Cuentos de Filemón Solo

viernes, 20 de abril de 2012

EL VIAJE


   Los kilómetros pasan malamente representados por esos feos mojones grises plantados a la vera del camino. El conductor, fumando distraídamente, degusta aún la belleza que le entregara su transito por el paraje de Sierra de La Ventana. Se siente cómodo y casi relajado, no obstante algo incierto le incomoda, la agudeza de un presentimiento que hiere tenuemente esa sensación de libertad que siempre se ubica a su lado no bien abandonada la ciudad. La cálida presencia del sol  acompaña el viaje de trabajo mientras se lanza vivificante sobre el verde paisaje pampeano. El cambiante espectáculo se sucede coherentemente, evidenciando las disímiles labores del hombre sobre los campos. Cultivos de temporada, praderas para engorde, algunos potreros abandonados a su suerte y las siempre lejanas viviendas rurales, formando parte de la tela cuyos colores atravesaban los cristales del moderno automóvil.

El camino hace propicio el descanso de la mente; la atención que este requiere aventa las constantes digresiones de aquella. Pero, al ir transformándose las horas en recorrido, cierta automaticidad producto del ejercicio se hace eficazmente cargo de la conducción de la maquina, permitiendo así que el habito de una casi constante actividad mental reconquiste su ámbito.

Formado un pensamiento cualquiera, será este seguramente el responsable de provocar alguna fortuita asociación con la cual hilvanar la cuenta de otro pensamiento, en interminable sucesión de imágenes y recuerdos. De tal forma un tenue borrador que comienza sin pretensiones, se va afinando haciéndose temáticamente más puntual y preciso. El viajero cae en remembranzas que, a su vez, resucitan a las emociones que las acompañaran en origen. Su sentir va alternando según lo hace su paisaje interno. Ha comenzado otro viaje.

Sin que medie de su parte intención alguna, acuden recuerdos de la infancia sobre los cuales, cosa por demás extraña, le es dado el ser a la vez intérprete y observador de sus antiguas vivencias.

Se lo puede ver sonreír ante alguna rara visión simpática que vuelve desde aquella lejana época. Pero, a poco va mudando su semblante producto del vano esfuerzo puesto en alejar las emociones firmemente adheridas a cada cuadro de la galería del pasado que su recuerdo le presenta, pintados todos ellos en tristes colores y por manos ajenas. -La niñez- piensa -nos tiene como interpretes de una  improvisación que otros van dirigiendo desde la vereda del teatro-.

Un término se impone calificando ese temprano periodo de su vida: desamparo.

La cercanía de ciudad de Santa Rosa le obliga a frenar la dirección de sus recuerdos. Debe reconocer las señales que lo guiarán hacia el lugar de su temporario alojamiento.

El portafolio, la maleta, el saludo al encargado del hotel, la habitación de costumbre y, finalmente, la angustia recientemente adquirida que ocupa el mismo cuarto.

El nuevo día lo encuentra a ella abrazado y, visto que el abrigo maternal del lecho alquilado ya no cumple con su promesa de olvido, que en la noche propusiera, lo abandona resignado exhalando un suspiro de desaliento. Tampoco la ducha caliente logra hacer mella sobre la dura capa de tristeza que cubre su ánimo. Ha comprobado, ¡a estas alturas!, que su niñez hubo sido, sino desgraciada, por lo menos opaca y gris; con solo algunos escasos destellos de esa luz de esperanzada e inocente ilusión propia de los niños, quienes presumen, carentes de recaudos y previsiones, un mañana que será, seguramente, venturoso.

Se prepara responsablemente para las entrevistas planeadas para la jornada, mientras descubre que la mera responsabilidad es solo un sustituto formal de la eficacia que acompaña al deseo, al entusiasmo de realizar las cosas mejor que lo bueno.

Apoyado en su experiencia y el ejercicio intuitivo de cierto histrionismo, consolida aceptablemente las presunciones de producción previstas para este objetivo comercial. -Bueno –piensa, - pese a esta apatía que me acompaña no he fallado; la comunicación de esta tarde llevará a la compañía noticias alentadoras, mañana, bueno, mañana veremos que sucede-.

El pequeño triunfo sobre sus presentes limitaciones, le ayuda a encontrar el necesario aliento para ingresar al sueño de esa noche con cierto optimismo.

La ruta 152 se brinda desolada y precisa; el automóvil debe adaptar su velocidad al maltrecho estado del pavimento, compartiendo su angostura con los camiones, eternos monstruos migrantes de la carretera pampeana. El entorno ha ido variando su fisonomía desde mucho antes de la escala en la ciudad. Ya no hay belleza en él, sino patética vegetación achaparrada calcinada por el sol del estío y castigada por los fríos y secos inviernos.

En consonancia con el sentir del conductor, el exterior presenta un clima destemplado y ventoso. El confortable habitáculo, tal un fabuloso transporte “crononáutico”, pareciera llevar a su ocupante nuevamente hacia el pasado, recalando en el exacto punto en que este suspendiera sus recuerdos el día anterior, en videncia de una perfecta coherencia en la sucesión temporal de esta aventura subconsciente.                                                       

Su adolescencia y juventud son ahora el material de revisión que la mente le brinda. El director, allí donde quiera que esté, a madurado la presentación. Es esta una realización formal, prolijamente puesta en escena, y con una adaptación perfecta a la actual edad del público de hoy; quien fuera el protagonista de ayer. Por tanto, este obtiene una pormenorizada recepción de lo expuesto, con evidente mengua emotiva y creciente capacidad analítica. El resultado es que se va ampliando paulatinamente el potencial de análisis intelectual, según los hechos se presentan para su estudio. Destacándose una indudable sugerencia de conclusión, de moraleja a extraer de lo vivido.

El viajero siente que está adquiriendo una gran destreza en el manejo de la información, habilidad de la cual no gozara hasta el presente, junto con la sospecha de que este “don” no le es propio sino que le ha sido dado en préstamo como herramienta indispensable para el desbroce de la actual situación. Se maravilla al sentir en sí mismo la realización de un antiguo cuestionamiento: Si por alguna causa uno cae en circunstancias que lo afectan y, tal y como habitualmente sucede, es parte y posee el mismo nivel que estas materias, mal podrá analizarlas eficazmente en busca de soluciones y enseñanzas. Sería menester el tener acceso, aunque más no fuera temporalmente, a un nivel superior de razonamiento y objetividad; desde allí, alejado de temores y emociones, proceder a la desapasionada observación. Esto, si bien no haría al arreglo de la cosa del pasado en asuntos, inauguraría un exacto archivo de soluciones aportadas por esas experiencias vividas, siendo un invalorable material de consulta sobre la topografía del terreno en transito. Pero, y sobre todo, erradicaría la duda que acompaña a toda decisión de campo tomada dentro mismo del conflicto que la hace necesaria. Finalmente, se sigue, que otorgaría seguridad sobre cada paso dado y, consecuentemente, sobre el venidero, avanzando en una vida donde se ha transpuesto lo experimental del intento, para concretar la precisión en el actuar con la firme base de la certidumbre.

El éxtasis provocado por este estado de conciencia expandida se ve interrumpido ante el inminente cruce por la ciudad de Villa Regina, donde es necesaria la desconexión del “piloto automático” debido al intenso transito local que la ruta 22 carga durante todo su trayecto por el valle.

El desalentador aspecto del desierto ha dado paso al desborde lujurioso y pleno de colorido de los manzanos pletóricos de frutos. Los árboles presentan un aspecto de exagerada abundancia. Apuntaladas sus ramas con estacas de madera, debido a la excesiva carga que deben soportar, sugieren cierto abuso en la alteración de su natural capacidad productiva.

Los grandes álamos, instrumentos que la brisa sopla, murmuran su monocorde emisión, y el conductor siente la añoranza de esa sensación de conocido placer que este trayecto siempre le brindara. Quizá mañana vuelva a gozar con él, hoy el sabor se ha perdido.

El próximo descanso es en la ciudad de Cipolletti, en el hotel del mismo nombre. Allí mismo se realizará la cena concertada previamente con los dos más importantes clientes de la zona. Ceremonia esta, que ya instituida muchos años antes por su predecesor, hubo brindado desde sus comienzos un excelente resultado práctico, asegurando el mejor efecto para la visita del día venidero.

Los invitados, antiguos habitantes de un pueblo devenido largamente en ciudad, no abandonan ciertas típicas costumbres propias de esos lugares. Así adornan sus comentarios con anécdotas y simpáticas picardías, en las cuales aparecen una y otra vez imprudentes personajes locales del todo desconocidos para el anfitrión. Este, si bien actúa correctamente su papel en esta pequeña obra, donde cada cual conoce bien su lugar sobre el tablado, se siente tristemente lejano, ajeno a la trama y reparto de la amena charla en desarrollo sobre su mesa de hotel.

Algo más tarde cuando la reunión hubo finalizado, ya solo en su cuarto, le toma largo rato identificar el sentimiento que motiva esa inexplicable angustia. Se trata de algo similar a la nostalgia, una ridícula nostalgia de algo ausente. De no haber hallado sitio en común durante la conversación transcurrida esa noche, de encontrarse excluido de esas pequeñas historias lugareñas narradas por sus clientes. Se dice, cuerdamente, que este es un sentir absolutamente irrazonable, que no contiene lógica alguna, ya que nadie se encuentra presente allí donde nunca estuvo. Concluyendo que el desear un papel en una obra ajena, le condenaría a bajar de cartel el propio protagonismo de su vida.

Poco a poco surge el temor motivado por su real ubicación dentro del pasado, y la causa de esa revisión de los hechos que lo hubieron construido; todo motivado por en esa loca “retrospectiva” que ejercita en cada etapa de su actual viaje.

Nuevos sueños perturbadores le molestan en su descanso de esa noche, y amanece con esa extraña sensación de ausencia de sí mismo que ya se está haciendo costumbre.

Es aterrador el solo pensar en un futuro sin el basamento de ese pasado que está dejando en la ruta. No obstante la única alegría que reconoce está relacionada precisamente con ese viaje hacia el sur. La interpretación se presenta sencilla: desea alejarse. Cierto, alejarse, ¿pero de qué?

A pocos kilómetros, la recepción en General Roca y en Neuquen tiene las alternativas previstas, terminando su trabajo en el valle dentro de los tiempos y parámetros habituales. Nada distinto, todo de acuerdo a lo esperado.

La notoria diferencia la constituye él mismo. Descubriéndose en actitudes que antes expresamente evitara, prolonga conversaciones circunstanciales, demorando los cierres de ventas más halla de lo que su misma regla impone. Curioso, muy curioso, algo está trabajando en su interior modificando sus actitudes habituales, saltando por encima de sus normas y costumbres.

Desde la partida de Buenos Aires no ha tenido contacto telefónico con su esposa y, he ahí otra cosa extraña, tampoco desea hacerlo. Se molesta ante el simple recuerdo del sencillo libreto, por ambos creado, y repetido hasta el hartazgo durante sus ausencias. De cualquier manera debe informarle que todo está bien. Para salir de compromisos, idea una pequeña artimaña, pide a la comprensiva secretaria de producción de la compañía, que contacte a su mujer en su nombre, excusándolo con las presentes dificultades para comunicarse.

Bueno, ya estaba. Había mentido cobardemente, pero no podía hacer otra cosa.  Silvia, su esposa, hubiera detectado al momento que algo le ocurría, y era totalmente imposible explicarle que ella se estaba comunicando con un ser alternativo del que había despedido hacía tan solo unos días, de su hogar en la ciudad.

La ruta “6” lo espera y él lo sabe. Ahora lo sabe, se ha generado una misteriosa relación entre los kilómetros de suelo recorrido y los tiempos de su vida. Una inversa relación que enuncia que “a mayor lejanía del punto de partida, menor distancia lo separaba de su presente”.

-En algún punto esto debe terminar, donde eso ocurra, me encontraré en la playa de desembarco. En ese tiempo y lugar habrá algo que me explique lo ocurrido- se dice, en tanto maniobra para ingresar al pedregoso camino que habría de ponerlo en la ciudad de Ingeniero Jacobacci.

Mientras reniega con las irregularidades de la ruta, rogando por “una buena carretera asfaltada”, su mente le proporciona la visión que invoca. Imagina con todo detalle la construcción del pavimento, los puentes, alcantarillas, y las máquinas viales haciendo su trabajo. Percibe la angustia de la naturaleza al ser sepultada viva por material inerte. Puede ver las consecuencias de esa ancha franja negra arrogando a la atmósfera su pestilente aliento de calor y contaminación. No le alcanza el coraje para más, pues siente que puede, al solo ejercicio de su voluntad, observar igualmente el comportamiento de todos y cada uno de los trayectos pavimentados que gozosamente hubiera transitado en su deambular por el país.

Es el temor ante la revelación quien le obliga a descender precipitadamente de la dramática visión. Jadeante y sudoroso, detiene el vehículo y abandonándolo se sienta sobre una gran piedra en la banquina del camino. Observa la circundante vegetación, achaparrada, pobre, casi monocromática, compuesta solo por patéticos reemplazantes de los muy antiguos bosques nativos que poblaran las ahora desérticas ondulaciones, y se pierde largamente en ese ensueño.

Solo por el reloj de pulso pudo medir el tiempo en que había permanecido alejado de su habitual estado de conciencia. El estridente paso de una camioneta destartalada le saca del ensimismamiento en que permaneciera durante más de una hora. Absolutamente sereno, y asombrado por estarlo, se va adaptando a la nueva visión del mismo entorno: una extraña dimanación parte desde los perfiles de casi todo cuerpo que observara, difundiéndose en el paisaje con rumbo hacía otra escala, más allá aún de su acrecentada capacidad de percepción. Él sabía que existía ese algo donde la vida se unía con sus partes, sí, ahora lo sabía, aunque no pudiera precisar sitio ni descripción; maravillado se deja llevar por lo que ocurre.

Una figura de mujer se presenta sin permiso. Una y más familiares siluetas en claro simbolismo de su búsqueda de lo femenino. De la contraparte que creyó necesitar para armar el esquema de vida condicionado previamente en su deslizarse, sin cuestionamientos, por un sistema meramente cultural. Todas sus relaciones pasaron a dejarle saludos, para luego desaparecer en una bruma insípida. Cierto es que no todos los contactos con el otro sexo hubieron sido exclusivamente circunstanciales, algunos de ellos le aportaron su cálida y reconfortante energía, pero solo por un tiempo. –El error, pensó, -consiste en tratar de prolongar esta situación, llevándola hasta una aventurada promesa que involucra a un futuro del que todo se desconoce-. -¡Bien¡- se dijo, -¡Ahí se encuentra el meollo del problema! ¿Cómo es posible que mientras aceptamos indubitablemente lo imprevisto del porvenir, nos lancemos a él con la carga de un arriesgado juramento? Peor aún, los incontables riesgos existentes deben multiplicarse por las dos unidades que conforman la pareja, ya que los eventuales cambios, sentimentales o de comportamiento, a ambos caben.

Si no fuera por la evidente falta de mérito del guión, podría sentirse satisfecho ante esta posibilidad de detener la acción para concluir sobre cada acto en programa. ¡Otra vez sucedía!, estaba logrando extraer las experiencias, ahora contenidas en hechos más recientes, sin el dolor de estrujarse el alma en el intento. –Bueno- decidió, -de ahora en más esto sí que ha de abonar lo que venga en suerte-. Pero aún no había concluido el menú del día, como no lo hiciera tampoco la pedregosa ruta con la que sus recuerdos se relacionaban.

El sobrevuelo de su matrimonio no fue cosa tan sencilla, allí debió poner parte de lo suyo para no caer en las trincheras del sentimiento. Ora amor, ora incomprensión, surcos que él mismo construyera en cada oportunidad en que trabajó sobre ese suelo.

Quizá un desvergonzado adulterio, o algo tan trágico como la locura, cualquier cosa que justificara una salida a la común mediocridad. Pero no, solo la patología más extendida y vulgar, un diagnóstico de bolsillo. Es extraño, pero solo por donde el amor salió se cuela el hastío.

En verdad caben muchas excusas con las cuales circunvalar la cuestión, pero eso no cambiaría el resultado, y este es tiempo de encuentros con la mejor verdad posible de obtener. Tampoco en esto el éxito se había presentado sonriendo a su vida.



Al entrar en la población el flamante automóvil, salido a las calles en ese año de 1970, es objeto de puntual admiración. Aún cubierto de polvo, se hace evidente entre los vehículos locales. Su conductor, ajeno a estas miradas, se apea frente al hotel, solicita un cuarto, y rápidamente se ubica en él, deseoso de analizar en soledad los sucesos de ese día.

Aunque todo lo que viene ocurriéndole en nada tiene que ver con su voluntad, reconoce que alguna ignota causa lo está generando. Se sorprende enunciando espontáneamente la frase “nada sucede porque sí”, de pronto creía en su veracidad, de igual manera que en otras muchas cuestiones cuya existencia jamás se hubiera antes planteado. Analizando cada cosa en particular, así como la moraleja del conjunto, concluye que: si bien es incapaz de encontrar la explicación que satisfaga a su razón, esta situación le acomoda según su sentir actual, y que ya no podría tolerar las cosas tal y como hasta allí habían sido. Cuando una puerta se abre, aunque su dinámica solo corresponda a una simple corriente de aire, este impulso debió ser generado por algo, y para algo. Él pudo atisbar por la rendija y ya no volvería atrás.

En la conserjería del hotel le espera un mensaje de su empresa, en el se le informa que su único cliente en el área se encuentra de vacaciones y que no regresará hasta la próxima semana. Se acompaña la recomendación de aguardar a su vuelta para cumplir con el plan de visitas programado. Hasta hace poco tiempo atrás esto le hubiera caído muy mal, serían siete días de retraso para volver a su hogar, no obstante ahora gusta verse como el ganador de ese espacio intermedio con gastos pagos. Esto en un lugar donde a nadie conoce, y nada tiene para hacer sino pensar y tratar de reconocer el nuevo terreno por el que su conciencia transita. Pocos son los afortunados que cuentan con la oportunidad de un profundo cambio en el sentido de sus vidas; más un apéndice de tiempo solo para dedicarse a elaborarlo.



El final del camino se encuentra exactamente allí donde se satisface el deseo de andar.

Rumbo a Laguna Rosario, luego de pasar por el pintoresco pueblo de Trevelin, una pequeña finca ostenta un letrero en lengua mapuche que, para un viajero en particular, significó eso: “Af repü” (el fin del camino), aunque los caminos del alma jamás tengan un final y el viaje siempre continúe.

                                  

                                                   Filemón Solo  



 









                                                                

miércoles, 18 de abril de 2012

EL LIBRO


 Harto ya de oscuras cavilaciones se acercó a la ventana, y desde ella observó la tarde tormentosa y gris. Allí, la distancia, ahora enturbiada por la llovizna, sin horizontes, sin limites y extendiéndose hacia la nada. La tierra ya no aceptaba más, diluyéndose saturada en un liquido sucio y amarronado. Oscuros charcos, se multiplicaban ocupando toda cavidad del suelo. Pensó en su alma.


Los llamados de salutación, en este, su día de cumpleaños habían rastrillado ese angosto manto infértil con el que esforzadamente hubiera cubierto un pasado que no debía exponerse a la luz del sol.

La total falta de alegrías conduce a un territorio vacío, insulso, lugar insostenible que irremediablemente se hunde en la asfixiante ciénaga de la angustia. Oprimido el pecho por el peor de los dolores, ese que no tiene aparente razón ni origen, se dirigió hacia el escritorio, abrió el último cajón del mueble y aferró el arma. Los ojos, fijos sobre la frialdad del metal, se humedecieron en un instante de compasión hacia sí mismo.

Al empuñar la vieja pistola, algo cayó al suelo arrastrado por el cañón. Él, que siempre había sido muy ordenado y hacia años ya que resolviera dejar de lado toda prisa, levantó el pequeño libro para volverlo a su sitio. Con absoluto desinterés posó la mirada sobre la primera pagina que la casualidad le presentara. La apatía, el fastidio, de ese momento próximo al final, le impedían concentrarse en su contenido; no obstante cierta interna obstinación le instaba a persistir en el intento. Suspiró resignado, lentamente le fue entregando cierta atención, y en la medida que lo hacia su pálido rostro se iba encendiendo, sus músculos, relajados por el desgano, se tornaban rígidos, su pulso se aceleraba. -¡Esto es absolutamente fantástico e increíble!-, afirmó, sobresaltándose ante el sonido de su propia voz. La sorpresa le hizo levantarse bruscamente arrojando hacia atrás el sillón rodante que fue a dar contra una estantería cercana, pero ya no escuchaba los ruidos producidos por la caída de adornos y souvenir.

En un cuerpo paralizado, la mente, analítica y deductiva, comenzó a buscar por propia cuenta la explicación plausible. Aquella que encajara dentro de los cánones de su concepto de la lógica, en tanto revisaba viejos archivos en un intento de hacer descender al débil plano de lo razonable aquello, que por fuerza se le escapara. El hombre, intentando recomponerse ante el impacto de la fuerte impresión, se dirige vacilante hacia la ventana. La lluvia continúa con su monótona cadencia en una interminable reiteración de sí misma.

Bueno, realmente nada había cambiado, la indiferencia del exterior le prestó cierta tranquilidad. Observó con mayor cuidado el cuadro: los árboles, dóciles, doblaban sus ramas ante el peso extra del agua que los empapaba desde hacia varios días, la tierra fértil abandonaba el lugar corriendo por pequeños canales en busca de sitios más bajos. -Todo tiende a descender-, se dijo.

Algo más sereno, resolvió verificar la teoría recién elaborada, misma que le enunciara que en momentos extremos, la percepción pierde su rumbo de coherencia aportando imágenes irreales; esto como consecuencia de una acción tan atípica para la razón como la que estuvo a punto de realizar. ¡Sí!, ahora hasta creía recordar el haber leído algo sobre el tema. Claro que no era otra cosa que esa asombrosa particularidad humana, la que siempre trata de justificar aquello que a la mente excede; reiterando, una y otra vez, el necio intento de hacer descender lo incomprensible hasta el nivel de sus magros medios.

Haciendo sonar nerviosamente los dedos, el individuo no se decide a compulsar la certeza de esa, su conjetura de auxilio.

¡Miedo!. ¿Tenia miedo? ¡Ridículo! Permaneció impávido ante la perspectiva de la muerte por mano propia, y ahora le temía a un librito de origen desconocido. Ridículo, o no, debía medirse con él. Ya consciente de lo irremediable, sin más se lanzó a la prueba.

¡NO!, esto no podía estar ocurriendo. ¡El contenido aludía directamente a su persona! Y, por si cupiera alguna duda, lo hacia claramente con su nombre. Quedó estupefacto. Peor aún, “esa cosa” le hablaba directamente a su conciencia, saltando por sobre una voluntad que pudiera intervenir censurando lo que se le transmitía. En un natural y desesperado intento de callar esa voz serena e imperativa, cerró bruscamente el volumen. La prueba resultó del todo inútil, su mente continuaba asimilando perfectamente un envío que no consistía en meras palabras, sino en algo así como una partitura de profunda vibración emocional que, siéndole familiar, le golpeara en algún ignoto pero sensible lugar de su ser. Le invadió el pánico. El corazón perdió todo ritmo y el aire se hizo demasiado denso para sus pulmones.

Desesperado, logró cubrirse con indumentaria que le protegiera de la lluvia, y salió tambaleante de la casa. El vecino más próximo se encontraba -si es qué se encontraba- a dos kilómetros de distancia y no se sentía capaz de conducir. No llegaría hasta allí con vida. He ahí otra rareza, ¡ahora le importaba la vida! Sonrió con amargura, estaba perdiendo la razón.

No, en forma alguna podría presentarse en una casa extraña, ante gentes con las que solo mantuviera un trato formal, y contarles un dislate de tal magnitud.

Recordó en un segundo el esfuerzo que los vecinos habían realizado por conocerle mejor. Las excusas presentadas en respuesta a sus amables invitaciones, los rodeos al volver del pueblo conduciendo la camioneta para no pasar frente a la finca. ¿Porqué debían saber sobre sus movimientos? Los imaginaba cuchichiando acerca de la causa que hubiera llevado a un hombre a vivir solo en un paraje tan alejado. Se había propuesto no permitir invasiones a su privacidad, y estaba conforme de haberlo conseguido.

Bueno, ahora sabía que sí estaba solo. Pero él eligió estarlo, y por lo tanto se preparó para cualquier eventualidad. Consideró la posibilidad de accidentarse, de enfermarse, y hasta el riesgo de un incendio en la cabaña, y para todo tomó sus recaudos. Pero esto no, ¡la locura nunca integró su nómina de riesgos! Hombre precavido, sí, precavido pero demente. Como decir a alguien que imprevistamente se encontró siendo el protagonista de una obra de la que no tenía conocimiento. Un texto que le transmitía cosas, aún estando cerrado. No, eso era algo que no podía hacer, ni con los vecinos, ni con ninguna otra persona.

Caminó lentamente arrastrando con esfuerzo los pies, las salpicaduras de lodo manchando sus pantalones. A poco, ya agotado, se sentó sobre una gran piedra y más tarde sobre un tronco de árbol caído. Las voces del libro lo perseguían, lo acosaban. Rendido, respiro profundo, tomó fuerzas y volvió vencido a la casa.

    Ingresó por la puerta trasera;  deseaba  postergar  lo  más  posible  el  inevitable encuentro.

-¡Pobre tipo!- se dijo en voz muy alta, -deja el mundo, harto ya de sus locuras, buscando libertad y lo han de volver a él, ahora enajenado y rumbo al encierro de alguna “casa de salud”-.

De pronto algo resurgió. Aquel viejo hábito de lucha, que estuviera descansando en algún compartimiento de su memoria, comenzó a instarle a dar pelea. No, no se rendiría tan fácilmente. Siempre se consideró un gladiador en el coliseo de la vida. Aún ahora, retirado y algo mas viejo presentaría batalla, y lo haría a su tiempo y en las mejores condiciones posibles. Miró por la ventana, ya anochecía, mañana sería el combate. No obstante se acercó al escritorio para observar al enemigo, siempre es prudente conocer lo más posible del contrincante antes de la disputa.

 La sola visualización del objeto, de ese enigma, le produjo mareos. En medio del vértigo creyó perder el sentido y, aunque solo por unos instantes, le pareció ser presa de una fuerza superior que le inducía a acercarse más y más; en tanto luchaba denodadamente por alejarse poniendo en ello el resto de energías que aún le mantenían en pie. Finalmente, sin saber bien porque medios, logró salirse de ese cuarto y retornar a su conciencia. Se sentó y permaneció largo rato en procura de recuperar el manejo de sus propios pensamientos.  

Totalmente exhausto se dirigió a la cama. Mañana, bueno, mañana decidiría en función de las circunstancias, pero seguramente estaría mejor preparado para lo que viniera; sí, hasta era posible que ese mañana nunca llegara.

Pero el mañana llegó. De una u otra forma, nos halle vivos o muertos, siempre lo hace, y las cosas pendientes, que pacientemente aguardan al pie de la cama, nos recuerdan con su presencia que cada día es la consecuencia de los anteriores.

Algo embotado, se despertó más tarde que de costumbre. No obstante notó de inmediato un cambio en su sentir. Ya no estaba ofuscado, no había temor ni angustia en su ánimo. Recordó confusamente extraños sueños en los cuales se sintiera transportado a mundos diferentes, plenos de paz y comprensión de los que no hubiera querido jamás regresar. Lentamente, la conciencia de vigilia fue tomando el mando en tanto le proyectaba los acontecimientos del día anterior, aunque de una forma nueva, diferente. Desde un lugar de emotividad más elevado y prescindiendo de lo racional en su contenido; se le presentaba una imagen carente de aquellos sentimientos negativos que lo llevaran a la desesperación.

Se levantó de la cama sintiéndose distinto. Algo extraño, pero agradable y placentero le estaba sucediendo. Se detuvo en la cocina, un sol radiante se colaba por la ventana y, sentado allí, en la misma silla en que lo hacía todas las mañanas, comenzó a reír, a reírse de sí mismo, pleno de felicidad. Ahora lo comprendía, “eso” que lo había invadido era un sentimiento ya olvidado. Algo relacionado con sus padres, su niñez, sus lejanos hijos, su primera novia, y hasta con los casi desconocidos vecinos.

Corrió desesperadamente entre los muebles de la casa. Debía saber sobre el autor de ese libro, conocer su titulo. Aún durante su apresuramiento tuvo el tiempo suficiente para imaginar que el objeto de su búsqueda, el responsable de su mutación, se hubiera esfumado. Temió que, roto el hechizo a causa de la comprensión, se produjera su desaparición tan misteriosamente como había llegado.

Pronto se desvanecieron sus sospechas al verlo sobre el escritorio tal y como lo hubiera dejado el día anterior. Sin poder reprimir su ansiedad, buscó sobre el lomo del volumen. Perfectamente visible y en letras doradas, aparecía el titulo que rezaba: “Mi Vida”. Seguidamente ¡SU NOMBRE!  Su nombre que ocupaba allí el sitio reservado al autor. Y, sin abrirlo, supo ahora que sus hojas siempre estuvieron...en blanco. Que nunca había leído ni tan solo una letra en ellas y, que aquello que lo hubiera trastornado no fue el texto, sino la voz de su ausencia.



El informe del forense indicaba “Muerte Natural”, e insinuaba la posibilidad de un paro cardíaco.         

El difunto sostenía entre sus manos un librito azul, totalmente manuscrito, en el que narraba un sentido epítome de su vida, precedido por un extenso prólogo conteniendo una serie de notas dirigidas a quienes fueran sus afectos. El tenor de las mismas variaba según su destinatario. Las había de disculpas y arrepentimiento, de perdón otorgado por pasadas acciones, de explicaciones y consejos, pero todas contenían explicitas manifestaciones de amor y cariño.

El cadáver fue encontrado sentado frente a su escritorio, enfundado en un piloto amarillo, y con un arma defectuosa a su derecha. Pero lo más extraño del caso fue, según más tarde se pudo determinar, que la portada del escrito estaba fechada en un día posterior al del fallecimiento de su autor.

                                                                                



                                                                                 Filemón Solo.


lunes, 16 de abril de 2012


 

“Persona con la que se convive maritalmente” (RAE)



    Salió disparado del departamento, pasó por el palier del edificio sin saludar al encargado, y ajeno a las consecuencias de tamaña desatención, se precipitó hacia la calle. Miró a ambos lados, uno por vez, y optando finalmente por la derecha, se dirigió a la plaza del barrio. Lugar este, tan concurrido a esa hora de la siesta como a cualquier otra del día. Jóvenes de poderosas gargantas, desocupados ejerciendo su natural actividad, jubilados, perros y, cosa extraña, muy pocos corredores de la vuelta manzana. Todos ocupando el sitio, y cada cual de lo suyo.

Sentado sobre el césped, luego de resignar el único banco disponible a causa de, digamos, su falta de higiene, se lo podía observar gesticulando en medio de un  murmurado soliloquio. Se hacía muy evidente, para cualquiera que no tuviera limitaciones profesionales sobre el tema, que el individuo se encontraba bajo los efectos de una situación que no lograba controlar.

-¡Pobre tipo!-, se dijo un agitado corredor, observándolo de reojo al pasar raudamente a su lado. Sí, un pobre tipo tan molesto, que en ese momento hubiera, de haberlo podido, desalojado la descuidada placita de la presencia de esas gentes. Gentes que en realidad no la necesitaban. ¡Bien podían estar en sus casas! ¡Allí, muy cómodos y sin molestar a quien deseaba cavilar y no podía hacerlo en la suya! Bueno, también podrían irse a un club o, solo algunos, a un hotel con ambiente climatizado, un buen sauna y...y ya se perdió en estas ilustrativas fantasías. A los pocos minutos la bronca que portaba le hizo retornar rápidamente a su realidad, reasumiendo de inmediato toda la sintomatología del caso.

Luego de una hora de reflexionar, cambiar de sitio, y distraerse esporádicamente con las actuaciones de los circunstanciales copartícipes del lugar, decidió buscar consejo y recurrir a algún semejante capaz de ayudarlo en este difícil momento. Imaginó estar dialogando con cuanta persona conocida podría prestarle su atención un domingo por la tarde. Cierto que la nómina no era muy extensa, pero en ella se destacaba por probado mérito civil su buen amigo Eusebio.

Eusebio sería, a no dudarlo, el consultante ideal ante su presente dilema pues se encontraba felizmente casado desde hacia veinticinco años, más o menos. ¡Sí!, sin dudas él tendría en su poder la fórmula que había estado tratando de componer desde sus propios quince años del mismo estado. Más o menos.



Otro sorbo de café y un cigarrillo, molesto ya, no lograba encontrar la forma de extraer de su amable contertulio aquello que necesitaba.

-¡Vamos viejo no me hagas repetir la historia!, no logro entenderme con ella, ese es el punto. Es como hablar, ¡qué digo! ¿hablar?, ¡vivir! con una parte de alguien. Solo con un sector de la persona. Hay una cantidad de inquietudes, de dudas y deseos, que no puedo compartir con nadie que no sea mi mujer y, la verdad, es que pareciera que a ella no le interesa nada de todo eso. Cuando lo intento se distrae, me sale con otra cuestión o, lo que es aún peor, solo bosteza y me dice que está cansada. Hoy estaba decidido a que tuviéramos un largo dialogo, ya que así se lo vine anunciando durante toda la semana. Le pedí que pusiera algo de sí misma, como para facilitarme lo que quería decirle, ¿me entiendes?

Quería hablarle de mis proyectos, acerca de lo que observo en la vida, pedirle que leyéramos juntos en las noches dejando de lado tanta televisión, que me acompañara a buscar las respuestas a ciertos cuestionamientos internos que me preocupan. Tenía grandes expectativas sobre el resultado de esta charla. La verdad, me siento muy solo-.

-Me serví un café- continuó -y la llamé para que se sentara a mi lado y nos abocáramos al dialogo que teníamos previsto. Sin ninguna intención de acercarse me miró desde un universo distante, diciéndome mientras se alejaba rumbo a la cocina, que vendría la madre de visita y que debía preparar algo para tomar con el té-

El disertante se detuvo resoplando, dispuesto a continuar no bien lograra la calma indispensable para hacerlo. Estaba visiblemente afectado por la revisión de estos hechos, tembloroso y con el semblante contraído.

Eusebio lo observaba atentamente con cierta sorpresa no exenta de ironía. Le dolía el profundo malestar de su amigo, pero nunca hubiera sospechado que este tuviera esas ideas acerca de lo que significa una relación de pareja. ¡Y que recién ahora, luego de quince años, lo estuviera probando! -Escúchame Ricardo-  dijo, comenzando un intento de aplacarlo, pero no pudo agregar nada más, el aludido se lanzaba nuevamente a la narrativa de sus desventuras.

-Mira, yo sentí que un fuego me quemaba por dentro. Ya no recuerdo porqué medios, pero conseguí contenerme, pero solo lo suficiente como para preguntarle si había olvidado lo de nuestro compromiso. Me miró de una forma que me supo a repugnante indiferencia, y respondió que no quería complicarse el domingo con cosas farragosas. ¿Te das cuenta viejo?, ¡con cosas farragosas!, ¿cómo podría saberlo si yo ni siquiera había ladrado? Cuando me vio desaforado y con la boca llena de argumentos que se pisoteaban por salir a golpearle los oídos, me dijo que ya bastante tenía con “sus” problemas para que yo le complicara más aún la vida con mis locuras. Agregando, el toque final para producir un cataclismo de grado diez en la escala de Ricardo: -Decime, ¿por qué no consultas a un especialista? Un psiquiatra sería lo indicado-. Ahí nomás se dio vuelta y siguió preparando la torta como si nada. Lo máximo que logré fue no matarla, y para eso debí salir corriendo de casa. Si bien ya han pasado varias horas no consigo detener la máquina y serenarme, aunque sea un poco. Eusebio, vos llevas veinticinco años de casado con Amalia, por favor dame tu opinión, ¿acaso pretendo demasiado?-

Desde el otro lado de la mesa la sorpresa lo observaba sobre las lentes de los anteojos.

-Este...bueno Ricardito, me parece que Verónica te ha dado solo aquello que podía- le digo suavemente, como probando el terreno antes de pisar sobre él.

-¿Qué?, no entiendo nada, sé más claro por favor-

-Eso veo, que no entendés nada-, pensó el indicado, pero en lugar de eso le dijo que valorara todo lo vivido juntos, que hiciera ojos ciegos a este desentendimiento, que el mismo no tenía la magnitud que le estaba dando, y demás argumentaciones ya muy impresas pero que venían a cuento.

 Ricardo lo miraba estupefacto ante el evidente giro que su amigo le estaba dando a la conversación. Pero no iba a permitir que le esquivara al asunto, si estaba equivocado le obligaría a decirlo fuerte y claro.

-No viejo, no. Me estás verseando para no comprometerte en una respuesta que pudiera ser delicada. Vamos larga lo que piensas. Date cuenta de que no puedo volver a casa como si tal cosa después de esto. La magnitud del hecho reside en que este marcó un punto de ruptura. Ahora ya perdí las esperanzas que me estuve dibujando durante años. Ahora siento que Verónica es como un fantasma, si le levanto la sábana, debajo no hay nada a que asirse. ¡Es algo vacío!

Eusebio miró por la ventana, pensando porqué tenía que ser él quien le informara a este hombre acerca de las limitaciones que viven dentro de la relación del común de las parejas. Llamó al mozo y le pidió otros dos cortados, luego encarando fijamente a su interlocutor, le dijo: -¿Qué te hace pensar que tu mujer habría de aceptar compartir tus problemas internos?-

-Bueno...- Dijo un Ricardo que no había reparado en eso -¡Porque es mi mujer y debemos compartir todas las cosas!-

-¡No querido!, es tu mujer y no tu contraparte. Veamos si comprendes eso. Ella vive su mundo y vos el tuyo. Solo tienen ciertas cosas en común, pero no “todas las cosas”.

-¿Cómo?, entonces debería yo renunciar a dialogar con ella sobre “esas cosas fundamentales”- Ricardo no preguntaba, se estaba probando una nueva posición que le quedaba algo ajustada.

-¡Pobre tipo!- pensó Eusebio, -la inocencia se le está escapando nuevamente. ¿Porqué el amor nos hará tan ingenuos a los hombres?-.

-Eusebio ¡no me vas a decir que durante todos estos años no tocaron con Amalia ningún tema trascendental! ¡que solo hablan de las cosas del día, de los ausentes, o de los problemas de estreñimiento. ¡No!, ¡eso no lo creo!

-Mirá Ricardito- la voz de Eusebio había adquirido eso tonito suave y contenido con que  se suele tratar de explicar algo a quien no tiene la intención de comprenderlo. –Lo que sucede es que vos estás pretendiendo demasiado de tu mujer- Decime- continuó, -¿le hiciste un test antes de casarte?

-¿Qué? ¡Un test! Ah, me estás cargando. Me ves en este estado de...- Eusebio le interrumpió.

-No, no te estoy cargando, solo quiero dejar en claro que vos te la jugaste. Sí, sí no me mires con esa cara de loco. Vos te la jugaste a que todo saliera como deseabas o, lo que aún es más difícil, a como pensaras quince años después. ¡Ahora quiero escuchar que no es cierto!, que estaba todo hablado, y que esto que te pasa es una sorpresa inesperada.

-Vos sos quien está demente. Yo hice lo que todo el mundo. Me enamoré, me puse de novio y luego me casé.

-¡Ah, hiciste lo que todo el mundo! ¿Y porqué causa supusiste que a vos te iba a ir mejor que al resto?- Eusebio estaba decidido a ablandar la masa con el palo -¡NO! no me lo digas, yo lo haré: Porque tu matrimonio “es algo especial”. ¿Cierto que esa fue tu creencia durante mucho tiempo? ¿No es verdad que estuviste ocupando años en reencontrar “eso tan exclusivo” que se había alejado, pero solo un poco? Lo que te duele, Ricardito, es que estás descubriendo que sos un tipo solo, o solo un tipo. Que para este caso es lo mismo. Y más te vale aceptar que todos somos especiales, y así seguimos en la pareja, pero individualmente-.

Ricardo observaba el abismo de la resignación tratando de no sentir los vértigos que le harían caer. Algo casi orgánico le estaba siendo extraído, y  para esto no hay calmantes.

-¡Bueno hombre, tampoco te arrimes al otro extremo!- Eusebio estaba viendo como se desmoronaba la ilusión de su amigo. Entristecido, recordaba como él mismo había pasado en soledad similar experiencia. Luego de la comprensión era el momento de presentar el caso desde un punto de vista práctico y más digestivo para el pobre muchacho.

-Hay tres clases de tipos- le dijo a un Ricardo pálido y encorvado – El primero es superficial por idiosincrasia, jamás estará en estos predicamentos, dejémoslo. El segundo necesita hacer oír a la persona que ama el sonido que produce la cuerda de su alma ante los distintos pulsos que la vida le va dando. Si lo nota a tiempo, abandonará esa pretensión, advertido de que son muy escasos los afortunados que logran dos cuerpos con un solo corazón. Pero si este no fuera el caso, andará el resto de su tiempo buscando en cada esquina a la mujer que lo complemente. Tarea sumamente difícil y con un final casi cantado.

El tercero, amigo mío, ese ya conoce las humanas limitaciones y no arriesga su futuro en estas lides. No espera nada de nadie, y recibe con admiración cualquier atención que se le brinde. Tampoco lo consideremos ya que no es este nuestro caso-.

Pasaron varios minutos y dos cigarrillos antes de que Ricardo elaborara su concepto.

-El intercambio debe ser solo con la moneda que ella pueda o quiera canjear-.

Eusebio sonreía al decirle –Bien, lo has comprendido-.

-¿Y lo que te sobra Eusebio, que haces con todo eso?-.

-Eusebio cambió de sonrisa, y mientras miraba el anochecer a través de la ventana del bar,  lentamente le susurró a su amigo –Eso, viejo, eso aún no sé dónde ponerlo-.



                                       Filemón Solo





                                                                  




jueves, 12 de abril de 2012


DE ACÁ Y DE ALLÁ 
  Si bien ya no se construían edificios de esa altura, en unos pocos que aún se encontraban en uso el elevador se detenía cada veinte pisos; allí se le proponía al pasajero alcanzar el próximo, sea en ascenso o descenso, transitando la escalera. Nadie estaba obligado a hacerlo, y solo se invitaba a quienes no tuvieran impedimento alguno ni fueran individuos de avanzada edad. Los sistemas automáticos que otrora transportaran a las personas hasta la puerta de su sitio de destino se hubieron retirado hacía ya tiempo. Todo formaba parte del plan de salud que las autoridades habían dispuesto desde la aceptación científica de los factores que influían sobre la captación de la energía corpórea y su circulación.

Aunque él no los representara, el equipamiento del ascensor tenía la forma de saber sobre sus “ciento cuarenta y uno”, debido a lo cual le fue obviada cualquier proposición en otro sentido, ascendiendo de un solo tramo hasta el piso 49. Siendo este lugar, ya conocido en oportunidad de su examen previo, donde se encontraban  los laboratorios de la empresa que buscaba.

La lujosa puerta con el impreso del logotipo de la compañía se abrió automáticamente no bien el censor captó su código de barras, la cita había sido previamente acordada y el infalible sistema le franqueaba el paso. La pantalla de recepción se disculpó por la espera de dos minutos; imprevista demora que debería sufrir antes de pasar a la sala de ejercicios virtuales. Mientras la máquina lo entretenía con vistosa publicidad de la compañía, cordialmente fue recibido por uno de sus técnicos quien le dio la bienvenida y, sin más dilaciones, lo condujo hasta la antesala del laboratorio de proyecciones. Finalmente, luego de tanto tiempo, se sentía próximo a realizar su tan ansiado sueño, literalmente hablando.

Había adquirido dos prestaciones fuera de la programación estándar, opciones significativamente más onerosas que se ofrecían como parte de los servicios, por tanto, debería configurar con el técnico el recorrido y detalles que deseaba protagonizar.

El amable joven debería rondar los cincuenta años, y por más que se esforzara jamás podría comprender las pretensiones del anciano. Al confundir su vacilación con timidez, le propuso una gran cantidad de alternativas fuera del menú usual, entre las cuales se incluían posibilidades nunca pensadas, y hasta algunas aventuras eróticas con partenaire rescatadas de su época de adolescente. Su cliente lo observaba entre nervioso y avergonzado, hasta que, juntando el necesario valor, le expuso el bosquejo del pretendido primer viaje. En solo unos instantes se dispuso todo lo necesario para su ejecución, en tanto el esperanzado participante se instalaba sobre el sillón que formaba parte constitutiva del sistema. Se ajustaron los haces de luz a los puntos de sensación de todo el cuerpo, pero con especial atención a aquellos dirigidos hacia su cabeza. Esta última debería permanecer inmóvil, a riesgo de desalinear la dirección de la emisión y causar alguna perturbación emocional, para evitar lo cual dos suaves pero firmes brazos mecánicos la mantendrían en la justa posición que se determinó como óptima.

Luego de provocar un sueño relajado y suavizar las emociones, comenzó la sesión propiamente dicha.

Despertó nuevamente a sus gallardos treinta y cinco años; sentado cómodamente sobre una silla de paja observó con inmensa alegría como sus pequeños hijos jugaban en la arena de la playa. El balneario ya no existía, había sido devorado por las aguas como toda la antigua costa atlántica, pero eso allí no lo presumía o estaba tan lejano que no formaba parte de las preocupaciones de ese presente inventado. Su esposa de entonces, que fuera otra de las cosas llamadas a desaparecer de su vida, lo estaba convocando amorosamente a tomar las viandas que harían de almuerzo. Saboreó los sándwich tanto como el sol y la familia, corrió a zambullirse en el mar bromeando con su mujer, sintió el calor de la arena quemándole las plantas, el agua salada en la boca y el placer de jugar con los niños como uno más de ellos, las manos de su esposa frotándole con cariño el protector solar por la espalda y sus labios en la espontaneidad de un beso amoroso.

Durante el escaso minuto en que estuvo entregado a estos virtuales designios, disfruto de cinco inolvidables horas de vacaciones junto a su amada familia de ese segmento de su pasado. La permanencia de la vivencia en su memoria estaba garantizada, tendría ahora algo hermoso para sumar a sus recuerdos de hombre viejo y solitario. Cierto que el operador se había esmerado en cumplir con algunos detalles expresamente recomendados, en especial en lo atinente a su ex esposa, pero él obviaría  la naturaleza de la adaptación, y esta sería su versión de un tiempo cuyo original no le quedaba tan cómodo.

Ninguno de sus hijos residía en lo que ahora era el país y, ya también centenarios, contaban con su propia descendencia como compañía. Los hijos de sus hijos le visitaban de tanto en tanto en su paso por la ciudad, pero estaba perdido el lazo que las vivencias en común antaño proporcionaban. El vínculo de sangre no es suficiente estímulo para el amor. A su edad se sabía por la práctica lo que la genética no incluye en sus estudios: los genes no llevan en su bagaje de información el afecto hacia quien los transmite. Es el contacto armonioso quien lo hace, por una o, tal vez dos generaciones, cuanto más, luego también esto se diluye; al igual que el recuerdo.

Por razones de privacidad, solo uno de los integrantes del personal afectado a los programas realizaba la aproximación con el cliente y se encargaba de preparar el equipo según sus deseos. Sin embargo, no bien el individuo perdía el contacto sensorio con la realidad del laboratorio, era obligatoria la presencia de un profesional psicocardiólogo quien debía estar presto ante cualquier emergencia que se presentara. Esto formaba parte de las normas habilitantes del servicio, pero el monitoreo automático del equipo respondería a cualquier eventualidad con una presteza y eficiencia muy superior a la que  cualquier especialista humano pudiera ejercer. De hecho, y como ejemplo extremo, era del todo imposible que se pusiera en peligro cualquier vida bajo su infalible atención, el riesgo radicaba en consecuencias que excedieran lo meramente somático para entrar en sectores más sutiles de la naturaleza de la raza. Hacía algunos años que se había dado al conocimiento público la existencia de ciertos campos de fuerza que rodean al cuerpo físico, así su estrecha vinculación con los sentimientos y pensamientos del individuo. Estos sectores invisibles del ser, bien podrían verse dañados por emociones violentas o situaciones que excedieran la tolerancia psíquica. Si bien su preservación y cuidado mediante la aplicación del programa de salud global, había sido uno de los factores que permitieran duplicar el promedio de vida, el acceso a estos campos no se contaba aún dentro de las posibilidades de máquina alguna, razón por la cual se encontraba expresamente prohibida cualquier experiencia extrema dentro de los laboratorios de la “Dreams Come True Company”.

La terapia posterior a todo proceso indicaba un minuto de sueño natural antes de ser suavemente llamado a la realidad por el programa. Durante ese lapso, en el que continuaba el monitoreo de rigor, el contralor de salud debía ausentarse de la sala.

Cada asunto humano requiere de cierto ritual y la adecuada ambientación para lograr de él su mejor y más placentero resultado. Nuevamente sentado en la oficina de programación y consulta, el anciano, sumamente satisfecho por la reciente experiencia, trataba de exponer al conductor su idea para la segunda y más importante “VOI” (Vivencia Onírica Inducida). Sobre este particular no lograba explicarse debidamente o, tal vez, su interlocutor se mostrara renuente a brindar la necesaria voluntad para comprenderlo.

La “Dreams” aseguraba en la publicidad de su servicio, que nadie podría retirarse disconforme con el mismo. La oportuna llave de este lema le abrió al cliente, aunque más no fuera, la puerta de la silente atención del encargado de la sala, quien escuchó pacientemente el increíble proyecto, ahora expuesto en forma más detallada.

-Los primeros modelos de esta serie de equipos-, recomenzaba la alocución, -fueron de uso restringido y casi excluyente posesión de los especialistas en investigación de delitos. Dadas sus prestaciones, reemplazaron al anterior polígrafo en la función de buscadores de la verdad dentro de la memoria de los procesados, quienes podrían voluntariamente someterse a su examen. El estudio consistía en una prolija revisión de los hechos que pudieran hacer al delito en asuntos, consecuentemente el aparato, lejos de inducir fantasías, ayudaba a revivir puntuales situaciones del pasado. En la genética de la máquina está latente la función de sugerente acompañante de una mente en su sentida experiencia volitiva-. Justamente era eso lo que el anciano pretendía ahora de ella, solo que en lugar de dirigirse hacia el pasado de la conciencia lo haría en dirección a su futuro, e independientemente de si allí esta conciencia poseyera, o no, cuerpo físico. Lo que lógicamente sería indispensable para ella, es que ese cuerpo estuviera realmente en funciones para cuando lo necesitara como receptor y transmisor sensitivo. -Dentro de su mente envasada-, continuó el hombre, -existe una amplitud tal, que es capaz de aceptaciones del todo antinómicas; esto desde el momento en que carece de la limitación conceptual del humano-.

El expositor demostraba una habilidad argumental sorprendente, acompañada esta de un evidente conocimiento de las posibilidades de la unidad en servicio. Él sabía que el diseño del actual programa basaba sus alternativas apoyado sobre el deseo consciente del usuario y, que gran parte de las situaciones que este vivenciaba, eran producto de su personal improvisación, aunque siempre dentro de la prevista ensoñación a que se sometía. -Todo es experimental-, le decía ahora el anciano, -no existe un producto terminado dentro de este campo. El mismo elemento inanimado utiliza lo aleatorio, que sí existe en lo que sería su esencia, para ejercer ciertas posibilidades que podríamos llamar “evolutivas”. Este efecto no previsto se desarrolló luego de incorporarse la fantasía a su estructura, con eso cayeron por tierra muchas de las precisiones que antaño lo regían.  A estas alturas es el mismo aparato quien alerta sobre el corrimiento de los límites en sí mismo; cosa qué, usualmente, origina la creación de otro modelo a diseñar sobre este molde. Veamos ahora si existe algún riesgo en intentar una experiencia sobre la misma dirección pero en sentido temporal inverso, y me permito adelantar mi conclusión: absolutamente ¡NO!. Sería solo un esperanzado desafío al sistema para que este opere dentro de los difusos límites que hemos considerado. En esto él cuenta con el material necesario para realizarlo: mi voluntad en el emprendimiento y “su recuerdo”,  elementos de los que se ha de nutrir para apoyarme allí donde deseo que lo haga. Eso sí, sería necesario eliminar algunos factores, remanentes de su antigua estructura y que pudieran contener excesiva rigidez, de forma tal que el nutriente de información sea yo mismo -.

Para sus adentros, el técnico compartía la opinión de quien así arguyera, no obstante este sería un acto anómalo y algo de lo poco en que debía emplear su personal criterio, consecuentemente si alguna alarma se produjera, esta quedaría registrada automáticamente siendo único responsable, y sopesada mas tarde la magnitud de su decisión.

Finalmente la última andanada del orador hizo trizas los bastiones de la precaución edificada ante su temor de caer en “un error de procedimiento”. El hombre que tenía frente a sí le extendió la grabación con los estudios realizados por el Sistema Voluntario de Previsión de Expectativas de Vida. En su conclusión el “SVPEV” predecía un tope de tres meses para el solicitante, con un margen de error de 0,5 sobre 100, la máxima seguridad que ese organismo preveía para sus resultados.

Los siete años de ahorro sobre la ajustada “subvención a la madurez” estaban por terminar de justificarse ampliamente. Por cierto muy a tiempo.

Ahora el trabajo debía centrarse en saltar por encima del esquema que planteaba la rutina de la máquina. Para ello solo se tomarían algunos rudimentos, con la intención de engañar parcialmente al sistema, llevándolo a seguir un programa fronterizo del tipo cuántico donde, fijados los extremos, el medio queda librado al dinamismo del pensamiento y deseo del sujeto al cual acompañaría sin las habituales inducciones. Descontando que la prueba sería tomada por el aparato como otra de las habituales fantasías y, obviando la posición temporal, se fijó como punto de partida “un momento” en el cual la conciencia escapara definitivamente de su cuerpo físico, e independientemente de la vitalidad que en este, efectivamente, se estuviera verificando.

Todo el proyecto se apoyaba en la esperanza de que el confundido sistema siguiera a la energía emergente de ese cuerpo liberada. Ambos lo sabían, tanto como que el esfuerzo no sobrepasaría el nivel de un intento, así el éxito o el fracaso de la prueba quedaba fuera de toda previsión.

Recostado nuevamente sobre el sillón y ajustados los sensores, el navegante aceptó  la relajación muscular que se le sugería y, atento al siguiente paso, tomó decididamente la delantera proyectándose a un lejano futuro. La situación se tornó inasible para el desprevenido equipo que entró en fase de “advertencia”, luego de un terrible instante de incertidumbre recapacitó, buscó alternativas y finalmente se lanzó tras la mente que parecía escapársele. Si bien todo esto solo duró un escaso segundo, fue suficiente como para conmocionar al operador y alertar a la psicocardiológa de turno, cuyo cuestionamiento se vio silenciado por el grito de entusiasmo del técnico, al observar que la mayor dificultad prevista para esta experiencia se estaba superado con éxito  Pese a lo impuntual y confuso del panorama que se le exhibía, la máquina estaba encontrando dentro del campo cuántico las huellas que una humana voluntad dejara a su paso por ese mundo de infinitas posibilidades.

En un pliegue del tiempo, desde al cual se dirigían, el sujeto había ya dejado la vida física, ahora ambos, conciencia humana y sistema cibernético, se encontraban en un futuro, desconocido por propia definición, y en un medio donde la anterior experiencia de nada valía y debía construirse nuevamente según las circunstancias se presentaran.

Desde el laboratorio, el experto en el equipo y la especialista en humanos, temerosos y fascinados, contenían el aliento observando el instrumental de uno y las reacciones del cuerpo del otro.

La duración de la prueba en sí, se había estimado en un máximo de tres minutos, teniendo en cuenta el tiempo que al aparato le tomaría adaptarse y construir sus  decisiones en esta ignota área. Transcurridos los primeros cuarenta segundos las cosas comenzaron a complicarse, los signos vitales del anciano se observaban en paulatino descenso, de sus ojos brotaban abundantes lágrimas que le corrían por el rostro mojando las almohadillas de los brazos que lo sostenían, y las indicaciones del tablero se tornaron confusas.

El programa de auxilio jamás permitiría ninguna anomalía sobre el cuerpo encomendado a su cuidado. Curiosamente el sistema se encontraba trabajando con la conciencia de un hombre que ya había muerto en lo virtual, en tanto atendía que en esta realidad nada le ocurriera a su vida.

Finalmente el operador indicó que entraban en “los menos sesenta segundos”, justo al momento en que se activó nuevamente la fase de prevención, si continuaba la curva descendente en la sintomatología del viajero el lector automático pediría la intervención del procedimiento de auxilio. El proceso comenzaría con la inoculación de medicación en el sistema sanguíneo, en tanto tomaría el mando del ritmo cardíaco y la irrigación cerebral, para hacerse luego cargo del buen funcionamiento del resto de las funciones de órganos y sistemas que pudieran presentar algún peligro.

Y, sobre esto, la situación afectó igualmente al sistema nervioso de los observadores, quienes comenzaron a plantearse la posibilidad de interrumpir la experiencia. Esa extrema alternativa solo en muy pocos casos fue usada anteriormente, como poco lo fue la intervención externa una vez comenzado cualquier proceso. Abortar una proyección significaría prescindir de las etapas de descenso paulatino, readaptación, y sueño de ingreso; lo menos que podría ocurrir era el despertar del sujeto en medio de una aguda neurosis. El riesgo era demasiado grande, esperarían unos instantes empujando con su deseo el paso de los segundos que restaban.

Para alivio de los presentes en la sala del laboratorio, finalmente se activo el indicador de retorno, cumplido ya el periodo programado para la trayectoria. Las actividades siguientes demandarían unos dos minutos, cuanto más, y esta pesadilla habría terminado. Pero lejos de producirse la prevista secuencia que traería de vuelta a esa conciencia aventurera, la máquina se estacionó en esa fase y el tablero indicaba un nuevo desorden sin información sobre su causa. No obstante este extraño estado de la parte motriz  encargada del retorno, el inconsciente cuerpo sobre la camilla continuaba relativamente estable, según lo mostrara la lectura correspondiente.

Agotado largamente el lapso otorgado a esta etapa, todo permanecía igual y sin aparentes signos de cambio. Aún en su desesperación el operador tuvo la intuición de presumir cuales eran los reales motivos que ahora estaban produciendo el retraso. Retraso que, de ser cierta su sospecha, podría prolongarse indefinidamente. La situación, cualquiera fuera, se desarrollaba fuera del tiempo de trayectoria lineal, ya había escapado de esta limitación y la ponderación de este factor bien podría ser inversa a lo que ocurría en las fantasías inducidas. En otras palabras, si el protagonista de este evento deseaba permanecer solo unos segundos extra en el estado en que se encontraba, eso tal vez significaran años en la relatividad de la cual hubo partido; más aún, si él fuera el anciano, no volvería para sufrir una muerte, sin dudas menos grata, tan solo dentro de tres meses, simplemente cortaría toda conexión desoyendo los llamados de la máquina.

Casi a los saltos se lanzó hacia el cuerpo del anciano y acercándose a su oído le suplicó desesperadamente que volviera, pero no ahora, ahora ya sería demasiado tarde para ambos.

Su loca carrera se originó al comprobar que tanta dilación en el programa, había provocado la intervención de “La Madre”, nombre por demás significativo con el que se conocía a la inteligencia central automática de “La Dreams”. La investigación de esta sobre el desconcierto del sistema en peligro les daría unos segundos de ventaja, quizá cinco, tal vez diez segundos, cuanto mucho. Una vez vista la delicada situación, “La Madre” interrumpiría el proceso, el cuerpo sería reactivado y la conciencia ausente obligada a volver de cualquier medio en el que se encontrara. Debería regresar respondiendo al primer llamado que el sistema le lanzara en su momento, debería hacerlo antes de ahora.

El emplazamiento, en apresurado torrente de palabras, le fue trasmitido al cuerpo que yacía inerte en la sala donde se desarrollara el drama. Era todo lo que se podía hacer, el conmocionado operador especulaba con la posibilidad de ser realmente escuchado por el destinatario del recado, solo cabía orar y esperar el resultado de su tentativa. Él tenía en claro que el desarrollo de las secuencias que se denomina tiempo, responde a un ritmo, dirección y velocidad de forma excluyentemente local, una medida válida solo para la superficie planetaria. Esa era una realidad incuestionable ya ampliamente probada, lo que nadie podría afirmar, más allá de la presunción teórica, era que en estratos superiores se podría maniobrar a voluntad esta dimensión en más de un sentido. Una instancia paradójica se daría en caso de que así ocurriera, pues siendo las cosas de esta forma él jamás lo supiera, ya que todo volvería a una situación anterior. Siendo esta solo una de las infinitas vías alternativas no tomadas por la cambiante realidad. Eliminada la causa no habrá efecto que la subsiga y nada de lo ocurrido luego de la indicación de “activado el retorno” sería recordado, simplemente porque nada de eso habría sucedido.



“Para alivio de los presentes en la sala del laboratorio, finalmente se activo el indicador de retorno, cumplido ya el periodo programado para la trayectoria. Los procesos siguientes demandarían unos dos minutos, cuanto más, y esta pesadilla habría terminado”.

En tanto se efectuaban los pasos que antecederían al despertar de la conciencia vuelta a su cuerpo, la médica se ocupaba de la rutina de verificar el estado de este último haciendo la correspondiente lectura de la información a su disposición. Con extrañeza pudo comprobar que la suma del examen presentaba un cuadro de recuperación realmente notable. Con excepción de un más lento, pero inusualmente exacto, ritmo cardíaco, el resultado de los análisis del sistema mostraban signos que superaban cualitativamente a los tomados en inicio de la prueba. Lo particular de esta observación radicaba en que este estado del individuo continuaba en una constante ascendente según se acercaba la hora de su despertar. Tras un fallido intento de compartir lo asombroso del descubrimiento con el operador de sala, visto que este, entre agotado y confundido, le negaba su atención, debió alejarse del laboratorio en fiel cumplimiento de las normas y sin poder continuar la indagación.

-Bueno hijo, no creo que todos los sistemas computados del mundo trabajando juntos hubieran logrado traerme de vuelta, por más que tuvieran un viejo cuerpo con algo de vida remanente como rehén. Bien sé que, por ahora, no lo entenderás, pero solo he regresado porque te lo debía- Las primeras palabras del anciano desconcertaron aún más al técnico, quien evidenciaba las consecuencias de los hechos “que nunca ocurrieron”. Lo que este aún desconocía es que cierto recuerdo emocional permanece en un tiempo de mayor amplitud que el mero segmento que capta nuestra mente barrial. De cualquier forma, y cumpliendo con las formalidades del protocolo, dio la mejor bienvenida de que fue capaz

El hombre recién vuelto a casa se encontraba lejos de sentirse en ella. No obstante el resultado de su viaje había sido, aunque para él no hubiera finalizado, algo ejercitado más allá de cualquier parámetro conocido o imaginado; escapando en mucho a la comprensión de cualquier razón humana. Prudentemente se abstuvo de todo comentario, limitándose a agradecer extensamente la colaboración del operador sin cuya aceptación jamás lo habría logrado. Ahora sabía lo que muy pocos congéneres tenían por conocido, sus conceptos fueron totalmente removidos por la experiencia y, en reemplazo de los mismos, se encontraba presente una importante cuota de sabiduría. Caídos los burdos muros culturales, una humilde sensación de gran poder, amor, y eternidad fueron recuperados para siempre.

Esgrimiendo la excusa de comprobar el estado psicofísico del protagonista del evento, la ansiosa terapeuta reingresó a la sala en procura del relato que, suponía, se debía estar produciendo a estas alturas del retorno. Ambos funcionarios de la compañía recibieron solo una velada información por respuesta a sus insistentes preguntas. –Allí de donde vengo cada uno es el auténtico producto de la ecuación elaborada con su vida- les dijo el nuevo hombre, agregando antes de marcharse: -Sería del todo contraproducente que tomaran como cierto algo que, seguramente, a ustedes no ha de ocurrirles. La Verdad Es, nuestra verdad se hace, y es individual-.



Si bien se sentía con sobradas fuerzas como para descender por la escalera los largos cuarenta y nueve pisos que le separaban de la calle, sensatamente optó por los servicios del elevador. Sonriendo, aceptó en cada caso la propuesta que la grabación allí instalada le sugería, saltando de dos en dos los escalones en todas las oportunidades en que el aparato se detuvo. Afortunadamente no hubo indiscretos testigos para tamaña rareza, él era el único ocupante de la cabina.

                                Filemón Solo