres, quienes, entre
preocupados y divertidos, esperaban que algún otro exabrupto partiera de la
boca del delirante, con el evidente sano deseo de poder concluir la labor de
darle válida cabida dentro de alguna clasificación que les fuera conocida.
Quien solo
mira su entorno, tarde o temprano sentirá soledad, y el que más la ha de sufrir
será el menos desatento.
(RAE) Amor:
“Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia
insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser”
Existe en toda
vida algún período en el que, quien la ejercita, supone haber encontrado en la
amorosa compañía de otra persona respuesta a su disgusto por la soledad. Esta,
a su vez es poseedora de la suya, con sus particulares características.
Desde “casi”
todo punto de miras, el mayor amor es hacia sí mismo. Consecuentemente la
persona cuyas feromonas nos sean afines, será seguramente la elegida para
comenzar un romance, dado que su cercanía nos es gratificante y sumamente
excitante. Ergo, “amamos” porque eso nos produce placer.
Tenaces en
nuestro emprendimiento, decoramos su personalidad según nuestro gusto y deseo.
Esta imagen, creada por un ideal temporal y solo para complacernos de momento,
no se condice con la realidad del original sobre el cual se efectuó la
construcción. Consecuentemente, y esta es solo una de las posibilidades más
comunes, el disfraz se va deteriorando con una rapidez que guarda directa
relación con el convencimiento que se tenga de lo auténtico de la fantasía,
dejando impúdicamente a la vista la desnudes de la presencia tras él oculta,
La otra
parte, a su vez, percatada del ideal que de ella se pretende, y en similar aunque
inversa situación, asume el papel que se le ha adjudicado; en lo que puede ser
el mayor esfuerzo de su existencia. Pero este esfuerzo será del todo vano. Más
tarde o temprano, cada uno se muestra tal cual supone que es, y no como otro lo
desea. Retornando así a su verdadera forma, por mucho que sea el amor que se
haya invertido en la relación.
Existe una
sustancia que el organismo corpóreo libera en los períodos de romanticismo. Se
la denomina Feniltelitamina y “genera felicidad y euforia que, además puede
incitar ceguera, ya que el enamorado se niega a ver los defectos de su
contraparte”.
La atracción
entre los sexos, suele asociarse con una apreciación tangencial del amor, sin
tener en cuenta un sin número de factores que pueden coadyuvar a esta afinidad.
Bien que
existe ese ideal amoroso que las novelas románticas nos recuerdan, y verdad es
también que cada cual posee un ser que “puede”cumplir con la mayor parte de sus
expectativas al respecto. Pero no menos cierto es que para encontrarse con este
ideal aquí y ahora y en armonía, ambos deben estar preparados a ese fin y ser
el momento cósmico apropiado para tal evento. En tanto esto ocurra, la
nostalgia de otros tiempos y lugares empujan al humano urgiendo a una unión que
se producirá con el primer compañero de camino a la mano. Poseedor este de
cualquier merito suficiente como para despertar nuestro interés, y viceversa.
Pudiendo la avenencia, si la hubiera, remitirse a puntuales situaciones
relacionadas con lo sensorio, o a cualquier otra porción de la vida en común.
Pero, en forma alguna perdurar en el tiempo contando con un aceptable nivel de
interrelación entre ambos integrantes del episodio.
La lamentable posición de aceptar una convivencia
insatisfactoria o deteriorada, va en puntual desmedro del concedente. Quien
supondrá tener, si es que realmente se plantea el dilema, suficientes motivos
para permitirse ser victima del desentendimiento. Caso en el cual ni el mismo
amor es excusa valida; y se habla de excusa puesto que ese no es un sentimiento
“de alta calidad”; si bien puede llevar al amor en su contenido. Todo es
cuestión de porcentajes.
“Claro que hay almas gemelas, lo que difiere son las
personalidades”
Cuando dos
corazones, que laten al mismo ritmo reúnen el resto de sus cuerpos en este mundo,
no existen concesiones ni sacrificios. Jamás podría haberlos, desde el momento
en que en este caso es el corazón, y no el cerebro, quien gobierna el cuerpo
físico del individuo. Aludiendo a lo evidente: un organismo humano sobrevive
sin funciones cerebrales, mas, nunca sin el complejo sistema del corazón:
músculo, sentimiento y pensamiento; más la capacidad, ya sospechada por la
ciencia moderna, de directa conexión con la mente. La cual, según un derogado
precepto, hacia exclusivo uso del cerebro para su contacto con el ser.
La
personalidad, a su vez, también suele expresarse mediante el uso físico del
órgano cerebral. Infundiendo en él sus pareceres, afecta nuestras actitudes;
muchas veces contrarias al deseo del corazón. Siendo que este último no puede
ser interferido directamente por ella, esta lo involucra en ese conocido estado
de “lucha interna” y, aplicándole altas dosis de raciocinio, generalmente
consigue anular su intuición y emotividad, relegando la función del corazón a
mero “músculo”. Y en muchos casos ser el desconocido causante de colapsos
cardíacos.
Si el
sentimiento es lo suficientemente puro y capaz de brindar alimento a una
creciente calidad de amor, los corazones entran en un estado de “vibración
simpática” mediante el cual, y operando por su poderoso sistema integral,
actúan sobre todos los patrones de comportamiento de los individuos
involucrados, desde las precarias feromonas corporales hasta las más avanzadas
ondas de relación sutil. En este estado, los desentendimientos son mínimos y el
mayor espacio es ocupado por un amor perceptivo, y perceptible, que posibilita
una comunicación virtual y directa entre ambos. Sin traducciones cerebrales de
segunda mano y escasos egoísmos personales.
Es el
conocimiento el que sucede a la experiencia. ¡Triste forma de recordar la
nuestra! Forzados por los fracasos, solo avanzamos aprehendiendo lo ya
aprendido y luego olvidado.
Atravesando
las ruinas de varios bien intencionados cuanto apasionados intentos, vuelve uno
a la soledad. Desde donde finalmente comprende, provisto ya de cierto
entendimiento, que desandando el tan transitado camino de prueba y error, el
error es repetir la prueba; puesto que la premisa de la que se parte es
precisamente la que imposibilita el éxito del resultado.
El hombre,
equipado con algo del saber, sorbido de la observación de experiencias ajenas y
propias vivencias, se lanza a la búsqueda del conocimiento.
Ha sumado
logros. Pero aún pena ante su incapacidad para la obtención de felicidad. Años más tarde se le haría evidente lo inútil
de esta pretensión; habida cuenta de la pobreza de los elementos con los que
allí cuenta. Prescindiendo de esta escasez, su anhelo le recuerda a cada
instante la inmediata necesidad de plenitud. En suma: una constante tortura.
A poco, su cuerpo,
último receptor de esta frustración, asume la correspondiente sintomatología
inarmónica reflejando el desorden del conjunto. Su psiquis, la de la neurosis.
Es
desesperante, los médicos recetan fármacos relacionados con los efectos, puesto
que desconocen las causas detrás de estos y, aunque les fueran colocadas
delante de sus ojos, nada sabrían hacer con ellas.
Sobreviene
el derrumbe, el desgano, la apatía. La personalidad también pierde sustento,
manoteando en busca de un inexistente asidero, cae comprendiendo que ya nunca
será la misma. Finalmente, el temor ya puede descubrir su rostro de sempiterno
enemigo. A estas profundidades es del todo inútil continuar embozado;
subrepticiamente ha logrado que el pensamiento repare casi exclusivamente en él
y tratará de mostrar su rostro algo más espantoso de lo que en realidad es.
Siempre, se
crea o no, uno está donde debe, y siempre hay un paso que sucede al anterior;
automático o volitivo, en la misma dirección o en sentido opuesto, hacia abajo
o hacia arriba. No existe cosa que pueda ser exhibida como estática, nada
permanece en el mismo estado que el instante anterior, aunque así lo aparente.
Todo es, excluyentemente, dinámico.
El cerebro
traduce un sentir: desesperación, aparece un diagnóstico de texto: “Depresión”.
Una sensación: ¡No hay salida! Una sugerencia: “La muerte”. Una moraleja: “Nunca
debí salirme del camino”.
En cambio el
Hombre sabe, sin saberlo, que todo es pasajero, que dentro su génesis se
encuentran las viejas fórmulas que, no pudiendo remediar trastorno alguno, sanan
todo curando la apariencia; que: la depresión es un mal evolutivo que solo el
humano contrae, que: ante saltos cuánticos en este sentido, se debe encontrar
suelo firme antes de sentar base para nuevas aventuras del ser, que: debió
“descender a los infiernos para....”, que: contrajo un virus que lo acompañará
por largo tiempo, y que este solo muere en territorios muy altos, casualmente
hacia los que él se dirige, que: transita por el atajo, “ese angosto sendero”,
que: afortunadamente logró salirse de la larga y casi circular autopista
plagada de paraderos y distracciones; cuyo peaje abonara con su sangre tantas
veces antes, ¡Que por allí encontrará su propia senda!
El terreno
se encuentra convenientemente abonado en su plana negrura. Debe la voluntad
cultivar la única semilla; la que en su crecimiento hacia lo alto encontrará la
necesaria luz.
Sentado
sobre el acostumbrado banco de plaza, silente testigo de sus tribulaciones de
dolorido gambusino en busca de su yacimiento de verdad, reuniendo todo el
coraje disponible, comienza a ilustrarse sobre como obtener sabiduría. No hay
retorno. No importa que tanto tiempo lleve, jamás volverá a este mismo estado,
a este mismo comienzo. Nada es exactamente igual a nada, ni a sí mismo.
En Algún
Lugar, hay festejos. Otra conciencia está despertando.
El ego, usa
su despiadada horda de “yoes” para torturar a la conciencia. El aparentemente
sencillo proceder de pensar fuera de sus cánones, el mero acto de abrir la más
pequeña ventana respirando el aire de otra realidad, dispara sus mecanismos de
defensa. Contraataca multiplicando la cantidad de deseos, haciéndolos simultáneos,
y excitando cualquier debilidad o inclinación de la que uno padezca. Cuanto más cuestionada la razón permanezca,
tanto más seguro resultará esto a su propia supervivencia.
La actitud
es atendible; en la medida en que se produce un avance conceptual de la
realidad y el pensamiento se va deshaciendo de su habitual ofuscación, comienza
a crear corrientes térmicas que, si bien en algo pueden vapulearlo, también le
mostrarán que tan distinto se observa el mismo paisaje desde cierta altura. El
ego queda allá abajo asistiendo a la personalidad que lo alberga. Ya no se está
“dentro de él”, ahora se lo puede ver casi como lo que realmente es: una
herramienta con vocación de eternidad y deseos de mando sobre la verdadera
inteligencia que lo ha inventado para valerse de él en su alternancia mundana.
Misma que, usualmente, termina extraviando su destino y estableciendo
dependencia hacía esta personal y pequeña creación.
Cuando “el
observador”, dentro de uno mismo, tímidamente comienza a explicarse la paradoja
de su vida con el aporte del nuevo instrumental obtenido en otra plaza de
compras, la mirada se vuelve más aguda y analítica. A poco, calladamente, se va
traduciendo el código tras el cual se escondían las extraviadas fórmulas. Tanto
la personalidad como su sirviente, son descubiertos en su papel de
conspiradores con misión de retrasar el paso en salvaguarda de su atacada
hegemonía. Ambos fueron muy útiles, y
todavía pudieran serlo. Todo es cuestión de proporciones.
En su
irremediable avance hacia el frente, el individuo se ha situado en campo
minado. Los estallidos le sacuden. Los explosivos comienzan a ser detonados por
una creciente comprensión y se van liberando, una a una, todas las personales
falencias por él enterradas bajo la superficie del consciente. Este se notifica
de esa existencia, ya sospechada, y amplía su información sobre sí mismo. Se
distrae con la culpa, y lo alcanza la metralla. La alternante autoestima recibe
los más duros impactos y también cae seriamente herida. Agravando la situación,
el médico de campo nunca responde a los llamados del efectivo en problemas,
sino hasta mucha sangre después; y solo luego de notar que es uno quien lleva
en el brazo el símbolo que lo identifica como su único y omnipresente
terapeuta.
En estos
estados, la excluyente sensación de presencia constante es la de uno mismo.
“Es la
soledad la que acompaña”.
La
indispensable incorporación del concepto de Ser, le unirá más tarde con toda la
creación. En tanto en la lucha se han abierto dos frentes de batalla: uno,
combatiendo sentidamente contra el apego, los pequeños sentimientos, las
pasiones y demás colecciones, para abandonar la zona de exclusión donde se mantuvo
entretenido sin notarlo, el segundo, avanzando a sangre y fuego hacia terreno
desconocido donde el suelo es inestable y el paisaje inexplorado. En esta
última instancia, la única “munición de boca” a la vista con la cual sustentarse
es la voluntad, y del caudal de esta dependerá el ir hacia delante, o salirse
del juego hasta la próxima ronda. Así es que en estos parajes cantidad de
semejantes permanecen largo tiempo torturándose ante la vista de su propia recién
descubierta imperfección; o bien disimulándola, sin reunir lo necesario para
continuar su programa en procura de la libertad. Aquella que siempre han
poseído.
Pasos y
pasos en el recuerdo que se dirige hacia este momento, el presente, que será la
posible evocación del mañana. Ora en ascenso, ora volviendo al valle en busca
de algo olvidado. Uno recuerda esos pasos con la simpatía propia de un padre
que observa las primeras evoluciones de su hijo, en tanto él mismo se encuentra
asistiendo a clases algo más avanzadas.
Bien se dice
“que no se podrá añorar aquello que se desconoce”. Lo ignoto, permanece como
tal por no haber sido registrado por la conciencia. Por tanto, forma parte de
ese extraño universo donde moran las cosas que no son, en vecindad con aquellas
que serán o pudieran ser. ¡Infinitas cuánticas posibilidades!
El deseo
pone de manifiesto la posesión de cierto tipo de información acerca de la
existencia de lo deseado, dado que es del todo imposible ansiar algo totalmente
desconocido. Sucede que esa intuición es la invocación al recuerdo de algo “ya
en cartera”, parte del patrimonio personal y exclusivo, aunque albergado fuera
de la memoria presente.
El incentivo
está firmemente incorporado a la estructura básica del ser y, si bien debe ser
activado en cada cuadro de la secuencia que conforma la vida toda, reacciona
empujando tenazmente la voluntad en procura de su objetivo del momento: la
“necesidad” de cada encarnación.
Aún
padeciendo los avatares del cambio, uno, intuye primero y se informa luego,
sobre la presencia del objeto de su búsqueda. Esta es una situación de larga
permanencia, por cuanto cada caminante se ilustra sobre lo que desea, debiendo
luego incorporar estas enseñanzas, haciéndolas suyas y de automática respuesta.
Ese mero ejercicio de aprendizaje e incorporación será rutina durante los
períodos de radicación del alma en planos donde aún existe un evidente
obstáculo para la inmediata identificación con la verdad; aún luego de ser esta
hallada como resultante del trabajo de búsqueda al que uno mismo se ha
obligado.
Un
consciente suficientemente apegado a una idiosincrasia mundana habrá de oficiar
de pesado lastre ante la inminencia de un vuelo espontáneo. Siendo menester, en
este caso, la inversión de una cantidad absolutamente impredecible de tiempo,
previo a la asimilación de cada información que conduzca más allá del área de
lo acostumbrado.
Uno, inmerso en su exploración, a poco va extraviando
los rasgos con los que los semejantes de su entorno solían bosquejarlo, a la
vez que el manto de disimulo con el que venía cubriendo su contrabando de
ansiedades y pequeñas realizaciones. Consecuentemente comienza por despertar
una creciente curiosidad entre estos, para adquirir más tarde reputación de
neurótico aspirante a la enajenación. No obstante se pudieron vislumbrar
algunas reprimidas expresiones de admiración en ciertos consecuentes
practicantes de la banalidad. Lo que permite reafirmar aquello de que cada
acción, aparentemente individual, es conexa, en mayor o menor grado, con la
percepción de otros entes vivos, afectándolos en alguna forma y a diferente
profundidad. Por tanto, parte de nuestro comportamiento, pensamiento, y sentir,
es producto de ajenas influencias, y de esto se deduce la importancia del
circulo de relaciones dentro del cual nos desenvolvemos. ¡Que para influjos
provenientes de emisores desconocidos o lejanos, la profilaxis requiere de
cierta especialización!
En un
momento cualquiera de un día calladamente especial, un hombre ya maduro se
levanta, creyendo que será para siempre, de un antiguo banco de plaza, donde
periódicamente y durante años se ha sentado a cavilar sobre los porqués y el
motivo de su participación en ellos.
Con la mano
posada sobre el sitio en que solía alojarse su recientemente extraída vesícula
biliar, ligeramente encorvado a causa del dolor mira hacia lo alto y comienza a
andar.
No hubo
despedidas para esta partida, solo algunas palabras con los muy amados hijos.
Esas almas análogas que, por su intermedio, decidieron descender a este aquí, y
en ese ahora, y con las cuales siempre existirá un indescifrable “parentesco
espiritual”. Consanguinidad esencial de cierto grupo de seres cuyos sinos se
entrelazan entre experiencias mundanas y posteriores actividades en otras
esferas. Aún en la circunstancial separación, como muchas aves, quien está en
vuelo apoyará al compañero que se ha posado herido en tierra.
Es inútil
detenerse y armar tienda en tierras del sentimiento. “La principal obligación
del hombre...”.
Transpuesto
el tiempo que natura otorga previo a los momentos del despertar, cualquier
posterior decisión no puede ponderarse con el factor del deber hacia los hijos
que, en esta oportunidad han acordado previamente llegar a través de este padre
y esta madre. Podría alguien, en su presente necesidad, permanecer junto a
ellos o partir tan lejos como esta le sugiera. No hay manuales, la
generalización solo existe en las patéticas aulas de muchos de los claustros
“educativos” del planeta. Cada cual debe descifrar y aprender sobre lo escrito
en su texto personal.
Si cada
individualidad es poseedora de su propia historia, necesitada de encontrar el
conocimiento y la experiencia que solo a ella han de serle útil, es necio
utilitarismo el pretender una enseñanza “seriada” de conciencias provenientes
de distintas trayectorias y en rumbo a diferentes direcciones.
En lo que atañe a lo filial, no hemos incorporado aún el sabido hecho de
que la distancia no afecta al amor de altura. Llegará el momento en que
dejaremos el sentimiento alrededor de los cuerpos exigiendo su proximidad,
para, en paso hacia lo Supremo, ejercitar el amor entre las almas.
Uno, viandante de la vida, se convierte en vagabundo
de los caminos del mundo.
Podría haber
sido monje, discípulo o estudiante de cualesquiera escuela de conocimiento o
religión. Ciertamente esta posibilidad rondó durante algún tiempo en los
pensamientos de este maltratado buscador, pero siempre algo lo detuvo: la
doctrina, el dogma, lo axiomático o excluyente allí donde todo es abarcante. El
camino de conocimiento que conduce al Todo, mal puede predicar sobre la
parcialidad o la exclusión de una parte por el solo hecho de transitar por
diferente sendero. Al final, todas las rutas convergen en una gran corriente de
comprensión y amor. La única descalificación posible es la que cada cual se
adjudica a sí mismo en función de sus yerros.
Los pasos se
suceden y el original desconcierto, producto de no saber hacía donde conducir
este alojamiento temporáneo que parece contenernos, a poco va dejando lugar a
una creciente certeza sobre el correcto destino que cabe a cada etapa.
Uno se
siente extraño al ejercer el uso de su tiempo. Ese que, finalmente, le ha
arrebatado al medio que lo retuviera durante tantos años.
Si bien es
esta una situación con la que muchos
hemos jugado en nuestra imaginación, siempre se la acompaña con alguna, ya
cumplida, condición liberadora de las causas que nos lo han impedido hasta el
momento. Sea el encontrarnos con un suficiente caudal de dinero, con la salud
perdida, con una separación de pareja, o cualquier otra excusa que hayamos dado
por razón.
Es realmente
distinta la obtención espontánea de la libertad por ella misma; sin más tramite
ni milagro que la posibilite. Decidiéndose a pagar por su tenencia el impuesto
que las normas y costumbre seguramente tarifarán para estos casos.
Siendo lo
que somos, entre otros, por consecuencia de nuestras decisiones, estas son
causa, y lo que venga solo efectos. Quien esté bien dispuesto para afrontar
esas consecuencias, cualesquiera que ellas sean, se encuentra suficientemente
equipado para resolver lo que se presente. No obstante, cada uno siempre está donde
debe hacerlo y, cuando cambia de trabajo, de sentimientos, de traje o de
planeta, continua en su sitio; solo que de manera distinta.
Según se ha
transmitido a través de los tiempos, el rey Salomón, arquetipo cultural de la
sabiduría, gravó en su anillo la siguiente leyenda: “Esto pasará también”. El
antiguo soberano del actual pueblo hebreo, tendría seguramente sus motivos para
haberlo hecho, pero la inscripción nos recuerda la inexistencia de un statu quo
en la programación de toda vida.
La gabela
realmente se debe abonar. Y la única moneda aceptada en ventanilla es la del desapego.
Los últimos
años “en sociedad” hubieron sido por demás dolorosos. Tras el postrer fracaso
de pareja sobreviene la enfermedad del cuerpo, acusando ambos hechos ciertos desajustes
más profundos en un individuo que trataba de adaptarse a un medio que no le
satisficiera desde origen por irreal e inconsistente.
Todo consume
un cierto período de nuestro tiempo. Así la maduración de una certeza; tal
aquella de que ya no se pertenece al sitio socio-cultural en el que se ha
desenvuelto, desde el terrible momento en que uno se sintió distinto. Ese mismo
en que comenzó a notar que, en la mayor parte de las oportunidades, se
encontraba más a gusto solo, en estrecha comunión con su entelequia, que acompañado por sus semejantes
¡Uno consigo
mismo! ¡Ese era el gran papel de la obra! Pero hubo sido menester previamente
el conocer las propias carencias, debilidades, abdicaciones, concesiones y
egoísmos. El haber vivido obcecadamente el afuera, para notar la ineludible
necesidad de componerse con los materiales de interno inventario. El asco del
disimulo, ante la compañía generada por el compromiso; olvidando el propio
necesario respeto a una manera de ser que pugnaba por manifestarse en un
ambiente inapropiado. Lamentable intento de vulgarización de su particular
esencia en aras de una ubicación social que no le acogía.
Nadie se
halla donde no debe. Y esta “desubicación” fue inevitable hito en camino hacia
la comprensión de que nada le unía a ese estrato cuyo modelo priorizaba lo
convencional sobre lo auténtico. Fue necesario, no solo como aprendizaje,
también para cauterizar cualquier posible nostalgia que, lidiando contra el
dinamismo del cambio, idealizara pasados donde lo único rescatable hubieron
sido algunos puntuales e indispensables paréntesis. Oportunidades en que el
alivio que deviene como fin de un dolor solo precede a otro padecimiento originado
en la misma, u otra, causa.
Todo humano
se encuentra provisto de muchas capacidades en diferente nivel de desarrollo.
El hecho de que no las note, omitiendo su uso, se debe a que su atención se
enfoca en otras cuestiones determinadas por el interés de la intención. Siendo
esta, la que se aventaja con su presencia a la secuencia de eventos que
culminarán con la consecuente acción del individuo. Estos “poderes” están
relacionados con la facilidad en calificar de cierta manera la energía que
recibe, dirigiéndola luego, según determinados patrones de acción. A poco que
la conciencia modifique su horizonte, recuperando el genuino interés por lo
auténtico del ser del que forma parte, comenzará a notar el paulatino
desarrollo de las facultades que han quedado relegadas.
Uno, en la
medida en que va extraviando los temores en el camino de la entrega a sí mismo
(que a todos incluye), se reencuentra con la intuición proveyéndole de la
seguridad de un certero accionar. De forma tal, comienza a reconocer la huella
que deben dejar sus pasos con destino hacia donde será de utilidad.
El camino
comienza e exhibir señales con mayor frecuencia, haciéndose estas
paulatinamente más perceptibles. El Ser decodifica e interpreta con mínimo
margen de error, traduciendo la pregunta implícita en cada duda. La seguridad
va reemplazando al desconcierto y el peón se mueve eficazmente sobre el cósmico
tablero de su vida; en válido servicio hacia sí mismo y sus semejantes.
El niño
solitario y taciturno, ajeno a su medio, confuso ante la falta de auténticos
vínculos con el entorno en que ha decidido actuar, ha llegado, luego de una
vida de permanente búsqueda, al punto de evidencia consciente. Serenamente
maravillado acepta gozoso la recuperación de una parte de lo que Es. Otra etapa
se ha cumplido.
En Algún
Lugar, se reiteran los festejos.
El espectro
de comunes posibilidades se amplia progresivamente. Uno, comienza a
cuestionarse el porqué de las limitaciones, justo en el punto en que percibe
que puede trascenderlas. El cansancio del cuerpo físico, con el que el camino
tortura a su huésped en respuesta al continuado esfuerzo del traslado de la
materia, deja de ser un factor proporcional al trayecto recorrido. Los dolores
viscerales, que de continuo se presentaran en la zona del plexo solar, van
perdiendo esa aparente autonomía que les hacia temibles e impredecibles.
Comienzan a ser plenamente identificados con sus causas, y desechados, sin
mayor esfuerzo. Cada padecimiento, cada dolor, cada malformación, sean estos
físicos o psíquicos, y hasta los eventos supuestamente accidentales, de
cualquier tipo y magnitud son solo... consecuencias. El temor desaparece, la
comprensión gana ese espacio y el individuo tiende a completarse con la
realización de un manejo de sí mismo que otrora no ejerciera. Las fronteras van
cayendo, los arcones sagrados comienzan a abrirse mostrando algo del infinito
caudal que poseemos.
Dentro de
las filas que componen la multitud de efectivos con los que se cuenta en esta
lucha individual por el crecimiento, existe una automática comunicación que
permite a la totalidad de la fuerza un coherente avance hacia su objetivo.
Tomada la
decisión de marchar, no es necesario establecer el orden y forma en que los
pies deben andar para cumplirla. Del mismo modo que cada paso dado moviliza
armónicamente a un cuerpo físico en descanso, cualquier progreso en lo sutil
succiona a todo el conjunto organizado conceptualmente, generando un importante
estimulo no siempre percibido objetivamente, sino más bien por sus resultados.
Es así como
se van presentando respuestas manifiestas al deseo de ayudar, de sanar, de
enseñar.
Este
redescubrimiento, que es mucho más amplio que lo que sus evidencias momentáneas
pueden exhibir, implica una creciente percepción del concepto de totalidad.
Haciendo, simultáneo al propio, el beneficio para todos los seres involucrados
en la biosfera en circunstancial transito por el planeta. Para toda vida, sea
esta o no en materia.
Aunque no
esté consciente de ello, todo ser que progresa realiza algún aporte a la
conciencia planetaria y, mediante esta, a la misma evolución universal.
Uno, no nota
cambios en lo que cree ser, más bien algo similar a un despertar de
posibilidades que siempre supo tener; no obstante mantenidas en desuso. Lo que
no puede dejar de percibir, es que este recupero de facultades se obtiene como
resultante de una audaz decisión: la lucha en procura de abastecer sus propias
necesidades, dejando atrás lo que otros pudieran considerar conveniente. Fue
esta medida la responsable de la catarsis producida en una necesaria depuración
de componentes, de manera tal de proveer a los nuevos requerimientos de una
conciencia en expansión. Siendo el benéfico efecto de esa dramática elección,
el nacimiento de pequeñas alas, aunque solo aptas aún para cortos vuelos.
Más
importante que llegar muy alto, es el haber logrado despegar del suelo.
Seguidamente
las evidencias se hacen notorias. Un solitario perro herido en una de sus
patas, insiste en seguir obstinadamente los pasos del humano que, sin haber
notado sus esfuerzos por llamarle la atención, transita ensimismado por la
banquina de los rieles ferroviarios. El dolido animal, logra finalmente ser
tenido en cuenta. Sus ojos, en una silente súplica, se fijan firmemente en las
pupilas que lo observan, y con total seguridad aguarda esa ayuda que necesita.
Es simple, ha pedido algo a quien lo tiene y, de alguna manera, sabe que esa
solicitud será satisfecha. Solo espera y transmite ininterrumpidamente el mismo
mensaje cargado de fe.
La atención
del caminante descubre la presencia de esa vida, luego de que la percepción ya
la hubiera notado y, tomado el requerimiento, es plenamente identificado tan
claramente como si partiera desde un sector de uno mismo. Se produce una total
consubstanciación.
La acción
responde al deseo de efectuarla y, en forma suave, dentro de una colorida bruma
de destilado sentimiento, se produce el acto iniciático, la vuelta al poder
hacer.
La lesión
del perro, que no responde al orden armónico de la vida concebida sin
sufrimiento ni menoscabo, retrocede y desaparece compelida por un mandato
superior. El can, en papel de mendigo, ha recibido aquello de lo que carecía de
manos de otro ser, en apariencia superior a él, poseedor de ese bien recuperado
mediante el ejercicio de su albedrío.
Alguien
observa, y sonríe, dos partes de Si Mismo han llegado a un nuevo hito en el
camino de vuelta a casa.
El animal,
representante no individualizado, de un espíritu en distinto grado de
evolución, guardará seguro recuerdo de la entrega recibida. No hay una clara
comprensión del hecho, pero sí una efectiva percepción de lo posible del
intercambio desinteresado entre las porciones de una única creación. Hay
agradecimiento y hay amor. El cosmos, por este solo caso, ha sutilizado algo de
su material emocional.
Uno se
sorprende, más no de lo logrado, que en esto no hay otro mérito personal que el
de haber alcanzado cierto orden sintónico como para servir de nexo entre quien
pide y Quien siempre otorga. El asombro proviene de notarse aceptando, en toda su
naturalidad, un acto absolutamente ajeno a cualquier experiencia en recuerdo, y
sin que ello haya producido ningún “efecto secundario” en su situación
armónica. Así la cólera, la pasión, la nostalgia o el necesario amor, reflejan
sus luces sobre la pantalla del cuerpo físico, afectándolo en grado parecido a
la profundidad de la causa. Esto, en cambio, ha sido algo automático, tal el
respirar, digerir un alimento o circular el fluido sanguíneo. Algo espontáneo e
inherente a su propia esencia humana
He ahí un
axioma digno de ser tenido a cuenta de futuro: “la sencillez de un acto en el
que uno interviene oficiando como conductor de una energía superior, a
diferencia de los esfuerzos físico- racionales, conlleva la gracia del aporte
de luz que la química del espíritu entrega con su paso”. Sin jadeos funcionales
ni emocionales. Porque en estas acciones de superior “mendicidad” el ser se
adhiere a una organización de auténtico intercambio. Se asocia al holismo de un
proceder sistémico, obteniendo el beneficio que ello implica.
No obstante,
el ejercicio de proyectar la copia de cada evento acaecido, a un posible suceso
de un imaginado futuro, en la búsqueda del modelo de comportamiento que lo haga
universalmente aplicable, es un impulso originado por la premisa errónea de que
el pensamiento debe ser parte en todas y cada una de las cosas que cada vida,
inevitablemente, encuentra en su camino. Estos devaneos consolidan la duda
existente detrás de cada creación ilusoria. Así concebidas, sin la certeza de
la fe, como no podría ser de otra forma, estas forjan temores relacionados con
el “como proceder” en ese conjeturado momento a llegar.
El aceptar
cada puesta en escena, sin la presencia del apuntador de turno, regenera la
capacidad intrínseca del saber “ya sabido”. Se debe recordar el libreto
original, donde está descripta cada acción con su correspondiente parlamento.
Pero el actor no procesa cada suceso del guión, sino en el momento preciso en
que le toca interpretarlo; aunque tenga, en alguna parte y bien sabida, toda la
obra en cartel.
Veamos,
siendo evidente que el individuo es bien capaz de prestar una puntual ayuda a
sus compañeros de planeta, ¿como administra este beneficio? No es el caso de
plantar algún “centro de curación indiscriminada”.
Sabido, tal
como lo es, que cada uno lleva bajo el brazo del alma su programa de
aprendizaje, y este contiene ciertas situaciones de apariencia desafortunada o
dolorosa, que indeclinablemente debe sortear. Si bien es cierto que cualquiera
de estas “desventuras” pueden ser obviadas, no menos lo es que el agente
causativo de esta modificación no es otro que el titular de la individualidad.
¿Cómo no dañar al sujeto con un auxilio, que aunque parezca eficaz y oportuno,
estará retrasando sus necesarios tiempos de experiencia?
Según rezaba
un antiguo dicho de la abuela, “no hay comedido que salga bien parado”.
Pudiendo uno temer que su participación como medio no sea conveniente allí
donde por razones particulares del caso, no se deba alterar el curso que marcan
los acontecimientos.
Cavilando
sobre su competencia en estos asuntos, es como uno toma distancia de las
respuestas que está buscando, dado que ese no es el medio idóneo para
encontrarlas.
La misma
inteligencia que lo ha asistido en el logro de una cualidad benefactora, conciente
de la pequeñez del adjudicatario de la misma, se ocupará tras bambalinas, de
indicar con inequívoca precisión el caso en que corresponde utilizar, a este
humilde extremo de una larga secuencia, como ejecutor de una acción que este
todavía no puede decidir, ni está aún en capacidad de comprender plenamente.
Quizá uno de
los pocos casos excepcionales que han decidido misionar en este mundo, haya
sido el de Jesús de Nazaret. Sabedor de las causas, se prestó para producir los
efectos, con la particularidad de que llevaba en sí mismo la conciencia
despierta de El Cristo y la función mundana del “hijo del hombre”. Energía y
materia. Lo sutil fluyendo, y su condensación, todo simultáneamente. Desde su
altura en la escala evolutiva, y refiriéndose a sus milagros, aseguró a sus
discípulos que “harían cosas más grandes que las que él había efectuado”. En
forma alguna esto significa que ellos pudieran ser “más grandes” que su
maestro. Pues, en contra de ciertas apresuradas afirmaciones, la altura de un
hombre no se mide por la humana apreciación de sus obras. Siendo que el ser que
produce estas manifestaciones “sobrenaturales” es solo el hilo conductor, si
así lo manda su albedrío y evolución, del cual se valen ciertas fuerzas
necesitadas de materialización.
Ha habido
grandes avatares en cuya obra no estaban incluidos esos actos absolutamente
naturales a los que denominamos “milagros”. De inversa manera, meros servidores
de “buena voluntad” han venido con la misión de sacudir al sonambulismo
reinante, y proclamándose humildes herramientas del Poder Divino, realizaron
para ello evidentes demostraciones de este tipo; interviniendo para bien en
muchas oportunidades, pero solo “cuando el fruto estuvo maduro”.
Todos los
caminos son nuevos, aunque ya se hayan transitado. No será el mismo polvo el
del sendero, ni la piel de la planta que lo pisa. Nada permanece igual. Y nadie
es igual a lo que hubo sido un instante atrás.
No obstante,
todos somos conexos con lo que fuimos, así como cada paso de un mismo andar
debe su impulso al anterior.
Uno debe
ahora partir a reencontrarse con la actualidad de parte de su pasado. A
intervenir oficiosamente en las vidas de almas muy ligadas a su propia infinita
trayectoria. Corrientes de vida que serán, sin duda alguna, nuevamente en su
futuro.
Una
creciente sensación de succión que jala desde una mente que amorosamente le
invoca, es el síntoma que marca el nuevo rumbo.
___________
-Hace ya
tiempo, en una de tus notas me escribías que si alguna vez te necesitara
realmente solo tenía que sentir tu presencia y, sin distracciones, hablarte
directamente al corazón. Tú sabrías del llamado y acudirías a mí. ¡Papá!, nunca
lo creí verdaderamente, pero presa de la desesperación seguí tus indicaciones y
¡aquí estás! Es realmente maravilloso-.
La joven
mujer le habla a su padre, quien elegantemente ataviado, se encuentra sentado
junto a ella en un viejo banco de plaza. El hombre, que se acerca a la
ancianidad, la escucha atentamente sin dejar de observarla mientras sonríe
amorosamente.
Ella llora, en
tanto se suena la nariz, explica el porqué lo hubo convocado. Su pequeño hijo
se encuentra aquejado por una seria dolencia. Una súbita inflamación de las
membranas meníngeas lo mantiene internado desde hace días, su salud empeora
paulatinamente y los médicos se muestran cada vez más reservados y técnicos en
su leguaje. Dejan entrever que, dada la gravedad del caso, si el paciente
lograra sortear el cuadro agudo superando la inflamación, pudiera registrar
alguna disminución de sus facultades Todo lo cual, comprensiblemente, no hace
sino aterrorizar a su madre.
Es en estos
momentos de desconcierto en que toda seguridad cae rodando cuesta abajo, que
recordamos a algo, o alguien, que, poseedor de cierta virtud que estamos
añorando, pueda servirnos de circunstancial apoyo.
-¡Te llamé
porque te necesito papá! Siempre me has dado seguridad, ahora mismo me es
preciso contar con ella. No puedo seguir en este estado y brindar adecuada
atención a mi hijo-
El hombre
toma de su bolsillo un impecable perfumado pañuelo blanco y, secando con él las
lágrimas de amada hija, la mira profundamente a los ojos. Busca algo, pero se
detiene un instante en la observación de ese rostro expectante que le pide
ayuda como solía hacerlo cuando era niña.
En un
“cuántico espacio” entre los cuadros, vuelve la pequeña carita de una diminuta
alumna del jardín de infantes, agitando sus trenzas en carrera hacia sus
brazos, desconsolada por la pérdida de algún objeto, ahora si extraviado en la
memoria de los años. Un pergamino con material del sentimiento se desenvuelve
detrás de sus pupilas proyectándole cada secuencia de la vida en común con su
hija, desde su nacimiento hasta el presente.
Recuerda
cada emoción, cada situación graciosa, cada cosa con la que ella hubo
enriquecido su vida. No es procedente, se dice, si esta es, o no, una
experiencia común a todos los padres, lo cierto es que la misma vive en mi
corazón, y es con el que yo palpito mis afectos. Como nada es circunstancial ni
fortuito, estos seres, mis hijos, me acompañan en esta vida porque así debe
ser, y esa es la causa de mi afinidad con ellos. Ese reconocerme en sus
miradas, esa desesperación al comprobar que su adolescencia les afectaba tanto
como una dolencia mal sana que podía alterar su rumbo alejándolos de mí por
esta vida. Ya he soltado sus manos en la libertad de su destino, pero nunca
totalmente.
Un nuevo
sollozo de su hija le saca de sus pensamientos volviéndole la atención hacia la
dolorosa actualidad que a ella toca. De cualquier forma ya había encontrado lo
que buscaba.
Tomados de
la mano, padre e hija ingresan al utilitario sanatorio de medicina prepaga. El
establecimiento, mezcla de empresa mercantil y centro de despacho de salud,
entrega allí los servicios previamente abonados por sus asociados. Mismos que
ahora, en jerga local, se denominan “pacientes”.
Él trata
vanamente de mantener la atención en lo que está sucediendo a su alrededor,
evidentemente incómodo ante el ambiente que lo rodea. En tanto su hija lo
conduce por un gélido laberinto de pasillos sintéticos y tardíos elevadores de
acero.
La
acongojada madre apura el paso en procura de un rápido reencuentro con su hijo.
Sorprendida, nota de pronto que su acompañante la ha abandonado perdiéndose en
algún recodo del séptimo piso, “Sección Pediatría”.
Aún sabiendo
de las rarezas de su padre, no puede evitar estar molesta con él. Primero la
obliga a sentarse en un banco del parque como si solo estuvieran de paseo,
luego la observa durante largo rato sin decir palabra, ¡y ahora esto de
perderse como un niño!
Desanda el
camino procurando encontrarlo mientras trata de imaginar como pudo haber
extraviado el rumbo a solo unos pasos detrás de ella.
Finalmente
logra encontrarlo, sentado sobre un espantoso pero moderno émulo de sillón,
ubicado en una estrecha salita de espera fuera de uso en esa hora del día. Una
vez más, abstraído en vaya a saber que pensamientos, no da señales de notar su
presencia ni de escuchar las recriminaciones que espontáneamente la indignación
pone en su boca.
Con un gesto
que no admite negativas, el hombre del sillón le indica que tome lugar a su
lado. La joven, con el rostro congestionado por el enojo, parece a punto de
estallar. Sin embargo, ante la directa mirada de su padre, la negativa carga va
drenando mansamente, sin palabras ni estruendo.
El arrebato
deja paso al asombro y, a poco, ella se pierde en esa visión que la va
envolviendo; lavándola de todo temor y proporcionándole un sosiego ajeno a la
hora de inquietud en la que está inmersa. Se siente confortable, amada y reconocida
como lo que Es, desde un punto absolutamente esencial que nunca antes nadie
había despertado.
Reconoce esa
mirada, pertenece a quien ella ha apodado como “El Custodio de los Sueños”.
Figura luminosa que aparece durante ciertas noches para sonreírle y acariciar
su cabecita de niña, descansando relajadamente sobre una almohada con bolsita
de lavanda. ¡La lavanda! ¡El aroma que siempre ha asociado con su padre!
Dentro de
este maravilloso estado de paz y comprensión, escucha su voz que le cuenta como
ha estado conversando largo rato con su nietito enfermo, que esta ya está fuera
de peligro, y más animoso.
Una
corriente de aire frío se cuela por una hendija de la conciencia, haciéndole
saber de lo imposible de esta afirmación, por cuanto solo hace pocos minutos
que....Rápidamente descarta la duda, esto es sumamente importante como para
dejarse arrastrar por la intrusión de razonamientos prácticos. La voz de sus
sueños continúa con su monólogo, reiterando que el niño ya está mejor, que
pronto sanará y que con toda seguridad no tendrá que lamentar secuelas
negativas como resultado de la enfermedad. También le dice que algún día, tanto
ella como su hijo, sabrán el porqué de la misma y que debe recordar las cosas
que él le ha enseñado.
La alegría
inicial se tambalea ante la falta de lógica de esta poco creíble afirmación. La
mente entabla su cotidiana lucha con el corazón. Este siempre confía, ella
continuamente analiza lo que debe, o no, ser aceptado.
Antes de que
pueda salir de su ensueño, dentro aún de la cálida neblina que la envuelve,
siente el profundo mensaje de amor que el abrazo de su padre le entrega junto a
algunas pocas palabras de despedida.
Una mano
temblorosa empuja la puerta del cuarto 717, ubicado en el contrafrente del
edificio. Desde ella, el rostro bañado en llanto de una joven observa como su
hijo entona un cántico de su creación pidiendo, a voz en cuello, su plato
favorito.
“Solo cuando
el fruto está maduro”.
¡Mamá, que
lástima que no hayas venido antes! ¡El abuelo vino a visitarme, como siempre lo
hace en las noches, pero ahora me dio permiso para contártelo! Pero solo a ti.
La figura, encorvada
por el peso de los bultos, descarga las cajas que transportara en el viejo
vehículo todo terreno desde la última estación del ferrocarril.
No saluda,
no se presenta ante el jefe de la comunidad y no emite palabra alguna. Arma
diestramente su tienda de campaña junto a los árboles. Inmediatamente enciende
una hoguera y cocina sus alimentos.
Luego de la
cena higieniza meticulosamente los utensilios de los que se hubiera valido, se
sienta y espera con la vista perdida en el firmamento nocturno. Él sabe que
Alguien vendrá.
Un inusual
silencio cubre el poblado. Los niños han sido advertidos de no salir de sus
chozas. El consejo se halla reunido desde hace rato. El hombre que ha llegado
no es un visitante ocasional, eso lo saben con certeza. Lo estaban esperando, y
conocen a que viene. No obstante el protocolo tribal debe seguirse, y este
manda que se efectúe una asamblea ante cada acontecimiento de importancia para
la comunidad.
No se debe
hacer aguardar más tiempo al recién llegado, eso sería ofensivo y podría
predisponer su ánimo en forma poco favorable. Solo un hombre podrá ser su
interlocutor y único contacto personal. El mismo que mantuviera comunicación
con él en el pasado inmediato.
El hombre de
la tierra se acerca lentamente al fuego del recién llegado, se coloca en
cuclillas y arroja un pequeño leño a la pira. Es el símbolo de su aporte al
calor que comparten. Seguidamente toma un fino hueso pendiente de su cinturón
de hebras vegetales, y traza una línea sobre el suelo en sentido este -oeste.
Su acompañante observa el signo con mucha atención, luego, lentamente elige de
entre la leña seca una varilla de sauce, la acerca a la lumbre y una vez encendida
dibuja con ella una recta con dirección al este, acompañando a la del indígena.
Era menester
una formal presentación en este lugar y momento. Verdad es que ya se conocían,
pero eso pertenece a quienes hubieron sido en otro estado de percepción. Ahora,
cubierto el protocolo enunciando su posición y jerarquía, pueden mirarse a los
ojos y continuar más íntimamente su diálogo.
Quedó claro
que uno se mostró como “el que sabe caminar hacia las alturas de la noche”, en
tanto el otro debió definirse como “aquel que está en la luz del día”.
La
terminología es circunstancial y un bien de uso cultural, el símbolo trasciende
esos niveles haciéndose universal y atemporal.
Alguien
(Quiñeche) es el místico de su pueblo. El encargado de interpretar y producir
los ensueños nocturnos. Un instructor sobre las costumbres rituales heredadas
de sus ancestros y el responsable de transmitirlas. Por esto último hubo usado
un antiguo hueso humano como herramienta de expresión.
El que ya ha
alcanzado cierta luz en el día (vigilia), es un maestro que se desenvuelve en
pleno uso de su conciencia, y habiendo trascendido su parte oscura (el
subconsciente nocturno), “está” (Ser) en esa luz. Valiéndose de una vara recta
encendida en un extremo, como emblema de su búsqueda de la iluminación,
representa su forma y su destino.
En el
paralelismo de ambos trazos se reconocen compañeros de ruta. Tanto uno como el
otro se desenvuelven discretamente en los niveles en que su capacidad y
voluntad los ha colocado. El primero viene del levante hacia el poniente en
espera de la diosa de la noche, la que lo ha de proyectar hacia el mundo de los
sueños; siendo esta su forma de trascendencia. El segundo, en cambio, apunta al
sol, luminaria del sistema.
Lo más
importante “es haber levantado el vuelo, y no tanto su altura”
El machi,
médico de su comunidad, es denominado Quiñeche por los suyos. En tanto al que
en respuesta a su llamado vino del norte, ellos lo llaman Huente.
Se han
entregado los papeles en esta interpretación. Por un lado está el maestro que
debe enseñar y aprender. Por el otro, el discípulo que ha de aprender y
enseñar.
Las partes
del Todo se aportan elementos unas a las otras e intercambian funciones, puesto
que se encuentran en línea ascendente.
¿Por qué Alguien es quien es? Esa es la pregunta
de esta noche.
El chamán
deja el cuestionamiento en manos de su interlocutor y se retira a informar al
lonco sobre la formalidad de la recepción. El cacique, ni nadie en la aldea,
nunca se atreverían a preguntar sobre el tenor de la conversación mantenida.
Solo por unos días, “Nguenechen” les ha enviado a un semejante que, siendo de
otro medio cultural, se encuentra en camino de pertenecer a todos los que
integran la raza. Vino para abrir algunas puertas que han permanecido cerradas
para ellos. Eso es un privilegio que pocas veces se otorga en la vida de una
tribu. Deberán saber como aprovecharlo.
Uno, ha
debido tomar cierta distancia de su entorno como preparación ineludible, previa
a un significativo cambio de dirección. Esta dirección.
“Como es arriba
es abajo, como es abajo es arriba”. Este antiquísimo axioma Hermético expresa
la similitud entre los distintos estratos vibratorios en los que el ser se
desenvuelve. Si bien existen obvias desigualdades entre ellos que justifican su
diferenciación en distintos niveles, es aplicable el ejemplo de los sectores
que conforma una misma organización. Todos responden a una pauta de
comportamiento en común y esa totalidad está atravesada por los mismos
meridianos, aunque varíen las latitudes.
La labor a
encarar será, según el eco percibido, fundamentalmente abstracta, de
ilustración e investigación, previendo, dado la idiosincrasia de los semejantes
a tratar en la cuestión, alguna exploración por cercanas esferas de este
concéntrico sistema planetario.
Quien hace
uso de sus vestiduras las asea periódicamente, pero con especial atención si la
situación así lo amerita. Como es natural, y antes de mudarse de prendas deberá
ser atendido en su higiene el cuerpo que ha vestirlas. Si para el presente
modelo fuera menester el uso de un abrigo, este ha de acompañar con una calidad
y pulcritud acorde al resto. “Tanto arriba, cuanto abajo”.
Si bien es
cierto que el puente para sortear el río de la apariencia debe estar en
condiciones de ser transitado, este solo comunica las zonas que están
profundamente unidas. Todo forma parte de un mismo suelo.
Luego de
unos días de soledad, dedicados a acondicionar lo mejor posible, lo de abajo y
lo de arriba, surgió claramente el sitio y momento de la cita.
Nuestra
propia creencia en el orden que nos rige, se tipifica en párrafos tales como
“Cada cosa a su tiempo” (“Un tiempo para cada cosa”) o el curioso: “Lo primero
es lo primero”.
El fuego,
cumplida su función, deja paso a las brasas. En un sistema de interpretación
espaciotemporal simplificado como unidireccional, donde las secuencias se
suceden como con-secuencias de lo antes acaecido, lo primero es el fuego que ha
de originar las brasas. Aún en este sencillo aceptar los postulados escolares
de algo, se está obviando la primera alternativa referente al sentido de la
trayectoria del observador, aún en la misma dirección.
Supongamos
que se da por sentado que una vía de circulación parte de A para llegar al
punto B. Pero en realidad sucede que esta es una ruta de doble mano. Aunque la
mayoría de los transeúntes solo realizan el recorrido mencionado por desconocer
el modo de cambiar de sentido: de B hacia A.
Si lograran
hacerlo, entonces podrían observar primero las brasas y luego al fuego. Quizá
en ese trayecto no se hablara de hechos y consecuencias, o talvez se aceptarían
naturalmente inversos al orden común para nosotros.
Cuando se
apagó la hoguera frente a la tienda del visitante, toda la gente de la tierra
se encontraba descansando en el sueño. Aunque algunos, con gran destreza, hacían
uso conciente de este medio para, ya “despiertos en el cuerpo de la noche”,
disponer de actividades, que si bien similares, no son factibles en el mundo de
la vigilia.
“Como es
arriba...”
El maestro
aguarda la llegada de Alguien, mientras evalúa los efectos que sobre éste causa
la demostración de esta noche. Todo en
presente, pues tiene ante sí las brasas y el fuego.
Recostado
sobre la copa de un viejo árbol que brilla radiante en la noche del mundo
astral, observa atentamente la figura de La Cruz del Sur en un exagerado
firmamento estrellado. Debe ser cuidadoso con esa observación, pues a poco de
concentrar su deseo en la presencia de esas figuras celestes, podría
encontrarse viajando hacia ellas sin más vehículo que su cuerpo, de uso en ese
mismo plano, y a velocidades solo relacionadas con la intensidad de esa
pretensión.
La persona
que se ha llegado hasta el desierto debe comportarse siguiendo ciertas normas
que hacen a las características del lugar. De igual manera quien se encuentra
en zona pantanosa, o conduciendo una nave a diez mil metros de altura. Así, y
en este caso, uno debe adecuarse a la naturaleza del mundo que lo alberga.
Tantas veces como cruce el umbral de cualesquiera de sus puertas, porque de
otra forma no podría desenvolverse en él.
El cuerpo más
sutil del hombre que se halla situado en la parte superior del árbol, se
encuentra cubierto por vestiduras similares a las que posee su cuerpo más
denso, en descanso dentro de la tienda en tierras de la tribu. Es de esta
manera, pero pudiera ser de cualquier otra con la que su imaginación le hubiese
provisto. Porque de ese material están esas prendas constituidas.
De pronto
percibe que Alguien ha decidido acercarse, se lanza desde lo alto del magnifico
ciprés que le sirviera de mirador y, con toda naturalidad, apoya suavemente sus
pies sobre el suelo.
Los hombres
se saludan con un intercambio de afectos, lo emocional es característico de
este sitio. Alguien desea ser acompañado a la tierra donde moran sus ancestros.
No cabe en su ánimo otra intención que la de servir de guía hacia lo que es su
costumbre y fuente de conocimientos. No obstante, con ello solo se reafirmaría
una situación en uso. Volverse hacia lo cotidiano e identificarse, una vez más,
con un contexto conocido no le ayudaría a trascenderlo. El maestro calla, no
desea ofender a su discípulo. Él sabrá de esto por propia experiencia, solo es
cuestión del “necesario” tiempo.
El pueblo
mapuche posee una elaborada cosmovisión, afirman la existencia de siete planos
o mundos de vida. Los cuatro superiores alojan a espíritus benignos, energías
positivas, y a sus ancestros, allí es donde los visita el machi en busca de
instrucción y consejo. Ahora bien, siendo esta la única fuente de donde sorber
esta enseñanza y, visto que los mentores recurren a sus propias experiencias
como caudal de entrega, esta misma es por fuerza limitada y recurrente. “Lo que
no evoluciona no se desarrolla. Como nada es estático, lo que no se desarrolla
involuciona, o avanza y retrocede en el mismo camino de ida y vuelta, pendulando
ante una igualdad de fuerzas alternadamente opuestas”.
Alguien ha debido esforzarse para llegar
al nivel en que se efectuaría su cita, más allá de donde suele hacer cima, esto
bien lo sabe su maestro quien ex profeso eligió “el sitio”. Fue necesario ese
ascenso, pues de esta manera aumentó su régimen vibratorio, haciendo más
sencillo el próximo paso que deberá efectuar como parte del aprendizaje a que
está destinado.
Un terrible respingo sacude al cuerpo
del chamán al regreso de su particular viaje nocturno. Instantes más tarde deja
su lecho de piel de oveja y sale al bosque. Necesita recordar toda su
experiencia, no fuera que se le olvidara o confundiera al despertar con una
simple ensoñación.
Él había inquirido sobre sí mismo
esperando palabras que lo confirmaran en su presunción de quién suponía que era.
Quizá una descripción algo complicada acerca de su origen y los motivos de Nguenechen
para hacerlo tal y como se veía y, talvez, el porqué de esas capacidades para
enseñar a su gente y trasladarse al mundo de los muertos durante el sueño.
Huente no había despegado los labios
para dar explicación ninguna. Ni siquiera se molestó en advertirle que no irían
a tierra de los antepasados, simplemente lo proyectó hacia una antigua escena
en la que Alguien, aún siendo en parte lo que allí era, todavía no había
alcanzado su actual medida. Ese ser, que luego se convertiría en él, no tenía
luz alguna en su ropaje de la noche y carecía de cuerpo en el cual despertar en
el día.
Alguien se sintió muy confundido con el
cuadro ante sus ojos. Huente, sin emitir sonido, le estaba informando que
pronto sabría la respuesta de lo que fuera su consulta, pero solo de cómo había
llegado hasta el presente.
El futuro contiene solo diferentes
líneas, elecciones que son posibles alternativas de las que podrá, o no, hacer
uso según sus previas decisiones. De idéntica forma que, a través de sus
decisiones, llegó al presente, pudiendo haber sido cualquier otro el resultado.
Todo esto, claro, siempre desde el momento en que le fue dado tomarlas. Antes
de eso solo se asciende en la escala respondiendo a cierta automaticidad
evolutiva. Aunque la embrionaria voluntad pueda contar con alguna pequeña
participación en el asunto, aún no se ha producido la individualización del
espécimen, etapa en la cual esa voluntad se ha de desarrollar.
El Alguien que poco más tarde
contemplara su propio desenvolvimiento a través de las eras, solo es una toma
instantánea dentro de la interminable cadena de sucesos de su vida. Así fue
comprendido por el destinatario de todo este esfuerzo didáctico, quien
contenido por “algo invisible”, logró sortear exitosamente el torrente
emocional que pugnaba por inundarlo.
Este ejemplar humano, al igual que la
gran mayoría de sus semejantes, se encontraba envuelto por los mantos de su
personal capullo de creencias. Suponiendo, ilusoriamente, que ese pequeño
universo, constreñido dentro de un heredado paradigma, conformaba la mayor
información acerca de la
Totalidad, y que solo le restaban algunos pasos para ver de
frente su luminoso rostro.
El comenzar a conocerse siempre conlleva
el riesgo de caer de bruces sobre la realidad de nuestra propia pequeñez.
Aún en presencia del tiempo de estío, el
espíritu del frío se retira provisoriamente a las alturas, solo para volver en
las noches recordando al hombre su supremacía en estas latitudes. Bajo una
abrigado makuñ, Alguien, desde una mayor comprensión, contempla por vez primera
el firmamento cuando Huente se le acerca.
Sentados sobre grandes piedras, los dos
hombres permanecen silenciosos. -Huente siempre está en silencio- , pensó
Alguien, -no recuerdo como es su voz-. En ese momento se ve capturado por la
imagen de la escena en que ambos se conocieran.
Cuando uno se siente atraído por el
canto de un ave que suena a lo lejos, deseará saber sobre el pájaro. Luego,
observar sus colores, conocer donde anida, sus costumbres. Porque de esta
manera lo está reconociendo como partícipe de su vida. Partiendo de una
afinidad, de un gusto, se incorporan factores que fueran externos al permanecer
en el terreno de lo ignoto, incorporándolos más tarde, al descubrirlos.
Alguien, quizá por su propia formación
en el campo de lo metafísico, tenía buen oído para percibir los trinos de esas
aves que, desde la espesura de nuestro desconocimiento, nos alientan a
seguirlas con la promesa de sorprendernos con el adorno de su raro plumaje.
Siendo el sacerdote de su tribu, no le
era posible discutir sus inquietudes con nadie más calificado. Se esmeró en
llevar sus cuestiones a través de la bruma que separa los mundos para
presentarlas ante los ancestros. En un desatinado intento pretendió que estos
llenaran ese vacío de conocimiento que le hacia ver la vida como un miserable
trozo de algo mucho mayor que, sabía se encontraba fuera de su radio de visión,
no obstante pertenecerle.
¿Cómo describe un hombre el sonido que
su alma ha escuchado? Quizá la falta de solvencia del expositor, tal vez la
limitación de los consultados, lo cierto es que Alguien no logró saciar su
anhelo.
Días más
tarde, en su cuerpo de la noche, escaló la más alta posición que lograra hacer
suya en esta vida, y desde ese hito, juntando deseo y emoción, oró a Nguenechen
pidiendo comprensión. Este esfuerzo, luego de muchos años de interno
cuestionamiento, alcanzó finalmente el peso requerido para precipitar los
acontecimientos. Siendo esto, y no la segunda persona de un dios externo, el
motivo de su logro. El discípulo está dispuesto, el maestro llegará
oportunamente.
Pronto se encontraron sin verse, sin
nombres ni títulos. Solo una energía respondiendo a otra.
Llegado el momento un semejante “pide
aquello que necesita”. Otro semejante, con la semejanza de todos (al Único que
en Todo se asemeja), es enviado a entregar lo que su capacidad le permite dar.
El que brinda su tenencia, lejos de disminuirla
con el acto de prodigar, se ve saciado por la misma ley a la que está
obedeciendo. De forma tal que toda la creación se potencia con el intercambio
entre sus partes.
La energía con mayor frecuencia de onda,
eleva por vibración simpática, a su hermana deseosa de así hacerlo. Pero esto,
que seria más sencillo para ambas si tuviesen “radicación” en composiciones
menos densas, se debe realizar desde abajo hacia arriba; aunque la comunicación
se efectuara por vía sutil.
Cada conciencia establecida sobre
nuestro tiempo físico, debe partir desde este sitio para la obtención de nuevas
dimensiones del saber. Con los consiguientes rituales de deseo, interés y
voluntad a desarrollar sobre suelo de este mundo.
La cita quedó acordada. En algún
momento, Quiñeche (Alguien) tendría como Pelum (huésped) en la rehue
(comunidad) a un anay (amigo) conocido en otro villmapu (mundo), Quien vendría
respondiendo a su pedido de ayuda, con el beneplácito del nidol (autoridad) de
la tribu.
La voz de Huente pareció salir desde
dentro del mismo bosque que los rodeaba. Alguien se sobresaltó, no esperaba que
su mentor le hablara y el sonido le tomó desprevenido. -Será que me he
acostumbrado a percibir sus palabras como si fueran parte de mi conciencia- se
dijo, mientras trataba de tomar el significado de ellas por el eco remanente
que aún vibraba en el entorno.
-Se ha contestado tu pregunta-. Huente,
como solía hacerlo, miraba hacia lo alto, luego calló aguardando la opinión de
Alguien.
El machi no lograba aún extraer una
conclusión de la extraña vivencia. No obstante podía apreciar claramente que
solo la voluntad de Nguenechen hacia posible que él tuviera la extraordinaria
oportunidad de contar con un “prestatario” del poder de mostrar lo que está
vedado a la mayoría de los mortales. La trama cósmica, deshilando el tejido de
los acontecimientos, para explicarse por sí misma.
Mientras agradecía Al Supremo por esta
dispensa, logró extraer del torbellino de sus pensamientos, aquello que más
deseaba saber como consecuencia de lo recientemente aprendido. No sea que
Huente partiera en la mañana y quedara desperdiciado este don que le había sido
otorgado.
-Esta noche- dijo, -me he visto
navegando el río de mi vida. Comprendiendo que al final de su largo recorrido,
el curso de agua que me representa desembocará en el océano a donde todos
iremos a dar, cada uno a su tiempo. Dime Huente ¿como saber donde se encuentra
la naciente de ese arroyo que hoy es río y mañana será mar? ¿Dónde la energía
de Nguenechen se hace visible al ojo del hombre, donde se convierte en materia
y pasa a integrar este mundo en que ahora estamos?
Escuchó el suspiro de Huente mientras
este, alejándose del lugar, le decía -te tomará hasta la próxima noche asimilar
lo que hoy has visto, las construcciones duraderas se asientan sobre terreno
firme. Deslízate sobre el tiempo, nuestra estructura conciente responde a su
ritmo, no intentes comprimirlo pues estarás edificando tu conocimiento sobre
bases endebles -.
Alguien volvió a su catre habiendo
comprendido el mensaje. Ahora también sabía que su maestro no partiría hasta
que él estuviera listo.
El lonco de la rehue había tenido una
visión durante esa noche y en la mañana llamó a su machi para saber del mensaje
en ella contenido. Alguien, en su papel de maestro, le hizo saber que las aves
de colores, vistas en su sueño, así como el rumbo que llevaban presagiaban una
nueva época para la tribu. En la que los cambios serían importantes y altamente
positivos para su gente.
Huente parecía estar orando en el
momento en que Alguien se presentó en su tienda. Se encontraba con los ojos
cerrados, sentado sobre su manta ante el fuego y casi no respiraba. Permaneció
así largo rato, luego, sin levantar los párpados, saludó al visitante se
incorporó y comenzó una extraña danza con movimientos similares a de un puma al
acecho. Se movía lentamente, pero de una forma tan armoniosa que Alguien quedó
fascinado, a poco se hizo notorio que a medida que el danzarín ejecutaba la
coreografía una tenue luminosidad se intensificaba alrededor de su cuerpo.
Finalmente juntó las manos, agradeció con una inclinación de cabeza y volviendo
a su improvisado asiento, respiró profundamente disponiéndose a hacer entrega
de lo que se le había solicitado.
-Dime Quiñeche, ¿qué haces para curar a
quien acude a ti molesto por...digamos, una jaqueca?
Bueno, -contestó el aludido- en primer
término se debe tratar al espíritu que esta fastidiando a la persona. Para esto
se realiza... Huente le interrumpió, -¿Le provees de algo para ser ingerido?-.
Obviando su explicación, el machi
asintió con un movimiento de cabeza, confirmando enseguida que entregaba al
afectado un brebaje de su preparación, producto de puntuales procesos
efectuados en determinadas partes, según el caso, de plantas de la zona.
¿Que características posee esa bebida
que ayuda a curar el dolor? La pregunta confundió a Alguien, quien durante unos
instantes no supo que responder.
-Existen plantas para el bien y plantas
para el mal- dijo finalmente, algo inseguro como esperando ser interrumpido
nuevamente. Con un leve movimiento de cabeza, Huente lo alentó a continuar.
-Yo conozco la índole de cada una de
ellas, es parte de mi trabajo, puedo encontrarlas y realizar preparados que
ayuden a mi gente- concluyó.
Huente parecía satisfecho con la
respuesta, y volvió a interrogar a su discípulo.
-¿Debes creer en eso que tu llamas
“índole” para que la mejoría se produzca?
-El poder que ella contiene opera por si
mismo, tiene su propia fuerza. Pero no obstante eso, he podido comprobar que si
la persona que hace uso de la medicina confía en que se aliviará con su toma,
entonces sanará más rápidamente-.
Cualquiera que hubiera sido el punto al
que Huente quería arribar, parecía que se estaba acercando a él.
Veamos Quiñeche, ¿que forma dirías que
tiene ese poder?
El aludido, con la vista perdida en la
oscuridad de la noche, respondió lentamente, como buscando las palabras que
hicieran posible esta explicación.
-Mira Huente, no se trata de algo con
forma. En realidad, según me lo hubo enseñado mi maestro, es un elemento que
aún siendo parte del vegetal, no lo es en su cuerpo físico, y como en cada
especie tiene diferentes características, con su nombre lo denominamos. En
otras palabras, el que actúa es el espíritu de ese tipo de planta-.
-¡Tenemos aquí dos cosas de suma
importancia!- se exaltó el maestro- Toma debida nota de la primera, que es la
respuesta a tu pregunta, en cuanto a la segunda, luego hablaremos de ella.
-Mucho se dice sobre el comienzo de la
creación –continuó-. De hecho cada cultura tiene su propia versión relativa a
ese evento. No obstante “esa creación” no tiene un punto de partida y sigue
vigente en cada acto y pensamiento que se produce. Dentro de la concepción
espaciotemporal en la que vivimos, nos es sumamente difícil concebir algo que
no tenga un principio y su consecuente fin, porque ese concepto de falta de
causa y efecto excede ampliamente nuestro ámbito. Lugar en el cual todo
“rebota”, pues cada suceso está concatenado con el que lo precede y con el que
ha de sucederlo. Es como plantarse en un punto cualquiera de una línea y saber
hay uno delante y otro punto detrás. Pero esta línea no nos parece tal, sino un
segmento, una porción con principio y un final. Ahora, tengamos en cuenta que,
si existe una porción, es porque se cuenta con un “todo” del que esta forma
parte. A su vez, ese “todo”, al contener el absoluto de lo existente, no puede
ser sino dentro de si mismo, formando parte de cada cosa y cada cosa siendo de
él en una parte. Todo acontecimiento sucede dentro de esa creación. Aunque
dentro es un término incorrecto para la expresión buscada, por cuando su
enunciación presupone la existencia de otro “territorio” fuera de sus límites,
y la creación no tiene fronteras ni nada que no contenga. Al no tener comienzo
nada hay anterior, y no puede haber algo posterior desde el momento en que lo
venidero indica un tiempo “por venir”, y ella es, también, ese tiempo.
Cada energía que asciende a un nivel
superior esta trascendiendo su supuesta génesis (que no es otra cosa que el
comienzo de una nueva etapa), evidenciando la continuidad del proceso.
Dentro de lo que se denomina
“microcosmos” existe la presencia del elemento base, sobre el cual se indaga en
busca de la primigenia expresión de la materia. Esa al menos hubo sido la
manifiesta intención de los científicos que se lanzaron a esa investigación.
Luego de largos años de paciente y
costosa indagación, estos buscadores lograron encontrar esa partícula que tanto
deseaban. De ese hallazgo surgieron algunas cosas por demás sorprendentes y que
significaron un salto formidable en el conocimiento racional de la raza.
Sucede que una vez que lograron aislar
ese cuerpo de indescriptible pequeñez, intentaron estudiarlo en sus imponentes
laboratorios. Notando, con la sorpresa del caso, que el comportamiento del
objeto respondía, no a un patrón posible de establecer, sino: (y esto es lo
realmente notable) ¡a la expectativa del investigador! En otras palabras,
“algo” de ese ser que se encuentra observando influye en el objeto bajo
análisis, de manera tal que se hace imposible sentar pautas predecibles sobre
su posible proceder. Esto desde el momento que, aparentemente, no posee una
“voluntad” propia, sino que responde automáticamente a la de la mente que con
él se vincula.
Solo para simplificar he hablado de partícula,
no siendo esto totalmente cierto. El elemento al que nos estamos refiriendo
puede ser una partícula, pero también una onda. Más claramente, es materia, si
como tal de él se piensa, pero igualmente puede ser energía, ante una mente que
así lo crea. Mudando, una y otra vez de idiosincrasia, según se espere, con
intención o sin ella.
Debo dejar en claro que esta es una
explicación sumamente parcial del fenómeno en cuestión. Cuyo alcance es, en
mucho, más complejo y requeriría una exposición que excede las necesidades del
caso. A solo titulo de demostrarlo, te diré que la materia, en cualquiera de
sus presentaciones, no es otra cosa que
energía que, para este caso, posee los atributos de ser perceptible.
Bien Quiñeche, siempre vida, vida en
materia densa o en materia sutil. Si lo deseas, la más pequeña expresión de
ambas, y es allí donde se juntan, o se separan. Es el punto de partida hacia
uno u otro sector del espectro.
Tenemos “algo” que puede ser partícula u
onda de acuerdo a lo que la emisión de un ser más evolucionado le sugiera. Esto
amigo mío, no es otra cosa que ¡creación! ¡Claro que con los materiales ya
existentes!
Nguenechen, para usar el nombre que te
es más familiar, es el poder de ordenar, en una determinada disposición de
constante modificación ascendente, la sustancia básica universal, “el barro
cósmico”. Lo hace en función de una planificación previa, que se plasmará en
respuesta a su orden mental, al poder de su pensamiento. Y esta es la segunda
cosa importante surgida de tu exposición.
La mente de cada uno (mente y no
cerebro) es una copia a escala de la Suya. Somos una parte, ínfima por cierto, del
mismo Creador. “Imagen y semejanza”, a Él nos asemejamos siendo el poder que
usamos, el único que existe, el Suyo.
Todos poseemos ese don en distintos
grados de desarrollo. El enfermo que piensa que su medicamento lo puede sanar,
está potenciando la capacidad curativa intrínseca del remedio, llamando a su
cuerpo a recuperarse. Pero, el que está absolutamente seguro de su curación,
ese no necesita de ningún preparado que le ayude a hacerlo, pues “con su fe se
ha sanado”.
Existen ciertos postulados universales,
que son leyes fundamentales ordenando el proceder de toda vida, lo sepa y
acepte esta, o lo ignore y reniegue de ello. De los cuales aquí hemos
mencionado solo uno, que afirma que “El universo es mental”. En consecuencia,
quien sea capaz de notar que sus pensamientos predisponen a la materia para que
los imite, hará seguramente un buen uso de estos.
Según afirma la ancestral sabiduría,
“los” universos son un pensamiento en la mente de su Creador, siendo su energía
lo que los sustenta y hace posibles. Nosotros, que no somos el pináculo de esa
creación, formamos parte de ella. Pero, destinados a ser algo superior estamos
provistos de cierto poder de elección, el libre albedrío. Y es por eso que, en
medio de la confusión en que nos hemos sumergido, debemos ser muy cuidadosos
con nuestras elecciones. Con todas ellas, pues no hay horarios para actuar de
una forma y otros para una opuesta. “Lo mismo en casa que en la caza” se dice
por ahí-.
Alguien observaba radiante a su
circunstancial maestro. Estas cosas eran las que él penaba por conocer. Las
respuestas de Huente excedían en mucho a sus mayores expectativas. Bajó la
vista, y por unos instantes oró agradeciendo esta maravillosa oportunidad de
obtener conocimiento.
La admiración que sentía por su
instructor, crecía en relación directa al caudal de información que este le
brindaba. ¿Sería que Huente poseía todas las respuestas? Ahora comprendía porqué
permanecía callado cuando era menester para la calidad de la enseñanza, y como
en estos momentos se había explayado abundantemente porque así a ella convenía.
La mirada de Huente sondeaba la mente de
su absorto compañero. De pronto se incorporó y cambiando la inflexión de su voz
tomó nuevamente la palabra, en tanto caminaba de un lado a otro presa de cierta
inquietud.
-No Quiñeche, no debes confundir el
cauce con el río. El conocimiento que uno puede acumular es realmente muy
pequeño y se asemeja a una semilla que germinando se transforma en árbol, solo
para ver la luz del sol. Ese saber es nada más que el disparador de la
necesaria seguridad que hace posible la conexión mediante la cual se transmite
una superior enseñanza. Todo lo que te he explicado en esta noche, hubo salido
de mi boca en camino hacia tu oído, porque a él estaba destinado, pero viene
desde más allá de ambos. Gracias a ti, yo de esto también he aprendido-.
Uno puede ser discípulo aún en el papel
de maestro, y viceversa. Ora mendigo, ora benefactor, positivo y negativo,
negro y blanco, luz y sombra, materia y energía, solo porcentajes en papeles
complementarios y alternantes de la obra de la vida.
Alguien no volvió a su vivienda sino
hasta el amanecer. Debió repasar cada dato, cada giro de la enseñanza de esa
noche. Las fronteras de su percepción se estaban mudando cada día más lejos y
era menester dejar orden en tierras de la nueva conquista.
Ya alto el sol de la mañana, salió al
encuentro de las gentes que sentadas en su patio aguardaban pacientemente.
Al machi, figura polifacética de la
sociedad tribal, no se le molesta, y si uno necesita algo de él, simplemente
espera su aparición.
Alguien, con ropajes femeninos, debió
luchar ese día contra fuerzas que habían saltado las barreras que separan al
mundo del hombre del de los Caftrache. Esos seres malignos que habitan el
séptimo estrato. Sus sueños le pusieron al tanto de esta invasión,
advirtiéndole de la presencia de estas entidades de las sombras que,
sintiéndose molestas por la mayor luminosidad que se hacia notoria en la rehue,
buscaban crear el suficiente temor como para lograr la vuelta al anterior
estado de cosas. Recuperar aquello que temían perdido, su porcentaje dentro del
sistema.
El machi se preparó concienzudamente
para dar batalla a la patrulla de los enanos del submundo. Los invasores se
estaban manifestando por medio de dolencias físicas y psíquicas afectando a los
pobladores de la aldea. De ahí el uso de su atuendo, esta parte de su arsenal
representa a los aspectos femeninos de la tierra y la naturaleza.
Si bien el defensor antaño hubo
mantenido algún contacto con estos entes, nunca tuvo que vérselas frente a
frente con tan desagradable contendiente, no obstante lo cual contaba con el
conocimiento y los elementos necesarios para dar buena batalla. Pero, lo más
importante era que ahora sabía que la sola seguridad de vencer le
proporcionaría el ansiado triunfo. “La mente es quien ordena a los
acontecimientos como resolverse”, había dicho Nguenechen, por boca de Huente.
Por consiguiente esta sería la más elevada verdad que llegara a su vida y, por
cierto, muy oportunamente.
Al atardecer de ese día que pasaría a la
historia de su pueblo, el machi Quiñeche, victorioso luego de la contienda,
dirigió la ceremonia de agradecimiento a Nguenechen y las fuerzas que se
alistaron de su lado. Cuando todos estaban entonando cánticos sagrados,
reunidos en torno al fuego purificador, por un instante el anochecer se cubrió
de una maravillosa radiación de luz.
Un alma estaba recibiendo una medalla
dorada por una buena labor que, por medio de su manifestación en este mundo,
había realizado.
Esa noche, noviembre pareció recordar
que él es primavera en este hemisferio. Los amigos reunidos frente al lago
observan extasiados como la mera reflexión de luz que envía la luna, se
transforma en poesía al descender sobre un paisaje amojonado por los altos
cerros, todavía nevados, y decorado por la vida vegetal de antiguos bosques de
cohiues, lengas, radales, ñires y cipreses.
Alguien, sensibilizado por el imponente espectáculo,
recitó en voz baja un viejo poema de su tierra: “Algo grande, algo cósmico,
ocurre cuando la luna llena, durante las noches serenas, se refleja sobre el
espejo del gran lago.
Algo se modifica
en el ambiente,
algo distinto vibra en el
paisaje.
Todo
sutiliza su propia esencia y libera un mensaje secreto
con destino al alma del hombre. En tanto
yo, siento con tristeza que aún no logro recibirlo, solo alcanzo a tocar su
maravilla con la punta de los dedos”.
Huente posó la mano sobre el hombro de su acompañante
y le dijo: -Qiñeche querido amigo, has apurado muy deprisa la copa que se te ha
servido, y muy rápido se ha llenado con nuevo contenido para que continúes tu
libación. Debo decirte que todo se da solo en la medida en que pueda ser
recibido, ni una pizca de más, ni de menos. Pareciera que en estos días has
corrido velozmente por el camino en que antes solías andar paso a paso y, en
alguna medida, eso es cierto. Pero, sucede que esa velocidad que secuencia los
acontecimientos, es el producto del caudal de deseo y pensamiento acumulado en
tu haber. Durante siete años has llamado insistentemente a las puertas del
saber, y esta es su consecuencia. Ahora se ha abierto una pequeña hendija por
la cual se cuela una intensa luz, iluminando un ángulo de esa zona de sombras
que aspiras trascender. Ten por cierto que esta entrega se realiza en respuesta
a un anterior pedido, y que si bien cada porción de claror que ingrese a este
mundo a todos nos beneficia, eres el primer destinatario y “administrador
responsable” de la misma-.
Luego de una pausa Huente continuó diciendo –Hoy has
debido medirte con fuerzas opuestas a la dirección que llevas, las que lejos de
poder apreciar la capacidad que otorga la evolución, intentaron recuperar el espacio
que están destinadas a resignar luchando con un armamento que para ti, ya es
obsoleto. Existen varias razones por las que has salido vencedor en esta lid,
pero en lo que a tu persona atañe, el buen empleo de ese recién adquirido
conocimiento hubo sido definitorio. Se te ha
sometido a un examen de vuelo inmediatamente después de crecidas las
alas. Me complazco en tu éxito, y si bien hubiera podido proporcionarte ayuda,
debí abstenerme de brindártela, pues con ello se habría garantizado el triunfo,
pero arruinado tu intento, al llevarte yo en mi mano.
Absolutamente nada en el lugar parecía indicar que
allí había habido una tienda de campaña, un fogón y un montón de leña seca.
Ningún indicio de que un hombre vivió, cocinó, danzó, aprendió y enseñó durante algunas horas en ese sitio.
La gente de la tierra tenía por seguro que un espíritu benéfico estuvo
visitando su aldea.
Doscientos años más tarde, el pueblo
mapuche seguiría narrando la historia de Huente, el enviado de Nguenechen quien
viniera poco antes del gran cataclismo, por cuya intervención el gran machi
Quiñeche logró desarrollar mil cuerpos con extraordinarios poderes, derrotando
así a los habitantes del submundo, quienes habían cruzado las fronteras para
enfermar al hombre con terribles pestes, como la soberbia, la avaricia, la
gula, la lujuria, el odio y la envidia, dando por tierra con su afán de
conquistar este hermoso mundo y llenarlo de las penumbras en que ellos viven.
Uno, debe alejarse de este extraño lugar donde aún
existen las sombras. Sombras que nacen como efecto de haberse interpuesto un
objeto cualquiera ante su única fuente de luz.
Con buenas intenciones algunos trepan hasta la meseta,
donde la ilustración evita a todo cuerpo que se interponga. Para, observar
luego con desencanto, la metafórica y excluyente labor del sol. Ya no hay donde
ascender, y bajo cada pie, todos proyectan... su sombra.
El error consiste en insistir en el vano intento de
deshacerse de la oscuridad.
Uno, se aleja comprendiendo por fin, que ya no es
“uno”. Qué la verdadera irradiación surge, espontánea, ante la liberación de la
vida que “es” en la materia ¡Y esta se hace luz! Y Todos somos esa luz
“Y vendrán luego mil años de luz. Aún dentro de las
otrora oscuras cavernas, ella reinará”
Uno es convocado a mudar de radicación. Para esto solo
basta un llamado, ya no debe ser compelido a dejar su aspecto visible de este
rango vibratorio. Simplemente lo abandona, como ya lo hiciera tantas veces
antes, solo que en esta oportunidad no volverá a valerse de él.
Es un nuevo paso, aunque más sencillo y gentil que los
tantos que hubo de caminar sobre este suelo. No debe ser de otra forma. El
ingreso fue doloroso. Ese es un legado de la estirpe humana.
La partida, hacia un estado “solo algo” más permanente,
es un lance dichoso que, tal es festejado desde el otro extremo del corto
puente, así debió serlo en este; siempre.
El apego hace que el niño intente retener el
instrumento. Sin considerar que le hubo sido dado en préstamo, y solo para que
pueda aprender con su uso. El apego traslada el amor, modifica su dirección y
lo desvirtúa.
Efímera alocada ilusión, que concluye en el dolor. ¡Y
los semejantes acostumbran a aceptarlo!
“El dolor es el último recurso del amor para ser
escuchado”
En el sendero del saber no existe el adiós. Allí no
hay tiempos que concluyen, sino secuencias de algo infinito.
Pasos, solo
eso. Avanzando o volviendo sobre lo ya andado. Es en la experiencia de los
pasos que sumamos camino hacia nuestro próximo destino.
¿El final?.
-“La creación”-dijo
Huente, -“no tiene un punto de partida y sigue vigente en cada acto o
pensamiento que se produce. Dentro de la concepción espaciotemporal en la que
vivimos, nos es sumamente difícil concebir algo que no tenga un principio y su
consecuente fin..-”. Aún.
Filemón
Solo.
Anay: Amigo
Caftrache: Hombres enanos malignos que
habitan en un mundo subterráneo (último de los 7 niveles)
Huente: Encima, en lo alto.
Quiñeche: Alguien
Machi: Curandero, médico, maestro
Makuñ: Poncho
Nguenechen: Dios
Nidol: Autoridad tribal
Pelli: Alma
Pelum Huésped
Rehue: Comunidad
Villmapu: Mundo