“Persona con
la que se convive maritalmente” (RAE)
Salió disparado del departamento, pasó por el palier del edificio sin
saludar al encargado, y ajeno a las consecuencias de tamaña desatención, se
precipitó hacia la calle. Miró a ambos lados, uno por vez, y optando finalmente
por la derecha, se dirigió a la plaza del barrio. Lugar este, tan concurrido a
esa hora de la siesta como a cualquier otra del día. Jóvenes de poderosas
gargantas, desocupados ejerciendo su natural actividad, jubilados, perros y, cosa
extraña, muy pocos corredores de la vuelta manzana. Todos ocupando el sitio, y
cada cual de lo suyo.
Sentado sobre el
césped, luego de resignar el único banco disponible a causa de, digamos, su
falta de higiene, se lo podía observar gesticulando en medio de un murmurado soliloquio. Se hacía muy evidente,
para cualquiera que no tuviera limitaciones profesionales sobre el tema, que el
individuo se encontraba bajo los efectos de una situación que no lograba
controlar.
-¡Pobre tipo!-, se
dijo un agitado corredor, observándolo de reojo al pasar raudamente a su lado.
Sí, un pobre tipo tan molesto, que en ese momento hubiera, de haberlo podido,
desalojado la descuidada placita de la presencia de esas gentes. Gentes que en
realidad no la necesitaban. ¡Bien podían estar en sus casas! ¡Allí, muy cómodos
y sin molestar a quien deseaba cavilar y no podía hacerlo en la suya! Bueno,
también podrían irse a un club o, solo algunos, a un hotel con ambiente
climatizado, un buen sauna y...y ya se perdió en estas ilustrativas fantasías.
A los pocos minutos la bronca que portaba le hizo retornar rápidamente a su
realidad, reasumiendo de inmediato toda la sintomatología del caso.
Luego de una hora de
reflexionar, cambiar de sitio, y distraerse esporádicamente con las actuaciones
de los circunstanciales copartícipes del lugar, decidió buscar consejo y
recurrir a algún semejante capaz de ayudarlo en este difícil momento. Imaginó
estar dialogando con cuanta persona conocida podría prestarle su atención un
domingo por la tarde. Cierto que la nómina no era muy extensa, pero en ella se
destacaba por probado mérito civil su buen amigo Eusebio.
Eusebio sería, a no
dudarlo, el consultante ideal ante su presente dilema pues se encontraba
felizmente casado desde hacia veinticinco años, más o menos. ¡Sí!, sin dudas él
tendría en su poder la fórmula que había estado tratando de componer desde sus
propios quince años del mismo estado. Más o menos.
Otro sorbo de café y
un cigarrillo, molesto ya, no lograba encontrar la forma de extraer de su
amable contertulio aquello que necesitaba.
-¡Vamos viejo no me
hagas repetir la historia!, no logro entenderme con ella, ese es el punto. Es
como hablar, ¡qué digo! ¿hablar?, ¡vivir! con una parte de alguien. Solo con un
sector de la persona. Hay una cantidad de inquietudes, de dudas y deseos, que
no puedo compartir con nadie que no sea mi mujer y, la verdad, es que pareciera
que a ella no le interesa nada de todo eso. Cuando lo intento se distrae, me
sale con otra cuestión o, lo que es aún peor, solo bosteza y me dice que está
cansada. Hoy estaba decidido a que tuviéramos un largo dialogo, ya que así se
lo vine anunciando durante toda la semana. Le pedí que pusiera algo de sí
misma, como para facilitarme lo que quería decirle, ¿me entiendes?
Quería hablarle de
mis proyectos, acerca de lo que observo en la vida, pedirle que leyéramos
juntos en las noches dejando de lado tanta televisión, que me acompañara a
buscar las respuestas a ciertos cuestionamientos internos que me preocupan.
Tenía grandes expectativas sobre el resultado de esta charla. La verdad, me
siento muy solo-.
-Me serví un café-
continuó -y la llamé para que se sentara a mi lado y nos abocáramos al dialogo
que teníamos previsto. Sin ninguna intención de acercarse me miró desde un
universo distante, diciéndome mientras se alejaba rumbo a la cocina, que
vendría la madre de visita y que debía preparar algo para tomar con el té-
El disertante se
detuvo resoplando, dispuesto a continuar no bien lograra la calma indispensable
para hacerlo. Estaba visiblemente afectado por la revisión de estos hechos,
tembloroso y con el semblante contraído.
Eusebio lo observaba
atentamente con cierta sorpresa no exenta de ironía. Le dolía el profundo
malestar de su amigo, pero nunca hubiera sospechado que este tuviera esas ideas
acerca de lo que significa una relación de pareja. ¡Y que recién ahora, luego
de quince años, lo estuviera probando! -Escúchame Ricardo- dijo, comenzando un intento de aplacarlo,
pero no pudo agregar nada más, el aludido se lanzaba nuevamente a la narrativa
de sus desventuras.
-Mira, yo sentí que
un fuego me quemaba por dentro. Ya no recuerdo porqué medios, pero conseguí
contenerme, pero solo lo suficiente como para preguntarle si había olvidado lo
de nuestro compromiso. Me miró de una forma que me supo a repugnante
indiferencia, y respondió que no quería complicarse el domingo con cosas
farragosas. ¿Te das cuenta viejo?, ¡con cosas farragosas!, ¿cómo podría saberlo
si yo ni siquiera había ladrado? Cuando me vio desaforado y con la boca llena de
argumentos que se pisoteaban por salir a golpearle los oídos, me dijo que ya
bastante tenía con “sus” problemas para que yo le complicara más aún la vida
con mis locuras. Agregando, el toque final para producir un cataclismo de grado
diez en la escala de Ricardo: -Decime, ¿por qué no consultas a un especialista?
Un psiquiatra sería lo indicado-. Ahí nomás se dio vuelta y siguió preparando
la torta como si nada. Lo máximo que logré fue no matarla, y para eso debí
salir corriendo de casa. Si bien ya han pasado varias horas no consigo detener
la máquina y serenarme, aunque sea un poco. Eusebio, vos llevas veinticinco
años de casado con Amalia, por favor dame tu opinión, ¿acaso pretendo
demasiado?-
Desde el otro lado de
la mesa la sorpresa lo observaba sobre las lentes de los anteojos.
-Este...bueno
Ricardito, me parece que Verónica te ha dado solo aquello que podía- le digo
suavemente, como probando el terreno antes de pisar sobre él.
-¿Qué?, no entiendo
nada, sé más claro por favor-
-Eso veo, que no
entendés nada-, pensó el indicado, pero en lugar de eso le dijo que valorara
todo lo vivido juntos, que hiciera ojos ciegos a este desentendimiento, que el
mismo no tenía la magnitud que le estaba dando, y demás argumentaciones ya muy
impresas pero que venían a cuento.
Ricardo lo miraba estupefacto ante el evidente
giro que su amigo le estaba dando a la conversación. Pero no iba a permitir que
le esquivara al asunto, si estaba equivocado le obligaría a decirlo fuerte y
claro.
-No viejo, no. Me
estás verseando para no comprometerte en una respuesta que pudiera ser
delicada. Vamos larga lo que piensas. Date cuenta de que no puedo volver a casa
como si tal cosa después de esto. La magnitud del hecho reside en que este
marcó un punto de ruptura. Ahora ya perdí las esperanzas que me estuve
dibujando durante años. Ahora siento que Verónica es como un fantasma, si le
levanto la sábana, debajo no hay nada a que asirse. ¡Es algo vacío!
Eusebio miró por la
ventana, pensando porqué tenía que ser él quien le informara a este hombre
acerca de las limitaciones que viven dentro de la relación del común de las
parejas. Llamó al mozo y le pidió otros dos cortados, luego encarando fijamente
a su interlocutor, le dijo: -¿Qué te hace pensar que tu mujer habría de aceptar
compartir tus problemas internos?-
-Bueno...- Dijo un Ricardo que no había reparado en
eso -¡Porque es mi mujer y debemos compartir todas las cosas!-
-¡No querido!, es tu mujer y no tu contraparte. Veamos
si comprendes eso. Ella vive su mundo y vos el tuyo. Solo tienen ciertas cosas
en común, pero no “todas las cosas”.
-¿Cómo?, entonces debería yo renunciar a dialogar con
ella sobre “esas cosas fundamentales”- Ricardo no preguntaba, se estaba
probando una nueva posición que le quedaba algo ajustada.
-¡Pobre tipo!- pensó Eusebio, -la inocencia se le está
escapando nuevamente. ¿Porqué el amor nos hará tan ingenuos a los hombres?-.
-Eusebio ¡no me vas a decir que durante todos estos
años no tocaron con Amalia ningún tema trascendental! ¡que solo hablan de las
cosas del día, de los ausentes, o de los problemas de estreñimiento. ¡No!, ¡eso
no lo creo!
-Mirá Ricardito- la voz de Eusebio había adquirido eso
tonito suave y contenido con que se
suele tratar de explicar algo a quien no tiene la intención de comprenderlo.
–Lo que sucede es que vos estás pretendiendo demasiado de tu mujer- Decime-
continuó, -¿le hiciste un test antes de casarte?
-¿Qué? ¡Un test! Ah, me estás cargando. Me ves en este
estado de...- Eusebio le interrumpió.
-No, no te estoy cargando, solo quiero dejar en claro
que vos te la jugaste. Sí, sí no me mires con esa cara de loco. Vos te la
jugaste a que todo saliera como deseabas o, lo que aún es más difícil, a como
pensaras quince años después. ¡Ahora quiero escuchar que no es cierto!, que
estaba todo hablado, y que esto que te pasa es una sorpresa inesperada.
-Vos sos quien está demente. Yo hice lo que todo el
mundo. Me enamoré, me puse de novio y luego me casé.
-¡Ah, hiciste lo que todo el mundo! ¿Y porqué causa
supusiste que a vos te iba a ir mejor que al resto?- Eusebio estaba decidido a
ablandar la masa con el palo -¡NO! no me lo digas, yo lo haré: Porque tu
matrimonio “es algo especial”. ¿Cierto que esa fue tu creencia durante mucho
tiempo? ¿No es verdad que estuviste ocupando años en reencontrar “eso tan exclusivo”
que se había alejado, pero solo un poco? Lo que te duele, Ricardito, es que
estás descubriendo que sos un tipo solo, o solo un tipo. Que para este caso es
lo mismo. Y más te vale aceptar que todos somos especiales, y así seguimos en
la pareja, pero individualmente-.
Ricardo observaba el abismo de la resignación tratando
de no sentir los vértigos que le harían caer. Algo casi orgánico le estaba
siendo extraído, y para esto no hay
calmantes.
-¡Bueno hombre, tampoco te arrimes al otro extremo!-
Eusebio estaba viendo como se desmoronaba la ilusión de su amigo. Entristecido,
recordaba como él mismo había pasado en soledad similar experiencia. Luego de
la comprensión era el momento de presentar el caso desde un punto de vista
práctico y más digestivo para el pobre muchacho.
-Hay tres clases de tipos- le dijo a un Ricardo pálido
y encorvado – El primero es superficial por idiosincrasia, jamás estará en
estos predicamentos, dejémoslo. El segundo necesita hacer oír a la persona que
ama el sonido que produce la cuerda de su alma ante los distintos pulsos que la
vida le va dando. Si lo nota a tiempo, abandonará esa pretensión, advertido de
que son muy escasos los afortunados que logran dos cuerpos con un solo corazón.
Pero si este no fuera el caso, andará el resto de su tiempo buscando en cada
esquina a la mujer que lo complemente. Tarea sumamente difícil y con un final
casi cantado.
El tercero, amigo mío, ese ya conoce las humanas
limitaciones y no arriesga su futuro en estas lides. No espera nada de nadie, y
recibe con admiración cualquier atención que se le brinde. Tampoco lo
consideremos ya que no es este nuestro caso-.
Pasaron varios minutos y dos cigarrillos antes de que
Ricardo elaborara su concepto.
-El intercambio debe ser solo con la moneda que
ella pueda o quiera canjear-.
Eusebio sonreía al decirle –Bien, lo has comprendido-.
-¿Y lo que te sobra Eusebio, que haces con todo eso?-.
-Eusebio cambió de sonrisa, y mientras miraba el
anochecer a través de la ventana del bar,
lentamente le susurró a su amigo –Eso, viejo, eso aún no sé dónde
ponerlo-.
Filemón
Solo
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