Cuentos de Filemón Solo

lunes, 16 de abril de 2012


 

“Persona con la que se convive maritalmente” (RAE)



    Salió disparado del departamento, pasó por el palier del edificio sin saludar al encargado, y ajeno a las consecuencias de tamaña desatención, se precipitó hacia la calle. Miró a ambos lados, uno por vez, y optando finalmente por la derecha, se dirigió a la plaza del barrio. Lugar este, tan concurrido a esa hora de la siesta como a cualquier otra del día. Jóvenes de poderosas gargantas, desocupados ejerciendo su natural actividad, jubilados, perros y, cosa extraña, muy pocos corredores de la vuelta manzana. Todos ocupando el sitio, y cada cual de lo suyo.

Sentado sobre el césped, luego de resignar el único banco disponible a causa de, digamos, su falta de higiene, se lo podía observar gesticulando en medio de un  murmurado soliloquio. Se hacía muy evidente, para cualquiera que no tuviera limitaciones profesionales sobre el tema, que el individuo se encontraba bajo los efectos de una situación que no lograba controlar.

-¡Pobre tipo!-, se dijo un agitado corredor, observándolo de reojo al pasar raudamente a su lado. Sí, un pobre tipo tan molesto, que en ese momento hubiera, de haberlo podido, desalojado la descuidada placita de la presencia de esas gentes. Gentes que en realidad no la necesitaban. ¡Bien podían estar en sus casas! ¡Allí, muy cómodos y sin molestar a quien deseaba cavilar y no podía hacerlo en la suya! Bueno, también podrían irse a un club o, solo algunos, a un hotel con ambiente climatizado, un buen sauna y...y ya se perdió en estas ilustrativas fantasías. A los pocos minutos la bronca que portaba le hizo retornar rápidamente a su realidad, reasumiendo de inmediato toda la sintomatología del caso.

Luego de una hora de reflexionar, cambiar de sitio, y distraerse esporádicamente con las actuaciones de los circunstanciales copartícipes del lugar, decidió buscar consejo y recurrir a algún semejante capaz de ayudarlo en este difícil momento. Imaginó estar dialogando con cuanta persona conocida podría prestarle su atención un domingo por la tarde. Cierto que la nómina no era muy extensa, pero en ella se destacaba por probado mérito civil su buen amigo Eusebio.

Eusebio sería, a no dudarlo, el consultante ideal ante su presente dilema pues se encontraba felizmente casado desde hacia veinticinco años, más o menos. ¡Sí!, sin dudas él tendría en su poder la fórmula que había estado tratando de componer desde sus propios quince años del mismo estado. Más o menos.



Otro sorbo de café y un cigarrillo, molesto ya, no lograba encontrar la forma de extraer de su amable contertulio aquello que necesitaba.

-¡Vamos viejo no me hagas repetir la historia!, no logro entenderme con ella, ese es el punto. Es como hablar, ¡qué digo! ¿hablar?, ¡vivir! con una parte de alguien. Solo con un sector de la persona. Hay una cantidad de inquietudes, de dudas y deseos, que no puedo compartir con nadie que no sea mi mujer y, la verdad, es que pareciera que a ella no le interesa nada de todo eso. Cuando lo intento se distrae, me sale con otra cuestión o, lo que es aún peor, solo bosteza y me dice que está cansada. Hoy estaba decidido a que tuviéramos un largo dialogo, ya que así se lo vine anunciando durante toda la semana. Le pedí que pusiera algo de sí misma, como para facilitarme lo que quería decirle, ¿me entiendes?

Quería hablarle de mis proyectos, acerca de lo que observo en la vida, pedirle que leyéramos juntos en las noches dejando de lado tanta televisión, que me acompañara a buscar las respuestas a ciertos cuestionamientos internos que me preocupan. Tenía grandes expectativas sobre el resultado de esta charla. La verdad, me siento muy solo-.

-Me serví un café- continuó -y la llamé para que se sentara a mi lado y nos abocáramos al dialogo que teníamos previsto. Sin ninguna intención de acercarse me miró desde un universo distante, diciéndome mientras se alejaba rumbo a la cocina, que vendría la madre de visita y que debía preparar algo para tomar con el té-

El disertante se detuvo resoplando, dispuesto a continuar no bien lograra la calma indispensable para hacerlo. Estaba visiblemente afectado por la revisión de estos hechos, tembloroso y con el semblante contraído.

Eusebio lo observaba atentamente con cierta sorpresa no exenta de ironía. Le dolía el profundo malestar de su amigo, pero nunca hubiera sospechado que este tuviera esas ideas acerca de lo que significa una relación de pareja. ¡Y que recién ahora, luego de quince años, lo estuviera probando! -Escúchame Ricardo-  dijo, comenzando un intento de aplacarlo, pero no pudo agregar nada más, el aludido se lanzaba nuevamente a la narrativa de sus desventuras.

-Mira, yo sentí que un fuego me quemaba por dentro. Ya no recuerdo porqué medios, pero conseguí contenerme, pero solo lo suficiente como para preguntarle si había olvidado lo de nuestro compromiso. Me miró de una forma que me supo a repugnante indiferencia, y respondió que no quería complicarse el domingo con cosas farragosas. ¿Te das cuenta viejo?, ¡con cosas farragosas!, ¿cómo podría saberlo si yo ni siquiera había ladrado? Cuando me vio desaforado y con la boca llena de argumentos que se pisoteaban por salir a golpearle los oídos, me dijo que ya bastante tenía con “sus” problemas para que yo le complicara más aún la vida con mis locuras. Agregando, el toque final para producir un cataclismo de grado diez en la escala de Ricardo: -Decime, ¿por qué no consultas a un especialista? Un psiquiatra sería lo indicado-. Ahí nomás se dio vuelta y siguió preparando la torta como si nada. Lo máximo que logré fue no matarla, y para eso debí salir corriendo de casa. Si bien ya han pasado varias horas no consigo detener la máquina y serenarme, aunque sea un poco. Eusebio, vos llevas veinticinco años de casado con Amalia, por favor dame tu opinión, ¿acaso pretendo demasiado?-

Desde el otro lado de la mesa la sorpresa lo observaba sobre las lentes de los anteojos.

-Este...bueno Ricardito, me parece que Verónica te ha dado solo aquello que podía- le digo suavemente, como probando el terreno antes de pisar sobre él.

-¿Qué?, no entiendo nada, sé más claro por favor-

-Eso veo, que no entendés nada-, pensó el indicado, pero en lugar de eso le dijo que valorara todo lo vivido juntos, que hiciera ojos ciegos a este desentendimiento, que el mismo no tenía la magnitud que le estaba dando, y demás argumentaciones ya muy impresas pero que venían a cuento.

 Ricardo lo miraba estupefacto ante el evidente giro que su amigo le estaba dando a la conversación. Pero no iba a permitir que le esquivara al asunto, si estaba equivocado le obligaría a decirlo fuerte y claro.

-No viejo, no. Me estás verseando para no comprometerte en una respuesta que pudiera ser delicada. Vamos larga lo que piensas. Date cuenta de que no puedo volver a casa como si tal cosa después de esto. La magnitud del hecho reside en que este marcó un punto de ruptura. Ahora ya perdí las esperanzas que me estuve dibujando durante años. Ahora siento que Verónica es como un fantasma, si le levanto la sábana, debajo no hay nada a que asirse. ¡Es algo vacío!

Eusebio miró por la ventana, pensando porqué tenía que ser él quien le informara a este hombre acerca de las limitaciones que viven dentro de la relación del común de las parejas. Llamó al mozo y le pidió otros dos cortados, luego encarando fijamente a su interlocutor, le dijo: -¿Qué te hace pensar que tu mujer habría de aceptar compartir tus problemas internos?-

-Bueno...- Dijo un Ricardo que no había reparado en eso -¡Porque es mi mujer y debemos compartir todas las cosas!-

-¡No querido!, es tu mujer y no tu contraparte. Veamos si comprendes eso. Ella vive su mundo y vos el tuyo. Solo tienen ciertas cosas en común, pero no “todas las cosas”.

-¿Cómo?, entonces debería yo renunciar a dialogar con ella sobre “esas cosas fundamentales”- Ricardo no preguntaba, se estaba probando una nueva posición que le quedaba algo ajustada.

-¡Pobre tipo!- pensó Eusebio, -la inocencia se le está escapando nuevamente. ¿Porqué el amor nos hará tan ingenuos a los hombres?-.

-Eusebio ¡no me vas a decir que durante todos estos años no tocaron con Amalia ningún tema trascendental! ¡que solo hablan de las cosas del día, de los ausentes, o de los problemas de estreñimiento. ¡No!, ¡eso no lo creo!

-Mirá Ricardito- la voz de Eusebio había adquirido eso tonito suave y contenido con que  se suele tratar de explicar algo a quien no tiene la intención de comprenderlo. –Lo que sucede es que vos estás pretendiendo demasiado de tu mujer- Decime- continuó, -¿le hiciste un test antes de casarte?

-¿Qué? ¡Un test! Ah, me estás cargando. Me ves en este estado de...- Eusebio le interrumpió.

-No, no te estoy cargando, solo quiero dejar en claro que vos te la jugaste. Sí, sí no me mires con esa cara de loco. Vos te la jugaste a que todo saliera como deseabas o, lo que aún es más difícil, a como pensaras quince años después. ¡Ahora quiero escuchar que no es cierto!, que estaba todo hablado, y que esto que te pasa es una sorpresa inesperada.

-Vos sos quien está demente. Yo hice lo que todo el mundo. Me enamoré, me puse de novio y luego me casé.

-¡Ah, hiciste lo que todo el mundo! ¿Y porqué causa supusiste que a vos te iba a ir mejor que al resto?- Eusebio estaba decidido a ablandar la masa con el palo -¡NO! no me lo digas, yo lo haré: Porque tu matrimonio “es algo especial”. ¿Cierto que esa fue tu creencia durante mucho tiempo? ¿No es verdad que estuviste ocupando años en reencontrar “eso tan exclusivo” que se había alejado, pero solo un poco? Lo que te duele, Ricardito, es que estás descubriendo que sos un tipo solo, o solo un tipo. Que para este caso es lo mismo. Y más te vale aceptar que todos somos especiales, y así seguimos en la pareja, pero individualmente-.

Ricardo observaba el abismo de la resignación tratando de no sentir los vértigos que le harían caer. Algo casi orgánico le estaba siendo extraído, y  para esto no hay calmantes.

-¡Bueno hombre, tampoco te arrimes al otro extremo!- Eusebio estaba viendo como se desmoronaba la ilusión de su amigo. Entristecido, recordaba como él mismo había pasado en soledad similar experiencia. Luego de la comprensión era el momento de presentar el caso desde un punto de vista práctico y más digestivo para el pobre muchacho.

-Hay tres clases de tipos- le dijo a un Ricardo pálido y encorvado – El primero es superficial por idiosincrasia, jamás estará en estos predicamentos, dejémoslo. El segundo necesita hacer oír a la persona que ama el sonido que produce la cuerda de su alma ante los distintos pulsos que la vida le va dando. Si lo nota a tiempo, abandonará esa pretensión, advertido de que son muy escasos los afortunados que logran dos cuerpos con un solo corazón. Pero si este no fuera el caso, andará el resto de su tiempo buscando en cada esquina a la mujer que lo complemente. Tarea sumamente difícil y con un final casi cantado.

El tercero, amigo mío, ese ya conoce las humanas limitaciones y no arriesga su futuro en estas lides. No espera nada de nadie, y recibe con admiración cualquier atención que se le brinde. Tampoco lo consideremos ya que no es este nuestro caso-.

Pasaron varios minutos y dos cigarrillos antes de que Ricardo elaborara su concepto.

-El intercambio debe ser solo con la moneda que ella pueda o quiera canjear-.

Eusebio sonreía al decirle –Bien, lo has comprendido-.

-¿Y lo que te sobra Eusebio, que haces con todo eso?-.

-Eusebio cambió de sonrisa, y mientras miraba el anochecer a través de la ventana del bar,  lentamente le susurró a su amigo –Eso, viejo, eso aún no sé dónde ponerlo-.



                                       Filemón Solo





                                                                  




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