Agradeciendo las solicitudes al
respecto: Continua la narración
Cuarta parte
El triunfo
En pocos días (su número no es
procedente) se cambió la perspectiva del mundo.
En la medida que grandes topadoras (las
chiquitas fueron dejadas de lado por falta del necesario empuje), motopalas, retroexcavadoras
y otras máquinas del tipo vial, con poderosos motores de explosión ciclo
Diesel, acumulaban en lugares especialmente destinados los restos mortuorios de
las asquerosas cucarachas, iban quedando al descubierto los productos de sus
hazañas: unos hermosos huevecillos en distintos tonos pardos y sus repugnantes
excrementos.
Felizmente se comprobó que rociando los
primeros (los segundos no, que es un asco) con el “Desanimador”, los nonatos
así quedaban. Parece que les faltaba el necesario valor para nacer. Lo cierto
que, aún no siendo futura cucaracha, ¡uno los comprende!
Un punto aparte lo constituyó el asunto
referente a las deposiciones de los difuntos ejemplares, sobre las cuales se
generó una situación por demás delicada. ¿Cómo distinguir entre las
defecaciones realizadas antes, y las logradas después del contacto, directo o
no, con el producto? Esto desde el momento en que los excrementos bien podrían
transmitir los síntomas a otros artrópodos, quienes, como consumidores directos
del elemento, ignoraran (veamos que hablamos de insectos, arañas y crustáceos)
el origen de la cosa incluyéndola en su dieta. Por otro lado, todo terminaría
siendo parte constitutiva de fertilizantes preparados, con lo cual el riesgo se
hacía evidente.
Bien sabido es que muchos de estos
bichos subsisten alimentándose con los restos corpóreos de especímenes muertos,
o ultimados a esos efectos –Tal y como
los humanos, que también realizaban lo propio con animales cárneos, aunque excluyentemente
los matan previamente con ese fin; o con
ninguno-
Si bien esto creó cierta incertidumbre
al principio, luego también. Pero, más tarde la mismísima doctora “Cuca”, apodo
este, que se tornó de uso internacional, demostró fehacientemente que una
asquerosa cucaracha que hubiera tenido alguna relación con el “Desanimador”, no
tendría ya voluntad ni para
defecar. Ergo....todo ese
material terminó siendo adquirido a bajo precio -considérese
la inmensa oferta del mismo- por grandes corporaciones con el loable propósito
de manufacturar alimento balanceado para el ganado, aves y demás seres
necesitados de engorde. En vista de lo cual cada cosa es vuelta a su
correspondiente lugar: Comiendo el hombre al animal que, a su vez se sustentó
con el excremento o cuerpo físico de asquerosas cucarachas, las cuales
devoraron imprudentemente el alimento de los humanos –y a muchos humanos
también- ¡Dios nos asista!
Dejemos este fétido asunto y vayamos a
encontrarnos, en su pueblo serrano, con la salvadora del mundo, quien, como ya
fue expuesto, volvió a hacer un invalorable aporte al bien común.
No obstante el muy evidente triunfo en
la guerra de exterminio librada contra el artero invasor, su heroína, quien en
su recientemente rehabilitado consultorio permanecía laboriosa y tranquila
-comprensiblemente muy satisfecha por el éxito obtenido-, nunca logró imaginar
las consecuencias que el mismo acarrearía a su pacífica vida pueblerina.
Una vez que el municipio, con la ayuda
de cuanta maquinaria poseía –siempre provista de sus respectivos conductores-,
vecinos, comedidos, carromatos obsoletos arrastrados por caballos y toda cosa
que rindiera alguna utilidad en la limpieza de la ciudad, hubo terminado su
labor, recién entonces pasaron las autobombas, gentileza de los bomberos
voluntarios de Cruz del Eje, lavando finalmente casi todo vestigio de lo que
hubieron sido las asquerosas cucarachas.
Fue en esos momentos, con las calles (y
así las aceras) todavía húmedas que los pobladores se presentaron,
espontáneamente convocados por el Centro de Odontólogos, zona 15, ante la
residencia-consultorio de la doctora “Cuca” reclamando insistentemente su
ilustre presencia.
Tras ardua tarea, una comisión de
adelantados representantes de los congregados, logró disuadir al paciente de turno, quien se encontraba a
la sazón gozando de una extracción del tercer molar, lado derecho, de suspender
para un futuro no determinado el retiro de la aludida pieza, que insistía, a
estas alturas del postergado hecho, en sangrar abundantemente sobre barbilla y
blanca camisa del perjudicado. El aludido, a la postre aceptó la propuesta,
pero con la inapelable condición de contar con una adecuada y permanente
asistencia psicológica hasta tanto se reanudara la operación de la cual, por el
momento, se le estaba privando.
La doctora fue calurosamente vitoreada
por casi todos los asistentes (dos de ellos no pudieron hacerlo por no saber
vitorear) y llevada en andas por las limpias calles de la ciudad, mientras su
imagen era tomada por todos los medios de difusión que aún funcionaban en el mundo.
¡Tiempos de gloria doctora “Cuca”!
De esta manera comenzaron los agasajos
que durarían varios meses y los viajes con gastos pagos a las grandes ciudades
del planeta.
Digna de destacar, emotiva como ninguna,
se recuerda la presencia de la científica (sucede que ahora así se decía de
ella) en el edificio apresuradamente restaurado y engalanado de la “C.I”.
Donde, luego de múltiples presentaciones de todo tipo –y a todo tipo-los
organizadores desplegaron una copiosa lista de disertantes. Ansiosos, todos
ellos, de exteriorizar abundantemente sus pareceres sobre los recientes
acontecimientos de público dominio. Inmediatamente después de lo cual,
trascurridos dos días y una noche de agradecidos discursos, se sirvió un
“lunch” donde no faltaron (y vaya a saber de dónde venían) sándwich de jamón y
queso, variados bocaditos, tarteletas, aceitunas, picle, maníes, lupinos y
cuanta delicia gastronómica se logró presentar. Por razones muy atendibles, las
aceitunas fueron, excluyentemente, de color verde.
No obstante lo expuesto, la científica
“Cuca” parecía no complacerse en demasía de halagos, agasajos y aceitunas
verdes. Se hacía evidente que algo estaba empañando los disfrutes de esos
merecidos momentos de reconocido triunfo.
Podríamos buscar la causa en la alteración
de su natural ritmo biológico, producto del obligado cambio horario, en el
estreñimiento intestinal o la acidez estomacal, etc. Pero, tal se evidenciaría
con el correr de los días, cualesquiera haya sido el resultado, producto de los
viajes e ingesta de tanta porquería, no fue este el motivo de su decaimiento.
Lo cierto es que se mostraba taciturna y poco propensa a seguir alternando con
agradecidos estadistas y manifestaciones de afecto popular preparadas con
banderitas y pancartas luciendo su imagen de cordobesa resignada. Jamás estuvo
en su ánimo el ser receptora de todo tipo y color de medallas, diplomas
“Honoris Causa” y llaves de ciudades* que no abrían puerta alguna.
Finalmente, y no sin esfuerzo, la novel
científica (no Nóbel, que este premio se le otorgaría más tarde) logró
desembarazarse de tan efusivo cuanto adhesivo programa de agradecimientos y
festejos, abortando su luengo saldo faltante con argumentaciones basadas en
dolencias tales como el estrés del viajero, los sabañones, los traumas de la
infancia, y demás. Expuestas firmemente estas incuestionables razones, y
aceptadas de mala gana por los organizadores, volvió cansada y pesarosa a su
amado pueblo.
Pero, nuestras vidas suelen contener
cantidad de estas conjunciones adversativas (los “pero”) y los triunfadores no
están exentos de ello. Pero, decíamos, la antigua paz pueblerina ya no residía
en la antigua cuidad. Se había mudado por falta de afecto a sitios donde fuera
justamente valorada su rara presencia. Partió calladamente y sin despedirse de
nadie, incluida nuestra científica, quien la extrañaba más que a sus propios
hijos; tal vez porque estos la habían acompañado en sus viajes y ella no.
También la doctora Perla Maris marcharía
en su búsqueda (la de la paz y la de ella misma, que es igual cosa), hacia
algún ignoto sitio donde se le permitiera vivir según lo hacemos, sin notar los
beneficios, los anónimos e ignorados habitantes circunstanciales de este
hermoso cuerpo cósmico. Quienes podemos, si es que podemos, asistir a alguna proyección
cinematográfica, pasearnos gozosamente por los relajantes pasillos de los
supermercados, o simplemente sentarnos a departir a la mesa de algún café; todo
esto sin que nadie se nos presente interrumpiéndonos con inoportunas muestras
de reconocimiento.
Aunque quizá ya carezca de importancia,
jamás revelaremos cual fue su destino tentativo –tal todos lo son- pero estamos
considerando la conveniencia
de informar, sobre el final de
esta narración, acerca de la
actividad desplegada durante su exilio. No obstante, sí creemos oportuno
comunicar que, en ese que fue aquel presente, nuestra protagonista, quien
aparentemente se hallaba a las puertas de cierta comprensión sobre cuestiones
de real fundamento, declinó, a través de terceros oficiosos, el ofrecimiento de
dirigir el más moderno laboratorio de investigaciones del mundo sobre “Venenos
Alternativos”, a edificarse en la que hubo sido una antigua finca en las
inmediaciones de su pueblo natal; así como a posar para los bocetos de lo que
sería un inmenso monumento a su persona. Mostrándola este con una probeta en
las manos mientras, bajo su pie derecho, agoniza aplastada una colosal,
asquerosa cucaracha. Esta estatua habría de superar en diez metros a otra, de
la que tenemos poca referencia, erigida en honor a algo tan subjetivo como la
libertad. En la inteligencia, si es que la hubo, de que sin seres que la
disfruten, de nada sirve la más desarrollada libertad. Lo sugerente para la
posteridad sería que, caído que fue el coloso de Rodas, las dos mayores
estructuras de aspecto antropomorfo de la tierra, lucirían indudablemente
femeninas.
Previa solicitud de los lectores, la
narración: Continuará
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