Cuentos de Filemón Solo

jueves, 26 de abril de 2012

CUCA, La Historia de (4ta. parte)

Agradeciendo las solicitudes al respecto: Continua la narración
Cuarta parte
El triunfo

En pocos días (su número no es procedente) se cambió la perspectiva del mundo.
En la medida que grandes topadoras (las chiquitas fueron dejadas de lado por falta del necesario empuje), motopalas, retroexcavadoras y otras máquinas del tipo vial, con poderosos motores de explosión ciclo Diesel, acumulaban en lugares especialmente destinados los restos mortuorios de las asquerosas cucarachas, iban quedando al descubierto los productos de sus hazañas: unos hermosos huevecillos en distintos tonos pardos y sus repugnantes excrementos.
Felizmente se comprobó que rociando los primeros (los segundos no, que es un asco) con el “Desanimador”, los nonatos así quedaban. Parece que les faltaba el necesario valor para nacer. Lo cierto que, aún no siendo futura cucaracha, ¡uno los comprende!
Un punto aparte lo constituyó el asunto referente a las deposiciones de los difuntos ejemplares, sobre las cuales se generó una situación por demás delicada. ¿Cómo distinguir entre las defecaciones realizadas antes, y las logradas después del contacto, directo o no, con el producto? Esto desde el momento en que los excrementos bien podrían transmitir los síntomas a otros artrópodos, quienes, como consumidores directos del elemento, ignoraran (veamos que hablamos de insectos, arañas y crustáceos) el origen de la cosa incluyéndola en su dieta. Por otro lado, todo terminaría siendo parte constitutiva de fertilizantes preparados, con lo cual el riesgo se hacía evidente.
Bien sabido es que muchos de estos bichos subsisten alimentándose con los restos corpóreos de especímenes muertos, o ultimados a esos efectos  –Tal y como los humanos, que también realizaban lo propio con animales cárneos, aunque excluyentemente los matan previamente con ese fin; o  con ninguno-
Si bien esto creó cierta incertidumbre al principio, luego también. Pero, más tarde la mismísima doctora “Cuca”, apodo este, que se tornó de uso internacional, demostró fehacientemente que una asquerosa cucaracha que hubiera tenido alguna relación con el “Desanimador”, no tendría ya voluntad  ni  para  defecar.  Ergo....todo  ese  material   terminó   siendo adquirido a bajo precio -considérese la inmensa oferta del mismo- por grandes corporaciones con el loable propósito de manufacturar alimento balanceado para el ganado, aves y demás seres necesitados de engorde. En vista de lo cual cada cosa es vuelta a su correspondiente lugar: Comiendo el hombre al animal que, a su vez se sustentó con el excremento o cuerpo físico de asquerosas cucarachas, las cuales devoraron imprudentemente el alimento de los humanos –y a muchos humanos también- ¡Dios nos asista!

Dejemos este fétido asunto y vayamos a encontrarnos, en su pueblo serrano, con la salvadora del mundo, quien, como ya fue expuesto, volvió a hacer un invalorable aporte al bien común.
No obstante el muy evidente triunfo en la guerra de exterminio librada contra el artero invasor, su heroína, quien en su recientemente rehabilitado consultorio permanecía laboriosa y tranquila -comprensiblemente muy satisfecha por el éxito obtenido-, nunca logró imaginar las consecuencias que el mismo acarrearía a su pacífica vida pueblerina.
Una vez que el municipio, con la ayuda de cuanta maquinaria poseía –siempre provista de sus respectivos conductores-, vecinos, comedidos, carromatos obsoletos arrastrados por caballos y toda cosa que rindiera alguna utilidad en la limpieza de la ciudad, hubo terminado su labor, recién entonces pasaron las autobombas, gentileza de los bomberos voluntarios de Cruz del Eje, lavando finalmente casi todo vestigio de lo que hubieron sido las asquerosas cucarachas.
Fue en esos momentos, con las calles (y así las aceras) todavía húmedas que los pobladores se presentaron, espontáneamente convocados por el Centro de Odontólogos, zona 15, ante la residencia-consultorio de la doctora “Cuca” reclamando insistentemente su ilustre presencia.
Tras ardua tarea, una comisión de adelantados representantes de los congregados, logró disuadir  al paciente de turno, quien se encontraba a la sazón gozando de una extracción del tercer molar, lado derecho, de suspender para un futuro no determinado el retiro de la aludida pieza, que insistía, a estas alturas del postergado hecho, en sangrar abundantemente sobre barbilla y blanca camisa del perjudicado. El aludido, a la postre aceptó la propuesta, pero con la inapelable condición de contar con una adecuada y permanente asistencia psicológica hasta tanto se reanudara la operación de la cual, por el momento, se le estaba privando.
La doctora fue calurosamente vitoreada por casi todos los asistentes (dos de ellos no pudieron hacerlo por no saber vitorear) y llevada en andas por las limpias calles de la ciudad, mientras su imagen era tomada por todos los medios de difusión que aún funcionaban en el mundo. ¡Tiempos de gloria doctora “Cuca”!   

De esta manera comenzaron los agasajos que durarían varios meses y los viajes con gastos pagos a las grandes ciudades del planeta.
Digna de destacar, emotiva como ninguna, se recuerda la presencia de la científica (sucede que ahora así se decía de ella) en el edificio apresuradamente restaurado y engalanado de la “C.I”. Donde, luego de múltiples presentaciones de todo tipo –y a todo tipo-los organizadores desplegaron una copiosa lista de disertantes. Ansiosos, todos ellos, de exteriorizar abundantemente sus pareceres sobre los recientes acontecimientos de público dominio. Inmediatamente después de lo cual, trascurridos dos días y una noche de agradecidos discursos, se sirvió un “lunch” donde no faltaron (y vaya a saber de dónde venían) sándwich de jamón y queso, variados bocaditos, tarteletas, aceitunas, picle, maníes, lupinos y cuanta delicia gastronómica se logró presentar. Por razones muy atendibles, las aceitunas fueron, excluyentemente, de color verde.
No obstante lo expuesto, la científica “Cuca” parecía no complacerse en demasía de halagos, agasajos y aceitunas verdes. Se hacía evidente que algo estaba empañando los disfrutes de esos merecidos momentos de reconocido triunfo.
Podríamos buscar la causa en la alteración de su natural ritmo biológico, producto del obligado cambio horario, en el estreñimiento intestinal o la acidez estomacal, etc. Pero, tal se evidenciaría con el correr de los días, cualesquiera haya sido el resultado, producto de los viajes e ingesta de tanta porquería, no fue este el motivo de su decaimiento. Lo cierto es que se mostraba taciturna y poco propensa a seguir alternando con agradecidos estadistas y manifestaciones de afecto popular preparadas con banderitas y pancartas luciendo su imagen de cordobesa resignada. Jamás estuvo en su ánimo el ser receptora de todo tipo y color de medallas, diplomas “Honoris Causa” y llaves de ciudades* que no abrían puerta alguna.
Finalmente, y no sin esfuerzo, la novel científica (no Nóbel, que este premio se le otorgaría más tarde) logró desembarazarse de tan efusivo cuanto adhesivo programa de agradecimientos y festejos, abortando su luengo saldo faltante con argumentaciones basadas en dolencias tales como el estrés del viajero, los sabañones, los traumas de la infancia, y demás. Expuestas firmemente estas incuestionables razones, y aceptadas de mala gana por los organizadores, volvió cansada y pesarosa a su amado pueblo.
Pero, nuestras vidas suelen contener cantidad de estas conjunciones adversativas (los “pero”) y los triunfadores no están exentos de ello. Pero, decíamos, la antigua paz pueblerina ya no residía en la antigua cuidad. Se había mudado por falta de afecto a sitios donde fuera justamente valorada su rara presencia. Partió calladamente y sin despedirse de nadie, incluida nuestra científica, quien la extrañaba más que a sus propios hijos; tal vez porque estos la habían acompañado en sus viajes y ella no.
También la doctora Perla Maris marcharía en su búsqueda (la de la paz y la de ella misma, que es igual cosa), hacia algún ignoto sitio donde se le permitiera vivir según lo hacemos, sin notar los beneficios, los anónimos e ignorados habitantes circunstanciales de este hermoso cuerpo cósmico. Quienes podemos, si es que podemos, asistir a alguna proyección cinematográfica, pasearnos gozosamente por los relajantes pasillos de los supermercados, o simplemente sentarnos a departir a la mesa de algún café; todo esto sin que nadie se nos presente interrumpiéndonos con inoportunas muestras de reconocimiento.
Aunque quizá ya carezca de importancia, jamás revelaremos cual fue su destino tentativo –tal todos lo son- pero estamos considerando  la  conveniencia  de  informar, sobre el final  de  esta  narración, acerca de la actividad desplegada durante su exilio. No obstante, sí creemos oportuno comunicar que, en ese que fue aquel presente, nuestra protagonista, quien aparentemente se hallaba a las puertas de cierta comprensión sobre cuestiones de real fundamento, declinó, a través de terceros oficiosos, el ofrecimiento de dirigir el más moderno laboratorio de investigaciones del mundo sobre “Venenos Alternativos”, a edificarse en la que hubo sido una antigua finca en las inmediaciones de su pueblo natal; así como a posar para los bocetos de lo que sería un inmenso monumento a su persona. Mostrándola este con una probeta en las manos mientras, bajo su pie derecho, agoniza aplastada una colosal, asquerosa cucaracha. Esta estatua habría de superar en diez metros a otra, de la que tenemos poca referencia, erigida en honor a algo tan subjetivo como la libertad. En la inteligencia, si es que la hubo, de que sin seres que la disfruten, de nada sirve la más desarrollada libertad. Lo sugerente para la posteridad sería que, caído que fue el coloso de Rodas, las dos mayores estructuras de aspecto antropomorfo de la tierra, lucirían indudablemente femeninas.

Previa solicitud de los lectores, la narración: Continuará


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