Cuentos de Filemón Solo

viernes, 20 de abril de 2012

EL VIAJE


   Los kilómetros pasan malamente representados por esos feos mojones grises plantados a la vera del camino. El conductor, fumando distraídamente, degusta aún la belleza que le entregara su transito por el paraje de Sierra de La Ventana. Se siente cómodo y casi relajado, no obstante algo incierto le incomoda, la agudeza de un presentimiento que hiere tenuemente esa sensación de libertad que siempre se ubica a su lado no bien abandonada la ciudad. La cálida presencia del sol  acompaña el viaje de trabajo mientras se lanza vivificante sobre el verde paisaje pampeano. El cambiante espectáculo se sucede coherentemente, evidenciando las disímiles labores del hombre sobre los campos. Cultivos de temporada, praderas para engorde, algunos potreros abandonados a su suerte y las siempre lejanas viviendas rurales, formando parte de la tela cuyos colores atravesaban los cristales del moderno automóvil.

El camino hace propicio el descanso de la mente; la atención que este requiere aventa las constantes digresiones de aquella. Pero, al ir transformándose las horas en recorrido, cierta automaticidad producto del ejercicio se hace eficazmente cargo de la conducción de la maquina, permitiendo así que el habito de una casi constante actividad mental reconquiste su ámbito.

Formado un pensamiento cualquiera, será este seguramente el responsable de provocar alguna fortuita asociación con la cual hilvanar la cuenta de otro pensamiento, en interminable sucesión de imágenes y recuerdos. De tal forma un tenue borrador que comienza sin pretensiones, se va afinando haciéndose temáticamente más puntual y preciso. El viajero cae en remembranzas que, a su vez, resucitan a las emociones que las acompañaran en origen. Su sentir va alternando según lo hace su paisaje interno. Ha comenzado otro viaje.

Sin que medie de su parte intención alguna, acuden recuerdos de la infancia sobre los cuales, cosa por demás extraña, le es dado el ser a la vez intérprete y observador de sus antiguas vivencias.

Se lo puede ver sonreír ante alguna rara visión simpática que vuelve desde aquella lejana época. Pero, a poco va mudando su semblante producto del vano esfuerzo puesto en alejar las emociones firmemente adheridas a cada cuadro de la galería del pasado que su recuerdo le presenta, pintados todos ellos en tristes colores y por manos ajenas. -La niñez- piensa -nos tiene como interpretes de una  improvisación que otros van dirigiendo desde la vereda del teatro-.

Un término se impone calificando ese temprano periodo de su vida: desamparo.

La cercanía de ciudad de Santa Rosa le obliga a frenar la dirección de sus recuerdos. Debe reconocer las señales que lo guiarán hacia el lugar de su temporario alojamiento.

El portafolio, la maleta, el saludo al encargado del hotel, la habitación de costumbre y, finalmente, la angustia recientemente adquirida que ocupa el mismo cuarto.

El nuevo día lo encuentra a ella abrazado y, visto que el abrigo maternal del lecho alquilado ya no cumple con su promesa de olvido, que en la noche propusiera, lo abandona resignado exhalando un suspiro de desaliento. Tampoco la ducha caliente logra hacer mella sobre la dura capa de tristeza que cubre su ánimo. Ha comprobado, ¡a estas alturas!, que su niñez hubo sido, sino desgraciada, por lo menos opaca y gris; con solo algunos escasos destellos de esa luz de esperanzada e inocente ilusión propia de los niños, quienes presumen, carentes de recaudos y previsiones, un mañana que será, seguramente, venturoso.

Se prepara responsablemente para las entrevistas planeadas para la jornada, mientras descubre que la mera responsabilidad es solo un sustituto formal de la eficacia que acompaña al deseo, al entusiasmo de realizar las cosas mejor que lo bueno.

Apoyado en su experiencia y el ejercicio intuitivo de cierto histrionismo, consolida aceptablemente las presunciones de producción previstas para este objetivo comercial. -Bueno –piensa, - pese a esta apatía que me acompaña no he fallado; la comunicación de esta tarde llevará a la compañía noticias alentadoras, mañana, bueno, mañana veremos que sucede-.

El pequeño triunfo sobre sus presentes limitaciones, le ayuda a encontrar el necesario aliento para ingresar al sueño de esa noche con cierto optimismo.

La ruta 152 se brinda desolada y precisa; el automóvil debe adaptar su velocidad al maltrecho estado del pavimento, compartiendo su angostura con los camiones, eternos monstruos migrantes de la carretera pampeana. El entorno ha ido variando su fisonomía desde mucho antes de la escala en la ciudad. Ya no hay belleza en él, sino patética vegetación achaparrada calcinada por el sol del estío y castigada por los fríos y secos inviernos.

En consonancia con el sentir del conductor, el exterior presenta un clima destemplado y ventoso. El confortable habitáculo, tal un fabuloso transporte “crononáutico”, pareciera llevar a su ocupante nuevamente hacia el pasado, recalando en el exacto punto en que este suspendiera sus recuerdos el día anterior, en videncia de una perfecta coherencia en la sucesión temporal de esta aventura subconsciente.                                                       

Su adolescencia y juventud son ahora el material de revisión que la mente le brinda. El director, allí donde quiera que esté, a madurado la presentación. Es esta una realización formal, prolijamente puesta en escena, y con una adaptación perfecta a la actual edad del público de hoy; quien fuera el protagonista de ayer. Por tanto, este obtiene una pormenorizada recepción de lo expuesto, con evidente mengua emotiva y creciente capacidad analítica. El resultado es que se va ampliando paulatinamente el potencial de análisis intelectual, según los hechos se presentan para su estudio. Destacándose una indudable sugerencia de conclusión, de moraleja a extraer de lo vivido.

El viajero siente que está adquiriendo una gran destreza en el manejo de la información, habilidad de la cual no gozara hasta el presente, junto con la sospecha de que este “don” no le es propio sino que le ha sido dado en préstamo como herramienta indispensable para el desbroce de la actual situación. Se maravilla al sentir en sí mismo la realización de un antiguo cuestionamiento: Si por alguna causa uno cae en circunstancias que lo afectan y, tal y como habitualmente sucede, es parte y posee el mismo nivel que estas materias, mal podrá analizarlas eficazmente en busca de soluciones y enseñanzas. Sería menester el tener acceso, aunque más no fuera temporalmente, a un nivel superior de razonamiento y objetividad; desde allí, alejado de temores y emociones, proceder a la desapasionada observación. Esto, si bien no haría al arreglo de la cosa del pasado en asuntos, inauguraría un exacto archivo de soluciones aportadas por esas experiencias vividas, siendo un invalorable material de consulta sobre la topografía del terreno en transito. Pero, y sobre todo, erradicaría la duda que acompaña a toda decisión de campo tomada dentro mismo del conflicto que la hace necesaria. Finalmente, se sigue, que otorgaría seguridad sobre cada paso dado y, consecuentemente, sobre el venidero, avanzando en una vida donde se ha transpuesto lo experimental del intento, para concretar la precisión en el actuar con la firme base de la certidumbre.

El éxtasis provocado por este estado de conciencia expandida se ve interrumpido ante el inminente cruce por la ciudad de Villa Regina, donde es necesaria la desconexión del “piloto automático” debido al intenso transito local que la ruta 22 carga durante todo su trayecto por el valle.

El desalentador aspecto del desierto ha dado paso al desborde lujurioso y pleno de colorido de los manzanos pletóricos de frutos. Los árboles presentan un aspecto de exagerada abundancia. Apuntaladas sus ramas con estacas de madera, debido a la excesiva carga que deben soportar, sugieren cierto abuso en la alteración de su natural capacidad productiva.

Los grandes álamos, instrumentos que la brisa sopla, murmuran su monocorde emisión, y el conductor siente la añoranza de esa sensación de conocido placer que este trayecto siempre le brindara. Quizá mañana vuelva a gozar con él, hoy el sabor se ha perdido.

El próximo descanso es en la ciudad de Cipolletti, en el hotel del mismo nombre. Allí mismo se realizará la cena concertada previamente con los dos más importantes clientes de la zona. Ceremonia esta, que ya instituida muchos años antes por su predecesor, hubo brindado desde sus comienzos un excelente resultado práctico, asegurando el mejor efecto para la visita del día venidero.

Los invitados, antiguos habitantes de un pueblo devenido largamente en ciudad, no abandonan ciertas típicas costumbres propias de esos lugares. Así adornan sus comentarios con anécdotas y simpáticas picardías, en las cuales aparecen una y otra vez imprudentes personajes locales del todo desconocidos para el anfitrión. Este, si bien actúa correctamente su papel en esta pequeña obra, donde cada cual conoce bien su lugar sobre el tablado, se siente tristemente lejano, ajeno a la trama y reparto de la amena charla en desarrollo sobre su mesa de hotel.

Algo más tarde cuando la reunión hubo finalizado, ya solo en su cuarto, le toma largo rato identificar el sentimiento que motiva esa inexplicable angustia. Se trata de algo similar a la nostalgia, una ridícula nostalgia de algo ausente. De no haber hallado sitio en común durante la conversación transcurrida esa noche, de encontrarse excluido de esas pequeñas historias lugareñas narradas por sus clientes. Se dice, cuerdamente, que este es un sentir absolutamente irrazonable, que no contiene lógica alguna, ya que nadie se encuentra presente allí donde nunca estuvo. Concluyendo que el desear un papel en una obra ajena, le condenaría a bajar de cartel el propio protagonismo de su vida.

Poco a poco surge el temor motivado por su real ubicación dentro del pasado, y la causa de esa revisión de los hechos que lo hubieron construido; todo motivado por en esa loca “retrospectiva” que ejercita en cada etapa de su actual viaje.

Nuevos sueños perturbadores le molestan en su descanso de esa noche, y amanece con esa extraña sensación de ausencia de sí mismo que ya se está haciendo costumbre.

Es aterrador el solo pensar en un futuro sin el basamento de ese pasado que está dejando en la ruta. No obstante la única alegría que reconoce está relacionada precisamente con ese viaje hacia el sur. La interpretación se presenta sencilla: desea alejarse. Cierto, alejarse, ¿pero de qué?

A pocos kilómetros, la recepción en General Roca y en Neuquen tiene las alternativas previstas, terminando su trabajo en el valle dentro de los tiempos y parámetros habituales. Nada distinto, todo de acuerdo a lo esperado.

La notoria diferencia la constituye él mismo. Descubriéndose en actitudes que antes expresamente evitara, prolonga conversaciones circunstanciales, demorando los cierres de ventas más halla de lo que su misma regla impone. Curioso, muy curioso, algo está trabajando en su interior modificando sus actitudes habituales, saltando por encima de sus normas y costumbres.

Desde la partida de Buenos Aires no ha tenido contacto telefónico con su esposa y, he ahí otra cosa extraña, tampoco desea hacerlo. Se molesta ante el simple recuerdo del sencillo libreto, por ambos creado, y repetido hasta el hartazgo durante sus ausencias. De cualquier manera debe informarle que todo está bien. Para salir de compromisos, idea una pequeña artimaña, pide a la comprensiva secretaria de producción de la compañía, que contacte a su mujer en su nombre, excusándolo con las presentes dificultades para comunicarse.

Bueno, ya estaba. Había mentido cobardemente, pero no podía hacer otra cosa.  Silvia, su esposa, hubiera detectado al momento que algo le ocurría, y era totalmente imposible explicarle que ella se estaba comunicando con un ser alternativo del que había despedido hacía tan solo unos días, de su hogar en la ciudad.

La ruta “6” lo espera y él lo sabe. Ahora lo sabe, se ha generado una misteriosa relación entre los kilómetros de suelo recorrido y los tiempos de su vida. Una inversa relación que enuncia que “a mayor lejanía del punto de partida, menor distancia lo separaba de su presente”.

-En algún punto esto debe terminar, donde eso ocurra, me encontraré en la playa de desembarco. En ese tiempo y lugar habrá algo que me explique lo ocurrido- se dice, en tanto maniobra para ingresar al pedregoso camino que habría de ponerlo en la ciudad de Ingeniero Jacobacci.

Mientras reniega con las irregularidades de la ruta, rogando por “una buena carretera asfaltada”, su mente le proporciona la visión que invoca. Imagina con todo detalle la construcción del pavimento, los puentes, alcantarillas, y las máquinas viales haciendo su trabajo. Percibe la angustia de la naturaleza al ser sepultada viva por material inerte. Puede ver las consecuencias de esa ancha franja negra arrogando a la atmósfera su pestilente aliento de calor y contaminación. No le alcanza el coraje para más, pues siente que puede, al solo ejercicio de su voluntad, observar igualmente el comportamiento de todos y cada uno de los trayectos pavimentados que gozosamente hubiera transitado en su deambular por el país.

Es el temor ante la revelación quien le obliga a descender precipitadamente de la dramática visión. Jadeante y sudoroso, detiene el vehículo y abandonándolo se sienta sobre una gran piedra en la banquina del camino. Observa la circundante vegetación, achaparrada, pobre, casi monocromática, compuesta solo por patéticos reemplazantes de los muy antiguos bosques nativos que poblaran las ahora desérticas ondulaciones, y se pierde largamente en ese ensueño.

Solo por el reloj de pulso pudo medir el tiempo en que había permanecido alejado de su habitual estado de conciencia. El estridente paso de una camioneta destartalada le saca del ensimismamiento en que permaneciera durante más de una hora. Absolutamente sereno, y asombrado por estarlo, se va adaptando a la nueva visión del mismo entorno: una extraña dimanación parte desde los perfiles de casi todo cuerpo que observara, difundiéndose en el paisaje con rumbo hacía otra escala, más allá aún de su acrecentada capacidad de percepción. Él sabía que existía ese algo donde la vida se unía con sus partes, sí, ahora lo sabía, aunque no pudiera precisar sitio ni descripción; maravillado se deja llevar por lo que ocurre.

Una figura de mujer se presenta sin permiso. Una y más familiares siluetas en claro simbolismo de su búsqueda de lo femenino. De la contraparte que creyó necesitar para armar el esquema de vida condicionado previamente en su deslizarse, sin cuestionamientos, por un sistema meramente cultural. Todas sus relaciones pasaron a dejarle saludos, para luego desaparecer en una bruma insípida. Cierto es que no todos los contactos con el otro sexo hubieron sido exclusivamente circunstanciales, algunos de ellos le aportaron su cálida y reconfortante energía, pero solo por un tiempo. –El error, pensó, -consiste en tratar de prolongar esta situación, llevándola hasta una aventurada promesa que involucra a un futuro del que todo se desconoce-. -¡Bien¡- se dijo, -¡Ahí se encuentra el meollo del problema! ¿Cómo es posible que mientras aceptamos indubitablemente lo imprevisto del porvenir, nos lancemos a él con la carga de un arriesgado juramento? Peor aún, los incontables riesgos existentes deben multiplicarse por las dos unidades que conforman la pareja, ya que los eventuales cambios, sentimentales o de comportamiento, a ambos caben.

Si no fuera por la evidente falta de mérito del guión, podría sentirse satisfecho ante esta posibilidad de detener la acción para concluir sobre cada acto en programa. ¡Otra vez sucedía!, estaba logrando extraer las experiencias, ahora contenidas en hechos más recientes, sin el dolor de estrujarse el alma en el intento. –Bueno- decidió, -de ahora en más esto sí que ha de abonar lo que venga en suerte-. Pero aún no había concluido el menú del día, como no lo hiciera tampoco la pedregosa ruta con la que sus recuerdos se relacionaban.

El sobrevuelo de su matrimonio no fue cosa tan sencilla, allí debió poner parte de lo suyo para no caer en las trincheras del sentimiento. Ora amor, ora incomprensión, surcos que él mismo construyera en cada oportunidad en que trabajó sobre ese suelo.

Quizá un desvergonzado adulterio, o algo tan trágico como la locura, cualquier cosa que justificara una salida a la común mediocridad. Pero no, solo la patología más extendida y vulgar, un diagnóstico de bolsillo. Es extraño, pero solo por donde el amor salió se cuela el hastío.

En verdad caben muchas excusas con las cuales circunvalar la cuestión, pero eso no cambiaría el resultado, y este es tiempo de encuentros con la mejor verdad posible de obtener. Tampoco en esto el éxito se había presentado sonriendo a su vida.



Al entrar en la población el flamante automóvil, salido a las calles en ese año de 1970, es objeto de puntual admiración. Aún cubierto de polvo, se hace evidente entre los vehículos locales. Su conductor, ajeno a estas miradas, se apea frente al hotel, solicita un cuarto, y rápidamente se ubica en él, deseoso de analizar en soledad los sucesos de ese día.

Aunque todo lo que viene ocurriéndole en nada tiene que ver con su voluntad, reconoce que alguna ignota causa lo está generando. Se sorprende enunciando espontáneamente la frase “nada sucede porque sí”, de pronto creía en su veracidad, de igual manera que en otras muchas cuestiones cuya existencia jamás se hubiera antes planteado. Analizando cada cosa en particular, así como la moraleja del conjunto, concluye que: si bien es incapaz de encontrar la explicación que satisfaga a su razón, esta situación le acomoda según su sentir actual, y que ya no podría tolerar las cosas tal y como hasta allí habían sido. Cuando una puerta se abre, aunque su dinámica solo corresponda a una simple corriente de aire, este impulso debió ser generado por algo, y para algo. Él pudo atisbar por la rendija y ya no volvería atrás.

En la conserjería del hotel le espera un mensaje de su empresa, en el se le informa que su único cliente en el área se encuentra de vacaciones y que no regresará hasta la próxima semana. Se acompaña la recomendación de aguardar a su vuelta para cumplir con el plan de visitas programado. Hasta hace poco tiempo atrás esto le hubiera caído muy mal, serían siete días de retraso para volver a su hogar, no obstante ahora gusta verse como el ganador de ese espacio intermedio con gastos pagos. Esto en un lugar donde a nadie conoce, y nada tiene para hacer sino pensar y tratar de reconocer el nuevo terreno por el que su conciencia transita. Pocos son los afortunados que cuentan con la oportunidad de un profundo cambio en el sentido de sus vidas; más un apéndice de tiempo solo para dedicarse a elaborarlo.



El final del camino se encuentra exactamente allí donde se satisface el deseo de andar.

Rumbo a Laguna Rosario, luego de pasar por el pintoresco pueblo de Trevelin, una pequeña finca ostenta un letrero en lengua mapuche que, para un viajero en particular, significó eso: “Af repü” (el fin del camino), aunque los caminos del alma jamás tengan un final y el viaje siempre continúe.

                                  

                                                   Filemón Solo  



 









                                                                

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