Cuentos de Filemón Solo

jueves, 24 de mayo de 2012

CHACRA (Metáfora)

Sobre una situación de pasaje en un pasaje sin situación.
“Siendo el cambio la única constante,
podrá solo cambiar lo ya cambiado
Y aquello que tenemos por creado,
mudará en un siglo... o un instante”
                                                                                                                                     
-Vengo a verlo– dijo luego de un rápido saludo. -¿Podría hablar con usted?-.
Había viajado durante tres días para poder entrevistarse con ese hombre, y ahora, que lo tenía frente a sí, que lo observara en persona y no ya en sus pensamientos, se sentía vacilante e inseguro. No era sencillo exponer sus inquietudes sin         acercarse peligrosamente al ridículo. Ridículo que, y más allá de presentar una pobre imagen de sí mismo, podría ser motivo de que su interlocutor le considerara indigno de las respuestas que había venido a buscar.
Recordando algún concepto recibido en esos cursillos empresarios sobre “como desempeñarse debidamente ante un cliente difícil”, tomó aire, apartó la vista del objeto de su inquietud, y visualizándose como un hombre totalmente seguro, sonrió y recomenzó su presentación.
-Bien, sucede que me han hablado mucho de su persona y, la verdad es que estoy buscando algo que, según esos dichos, usted ya ha encontrado. Le pido excusas por apersonarme sin aviso, pero no habiendo donde llamarle, no me fue posible concertar una entrevista previa-, agregando en voz más baja, como hablando consigo mismo, - verá, mis tiempos se agotan-
El dueño de casa, sin decir palabra, dio la vuelta entrando a la vivienda. Luego de unos instantes reapareció con una silla en sus manos, la ofreció al visitante con un movimiento de cabeza y, siempre en silencio, se acomodó sobre una vieja mecedora que allí se encontraba.
Bajo la galería de la cabaña, un hombre de mediana edad y un aciano con un bolso a su lado contemplan el atardecer en las montañas.
El recién llegado se encuentra algo inquieto, busca la forma de establecer un dialogo. -Cada persona tiene una forma de dejarse abordar- se dice –pero este hombre, al permanecer silencioso, no da ninguna señal sobre cual puede ser la suya-.
Notando de pronto su falta de formalidad, rápidamente se pone de pie y tendiendo la mano se excusa. –Tenga a bien disculparme, mi nombre es Paredes, Roberto Paredes y vengo desde Entelechïa.- 
Como toda respuesta recibe una diestra firme y una sonrisa leve.
-Usted es el Señor Prado, ¿verdad?- Un nuevo movimiento de cabeza confirma lo acertado de su suposición.
La tarde desaparece sobre el accidentado perfil de las montañas, un frío seco se cuela por entre el tejido de la ropa. Prado ingresa a la casa dejando abierta la puerta en inequívoca señal para que el anciano lo siga. Le indica la ubicación del cuarto de baño y, sin articular sonido se dirige a la cocina, allí combina una mezcla de verduras, legumbres, y hortalizas, vuelca el preparado dentro de una pequeña canasta e instala esta sobre una hirviente olla conteniendo cereales para someterla a una rápida cocción al vapor. Con gran habilidad ubica artísticamente el producido en una fuente que transporta hasta el centro de una rústica mesa de troncos. Luego coloca sobre ella un cuenco de madera con aromático pan oscuro y una jarra conteniendo agua fría. Al concluir con la preparación de lo necesario para la cena, toma asiento e invita a Paredes, siempre mediante gestos, a hacer lo propio.
El visitante lentamente va comprendiendo el código de comportamiento, aparentemente debe seguir las indicaciones sin hacer preguntas. Bueno, Prado ya está al tanto de la inquietud que impulsara su viaje a las montañas y, aunque aún no tuvo la ocasión de exponer puntualmente la cuestión, cuando sea el momento oportuno este seguramente inquirirá sobre el motivo de su visita. Y la ocasión quizá sea esta noche, después de la cena.
El único plato en qué consiste la comida es servido pródigamente por el anfitrión y cada uno de los comensales toma su alimento según lo acostumbra. Paredes, vista la impuesta falta de dialogo, se sumerge en sus pensamientos olvidando la sorpresa inicial producida por el agradable sabor de la sencilla creación gastronómica. En tanto Prado mastica lentamente cada bocado. Sumamente concentrado exclusivamente en este acto, observa muy atento la porción que llevará a la boca, y hasta pareciera que se comunica con los elementos que la componen.
“Luego de la cena”, se había esperanzado Paredes. Pero luego de la cena no hubo conversación alguna, ni la hubo más tarde. Solo compartieron el doméstico acto del lavado de platos y utensilios, antes de que Prado le mostrase, siempre por señas, la que sería su alcoba por esa noche.
El hombre que había cruzado el continente en procura de respuestas, yace sobre la cama, aún sin ellas, con las manos bajo la adolorida cabeza y los ojos muy abiertos, tratando de explicarse el extraño comportamiento de su anfitrión. Hay en este hombre actitudes del todo incomprensibles, tanto como aquella de hospedar a un individuo totalmente desconocido, o la otra, más desconcertante aún, esa de no desear entablar dialogo alguno.
Durante un momento se dejó ganar por la sospecha de que Prado sufría de algún impedimento en la audición o el habla, a poco salió de su error recordando el regaño que, en voz baja, prodigara al enorme perro por gruñir a su huésped. No, ese silencio no estaba relacionado con ninguna limitación física.
Recién en la madrugada consiguió alcanzar el sueño, pero ya su mente había logrado atemorizarlo con la posibilidad de un nuevo fracaso, y no obtuvo el necesitado buen descanso. Despertó avanzada la mañana e invirtió largos minutos en encontrar su ubicación en tiempo y espacio. Finalmente abandonó el lecho con la esperanza de que Prado no tomara a mal su tardanza.
Luego de una oportuna ducha, ya mejor dispuesto, se dirigió en busca del dueño de casa. Le presentaría sus inquietudes en la forma más clara posible y, en caso de no ser respondido, simplemente se marcharía. Nada de esto era razonable.
Prado no se encontraba en la cabaña, tampoco se lo veía desde las ventanas. Bueno, ya volvería.
Sobre la mesa el pan casero y un termo con café le invitaban a desayunar.
Una hora después, cansado ya de dar vueltas por el reducido círculo en el que la discreción lo limitara, salió a la galería, y más tarde caminó hasta huerta; siguiendo su investigación por el gallinero, el galpón y el invernadero. Para la media tarde, luego de verificar de tanto en tanto que Prado no hubiese retornado a la cabaña por algún ignoto sendero, ya conocía aceptablemente bien cada sector de las siete hectáreas que componían la superficie de la chacra. Quizá su solitario propietario bajara al pueblo por provisiones, pero en una simple nota pudo haberle advertido sobre el caso. El proceder de este hombre le resultaba tan extraño que ya no estaba seguro de desear sus consejos.
Con otro sol cayendo detrás de la cordillera, agotado y hambriento decidió abandonar el lugar en la mañana. Perdido ya todo pudor a causa de la frustración, se sirvió el sobrante de la cena de la noche anterior y, sin más, se fue a la cama.
El alba todavía tardía de la primavera sureña, lo encontró tomando un té en la cocina. El bolso preparado y el ánimo inquieto. Prado no había vuelto aún, y debería partir dejando la casa abierta y al pobre perro sin alimento. Por otro lado la huerta estaba necesitada de riego, las aves de corral de atención, y él mismo se sentía desengañado e indeciso. Vueltas y más vueltas, tanto en el ámbito de la cocina cuanto en el suyo interno.
Le tomó dos horas elaborar un plan que le resultara aceptable para la extraña ocasión. Debía hablar con alguien, pedir consejo y ayuda, y lo más conveniente sería hacerlo con los vecinos. Sin dudas estos conocerían a Prado y podrían justificar su ausencia. Les pediría que se hagan cargo del lugar hasta que su dueño volviera. Eso era lo único que podía hacer para marcharse sin el peso de una responsabilidad que lo atrapara indebidamente.

-Sí señor, Prado pasó ayer temprano para despedirse, y también me advirtió acerca de su visita- Paredes, sorprendido y desconcertado, escuchaba al hombre que gentilmente le hiciera pasar a su cabaña de cantoneras de ciprés.
En el día de su llegada, por error había recorrido parte del sendero que llevaba a la casa vecina, misma en la que ahora se encontrara. De no haber sido por esta afortunada confusión, la hora invertida en llegar a ella bien pudo transformarse en un interminable período de búsqueda.
Los pensamientos se anudaban en su mente impidiéndole una coherente manifestación en la palabra. ¿Cómo podía saber Prado el día anterior que él, luego de un intenso soliloquio, decidiría concurrir hoy allí?
El hombre, observándolo con simpatía, lentamente, como se hace con un niño pequeño le comunica que, a partir de ahora, él estará a cargo de la finca, que esta no pertenece a Prado, sino, y como todas las de la región, a un personaje poco conocido quien dispone de ellas según su mejor criterio.  Siendo este un Señor del que solo se tienen magras referencias.
-¡Esto no puede ser todo!-. Paredes insiste, le es necesario saber a quién concierne la propiedad para poder aclarar este malentendido. ¿Quién es ese individuo para suponer que puede endilgarle abruptamente su cuidado?
-¡Vamos amigo!-, se sorprende el vecino, -usted no llegó aquí casualmente, cálmese y piense-. Llevándolo del hombro hacia la puerta alcanza a decirle: -¿de quién es el planeta? ¡Solo recuerde a que vino! Le aseguro el mayor de los éxitos en su nueva empresa-.

Sentado bajo el soportal de la cabaña el hombre espera. Sabe que alguien habrá de venir en cualquier momento, ha llegado su tiempo de partir.
Absorto en sus pensamientos, sonríe recordando los primeros tiempos vividos luego que allí arribara, hacía ya..., bueno, eso era de poca importancia. Todavía le resultaba difícil aceptar que aquel ignorante anciano fuera él mismo. Imagina esa figura como a su antecesor, un niño en un cuerpo cargado de años; por cierto muchos más que este que hoy lo viste.
-No podría precisar el justo momento del cambio. ¿Acaso tu lo recuerdas?- El gran perro negro lo mira moviendo su rabo, incapaz de responder con algo que no sea el afecto.
-Claro que no hubo un momento preciso. La evolución solo ocasionalmente recurre a la mutación en sus sistemas. De una forma paulatina es menos sorprendente y más sencillo de asimilar-.
-En honor a la verdad se debe reconocer que el viejo Paredes era poseedor de una gran voluntad- se dice. -Sin ella jamás hubiera llegado hasta aquí. Sin ella no estaríamos en estos momentos, ni en las respuestas que él buscaba-.
El recuerdo le trae la imagen de un día cualquiera, en el que la figura de otro extraño se acercara a la casa indagando sobre el paradero de Caminos, su vecino, quien, al decir del consultante, habría desaparecido misteriosamente.
Se lo veía tan desesperado que por fuerza le recordó a quien antes fuera. Aún dentro de la ternura que despierta la ignorante ingenuidad, era del todo imposible darle más detalle que lo que Paredes hubo recibido.
Curioso estado el de esas conciencias, han crecido lo suficiente como para dejarse llevar por sus anhelos, pero luego suponen que las tan ansiadas respuestas han de poder ser medidas con  pequeños métodos que tienen conocidos. Requieren de presencias tangibles a su lado, necesitan explicaciones de todo, y a todo encierran en un sistema. Desean bajar las grandes cosas a su nivel de comprensión, sin notar el desmedro que estas sufren en ese descenso. Todavía no pueden concebir que su propia elevación les dará la panorámica visión del ave en pleno vuelo.

La llegada está muy próxima, tal vez mañana, o pasado, no más de una semana, de eso está seguro. Bien, es solo otro de tantos cambios de los que todos juntos, aún sin notarlo, formamos parte. Busca en el cuarto el antiguo bolso de Paredes y guarda en él solo algunos escritos que no desea que nadie conozca; divertido recuerda ese día, ya vuelto a la casa luego de recibido el codificado mensaje de Caminos, la sorpresa al notar que en el edificio solo existía una recámara, la que él ocupara la noche anterior. ¿Dónde pasó esa noche Prado? ¡Él lo siguió con la mirada cuando se dirigiera hacia...¿Hacia dónde se había encaminado? Fueron momentos de terrible desconcierto, pero, “si los elementos se encuentran ordenados, ningún orden nuevo se puede crear con ellos”. Es bastante evidente que lo que está concertado ya integra un conjunto, y que para lograr una mejor combinación evolutiva es preciso “desconcertar” lo instituido. Así en la mente como en las cosas. Más tarde, lentamente, usando hasta el abuso ese espacio que nos es imprescindible para anexar los recientes sucesos, ese “tiempo”, se comienza a armar un nuevo paradigma más acorde a la situación imperante. ¡Y más tiempo! ¡Mucho más de él! hasta incorporar lo que siempre supimos: “no existe un orden sistémico al que asirse”.
Recordar y conectarse, solo eso, el resto, las acciones, son mera consecuencia de esa conexión, o de la falta de ella. He ahí la casualidad y la causalidad en funciones alternativas y complementarias. Experiencias elementales, pequeños destellos de luz que el ojo atento incorpora a su acervo  cognitivo. Prácticas que no pueden ser volcadas en alforjas ajenas. No, estas contienen ya las viandas para cada ronda, y ese alimento que debe ser totalmente consumido antes de recibir cualquier otra ración; una nueva dieta acorde al próximo sendero.
Mirando al firmamento se pregunta en qué etapa de su estadía había notado que no era el mismo ya conocido. Ninguno de ambos.

-Tenga buenas tardes-, el golpe de una exógena vos humana ingresa disonante al mundo de los sonidos del bosque. -¿Es usted el señor Flores? Me han dicho que podía venir a verlo. Le ruego disculpe la intromisión, este atrevimiento surge de la muy urgente necesidad de consultarle sobre algunas cuestiones. ¡Ah!, mi nombre es Elisa, Elisa Paredes-.

                                                                                   Filemón Solo

                                                                       


martes, 15 de mayo de 2012

CUCA, la Historia de

Primera parte

La Invasión


Habían transcurrido ya dos años desde aquellos primeros síntomas alarma. La lógica teórica del paradigma académico aún rechazaba la evidente realidad. Los brotes de la invasión florecían, mal que a los doctos les pesara, al unísono y en todos los sitios a la vez. Y esto significaba que los lugares civilizados y ordenados se encontraban a la par con aquellos carentes de los más elementales servicios sociales de recolección de residuos, cloacas y atención sanitaria. ¡Algo realmente inaceptable!

Sin respeto alguno por normas establecidas, ni por las tan cuidadas fronteras, la plaga continuó avanzando ganando, paso a paso, las áreas menos pobladas, las zonas marítimas y las de mayor altura, así como otros lugares donde nunca antes habían osado aproximarse ni sus más alocados especímenes.

Los municipios y asociaciones vecinales de lucha primero (allá donde los hubieron tenido), los gobiernos provinciales y nacionales (que siempre los hay), intentándolo más tarde, fracasaron de lleno luciendo graciosamente su inefable batería de productos tóxicos en distintas presentaciones y llamativos envases. En vista de lo cual se nombraron voceros oficiales, quienes, a falta de resultados, ilustraban a las personas del común sobre cómo debían proteger sus hogares, lavar a sus hijos o abandonar el desagradable hábito de fumar: los clásicos paliativos del fracaso.

Simultáneamente (o no, según el caso) fue solicitada la participación de los expertos, quienes “bajaron” a la información pública la más amplia gama de teorías con que entretenerse. Siendo aquella que fundamentaba su hipótesis en un desequilibrio producido por la elevación de la temperatura planetaria, la ganadora del mayor número de adeptos; y la mas publicitada también. Lo que de ninguna manera quedó en claro fue la causa, y causantes, de tal anomalía.

Pudiera ser que a consecuencia, o no, de esta singularidad climatológica -aunque se sospecha de motivos más personales que globales-, también hicieron su interesada aparición en escena esos inefables personajes que son salsa y condimento de toda confusión: los infatuados “idiotas inútiles”, tal se los conoce en la ilustrada jerga popular, dejando oír sus consabidos plañidos acusatorios. Los unos hacia la falta de previsión y asistencia con que los países pobres marginaban a los desprotegidos habitantes que vivían en la indigencia. Otros, lanzando sus dardos (algunos verdes y otros rojos) con destino a las naciones industrializadas, responsabilizándolas por casi todo de lo que fueron culpables. Evidenciando con esto una situación por demás alarmante, pues al estar en lo cierto, la verdad queda en poder de los idiotas; y es bien sabido el peligro de esta posesión dada su congénita incapacidad de hacer un buen uso de ella.

De un elemental esfuerzo analítico se infiere que, si alguien tarado con la parcialidad hace tenencia de la razón, es porque la ha encontrado extraviada y sin dueño; habida cuenta de su invalidez de criterio para conseguirla por sí mismo. Pero esto ya involucra un campo ajeno a nuestra historia.

Sea por la causa expuesta, por las que se obviaron, o por  alguna  foránea  maldición galáctica -posibilidad esta que, no obstante ser algo “lejana”, contaba por su propio mérito con un buen número de creyentes-, la plaga alcanzó, tal ya lo hemos expuesto, los más apartados rincones de la tierra (pues de este cuerpo celeste nos estamos ocupando), y las asquerosas cucarachas brotaban, incontenibles, de sumideros, rejillas, sedes políticas, drenajes, cloacas y cuanto conducto conecta el mundo de los humanos con el suyo propio.

Todo lo cual constituía un acontecimiento realmente notable y único en toda la historia conocida -sobre la desconocida es muy poco lo que se puede decir-. Las asquerosas “periplaneta orientalis”, ”blátidos” y demás, se reproducían de una manera descomunal, no habiendo ya producto insecticida que las afectara. Esto último en cuanto los dictiópteros, que no así a nuestros congéneres, quienes se agolpaban desordenadamente frente a las salas de emergencia de los nosocomios – junto a los invasores, claro está-- en procura  de remedio a la intoxicación producida por la indebida inhalación de estos químicos.

Alarmante era también la consecuencia psicológica de la catástrofe. A poco la gente se negaba a salir de sus casas, solo los padres de familia lo hacían y exclusivamente para procurarse los más necesarios alimentos. Los ancianos, indigentes y demás rarezas sociales representaban, tal solían serlo, un grave problema para la autoridad constituida que debía sustentarlos. Los pocos que aún mantenían con su trabajo el funcionamiento de los servicios públicos, lo hacían pisoteando una espesa sopa de asquerosas cucarachas, cuyos integrantes respondían prontamente devorando piadosamente a sus congéneres siniestrados.

En vista de la desesperante situación reinante, los gobiernos decidieron hacer algo al respecto, y para una mayor efectividad en el proceder, resolvieron unirse en el intento. Por tanto se sentaron (ya que de pie es incómodo e impropio) a la mesa de las deliberaciones para, entre otras cosas, estudiar a fondo el asunto y poner en práctica la mejor de las soluciones.

Se nombraron una cantidad no trascendida de comisiones investigadoras con la misión de descubrir el origen de tamaño desacato al orden natural. Obviando, claro, el que este había sido subvertido desde mucho tiempo atrás, por los representantes constitucionales, y de los otros (que también los hubo), y sus ocasionales asociados, de casi todas las naciones del orbe. Verdad es, que con la notoria excepción de algunas de ellas, quienes no lo lograron por falta del necesario presupuesto,- no cejando, empero, por ello en su empeño-.

En tanto los eruditos de las más *prestigiosas universidades y fundaciones del mundo se cuestionaban sobre la cuestión, los lujuriosos blátidos continuaban divirtiéndose en el acto de reproducción; esto sin ningún recato ni respeto ante los notables que los observaban -no sin cierta nostalgia-.

Los dictámenes fueron llegando hasta la sede de la C.I.(S.F.D.L.) P.L.L.C.L.A.C. Sigla mediante la cual, una ingeniosa síntesis resumía lo siguiente: “Comisión Internacional (Sin Fines De Lucro) Para La Lucha Contra Las Asquerosas Cucarachas”, organismo que, curiosamente, fue apodado excluyentemente “CI”. Y lo iban haciendo portando cada uno de ellos sus propias conclusiones sobre el fenómeno en asuntos.

Los hubo bien y mal documentados; precisos y aburridos unos, poéticos y pintorescos otros. Pero, como corresponde, se otorgó el mayor crédito a los más puntuales y técnicos; destacándose en especial dos de ellos, con los subsiguientes y particulares atributos: del primero se podía deducir claramente su fecha de emisión y, además, poseía un glosario de trescientas fojas. En tanto el otro, que había despertado grandes expectativas, fue finalmente dejado de lado al comprobarse que lo que lo hacía incomprensible no era su caudal de tecnicismos, sino la lengua en que se encontraba escrito, y de la cual no se había previsto traductor alguno.

Si bien el aporte lucido (no confundir con lúcido) de conocimientos fue ponderable, no se logró concluir sobre el origen del mal en estudio. Quizá algo tuviera que ver la premisa impuesta “a priori” por los congresistas, que rezaba: “ningún gobierno, agencia, empresa o corporación, tuvo, tiene o tendrá nada que ver con estas cuestiones”. ¡Vaya uno a saber!



          La sede de la “C.I.” estaba alojada en las oficinas de un raro organismo denominado  “ Naciones S.A.”, entidad que agrupaba a representantes de los circunstanciales gobiernos de algunos pueblos, creada, en su momento, por los circunstanciales mandatarios de los países más ricos, y no circunstancialmente mejor pertrechados. Más claramente expresado: “un ente multinacional,  con cierto poder mundial, y algunas realizaciones en asuntos prácticos y humanitarios, pero expresamente dirigido a lo político, según criterio y conveniencia de los descendientes de sus creadores”. Dependencias estas debidamente situadas en N.Y., iniciales correspondientes al olvidado nombre de un extraño poblado, al que podríamos aludir (en caso de recordar) como: “Cuzco del Norte” u “Ombligo de ese Mundo”. Lugar donde sobrevivían felizmente hacinadas, cantidad innumerable de personas, y ubicado en las cementadas praderas de un páramo de América, en su sector norte.

Allí se hallaban reunidas, y abrumadas por el peso de tamaña responsabilidad, las mentes más esclarecidas de la civilización, y…dudaban. Dudaban, y por cierto con mucha elegancia, pero ya no sobre la posible solución del problema que las hubo congregado, sino en lo que hacía al texto más apropiado para el comunicado a verter sobre la ansiosa opinión pública mundial, que, como siempre impaciente, aguardaba inquieta la sabia palabra de sus líderes.

El equipo de sociólogos especialistas en comunicación de masas había presentado, luego de concienzudo estudio, dos textos que marcaban otras tantas alternativas posibles para tal fin; a saber: Comunicado a) La “C.I. etc.” Luego de recibidos los informes pertinentes sobre el asunto que nos aqueja y en vista de la grave implicancia e inusitado alcance del problema, ha decidido, en pleno uso de los poderes que le asisten, tomar, a la brevedad, una rápida acción contra el enemigo que pone en riesgo nuestra supervivencia como especie, y consecuentemente la de las futuras generaciones humanas.   

Comunicado b) La “C.I. etc.” Recibidos los pertinentes informes relacionados con el asunto que nos aqueja y en vista de la grave implicancia e inusitado alcance del problema, ha decidido, en pleno uso de los poderes que le asisten, tomar a la brevedad una rápida acción contra el enemigo que pone en riesgo la supervivencia de nuestra especie, y consecuentemente la de las futuras generaciones humanas.

Luego de algunas semanas de estudio, teniendo en cuenta factores tales como: la psicología regional, la capacidad de aceptación, el potencial de sufragio, el consumo de hidratos de carbono per-cápita, etc. etc. se resolvió, en votación dividida, la emisión del comunicado b), en idiomas: Ingles, Sánscrito y Sumerio; para una más amplia comprensión.

Lamentablemente, esta impredecible raza, a la que los heroicos paladines pretendían salvar con su proverbial osadía, haciendo honor a esa característica (la de impredecible) reaccionó desfavorablemente; aunque, bueno es destacarlo, solo en porcentaje aproximado al 80%. Aunque, y según más tarde se supo, el 20% restante se encontraba demasiado ocupado manoteando en propia defensa, como para ocuparse de de ningún otro asunto.

Ante esta evidente falta de apoyo popular y, teniendo en cuenta la absoluta carencia de soluciones -y menos aún de alternativas- los conspicuos integrantes de la “C.I.”, en un honroso gesto, decidieron en pleno, renunciar a sus cargos y funciones. Afortunadamente la resolución de esta altruista actitud – los puestos eran honorarios- se vio indefinidamente postergada, a causa de que siendo ellos mismos las máximas autoridades mundiales, no se encontró ante quien “elevar” las susodichas dimisiones. Por otro lado, y esto basándose solo en trascendidos, se sospechaba sobre la falta de interés por parte de los mismos funcionarios, de salir a las calles; donde y pese a la proteica sopa de insectos que las cubría, miles de manifestantes aguardaban pacientemente a sus líderes.

Se los recuerda equipados con prácticas botas de material sintético provistas de unas refinadas solapas adosadas a la caña del calzado y terminadas en vistosos flecos. Elementos, estos, que impedían el ascenso de los invasores al resto del cuerpo, el cual a su vez, estaba cubierto por una cómoda malla tramada en hilo metálico, ligeramente apartada de la piel de quien las vistiera, por mediación de unos separadores plásticos adheridos a la indumentaria del afortunado, indispensable aditamento para evitar el contacto directo con las periplaneta voladoras.

Si allí permanecían, era solo para hacer presente un incondicional apoyo a sus conductores, tal la versión oficial no confirmada. No obstante lo cual, de algunas actitudes de los ciudadanos, así como de los objetos que en sus manos portaban, pudiera surgir la sospecha de cierta animosidad y descreimiento hacia los perínclitos estadistas. Situación esta del descreimiento, que a poco pudo ser confirmada a juzgar por el oscuro desanimo que cundiera entre las gentes, evidenciándose en la multiplicación de exitosos intentos de suicidio.

Una apocalíptica frase fue transmitiéndose de boca a odio, de parlante a oído, de letra a ojo: ¡NADA SE PUEDE HACER!


CONTINUARÁ

sábado, 28 de abril de 2012

CUCA, La Historia de (2da. Parte)

El descubrimiento

La doctora Perla Maris era oriunda de Cruz del Eje, una tranquila ciudad al norte de la provincia de Córdoba, hermosa comarca de Argentina, extenso país del cono suramericano.
Desde su más temprana infancia, Perla (quien aún no era doctora) se vio acosada por la interna inquietud de realizar algo trascendente en beneficio de la humanidad -debe tenerse en cuenta que los infantes, si bien no disponen de estos términos de expresión, no solo piensan, sino que también poseen sentimientos-. Durante muchos años, decíamos, se vio perseguida, tanto por la incógnita de cómo realizar sus sueños, como por gran cantidad de insectos que poblaban la zona, la cocina, el baño, etc.
Fue con estos antecedentes que, residiendo en Buenos Aires, gran ciudad capital de Argentina, y luego de un prolongado cuanto forzoso contacto con los ortópteros que allí moraban, decidió el rumbo de su futuro: se dedicaría al estudio de estos insectos, sus gustos, hábitos, costumbres y debilidades. Todo con el único propósito de liberar al mundo de este desagradable sector de la escala zoológica que contamina y asusta a las personas, metiéndose en alimentos, alacenas, cloacas, y hasta en sus camas.
Así fue como, vuelta a su provincia, ingresó, no sin esfuerzo, a la “*prestigiosa” Universidad de Córdoba, desde donde egresó, algunos años más tarde, y no sin esfuerzo, con el titulo de Doctora (ahora sí) en… Odontología. Porque resultaba difícil sustentarse con anhelos humanitarios, sin subvención estatal.
Si bien para los ojos no entrenados pareciera, a simple vista, que esta profesión poco o nada habría de aportarle al logro de sus deseos, una más profunda mirada de esos mismos ojos sobre el asunto, revela que son muy escasas las personas que, más tarde o temprano, no deban someterse a alguna curación en su dentadura. Visto lo cual, la sagaz doctora Perla organizó en su sala de espera espléndidas tertulias vespertinas entre los pacientes que la visitaban. Eventos que se efectuaban con regularidad los días lunes, miércoles y viernes de 15 a 20hs; horarios en un todo coincidentes con sus tiempos de atención odontológica, y durante los cuales –y por comprensibles razones de higiene bucal- no se servían alimentos sólidos. Pero la amena charla pueblerina de los concurrentes se alternaba con sabrosos sorbos de té de peperina o menta.
Con este proceder la hábil doctora, a quien le cabía la función de elegir el tema a tratar, extrajo de sus pacientes, no solo piezas dentales deterioradas, sino también valiosa información sobre los insectos en general y, lo más importante, sobre lo que la sabiduría autóctona tenía para aportar al mundo en relación con las periplaneta americana. Aunque nadie allí las denominara con esta tan acertada designación científica.
Tal lo expuesto, le fueron revelados ancestrales secretos familiares, formulas mágicas y hasta conjuros con los cuales, y según cada narrador, era posible liberarse de esos molestos integrantes del ecosistema.
A propósito de este último y mediante un enriquecedor cursillo, con diploma de asistencia, sobre  La Conveniencia de Mantener Viva a La Naturaleza”, la doctora Perla se impuso acerca de la importancia de cada escalón biológico y de la inconveniencia de deshacerse de cualesquiera de ellos. Conocimientos estos que le hicieron recapacitar sobre sus propósitos insecticidas, y hasta es posible que los hubiera abandonado para siempre sino fuera que al retornar a su casa, y ya concluida su última clase, encontrara su cocina (¡Cuando No!) invadida por “esa” parte de la biota, contaminando enseres, alimentos, y desparramando los naturales envases de sus futuras crías -así como el producto de su digestión-, por alacenas, mesada y lugares inaccesibles a la vista y mano humanas. Este desafiante accionar solo logró reafirmar la primigenia decisión de nuestra protagonista.”Dedicaría el resto de su vida a divertirse y viajar, luego casarse, (en ese orden) y más tarde trabajar hasta lograr el exterminio de los asquerosos bichos”.
Tal una inveterada costumbre, no siempre bien comprendida, los años continuaron transcurriendo, según lo vienen haciendo desde la creación de este universo, hace trece o tal vez quince mil millones de ellos, eón más o menos, y la doctora Perla Maris de Terra cumplió fielmente su propósito.
En lo referente a su diversión, obviaremos comentarios por no ser pertinentes, sobre su matrimonio, por no parecer impertinentes; pero sus viajes, por el contrario, merecen aquí destacarse por cuanto en mucho aportaron a su vernáculo conocimiento. Esta contribución fue extraída, no sin esfuerzo, de bibliotecas, consultas a antiguos pobladores castigados desde siempre por la promiscua convivencia con los insectos, y, porqué no, de prestigiosos* laboratorios de experimentación en estos temas.
No obstante, su ya frondosa información -que poco más tarde haría a una exhaustiva  experimentación- nada nuevo aportó a la búsqueda del producto clave. Aquel que, finalmente produjera el deseado efecto; cuanto menos en su cocina. Solo formulas y compuestos parecidos a los ya en uso; puesto en plano: ¡solo porquerías tóxicas!
“Los amplios caminos asfaltados, que las máquinas han realizado, figuran en todas las hojas de ruta, pero jamás nos conducirán hacia los ocultos tesoros”. Esta enigmática frase, que le fuera lanzada como al pasar por un sabio anciano habitante de un pequeño pueblo de los Pirineos, le otorgó a la mente de nuestra buscadora el necesario vuelo como para deducir que: “Son los angostos senderos, abiertos por los afilados machetes de los genios, los que nos llevan a la verdad, pero hay (¡hay!) que tener el valor de salirse de los mapas”. Con esta sola pista, y tal como peregrino que habiendo recorrido el mundo en busca de la iluminación, debe retornar al punto de partida luego de haber hallado a Disneyworld como único destino, puso rumbo a casa, no sin antes arrojar por la borda la inútil carga de bodega, dispuesta ahora a transitar los difíciles “angostos senderos”.
¡En la humilde biblioteca de su pueblo natal yacía, disimulado entre cientos de volúmenes informativos y aberrantes textos escolares, encerrado el conocimiento que tanto buscara! Así fue como nuestra insistente exploradora, ya vuelta a casa, se dedicó al estudio de los escritos de y sobre Hahnemman, Steiner, Bach, y otros insurrectos trasgresores de lo establecido. Deambuló más tarde por los laberintos minoicos de las antiguas culturas en busca de su sutil originaria sabiduría. Estas enseñanzas le brindaron la poco usada llave con la que, tiempo más tarde, hubo de abrir la pesada puerta que la ignorancia ilustrada instalara en inútil intento de limitación a la búsqueda humana.

Segura, a estas alturas, de la existencia de una etérea conexión entre la materia, de la cual se componen los cuerpos, y un algo no tangible que a ella sustenta, y, habida cuenta de la influencia de ciertas artes curativas que, actuando sobre esto último afecta directamente a aquellos, ¿por qué no revertir el proceso, logrando que esa inteligencia que hace a la tenaz subsistencia de los insectos se vea bloqueada en su labor, aunque mas no fuera temporalmente? Esto se preguntaba nuestra doctora, sumida en sus elucubraciones entre un tratamiento de conducto y una caries obturada con lámpara halógena. Como suele suceder en los cuentos, la respuesta le llegó finalmente por medio de una voz interna, abriéndose trabajosamente paso entre sus pensamientos. “Porque no corresponde -se le dijo- - y se le agregó- No se debe quitar una vida tan solo porque nos moleste en la nuestra. Compartimos un mundo pequeño y todo debe mantener las relaciones y proporciones adecuadas. Continua tu trabajo, pero guarda celosamente el producto de tus descubrimientos, pudiera llegar el día en que fueran necesarios; ¡O fatales!”
     La doctora Perla Maris de Terra, en definitiva, y no sin grandes esfuerzos, vio realizados sus más caros proyectos. Descubrió algo desde todo punto de vista sorprendente, excluyendo el científico (que no fuera entonces en realidad un punto, pues a partir de eso –un punto ( .)-, se construye cualquier elemento, sino más bien  un autolimitado segmento, al que la soberbia dibujó como una recta infinita y única), que, como no podía ser de otra forma, antes de sorprenderse, lo rechazaría de plano.
No vamos aquí a narrar los pormenores de la labor de investigación que la llevó a este hallazgo sin precedentes, solo diremos en su honor que al no estar comprometida con las limitaciones académicas, pudo lanzarse sobre zonas poco trilladas del conocimiento. Logrando, no un nuevo y más potente plaguicida a base de componentes deletéreos, sino, y esto es lo realmente importante, una inocua sustancia que en nada afectaba en forma directa al cuerpo físico de los seres en materia, pero sí de fulminante efecto sobre su ánimo. ¡Bravo doctora!
Fiel al mandato recibido, jamás publicó su hallazgo. Solo fue guardado en el segundo cajón, lado izquierdo, del antiguo escritorio de roble heredado de su abuelo paterno. Quizá a raíz del tiempo transcurrido, tal vez por alguna omisión en la historia familiar, lo cierto es que nunca se supo el porqué su otro abuelo (siempre hay dos), el materno, no poseyó escritorio alguno.
En este mundo de relatividades, la fidelidad también puede serlo y la doctora Perla Maris de Terra aplicaba secretamente su formula. Pero únicamente a título experimental, y en sitios acotados y muy puntuales: su alacena, baños (tenía dos) y cocina (solo una).
Pero, ¡Ay!, la formación racionalista también integraba la personalidad de nuestra amadísima investigadora. Tanto que, como es inexcusablemente comprensible, se alegraba de haberse divertido, de haber viajado, bastante menos de haber contraído enlace (situación esta que más adelante remediaría) pero renegaba de los años invertidos en estudios y sacrificios, ¡SOLO PARA SER ARCHIVADOS EN UN CAJÓN!. ¡Vamos doctora!, arriba ese “ánimo”, que todo llega.



 *NdA: para una mejor comprensión del tema en cuestión, debe tenerse en cuenta la fundamental importancia que poseía el “prestigio”; tanto para este, cuanto para casi todos los asuntos conocidos.

*NdA: Acreditado: Participio adjetivo, “Se aplica al que tiene crédito (fama de bueno)”, textual.
Era casi tan importante, y dilecto hermano, del ya mencionado “prestigio”. Aún más, hubo quien afirmara que no puede existir este último sin haber logrado aquel primero.       


CONTINUARÁ                                                                                                                                                                          

viernes, 27 de abril de 2012

CUCA, La Historia de (3ra. parte)

La Batalla

Luego de un mil ochocientos treinta y tantos días – que de los años ya hemos hablado-, a contar de la decisión que motivara el ocultamiento del sorprendente logro por parte de su creadora, comenzó la plaga.
Para estos tiempos, madre ya de dos hermosas criaturas, la doctora Perla Maris (sin el “de”, pues ya había logrado deshacerse del incomprensivo, egoísta, conformista y, quizá, hasta infiel, “padre de sus hijos”) recordando aquello de qué: “Todo debe mantener sus relaciones y proporciones adecuadas, etc., etc.” y visto que estas estaban perdidas poniendo en riesgo la misma vida sobre el planeta, supo llegado el momento de hacer el deseado aporte a la humanidad para el cual hubo nacido y laborado.
Obstinadamente intentó, una y otra vez, la aprobación de su hallazgo por parte de los organismos nacionales; indispensable requisito previo a su uso. Fieles a su concepto de las cosas, estos se negaban a aceptar que el alcohol etílico diluido al uno por ciento y conteniendo algunos azucares, o el mero agua destilada, pudieran ser vehículo de un elemento, no detectable, que produjera el efecto que su inventora aseguraba.
La puja duró más de un año, tiempo durante el cual las asquerosas cucarachas se ocupaban de lo suyo y, sin diputas internas, avanzaban incontenibles.
Desesperada, al comprobar la imposibilidad de dar cumplimiento a los requisitos que la legislación local indicaba como ineludible para la aplicación del producto, y en vista de la urgencia del caso, decidió dejar el asunto en manos de los organismos internacionales vinculados con el tema.
Pero todos estos (los organismos), lo vivos a lo menos, eran susceptibles de heredar males pandémicos. De forma que el estigma del “Síndrome del Sistema”, tan popularizado en aquella cultura en el ámbito institucional (y conocido con muchos otros nombres), se encontraba desde origen afectando a corporaciones y entes de todo tipo. Razón por la cual, quienes se dedicaban al estudio sobre control de plagas, tanto como los que lo hacían sobre la biología de los insectos, atareados como estaban (atento la crisis del caso), no tuvieron mucho tiempo para divertirse con el informe de la doctora Perla Maris. No obstante, según se dice, hallaron algunos minutos para dedicar a este sano esparcimiento. En cuanto a los otros, cuyo móvil era la salud (la buena, se entiende) humana y su preservación, con mucho menos sentido del humor que sus colegas – tal vez porque los hombres son más tristes que los bichos- tomaron muy a mal el atrevimiento de una desconocida odontóloga sudamericana, sin *prestigio y carente de *acreditación alguna, presentando un estudio falto de las necesarias pruebas de laboratorio debidamente certificadas por expertos competentes en el área. Sin las indispensables publicaciones en los medios especializados (cosa que, aparentemente, se debía realizar durante años y en idioma inglés), y sin etc. etc.

Debemos volver ahora a los momentos en que los ilustres integrantes de la “C.I.” se rasgaban sus costosas vestiduras (cuyos restos eran rápidamente devorados por “ya sabemos quienes”) ante la inoperancia de los científicos, asesores, encargados de los baños, periodistas deportivos y demás responsables de su malestar personal y de la carencia de soluciones –cada cuestión en su orden-.
Como quedó evidenciado, ya nada más se podía hacer para salvar al planeta. De tal manera que los congresistas, valiéndose de sus móviles celulares, (Los teléfonos de línea no funcionaban por haber sido consumido algún sabroso componente de sus centrales) se dieron a la triste actividad de despedirse de sus allegados: familiares, amigos, amantes y encargados de edificios. En tanto, y con evidentes dificultades, continuaba emitiéndose el comunicado b) de la “C.I.”.
Las últimas noticias eran malas, pero peor fueron las penúltimas. Las que informaban sobre miles de decesos (pérdidas de vidas), puesto que los occisos (precisamente quienes las perdieran) habían pasado a ese estado dado el interés que sus cuerpos despertaron entre la creciente población de asquerosas cucarachas, formando parte de su indiscriminada ingesta, debido a la desesperación de estas ante la escasez de alimentos en plaza. En cuanto a las últimas noticias -que ya no lo eran, pues otras las habían seguido-, dejaban saber sobre la caída de los hipermercados; sacrosantos bastiones del consumismo, quienes, pese a todas las medidas tomadas en sentido contrario, no pudieron resistir el asedio invasor. Agregaban, cosa curiosa, que no todos los productos alimenticios corrieron la misma suerte. Casos de excepción hubieron sido en especial los denominados “diet”, y en general, aquellos en cuya composición se encontraban colorantes, edulcorantes  y  conservantes  “permitidos”. Eso  sí, los  envases,  excluyendo  los  metálicos,  fueron provechosamente devorados. Al parecer, los estúpidos ortópteros, en su ignorancia, no pudieron apreciar la excelencia de los manjares que despreciaban -los cuales resultaron ser la gran mayoría de los existentes en góndolas y depósitos-.

Son impredecibles los medios que el destino usará para llegar a su objetivo. En este caso fue  un joven mandadero del “First National Institute of Insect”, quien resultó el puente que uniera la ribera de la indiferencia con la de la esperanza, aunque solo fuera por una vez.
Habiendo leído, y creído en su veracidad también, el escrito presentado por la doctora Perla Maris ante la *prestigiosa institución, decidió cambiar la dirección que el mismo llevara. Así que tomándolo del recipiente de los desperdicios, partió raudamente hacia la sede de la “C.I.”, donde llegó conductor de un antiguo vehículo de doble tracción (misma cosa que, inexplicablemente, se denominaría luego con la ecuación diofántica “4x4 =?”) derrapando sobre un mar de irrefrenables periplanetas, blatta, supella, y demás asquerosas hermandades internacionales de asquerosas cucarachas.
Las tropas allí apostadas, a causa de las medidas de seguridad que siempre se toman, más aún en este caso, habida cuenta de las personalidades presentes en el edificio, confundidas ante la vista de la vieja unidad militar aún camuflada, o tal vez afectados sus efectivos por la dificultad de visualización existente desde lo alto de los postes de alumbrado, sitio donde su hubieron guarecido, no le impidieron el paso. Situación ésta, por demás afortunada pues, casualmente, y detrás de la lujosa puerta de cristal del edificio, se encontraba la persona indicada para entregarle la que podría ser la salvación del género humano; el único ser capaz de comprender el valor de esa carpeta y presentarla con los argumentos necesarios para su diligenciamiento: el mayordomo de la “C.I.”.
En definitiva, y luego de tantas tribulaciones, parecía haber llegado el momento esperado desde que comenzó la terrible plaga. La solución estaba donde correspondía y en pocas horas todos los países del mundo se encontrarían produciendo el “Desanimador”, tal como más tarde dio en llamársele.

Aquí debemos hacer un alto en nuestra historia para considerar, no sin legítimo orgullo y profunda admiración, las tremendas vicisitudes y situaciones hiperbólicamente imposibles de imaginar, a las que se ven sometidos nuestros conductores en general y muy particularmente los ya míticos integrantes de la “C.I.”.

Volviendo a la narrativa, nuestros héroes se encontraban paralizados por la magnitud de la incógnita contenida en una, al parecer ingenua pregunta, efectuada por el más perspicaz de los asesores; quien destacaba por su sagacidad dentro del grupo de cinco mil colegas en funciones.   
En medio del entusiasmo general, luego de la sorprendente exposición del mayordomo mayor, declarando, mientras servia el último café -defendido a riesgo de su vida- : “Señores, acá les traigo la solución al problema que está a punto de terminar con toda la civilización, nosotros incluidos”, y agregando firmemente: “Déjense de joder y procedan a fabricarlo masivamente”. A poco, y mientras observaba una de las escasas copias del trabajo de la doctora Perla Maris, el consultor, inspirado por los largos años de experiencia en el sistema, lanzó la terrible pregunta: ¡SEÑORES!, ¿Y ESTO QUE ES? Un oscuro manto de desánimo cundió implacable por la hermosa sala, cuando, dos horas más tarde, casi todos habían comprendido la magnitud de la insalvable dificultad ante la cual se encontraban.
Si lo que tenían entre manos se trataba de un plaguicida, este no había pasado las pruebas necesarias para su uso. De idéntica manera sucedía con la normativa que reglamentaba todas las denominaciones terminadas en “cida” que el ingenio de los asistentes pudo imaginar. Si por el contrario se encontraban ante un medicamento, ya que, y según parecía, el uso revertido de un preparado de este tipo hubo dado origen a la formula, la legislación vigente se comportaba en forma similar, o aún más estricta.
De una u otra manera, esta cosa, fuera lo que fuera, no se podría manipular y, menos aún administrarla a las asquerosas cucarachas sin cumplir previamente con los requisitos estipulados para el caso; y para cuando esto ocurriera ya nadie quedaría con vida para disfrutar de sus resultados, siempre que estos fueran los esperados, claro.
! Estaban perdidos ¡ y el mundo, ahí afuera, también.
Algunos de los funcionarios, compungidos y contritos, se retiraron a descansar a sus cuartos, otros, presa del pánico, se formaron ordenadamente en una larga fila de suicidas, rumbo al helipuerto ubicado en piso trece. Los más se desparramaron en sus asientos, incapaces de toda acción.
A solo título ilustrativo, y con el único fin de graficar el estado anímico que reinaba en la “C.I.”, diremos que el ilustrísimo señor presidente de la primera potencia mundial encendió, no se sabe cómo, un apestoso cigarro de hoja. Lo notable es que su excelencia  no fumaba.
Pero la fortuna habló, una vez más, a la humanidad mediante la tosca voz del mayordomo general, quien a la sazón se encontraba distribuyendo comprimidos de cafeína, obtenidos de las reservas almacenadas en los herméticos refugios subterráneos del edificio, diciendo: ¿Porqué no etiquetan los envases con una inscripción indicando que se trata de un suplemento dietario para cucarachas, VENTA LIBRE? Nuevamente la sala fue invadida, no ya por quienes lo venían haciendo, sino por un inmenso (la sala era realmente grande) silencio, resultado del estupor de los allí congregados.
Todos los presentes –no así los ausentes- contuvieron el aliento y activaron sus mentes. Luego de algunos minutos, y viendo que ambas actitudes resultaban nocivas -habida cuenta de los participantes que caían al suelo, morados unos y presa de surmenaje los otros-, el excelentísimo señor presidente de la primera potencia mundial, quien casualmente presidiera estas reuniones, puso término a esta insana actitud, llamando la atención de los presentes –no así de los ausentes- al golpear fuertemente la superficie de la hermosa mesa de caoba lustrada “a la laca”, pero sintética, con su gran cabezota, casi inconsciente a causa del puro, cuyo humo, pobre excelencia, había inhalado.
De allí en más, todo marchó según lo planeado para el “OPERATIVO CUCA”. Imprescindible nombre clave, cosa que, según los estrategas, todo emprendimiento bélico debía llevar.
Ciertas coincidencias y sincronicidades deben ser destacadas, en honor a estudiosos como Wolfang Puli, Carl Jung y los muy antiguos Vedas. Esto aludiendo a que a la benemérita doctora Perla se la conocía, en su pueblo natal, con este mismo y particular apelativo: “Cuca”. ¡Cosas vedere Sancho...!
Tal lo acostumbrado, se eligió como campo experimental un lejano país –uno de los que aquellos que suponían que a él no pertenecían, denominaban “del tercer mundo”-para probar la eficacia, rapidez de repuesta, y consecuencias en la población del “Desanimador” recién presentado en sociedad.
Los resultados fueron por demás auspiciosos. Las asquerosas cucarachas se dejaban morir por desgano a poco de entrar en contacto con el “Suplemento Dietario”. Además, siendo esto lo más conmovedor, sucedía lo mismo ante el eventual encuentro de un espécimen con cualquier congénere “ya desanimado”; en un exagerado, cuanto fatal, caso de “empatía”. Y, todo esto, sin producir efecto ninguno sobre las personas.
¡Más no se podía pedir! Pero había más.
Los cuerpos de las fallecidas asquerosas cucarachas, obviamente compuestos por elementos orgánicos, perdían cualquier capacidad de contagio y se desintegraban crujiendo graciosamente, constituyéndose así en un excelente abono para los muy maltratados campos. ¡QUE VIVA LA ODONTOLOGÍA!, aunque me duela.

Este largo cuento, al qué aún restan las partes más “sabrosas”,
SOLO CONTINUARÁ, si así fuera solicitado por sus lectores.

                                                Filemón Solo



jueves, 26 de abril de 2012

CUCA, La Historia de (4ta. parte)

Agradeciendo las solicitudes al respecto: Continua la narración
Cuarta parte
El triunfo

En pocos días (su número no es procedente) se cambió la perspectiva del mundo.
En la medida que grandes topadoras (las chiquitas fueron dejadas de lado por falta del necesario empuje), motopalas, retroexcavadoras y otras máquinas del tipo vial, con poderosos motores de explosión ciclo Diesel, acumulaban en lugares especialmente destinados los restos mortuorios de las asquerosas cucarachas, iban quedando al descubierto los productos de sus hazañas: unos hermosos huevecillos en distintos tonos pardos y sus repugnantes excrementos.
Felizmente se comprobó que rociando los primeros (los segundos no, que es un asco) con el “Desanimador”, los nonatos así quedaban. Parece que les faltaba el necesario valor para nacer. Lo cierto que, aún no siendo futura cucaracha, ¡uno los comprende!
Un punto aparte lo constituyó el asunto referente a las deposiciones de los difuntos ejemplares, sobre las cuales se generó una situación por demás delicada. ¿Cómo distinguir entre las defecaciones realizadas antes, y las logradas después del contacto, directo o no, con el producto? Esto desde el momento en que los excrementos bien podrían transmitir los síntomas a otros artrópodos, quienes, como consumidores directos del elemento, ignoraran (veamos que hablamos de insectos, arañas y crustáceos) el origen de la cosa incluyéndola en su dieta. Por otro lado, todo terminaría siendo parte constitutiva de fertilizantes preparados, con lo cual el riesgo se hacía evidente.
Bien sabido es que muchos de estos bichos subsisten alimentándose con los restos corpóreos de especímenes muertos, o ultimados a esos efectos  –Tal y como los humanos, que también realizaban lo propio con animales cárneos, aunque excluyentemente los matan previamente con ese fin; o  con ninguno-
Si bien esto creó cierta incertidumbre al principio, luego también. Pero, más tarde la mismísima doctora “Cuca”, apodo este, que se tornó de uso internacional, demostró fehacientemente que una asquerosa cucaracha que hubiera tenido alguna relación con el “Desanimador”, no tendría ya voluntad  ni  para  defecar.  Ergo....todo  ese  material   terminó   siendo adquirido a bajo precio -considérese la inmensa oferta del mismo- por grandes corporaciones con el loable propósito de manufacturar alimento balanceado para el ganado, aves y demás seres necesitados de engorde. En vista de lo cual cada cosa es vuelta a su correspondiente lugar: Comiendo el hombre al animal que, a su vez se sustentó con el excremento o cuerpo físico de asquerosas cucarachas, las cuales devoraron imprudentemente el alimento de los humanos –y a muchos humanos también- ¡Dios nos asista!

Dejemos este fétido asunto y vayamos a encontrarnos, en su pueblo serrano, con la salvadora del mundo, quien, como ya fue expuesto, volvió a hacer un invalorable aporte al bien común.
No obstante el muy evidente triunfo en la guerra de exterminio librada contra el artero invasor, su heroína, quien en su recientemente rehabilitado consultorio permanecía laboriosa y tranquila -comprensiblemente muy satisfecha por el éxito obtenido-, nunca logró imaginar las consecuencias que el mismo acarrearía a su pacífica vida pueblerina.
Una vez que el municipio, con la ayuda de cuanta maquinaria poseía –siempre provista de sus respectivos conductores-, vecinos, comedidos, carromatos obsoletos arrastrados por caballos y toda cosa que rindiera alguna utilidad en la limpieza de la ciudad, hubo terminado su labor, recién entonces pasaron las autobombas, gentileza de los bomberos voluntarios de Cruz del Eje, lavando finalmente casi todo vestigio de lo que hubieron sido las asquerosas cucarachas.
Fue en esos momentos, con las calles (y así las aceras) todavía húmedas que los pobladores se presentaron, espontáneamente convocados por el Centro de Odontólogos, zona 15, ante la residencia-consultorio de la doctora “Cuca” reclamando insistentemente su ilustre presencia.
Tras ardua tarea, una comisión de adelantados representantes de los congregados, logró disuadir  al paciente de turno, quien se encontraba a la sazón gozando de una extracción del tercer molar, lado derecho, de suspender para un futuro no determinado el retiro de la aludida pieza, que insistía, a estas alturas del postergado hecho, en sangrar abundantemente sobre barbilla y blanca camisa del perjudicado. El aludido, a la postre aceptó la propuesta, pero con la inapelable condición de contar con una adecuada y permanente asistencia psicológica hasta tanto se reanudara la operación de la cual, por el momento, se le estaba privando.
La doctora fue calurosamente vitoreada por casi todos los asistentes (dos de ellos no pudieron hacerlo por no saber vitorear) y llevada en andas por las limpias calles de la ciudad, mientras su imagen era tomada por todos los medios de difusión que aún funcionaban en el mundo. ¡Tiempos de gloria doctora “Cuca”!   

De esta manera comenzaron los agasajos que durarían varios meses y los viajes con gastos pagos a las grandes ciudades del planeta.
Digna de destacar, emotiva como ninguna, se recuerda la presencia de la científica (sucede que ahora así se decía de ella) en el edificio apresuradamente restaurado y engalanado de la “C.I”. Donde, luego de múltiples presentaciones de todo tipo –y a todo tipo-los organizadores desplegaron una copiosa lista de disertantes. Ansiosos, todos ellos, de exteriorizar abundantemente sus pareceres sobre los recientes acontecimientos de público dominio. Inmediatamente después de lo cual, trascurridos dos días y una noche de agradecidos discursos, se sirvió un “lunch” donde no faltaron (y vaya a saber de dónde venían) sándwich de jamón y queso, variados bocaditos, tarteletas, aceitunas, picle, maníes, lupinos y cuanta delicia gastronómica se logró presentar. Por razones muy atendibles, las aceitunas fueron, excluyentemente, de color verde.
No obstante lo expuesto, la científica “Cuca” parecía no complacerse en demasía de halagos, agasajos y aceitunas verdes. Se hacía evidente que algo estaba empañando los disfrutes de esos merecidos momentos de reconocido triunfo.
Podríamos buscar la causa en la alteración de su natural ritmo biológico, producto del obligado cambio horario, en el estreñimiento intestinal o la acidez estomacal, etc. Pero, tal se evidenciaría con el correr de los días, cualesquiera haya sido el resultado, producto de los viajes e ingesta de tanta porquería, no fue este el motivo de su decaimiento. Lo cierto es que se mostraba taciturna y poco propensa a seguir alternando con agradecidos estadistas y manifestaciones de afecto popular preparadas con banderitas y pancartas luciendo su imagen de cordobesa resignada. Jamás estuvo en su ánimo el ser receptora de todo tipo y color de medallas, diplomas “Honoris Causa” y llaves de ciudades* que no abrían puerta alguna.
Finalmente, y no sin esfuerzo, la novel científica (no Nóbel, que este premio se le otorgaría más tarde) logró desembarazarse de tan efusivo cuanto adhesivo programa de agradecimientos y festejos, abortando su luengo saldo faltante con argumentaciones basadas en dolencias tales como el estrés del viajero, los sabañones, los traumas de la infancia, y demás. Expuestas firmemente estas incuestionables razones, y aceptadas de mala gana por los organizadores, volvió cansada y pesarosa a su amado pueblo.
Pero, nuestras vidas suelen contener cantidad de estas conjunciones adversativas (los “pero”) y los triunfadores no están exentos de ello. Pero, decíamos, la antigua paz pueblerina ya no residía en la antigua cuidad. Se había mudado por falta de afecto a sitios donde fuera justamente valorada su rara presencia. Partió calladamente y sin despedirse de nadie, incluida nuestra científica, quien la extrañaba más que a sus propios hijos; tal vez porque estos la habían acompañado en sus viajes y ella no.
También la doctora Perla Maris marcharía en su búsqueda (la de la paz y la de ella misma, que es igual cosa), hacia algún ignoto sitio donde se le permitiera vivir según lo hacemos, sin notar los beneficios, los anónimos e ignorados habitantes circunstanciales de este hermoso cuerpo cósmico. Quienes podemos, si es que podemos, asistir a alguna proyección cinematográfica, pasearnos gozosamente por los relajantes pasillos de los supermercados, o simplemente sentarnos a departir a la mesa de algún café; todo esto sin que nadie se nos presente interrumpiéndonos con inoportunas muestras de reconocimiento.
Aunque quizá ya carezca de importancia, jamás revelaremos cual fue su destino tentativo –tal todos lo son- pero estamos considerando  la  conveniencia  de  informar, sobre el final  de  esta  narración, acerca de la actividad desplegada durante su exilio. No obstante, sí creemos oportuno comunicar que, en ese que fue aquel presente, nuestra protagonista, quien aparentemente se hallaba a las puertas de cierta comprensión sobre cuestiones de real fundamento, declinó, a través de terceros oficiosos, el ofrecimiento de dirigir el más moderno laboratorio de investigaciones del mundo sobre “Venenos Alternativos”, a edificarse en la que hubo sido una antigua finca en las inmediaciones de su pueblo natal; así como a posar para los bocetos de lo que sería un inmenso monumento a su persona. Mostrándola este con una probeta en las manos mientras, bajo su pie derecho, agoniza aplastada una colosal, asquerosa cucaracha. Esta estatua habría de superar en diez metros a otra, de la que tenemos poca referencia, erigida en honor a algo tan subjetivo como la libertad. En la inteligencia, si es que la hubo, de que sin seres que la disfruten, de nada sirve la más desarrollada libertad. Lo sugerente para la posteridad sería que, caído que fue el coloso de Rodas, las dos mayores estructuras de aspecto antropomorfo de la tierra, lucirían indudablemente femeninas.

Previa solicitud de los lectores, la narración: Continuará


lunes, 23 de abril de 2012

EPÍLOGO-CUCA La Historia de


     Nada se supo sobre la doctora “Cuca” por un largo tiempo. En tanto el mundo civilizado se reponía del desastre ocasionado por la invasión, volviendo, por una inveterada falta de buen criterio, a características parecidas a las que antaño poseyera. Finalmente ella misma rompió su silencio haciéndose presente a través de un mensaje que misteriosamente llegó a los principales medios de difusión, los cuales, ya que ese era su cometido (y no la publicidad, como muchos afirmaban), se ocuparon de propagarlo rápidamente.
La afamada científica se dirigía a todos los que fueran capaces de comprender, para hacerles notar lo que había ocurrido: “Esa subversión, esa alteración en el orden de las cosas, era solo la consecuencia de anteriores causas. Siendo el corolario de un accionar totalmente improcedente, cuyos responsables tienen la capacidad de realizar el desafuero, pero se encuentran imposibilitados de revertirlo; aún ante el extraño caso de así desearlo. Y no solo por su falta de conocimientos, sino a causa de su pensamiento, que absolutamente lineal y pequeño (cuando no interesado), los ciega ante las innumerables evidencias de la existencia de una armonía cósmica que no puede ser alterada sino ante el riesgo de desastres y cataclismos de magnitud impredecible.  
Llama aquí a la reflexión, cuestionando los sistemas imperantes, a los que califica como “resabios de un pasado ya perimido” y de “precarios remedos de concepciones políticas genéticamente defectuosas, sin exclusión ninguna.”
En tanto, y estableciendo un parangón entre lo colectivo y lo familiar, se pregunta: “Si los mayores atributos de un buen padre de familia no debieran ser aquellos relacionados con los sentimientos; pues son ellos los que guiaran sus mejores decisiones conducentes al bien común. Si lo expuesto fuera válido para la célula familiar sana que compone el tejido orgánico social, cuanto más para este último, que necesitará de un buen cerebro que razone, pero, y sobre todo, de un gran corazón que a este conduzca.”
Con referencias de gran predicamento, avaladas por su personal experiencia, la autora del manifiesto considera en este escrito, “que la auténtica meta del hombre como individuo es solo aquella que surja, espontáneamente sugerida, desde ese sitio ubicado en ningún lado y con decenas de nombres ya gastados por su mal uso. Evidenciándose, a veces suavemente en una personal inclinación o gusto, u ordenando otras en la urgencia de una vocación, el accionar y dirección de cada vida en particular, siendo conducente a su más caro anhelo: La Felicidad. La que a su vez resume en sí misma, una gran cantidad de condiciones, que no son otras que las que la hacen posible y perdurable.”
“Siendo este el auténtico destino individual, lo es, consecuentemente, también el de toda la comunidad humana, la que reconoce un origen en común y tendrá, más tarde o más temprano, un estado de comprensión, que le permitirá constituirse en ese nivel de conciencia donde no son necesarias las explicaciones. Allí mismo donde “se vive” una superior capacidad de integración con la creación. Donde es obvia la unión entre los infinitos elementos que la conforman, y, por tanto, el deseo egoísta ha muerto víctima de su propia deformidad.”
Luego de algunas apreciaciones sobre la responsabilidad que a cada cual cabe dentro los desatinos, de todo tipo y catadura, que se han cometido contra una biosfera que, como no puede ser de otra forma, a todos incluye, la doctora Perla Maris, la única persona en la historia a la que la humanidad toda le debe continuar en esta vida (ya buena, ya mala), incomprensiblemente pide excusas. Se disculpa públicamente por, tal ella misma lo expresa: “Haber abierto, sin notarlo, una puerta que debió permanecer cerrada, permitiendo de esta forma el ingreso de los ineptos a un sitio reservado solo para los sabios.” Finalizando esta extraña alocución con una expresión muy poco científica por cierto, haciendo directa y explicita mención a lo que denomina como un “postulado del sentimiento, que no admite mensura ni prueba de laboratorio”; sin más detalle sobre el particular.

Jamás nadie pudiera haber comprendido el porqué, ni significado, de este extraño discurso. Si bien se hacía palpable que, tal algunos históricos casos debidamente registrados, los poseedores de ciertos privilegiados cerebros en determinados momentos de sus vidas se deslizaban extrañamente hacia un evidente misticismo, esto no explicaba el porqué la más insigne científica de la historia debía presentar excusas ante un mundo al cual había salvado del exterminio. Muchos fueron los *prestigiosos *acreditados estudiosos de todas las ramas del “saber” humano que intentaron, infructuosamente, claro, descifrar el contenido explícito y subliminal del mensaje.
Sin embargo, algunos grupos de ignorantes e ignotos adeptos a raras creencias no oficiales y sin basamento institucional alguno, se lanzaron a predicar cierta interpretación, que según afirmaban, existía subyacente en el mismo -más lo que fuera de prístina exégesis-, pero, como el lector bien comprenderá, no fueron tenidos en cuenta por la inmensa mayoría de sus cautos congéneres.
Según se dice, las dos terceras partes de la población descreyeron de las enseñanzas de estas “sectas”, que en mucho hacían recordar a la de los primeros cristianos en Roma, y que sacaban a relucir viejas, olvidadas profecías ya descalificadas por los expertos.
Las especulaciones sobre los “quiso decir...”,  los “quizá se podría interpretar...”, y los “debemos aguardar la segunda parte de este documento que, seguramente...”, cesaron abruptamente al ser desplazada la opinión pública hacia noticias más urgentes. Las que daban cuenta de que en una nueva guerra, otra vez solo entre hombres, y recientemente comenzada en la zona del Golfo Pérsico, las tropas en pugna, primero, y la población en general después, habían contraído una extraña enfermedad epidémica. El mal, sin síntomas físicos, producía sobre el infectado tal grado de apatía que se dejaba morir allí mismo donde fuera que se encontrara negándose a recibir cualquier tipo de ayuda.
¡PADRE PERDÓNALOS, PUES AÚN SABIENDO LO QUE HACEN, IGNORAN LO QUE SE HACEN!


Apéndice

Luego de algunas, no demasiadas, consideraciones, y dado que el paso de los tiempos hace ya  innecesaria cualquier discrecionalidad, expondremos a continuación cual fue la principal actividad de la doctora “Cuca” durante el periodo en que decidió retirarse; previas algunas acotaciones, producto de una inesperada contribución ajena al autor de este escrito.

-Si bien muchos *prestigiosos estudiosos de la superficialidad humana se han manifestado en reiteradas ocasiones en contra de la vida en soledad, efectuando severas críticas sobre esta actitud; que van desde el tan mentado “escapismo” hasta la argumentación de que “el hombre es un ser gregario necesitado de su comunidad”. Obviando en sus opiniones que el retiro, tan vapuleado, ha producido los mayores logros humanos en casi todos los campos del conocimiento y, lo que es mucho más importante, de la sabiduría. El caso es que al alejarse de la sociedad, irremediablemente lleva uno algo consigo. Algo propio y mucho “ajeno”, elementos estos que serán escudo y lanza con los cuales batallar. Pues quien se va es precisamente quien decide no continuar escapando, sino que, por el contrario, se dirige valientemente al frente de lucha. Al campo en donde deberá medirse consigo mismo, sin subterfugios, distracciones ni postergaciones. Verse, antes que nada, sin los ropajes de ajenas opiniones, desnudo ante el espejo de su conciencia, que le devolverá, finalmente visible, la imagen de su propia personalidad. Aceptar, ¡qué remedio!, esa visión como el sub.-total de la ecuación que la vida le arroja hasta el presente. Luego, si sortea el desequilibrio de la locura, deberá abocarse, desde su reciente comprensión, a la labor a que está destinado. Sin nunca más poder, (tal lo hubo estado haciendo durante su permanencia “en sociedad”) aguardar quedamente, mirando distraído (y por cierto muy ocupado) hacia el paisaje exterior, hasta que, sorpresivamente, le sea entregado el comprobante con el saldo final de su cuenta; ahora ya irremediablemente cerrada.
Si es que alguien ha logrado engañarse a sí mismo, creyendo que un solitario retiro le facilitará el publicitado “no hacer nada”, ahí notará su error ante su absoluta imposibilidad. Cada cual irremediablemente acometerá, con o sin éxito, lo que cree, puede, guste o aborrezca realizar, con el único capital de aquello adquirido previamente, y según el caso. Aún ante la más firme decisión de permanecer totalmente inactivo, ya estará realizando algo: el nada simple dejarse (que como todo verbo indica acción) morir. Con lo que pondrá de manifiesto que “estará” (otro verbo) realizando un deseo.
No menos importante, aunque difícilmente notorio a la vista a los marinos de tierra, es que la posición geográfica, aunque lejana, no desvincula a los seres, jamás podría; tal su ciencia ya lo había demostrado acabadamente. Proveyéndose unos y otros del capital siempre renovado de la conciencia colectiva, campo cuántico, infoenergía o como quiera llamársele, que vincula, y siempre lo hará, a toda vida con apariencia de individualidad.
Es cierto que la distancia realmente separa, pero únicamente a lo menos importante, las personalidades.- 

A estas alturas, el narrador desea disculparse por estas digresiones, que obedecen a la incorporación de sus pequeños nietos como honorarios colaboradores. Licencia otorgada ante el supuesto de que la adición de estos axiomas infantiles, tal los que anteceden, pudiera divertir al lector amenizando el presente.
Aclarado lo cual, vamos en derechura al asunto que nos ocupa: la actividad de nuestra protagonista durante esos tiempos en los que no la alcanzó la crónica.
Luego de algunos meses de “escapismo” dedicados a la introspección, a largas caminatas por los añosos bosques, la lectura trascendente, la meditación y otras acciones igualmente carentes de crédito en esos tiempos, la doctora “Cuca”, inspirada, al parecer por alguna idea producto de estas actividades, se sumergió en una desesperada búsqueda del compuesto que revirtiera los efectos del “Desanimador”.
Debido exclusivamente al papel que recientemente le cupiera realizar, y en su carácter de impenitente investigadora, era privilegiada poseedora de algunos valiosos especímenes de los asquerosos ortópteros rescatados del masivo exterminio. Con la involuntaria ayuda de estos ejemplares, en el destacado papel de conejillos de indias, prontamente logró su propósito: devolver el ánimo a las contaminadas asquerosas cucarachas. ¡Genial Doctora!
Alentada por su éxito, e imbuida de la seguridad de que más tarde o temprano el hombre necesitaría de este “Revertidor” para sí mismo, decidió adaptarlo en sus efectos y aplicarlo precisamente a alguno de ellos, previa contaminación, claro está, con su flamante versión, obtenida, no sin esfuerzo, del ultrasecreto “Suplemento Dietario para Humanos”. Siendo, este último, de indispensable creación, en camino de lograr el susodicho “Revertidor”.
La dificultad estribaba en que en su laboratorio no contaba con ningún ejemplar de esta especie. Ninguno destinado a la investigación, que de los otros había por todos lados. Por este único detalle, el trabajo se vio obligadamente suspendido. Y así hubiera permanecido para siempre si no fuera por el invalorable aporte de un entusiasta (virtud indispensable para la prueba) moribundo alojado en el hospital local, quien, sin pedir mucho detalle, se ofreció voluntariamente como sujeto del experimento.
Luego de una pequeña aplicación del “Desanimador humano”, el hombre cayó prontamente en el más absoluto desgano. Comprobado lo cual, se procedió a suministrarle suculentas dosis de su opuesto: el “Revertidor”, también de uso para estos seres. Pero todo intento fue inútil, no hubo nada que lo detuviera en su camino hacia donde fuera que se dirigiera. Simplemente falleció víctima de la falta de deseos de no hacerlo.
La conclusión resultó lapidaria: “Los seres “inferiores” no conocen el desánimo ni la depresión. Si esto les es inducido, se revierte fácilmente. Por otro lado, los humanos pasan su vida luchando contra este enemigo interno que carcome, sin reemplazo ni sublimación, un ego agigantado por la ignorancia, produciendo un aparente vacío absolutamente carente de motivaciones. Esta penuria, una vez activada y exteriormente alimentada se hace invulnerable, ya que es parte inseparable de la mente de la especie en su actual estado de evolución.”

“Los males que sufrimos se asientan en el propio fundamento del pensamiento humano”
                                                       Pierre Teilhard de Chardin.


Aún después de haber transcurrido tanto tiempo de ocurridos los hechos en marras, no se ha descubierto, y a nadie ya interesa, el porqué la tercera parte de la población mundial no resultó afectada por la catástrofe que desalojó de esta vida a más del setenta por ciento de los habitantes humanos del planeta. Eso sí, todos los supervivientes guardábamos, y aún más que antes hoy lo hacemos, ciertas características que al parecer han sido definitorias para la naturaleza en el momento de decidir. ¡GRACIAS POR EL AMOR!

                                                                       Ignacio Elfo Terra Maris.
El relato de esta saga fue concluido durante la décima luna del cuadragésimo séptimo año del nuevo calendario. 
                                                                              
                                                                              Filemón Solo

*NdA: para una mejor comprensión del tema en cuestión, debe tenerse en cuenta la fundamental importancia que poseía el “prestigio”; tanto para este, cuanto para casi todos los asuntos conocidos.

*NdA: Acreditado: Participio adjetivo, “Se aplica al que tiene crédito (fama de bueno)”, textual.
Era casi tan importante, y dilecto hermano, del ya mencionado “prestigio”. Aún más, hubo quien afirmara que no puede existir este último sin haber logrado aquel primero.                                                                                                                                                                                 

*NdA: Si bien con el transcurrir de los tiempos, y la evolución tecnológica del armamento, las citadinas puertas entraron (ellas mismas) en desuso, no así las llaves que accionaran sus antiguas cerraduras, deviniendo finalmente en representativos, cuanto inciertos, símbolos de libre acceso a las poblaciones que antaño resguardaran.